Aprovechando que ya se puede viajar, me voy de vacaciones, así que en todo el mes de julio no me comunicaré con vosotros (aunque os seguiré leyendo desde mi móvil) porque me voy a dejar el ordenador en casa.
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Narrador — Muchas gracias Señorías, por tan espléndida exposición. Aquí hay otra institución de poder que aún no ha tomado la palabra.
El poder religioso — Si, soy la voz de la conciencia humana. Prácticamente gobierno en solitario pues no suelo tener poder físico ni económico como para enfrentarme con las otras instituciones. Mi campo suele ser el intelectual y el del pensamiento. Prácticamente suelo identificarme con la autoridad moral.
La fuerza moral — Bueno, pero yo también estoy aquí. No puede olvidar su Señoría que me tiene a su lado, que le he sacado de muchos apuros a lo largo de la historia, pues a veces se ha mostrado algo débil.
El poder religioso — Está bien, he de admitir esto como cierto. Cuando no convenzo a las buenas con sólo mis argumentos, a veces he echado mano de la fuerza moral, que es en realidad mi único recurso para ganarme a las personas en los tiempos difíciles. Cuando me veo sin prestigio por no actuar con la dignidad que corresponde a mi cargo de líder religioso, a veces he caído en la tentación de usar recursos indignos como son las fuerzas de mi poder.
La fuerza moral — Bueno, no se trata aquí de defender mi causa, pero hay que reconocer que muchísimas veces le he sacado a su Señoría de hundirse a través de la Historia.
La autoridad moral — Es cierto, y ¡cuántos disparates hemos hecho juntos escudándonos en nuestro prestigio de representantes de Dios y acudiendo a una sinceridad falsa!
La fuerza moral — Así es. Y yo he aprovechado la coyuntura para ganarme con destreza la voluntad de las personas sencillas que se fiaban de una autoridad sincera.
El poder religioso — Si, las autoridades religiosas poseemos un poder muy grande de credibilidad antes nuestros fieles y aunque no solemos actuar con intrigas o chantajes, a veces, se mete ese por en medio, usurpando mi puesto, y se vale de nuestro prestigio para coaccionar a la gente sencilla que confía en nuestro saber y honradez.
La fuerza moral — La verdad es que yo actúo en cualquier estamento de poder, tratando siempre de ganarme a la gente con mis artes de conquistador público.
La autoridad moral — Por eso, para librarse de las pretensiones amorales de su Señoría, toda persona tiene que estar bien formada e informada, intentando estar permanentemente al día de los acontecimientos cívicos y religiosos, para saber hacer frente a los desvíos de cualquier orden, tanto en un campo como en otro, pues usted usa su astucia y sus artes en todos los órdenes. Somos humanos y podemos, desde cualquier estamento institucional o privado, abusar de nuestro poder.
La fuerza moral — Por mucho que se empeñe, yo sé cómo convencer con mi simpatía y mi capacidad seductora en cualquier estamento de pensamiento.
La autoridad moral — De ahí mi insistencia. Quiero advertir a todos los ciudadanos para que estén alertas ante las sutilezas ideológicas que puedan confundir nuestros esquemas mentales. ¡Estad atentos a la manipulación de esa fuerza moral que actúa en cualquier ámbito social! Y no pocas veces nos tragamos su malicia aun inconscientemente.
La fuerza moral — ¡Je, je, je…! Yo soy como una sutil tela de araña que sigilosamente se apodera de la opinión pública y cambio la mente de los inocentes ciudadanos.
La autoridad moral — Como podéis comprobar, este es un ser peligroso, por lo que os aconsejo que intentéis ser más precavidos con él, mejorando el nivel cultural y buscando siempre una sana información. Así evitaremos el ser utilizados por los intereses particulares de las fuerzas de poder imperantes.
La Fuerza moral — Mire, si es capaz de guardar un secreto, le diré que yo sólo funciono por mis propios intereses, que en el fondo sólo pretendo el poder para gozar de prestigio, dominio y riqueza personal, todo esto es lo que busco con mis artimañas de poder convincente. Y le aseguro que estoy bastante satisfecho de cómo me van las cosas, en todos los campos del poder.
El poder religioso — Bueno, pero no olvide que cuando actúa en mi campo se convierte en un hereje condenable por la causa divina. Por su poder ansioso de dominar las voluntades de mis fieles, en el “nombre de Dios” ha hecho muchas barbaridades a lo largo de la historia. Yo propongo hoy que su santo nombre no sea pronunciado más que en la humilde escucha del Espíritu. Él nos librará de tantas manipulaciones sospechosas.
La fuerza moral — ¡Vamos, no se ponga tan dramático! ¡No es para tanto!
La autoridad moral — ¡Calle, que sus decisiones nunca son según el proyecto de Dios, a quien solo quiero servir! ¡Quien cae en sus redes tiene que saber que se condena a vivir en una existencia rastrera y falsa!
La fuerza moral — Ya veo que está muy caliente.
La autoridad moral — Llámelo como quiera, pero le aseguro que cualquier persona bien preparada, es capaz de desenmascararle. Su capacidad de emitir juicios personales, le coloca en una situación ventajosa ante las solicitudes engañosas de los poderosos.
La fuerza moral — Está visto que eternamente seremos enemigos. Nunca me deja su Señoría campo libre para salirme con la mía. ¡Le odio!
Narrador — ¡Bien, bien, señores! Cortemos las luchas por el poder y demos por terminada la sesión con paz y armonía.
Confiamos en que estos meses de confinamiento, sirvan de experiencia y aprendizaje. Tengo noticia de que, en estos momentos tan críticos, están surgiendo propuestas de redes de cooperación y reflexiones que apuntan a cambios necesarios para construir una sociedad más justa, donde el primer valor sea la vida digna de todas las personas.
Y yo me pregunto: ¿cuáles son mis pensamientos, mis preocupaciones, mis intereses, mis búsquedas?
Ojalá que todo esto desemboque en nuevos frutos y nuevo impulso para construir un mundo más fraterno.
Narrador — Veamos como los señores políticos plantean su programa de gobierno.
El poder científico — ¡Un momento! Ya que la fuerza física me nombró como su colaborador, quisiera tener la oportunidad de exponer mi postura a favor del progreso.
Narrador — ¡Adelante!
El poder científico — Alego que en principio no se puede ver a la ciencia como una enemiga de la humanidad. Me siento orgullosa de poderme considerar uno de los padres del progreso. Yo he colaborado muchísimo en el avance de la historia con mis descubrimientos, con mi incansable entrega a una labor investigadora dura y muchas veces poco reconocida. ¿Qué me dicen de las comodidades que disfrutamos hoy? Pregúntenles a nuestros antepasados si vivían mejor sin luz eléctrica, sin agua corriente, sin tantos aparatos electrodomésticos, sin tanta facilidad para mantener la salud, para ser intervenidos quirúrgicamente, con aquellos incómodos medios de transporte, sin tantas facilidades de comunicación como hoy puede utilizar cualquier ciudadano… En fin, que la ciencia está para liberar al hombre de sus limitaciones y esclavitudes. Pero he de reconocer que a veces, generalmente por culpa de las necesidades económicas, hemos caído en las redes del poder político o económico, olvidándonos de que nuestra única misión específica es la de servir a la humanidad ayudándole a su propio bienestar. Es en estas situaciones cuando pierdo mi propia identidad y me convierto en la fuerza científica colaboradora de los poderes impositivos.
Narrador — Muy buena intervención, ¡sí señor! Ahora oigamos a los señores políticos.
La autoridad política —Empezaré definiendo la política como la actividad humana que mira a un orden de convivencia mediante el poder decisorio.
La fuerza política — Permítame añadir que nuestro poder siempre tiene que ir respaldado por la fuerza armada y la económica. Una buena administración política se cubre con un ejército bien disciplinado y un campo financiero boyante.
La autoridad política — La verdad es que no estoy al cien por cien de acuerdo con mi colega. Pero tengo que aclarar que, puesto que nuestro poder es decisorio, tenemos que tener mucha autoridad, ser un líder con capacidad de arrastre y ganarnos al ciudadano porque confía en nuestro programa organizativo, en nuestro empeño por mejorar la Nación, teniendo como meta su progreso y desarrollo, a favor del bienestar de todos y cada uno. Y todo esto, hemos de demostrárselo con hechos que avalen nuestras palabras.
La fuerza política — Esto suena muy bien, pero para organizar la sociedad ideal, hay que empezar por pedir a cada ciudadano que se fíe de nuestro programa y secunden nuestras decisiones, después ya veremos como lo llevamos a cabo.
La autoridad política — Estoy de acuerdo, pero no olvidemos que nuestro papel es el de servir al bien común y que cuanto emprendamos ha de ir enfocado a satisfacer los intereses legítimos de todos los ciudadanos que han puesto su confianza en nuestro poder de decisión.
La fuerza política — Creo que debemos de concretar a que intereses nos referimos.
La autoridad política — Sin duda a los intereses que cubren las necesidades de todos nuestros ciudadanos. Primero de todo, la persona debe estar satisfecha, no sólo por subsistir sino por poder disfrutar de una existencia estable y digna, que abarque la alimentación, el vestido, la vivienda, la salud, la educación, el trabajo… Por eso hemos de ponernos en diálogo con nuestros compañeros del poder económico y llegar a una buena organización de distribución de bienes y recursos.
La fuerza política — O sea que, según su Señoría, empezaríamos por una justicia social ¿no
La autoridad política — A sí es. Después vendría el segundo paso. A la persona le interesa relacionarse armónicamente con sus conciudadanos, por lo que le debemos ofrecer el llegar a una convivencia pacífica y corresponsable, donde el enriquecimiento sea recíproco en un clima de solidaridad y libertad para todos.
La fuerza política — Esto es muy bonito, pero dígame, ¿cómo soluciona los problemas que suelen causar los ciudadanos inadaptados, los insocialmente conformistas, los que causan problemas al bienestar común?
La autoridad política — Pues… entonces… Hay que acudir al poder judicial, que en principio debe ser justo y proceder por encima de prejuicios y cualquier elemento corruptivo.
La fuerza política — ¡Eso es! Aquí entrarían las fuerzas armadas del orden público, la policía y el poder judicial. ¡Duro con ellos!
La autoridad política — ¡Hombre, tampoco se trata de ser agresivos! Pero por desgracia, no estamos en el paraíso, y en todo orden social se requiere del ejercicio del poder judicial, para controlar los desvíos de los ciudadanos que no aceptan las reglas civiles. Aunque yo no lo plantearía como una amenaza pública, sino como una administración de la justicia en el más pacífico de sus manifestaciones. Como un deber social para mantener el orden cívico.
La fuerza política — Está bien. Volvamos a los hechos. ¿Ya ha terminado sus propuestas para cubrir las necesidades de los ciudadanos?
La autoridad política — No, existe un tercer y último nivel, que es el más humanizadora. Se trata de cultivar en la persona los intereses por el desarrollo de los valores que más le dignifica.
Puedes tener una sociedad muy bien alimentada, vestida, cómoda y en buenas relaciones con sus vecinos, si se para aquí tu organización social, habrás alcanzado un estado de bienestar de muy escaso nivel. El hombre es mucho más que eso. Hay que proporcionar al ciudadano la riqueza del arte, poesía, ética, estética… filosofía y religión. Hay que ayudarle con todo esto a cultivar su riqueza interior. Si nos planteamos el colaborar socialmente a su desarrollo integral, tendremos que planear y operar en estos tres niveles. Y si olvidamos este último, habremos atrofiado su parte más genuinamente humana.
La fuerza política — ¡Y yo que me hice político para conseguir poder, prestigio y un buen dominio de la sociedad!
La autoridad política — Pues me temo que se equivocó de carrera. Porque cuando el poder político no está a favor de todos los ciudadanos, se expone a llevar la sociedad hacia el fin de una convivencia civil. Este es el riesgo de la toma de decisiones políticas.
La fuerza política — Si esto es así, ¿Cuál es nuestro poder real de decisión?
La autoridad política — Nuestra capacidad real de decisión debe tener en cuenta siempre el protagonismo de los ciudadanos. De tal manera que las decisiones objetivas estarán en función de las demandas de la sociedad civil.
La fuerza política — O no le he entendido bien o me parece que quiere decir que hay que conducirse haciendo caso a lo que la gente desea o piensa.
La autoridad política — ¿Por qué no? El protagonismo civil acrecienta la participación de la población y si nuestras decisiones tienen que estar al servicio de las necesidades del ciudadano ¿dónde mejor buscar lo que necesitan si no es a través de sus demandas?