CONSTRUIR UNA HISTORIA DISTINTA

Si miramos a nuestro presente, hemos de reconocer que el sistema que gobierna el mundo en estos momentos no se puede calificar como modélico de humanidad solidaria, ya que conduce a una minoría de privilegiados a un bienestar desequilibrado y deshumanizador, y arruina gravemente la vida de muchas personas, conduciéndolas a ser cada vez más pobres y vulnerables. Las profundas injusticias de nuestras sociedades no hacen viable el objetivo del bien común de la humanidad y por este camino nunca conseguiremos hacer de nuestra Tierra la casa saludable y próspera para todos.

¿Quién es más que quién? ¿Qué tipo de mundo queremos dejar a nuestros niños? ¿Cómo podemos colaborar a la construcción de una historia distinta? Esta situación pide un esfuerzo conjunto que apela a nuestros mejores valores comunitarios.

Necesitamos, si de verdad queremos salir adelante, hacer de este mundo un lugar mejor para el bienestar de todos, colaborando en lo cotidiano para que sea realidad el bien común. Para que juntos construyamos un futuro más justo y sostenible. Da igual quien gobierne, si no cambiamos nuestra actitud y empezamos cada uno a poner lo mejor de nuestro a ser, los valores y dones recibidos en favor de la causa común, terminaremos destruyendo esta humanidad que se nos ha dado para desarrollarla con amor. Es verdad que todos somos llamados a esta tarea, pero no todos saben o quieren comprometerse en este proyecto existencial.

Si te das una vuelta por mi blog, verás que describo a un colectivo humano que prácticamente se ha tomado en serio esta tarea. Hoy voy a trasmitirte una conversación que espero enriquecerá lo que ya vengo comentando.  

 Me parece que nos estamos acercando al centro de las motivaciones existenciales de esta gente. Hace unos días volvía por la tarde del colegio, cuando me encontré con Dña. María, la madre de Marta; iba yo a coger el ascensor cuando me llamó y me invitó a tomar un café. Yo, sin más urgencia que hacer, acepté, pues me apetecía tener la oportunidad de charlar con alguien de su experiencia.

—Hay una cosa que me viene a la cabeza desde que estoy aquí y cuando más voy conociendo más me preocupo.

—¿De qué se trata?

—Pues verá. Yo quiero saber cómo ven los de fuera todo esto que aquí vivís.

—¿Los de fuera? … ¿Qué quiere decir?

 —Bueno, que quiero saber qué dicen de este modo de vivir las personas que no pertenecen a este grupo.

—¡Ah, ya! Pues mira, hay de todo. A veces les parece que obramos bien, pero no siempre. Eso de luchar por los derechos de los demás, el denunciar las injusticias, el poner en evidencia los intereses egoístas de los poderosos que explotan a los pobres sin voz… en fin, todas estas cosas, como comprenderás, no pueden agradar a los que se ven acusados. Es natural que estas denuncias les resulten incómodas. Por eso se tropieza con muchas dificultades y riesgos.

—Ya veo.

—Hay que obrar con mucha cautela y tacto en estos casos, pues sin duda hemos de reconocer que se necesita mucho valor para enfrentarse a ciertas situaciones, pero no por eso se puede dejar de hacer lo que en conciencia se cree que es un deber de todo hombre de buena voluntad. 

—Sí, pienso que no siempre es fácil. Pero también hay gente que lo ve bien ¿no?

—¡Por supuesto! Gracias a Dios, también las hay. Y suelen ser las personas más sanas. Algunas lo aprueban, pero no quieren comprometerse, nos miran desde lejos y nos aplauden, pero nada más. Otras prometen, pero luego se desentienden o lo van posponiendo. Pero también las hay que nos acogen con agrado, nos ayudan e incluso se unen implicándose de por vida en esta causa. 

—¡Qué bien!

—Sí. Poco a poco nos van conociendo y se va ganando terreno, pues nuestro empeño, no es ni más ni menos, que el de cualquier persona que vive incómoda entre una ciudadanía insolidaria y le gustaría construir una historia distinta, donde todos los hombres y mujeres se vean tratados con justicia y dignidad dentro de una sociedad libremente democrática.

Hizo una pausa para beber un sorbo de té y prosiguió:

—Por eso, la gente nos respeta y se admiran de nuestra forma de vivir, pero no todos nos comprenden y a veces nos encontramos ante puertas cerradas o gestos despectivos, cuando no agresivos.

—¿No tenéis enemigos? Quiero decir ¿gente que no esté de acuerdo y os haga mal?

—¿Qué sociedad no los tiene? Pero como nuestro empeño es construir la justicia con las armas de la paz, intentamos no enfrentarnos con los que nos provocan.

—¿Por qué si todo parece tan positivo os atacan?

—Pienso que porque somos una denuncia a su modo negativo de actuar.  Además, tienes que tener en cuenta que no siempre nos salen las cosas bien, pues somos humanos y aunque tratamos de ir conquistando terreno al mal que hay dentro de nosotros, no siempre se ganan las batallas inmediatas. Esto es una lucha de por vida, por lo que tenemos que ser humildes y contar con nuestros fallos personales y comunitarios y esto puede dar pie a tergiversaciones, malentendidos o inclusos ataques.

—¿Y cómo se castiga al que obra mal?

—Bueno, ya te he dicho que nuestra revolución es pacifista por tanto cuando alguien comete un delito, preferimos negociar la reconciliación por medio de un diálogo en el que está, por nuestra parte, asegurado el perdón.

 —Entonces ¿nunca usan castigo?

—Nunca. ¿Te sorprende?

—Pues sí.

—Mira, perdonar desde lo más profundo, es un acto que está ligado al amor gratuito. Como humanos aquí también nos enfrentamos con el mal. Hay que saber reconocerlo para corregirlo, pero la experiencia nos va enseñando que nunca se puede llegar a una aceptación de las debilidades y fallos del otro si no aceptamos el ser tan frágil nosotros mismos, como los demás. Al ponerte a censurar los errores ajenos, es muy sano empezar por reconocer tu propia realidad, ponerte en lugar de él, preguntarte cómo verías la situación si tú fueras el acusado, así seguro que serás más benévolo y misericordioso ante las equivocaciones del otro. Por eso, para restaurar la convivencia empezamos por intentar limpiar en nuestro interior todo el resentimiento que nos han producido los daños causados por el hermano que trato de perdonar, entonces es cuando estamos preparados para denunciar el mal y declarar sentencia sin rechazar a su autor.

 —Todo esto es extraño. Yo sigo pensando que el delincuente debe pagar con el castigo.

—Quizás eso saldrá bien con los animales que no razonan, pero creemos que las personas son capaces de llegar a descubrir sus fallos y enmendarse si alcanzan a ver el mal en sí mismo, hemos de darles una segunda oportunidad a pesar del riesgo de que, como humano que es, vuelva a caer.

—Sí, veo que ese riesgo existe.

 —De todas las maneras, aunque puede haber otros métodos más satisfactorios a corto plazo, preferimos correr el riesgo y embarcarnos en el camino del perdón como única vía de la reconciliación fraterna. El arrepentimiento y la rehabilitación del que ha delinquido, nos parece que tiene que estar conectada con la auténtica acogida del perdón, sin pasar nunca factura. Te aseguro que los resultados son buenos e incluso en ocasiones mejor que los que conocemos por otros métodos penitenciales.

—Esto rompe todos mis esquemas judiciales.

—Tal vez, pero cuando tengas detrás una buena carga de experiencia de vida vivida con más o menos cicatrices, espero que puedas llegar a desmitizar muchos esquemas.

—Eso espero.

—Mira, los años me han enseñado que la sabiduría no está en el castigo ni en la humillación del delincuente, sino en su profunda conciencia de rehabilitación y arrepentimiento. Así que ¿por qué actuar con dominio autoritario y violencia cuando lo que se busca es una reconciliación con la sociedad?

 —Y ¿qué pasa cuando vuestros métodos fallan?

—Nunca se puede olvidar que el trigo y la mala hierba crecen juntos en nuestro interior, y que hay que intentar por todos los medios que triunfe el bien, pero no siempre se consigue, ahí está en juego la propia libertad, y entonces lo único que nos queda es condenar la falta, pero nunca al sujeto

—Ud. que es una persona de más edad, ¿cree que vale la pena? ¿Tiene esto futuro?

 —Para serte sincera te diré que estoy contenta de cómo va saliendo este proyecto. Año tras año veo madurar a esta gente y eso me hace crecer en confianza, a pesar de las incoherencias personales. Veo que tiempos mejores están brotando entre nosotros y te lo dice alguien que ha vivido lo suficiente como para poder dar un juicio que sólo los años pueden dar. Es verdad que la sociedad cambia, pero hemos de estar atentos, para dar respuestas nuevas ante las nuevas situaciones.

—¿Cuáles son los mayores enemigos?

—Yo te lo resumiría diciendo que es la maldad que hay en el interior del hombre. La ambición, el deseo de poder y dominio, el vivir para acumular riqueza, poder o prestigio. Sobre todo, el egoísmo y la soberbia. Son estos los antivalores que van debilitando cualquier desarrollo social. Son gestos que ahogan el crecimiento de la buena semilla que hay en todo ser humano.

 —Y ¿se avanza?

—Por lo menos se intenta. Pero yo te diría confidencialmente que hay muchas personas que han alcanzado una madurez humana increíble. Esto supone el vivir la verdadera dimensión del hombre libre. Libre de todas las presiones sociales que esclavizan, libres para poner todos sus valores, toda su riqueza personal, al servicio de esta sociedad que entre todos queremos ir construyendo. Aunque para ello se tenga que pasar por renuncias personales.

Creo que hay que tomarse la vida en serio siendo responsable de nuestros actos, asumiendo lo que hemos hecho mal hasta hoy y modificando nuestras actitudes para colaborar en construir un futuro mejor para el conjunto de los humanos. Porque con cada pequeño acto individual se refuerza la unidad de la sociedad, siendo más justos, menos egoístas y más solidarios con todo el mundo colaboramos a establecer el bien común de toda la humanidad, comenzando por los que tratamos cotidianamente. 

Pienso que estos momentos extraordinarios que estamos viviendo, pueden ser la puerta de un tiempo nuevo. Muchas cosas pueden cambiar. Pero ten la certeza de que la vida nos está haciendo una nueva propuesta en el quehacer rutinario. ¿Sabremos entenderla? ¿Creemos que un mundo mejor es posible?

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