Sin duda que el Papa Francisco va a pasar a la historia como una persona que quiere dar respuesta al problema ecológico mundial. Ya nos sorprendió con su doctrina en la Encíclica “Laudato si” y lo ha vuelto a hacer en la última exhortación apostólica postsinodal “Querida Amazonia”. En el número 58 leemos: “La gran ecología siempre incorpora un aspecto educativo que provoca el desarrollo de nuevos hábitos en las personas y en los grupos humanos” Me parece muy interesante unir ecología con educación.
Por eso hoy voy a pararme a leerte esta conversación entre Marta y M95, a raíz de una acampada de los jóvenes del club en la que aquella tomó parte.
—¿Qué tal os ha ido este fin de semana?
—Muy bien, pero de esto siempre vuelve una rendida, aunque vale la pena pues se disfruta mucho viendo el entusiasmo de los jóvenes.
—Y ¿qué queréis con todo esto? Pues pienso que es algo más que pasarlo bien ¿no?
—Por supuesto, todas estas salidas tienen un objetivo educativo. Pretendemos ofrecer otra alternativa a los jóvenes tan maleables y vulnerables en esta sociedad de adultos que en muchas ocasiones los manipulan buscándolos sólo como producto de sus intereses de consumo.
—Y ¿qué tiene que ver eso con la Ecología?
—Esto, como todas las actividades del club, son medios que ofrecemos para conducirlos por un camino que les lleve a desarrollar su personalidad y a adquirir defensas frente a las atracciones que les acosan por otros cauces. Por eso nos interesamos en ayudarles a interiorizar los acontecimientos cotidianos. Las cosas pequeñas que pasan desapercibidas, los detalles concretos que se nos escapan y que pueden ser interesantes tenerlos en cuenta, todo esto va creando en ellos criterios firmes, para tomar decisiones libres y responsables. En concreto, hablando de la acampada, les ayudamos a observar el brote de un arbusto, el posarse de un insecto, el sonido de la naturaleza, el salir de las estrellas, las constelaciones, el amanecer… una hoja, una nube… todo ayuda a cultivar una actitud de acogida armónica de los bienes que nos proporciona la Naturaleza, y con ello se va desarrollando una rica sensibilidad y un recio espíritu que les lleva a amar la vida de toda la existencia creada, frente a la superficialidad y el egocentrismo de la sociedad que nos bombardea con su demanda de placer y consumo. El respeto de la Naturaleza es una buena vía para respetar la belleza de las cosas y aprender a usarlas sin abusar de ellas.
—¿Y los jóvenes le gusta?

—Pues sí. Como todas las actividades son voluntarias, se apuntan a lo que más les atrae y desde allí se encuentran a gusto. En las acampadas, toman los apuntes de sus descubrimientos, de sus interrogantes, y en el tiempo de la puesta en común exponen sus datos, con lo que todos se enriquecen escuchando la aportación de cada uno. Al final de la jornada, se palpa la satisfacción de haber adquirido nuevos conocimientos con la participación de todos. La Naturaleza es uno de los mejores campos educativos, se enseña y se aprende con facilidad e interés y nos hace consciente del valor específico de cada ser. Esto es interesante porque muchas veces no usamos la capacidad de percibir lo que el hábitat nos ofrece, embaucados en nuestro entorno urbano de asfalto y máquinas. Por eso el fin de estas salidas es el ir despertando en ellos la conciencia de que el mundo es más amplio que su círculo cotidiano y no podemos ignorar que todo es útil y necesario, y nunca permitirnos el despreciarlo o destruirlo. Con esto descubren su responsabilidad ante la polución, los desperdicios, los gases tóxicos, el peligro de los incendios forestales… en fin todo lo que está a su alcance que puede llevar al deterioro de la biosfera o de cualquier otra parte del desarrollo de la naturaleza que tan inconscientemente maltratamos. A veces pienso que, si alguien nos viera desde otro planeta, no comprendería cómo seres inteligentes tratan de destruir algo tan vital para ellos mismos.
—¿Sentís la problema del destrucción ecológica?
—A nivel local no mucho, el tema se sitúa como una toma de conciencia a nivel planetario. Creemos que a un ciudadano ecológico le debe interesar la higiene ambiental, el respeto a los seres vivos y su desarrollo, la protección de todo lo que genera vida, pero también tiene que ser consciente de la justa distribución de los recursos de la naturaleza, que es uno de los temas más olvidados en los países industrializados.
—¿Son muchos los ecologistas en este país?
—Hay gente inquieta por la sostenibilidad ecológica y se asocian para tener voz ante la sociedad, pero nosotros queremos ir más allá. En el fondo de nuestro proyecto educativo lo que pretendemos es ayudar a las futuras generaciones a ser personas capaces de sentir amor, interés e ilusión por la vida que les rodea. Esto no cuadra mucho dentro de una sociedad que se empeña en hacer de ellos robots, donde todas sus capacidades se reducen a tener en sí un almacén de datos y una formación puramente tecnológica. Esto está bien para las máquinas, pero en mi opinión, las personas somos algo más. ¿No te parece?
—¡Por supuesto! También quería que me contaras que es eso de los programas comarcales.
—¡Ah! es otra proyección de estos cursos. Durante las vacaciones estivales los jóvenes participan en los intercambios de desarrollo ecológico comarcales.
—¡Explícame esto!
—Pues verás. Puesto que nuestros jóvenes suelen vivir en la ciudad y tienen poco contacto con la naturaleza, en verano marchan a pueblos y aldeas donde conviven con sus habitantes, enriqueciéndose mutuamente con la experiencia. Allí participan, junto con lo específico de cada lugar, de talleres diversos que les hace tomar conciencia del ahorro ecológico, reciclaje y cuidado del medio ambiente, en fin, programas sencillos que les despierta su responsabilidad personal y colectiva ante el respeto y colaboración del mantenimiento de la naturaleza. Todo esto, les enseña a valorar las riquezas de otras personas que no viven como ellos y también les hace madurar en las relaciones humanas a nivel más amplio.
—¡Qué interesante!
—Sí que lo es. Esto es una manera creativa de ir fomentando entre ellos un nuevo estilo de colaboración, complementariedad y de desarrollo no sólo físico sino también relacional. Con ello se van preparando para ser ciudadanos abiertos a intereses humanos con una mira más amplia que la del comercio de la ciudad. Desde ahí pueden romper barreras y diferencias, reconociendo y agradeciendo los valores de las distintas realidades. ¿No te parece?
—¡Claro, claro!
—Otro programa vacacional son los cursos de voluntariado. En ellos los jóvenes se van preparando para ser futuros monitores de las nuevas generaciones.
—¡Me maravilla la dedicación que tenéis!
Interesante. Me gustó mucho. Soy un admirador nato de este Papa. Excelente entrevista o conversación. Un abrazo mi amiga querida y muchas bendiciones. Cuídate mucho.
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Verdaderamente el Papa Francisco es un buen hombre. Hay que rezar por él, hoy le he visto muy envejecido en la televisión.
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Muy bien. En esta narrativa los jóvenes y la tierra se encuentran, se comienzan a conocer y se interesan. Pero crecen y se olvidan de ella, la tierra.
Los domina la tecnología (y yo soy una persona que siempre he vivido de ella y fanático ávido de lo nuevo al 100%) y la natura pasa quizás a tener la misma importancia que los cordones de los tenis: los usamos cada vez que nos ponemos los tenis, pero ni nos damos cuenta que existen…hasta que se rompen…
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Si, ese es el peligro de nuestra sociedad, que se empeña en destruir nuestro buenos hábitos, pero mejor tenerlos, aunque podemos perderlos, que ignorarlos de raíz ¿no te parece? Siempre algo puede quedar o volverlos a recuperar, ¿quién sabe?
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