Narrador — Muchas gracias Señorías, por tan espléndida exposición. Aquí hay otra institución de poder que aún no ha tomado la palabra.
El poder religioso — Si, soy la voz de la conciencia humana. Prácticamente gobierno en solitario pues no suelo tener poder físico ni económico como para enfrentarme con las otras instituciones. Mi campo suele ser el intelectual y el del pensamiento. Prácticamente suelo identificarme con la autoridad moral.
La fuerza moral — Bueno, pero yo también estoy aquí. No puede olvidar su Señoría que me tiene a su lado, que le he sacado de muchos apuros a lo largo de la historia, pues a veces se ha mostrado algo débil.
El poder religioso — Está bien, he de admitir esto como cierto. Cuando no convenzo a las buenas con sólo mis argumentos, a veces he echado mano de la fuerza moral, que es en realidad mi único recurso para ganarme a las personas en los tiempos difíciles. Cuando me veo sin prestigio por no actuar con la dignidad que corresponde a mi cargo de líder religioso, a veces he caído en la tentación de usar recursos indignos como son las fuerzas de mi poder.
La fuerza moral — Bueno, no se trata aquí de defender mi causa, pero hay que reconocer que muchísimas veces le he sacado a su Señoría de hundirse a través de la Historia.
La autoridad moral — Es cierto, y ¡cuántos disparates hemos hecho juntos escudándonos en nuestro prestigio de representantes de Dios y acudiendo a una sinceridad falsa!
La fuerza moral — Así es. Y yo he aprovechado la coyuntura para ganarme con destreza la voluntad de las personas sencillas que se fiaban de una autoridad sincera.
El poder religioso — Si, las autoridades religiosas poseemos un poder muy grande de credibilidad antes nuestros fieles y aunque no solemos actuar con intrigas o chantajes, a veces, se mete ese por en medio, usurpando mi puesto, y se vale de nuestro prestigio para coaccionar a la gente sencilla que confía en nuestro saber y honradez.
La fuerza moral — La verdad es que yo actúo en cualquier estamento de poder, tratando siempre de ganarme a la gente con mis artes de conquistador público.
La autoridad moral — Por eso, para librarse de las pretensiones amorales de su Señoría, toda persona tiene que estar bien formada e informada, intentando estar permanentemente al día de los acontecimientos cívicos y religiosos, para saber hacer frente a los desvíos de cualquier orden, tanto en un campo como en otro, pues usted usa su astucia y sus artes en todos los órdenes. Somos humanos y podemos, desde cualquier estamento institucional o privado, abusar de nuestro poder.
La fuerza moral — Por mucho que se empeñe, yo sé cómo convencer con mi simpatía y mi capacidad seductora en cualquier estamento de pensamiento.
La autoridad moral — De ahí mi insistencia. Quiero advertir a todos los ciudadanos para que estén alertas ante las sutilezas ideológicas que puedan confundir nuestros esquemas mentales. ¡Estad atentos a la manipulación de esa fuerza moral que actúa en cualquier ámbito social! Y no pocas veces nos tragamos su malicia aun inconscientemente.
La fuerza moral — ¡Je, je, je…! Yo soy como una sutil tela de araña que sigilosamente se apodera de la opinión pública y cambio la mente de los inocentes ciudadanos.
La autoridad moral — Como podéis comprobar, este es un ser peligroso, por lo que os aconsejo que intentéis ser más precavidos con él, mejorando el nivel cultural y buscando siempre una sana información. Así evitaremos el ser utilizados por los intereses particulares de las fuerzas de poder imperantes.
La Fuerza moral — Mire, si es capaz de guardar un secreto, le diré que yo sólo funciono por mis propios intereses, que en el fondo sólo pretendo el poder para gozar de prestigio, dominio y riqueza personal, todo esto es lo que busco con mis artimañas de poder convincente. Y le aseguro que estoy bastante satisfecho de cómo me van las cosas, en todos los campos del poder.
El poder religioso — Bueno, pero no olvide que cuando actúa en mi campo se convierte en un hereje condenable por la causa divina. Por su poder ansioso de dominar las voluntades de mis fieles, en el “nombre de Dios” ha hecho muchas barbaridades a lo largo de la historia. Yo propongo hoy que su santo nombre no sea pronunciado más que en la humilde escucha del Espíritu. Él nos librará de tantas manipulaciones sospechosas.
La fuerza moral — ¡Vamos, no se ponga tan dramático! ¡No es para tanto!
La autoridad moral — ¡Calle, que sus decisiones nunca son según el proyecto de Dios, a quien solo quiero servir! ¡Quien cae en sus redes tiene que saber que se condena a vivir en una existencia rastrera y falsa!
La fuerza moral — Ya veo que está muy caliente.
La autoridad moral — Llámelo como quiera, pero le aseguro que cualquier persona bien preparada, es capaz de desenmascararle. Su capacidad de emitir juicios personales, le coloca en una situación ventajosa ante las solicitudes engañosas de los poderosos.
La fuerza moral — Está visto que eternamente seremos enemigos. Nunca me deja su Señoría campo libre para salirme con la mía. ¡Le odio!
Narrador — ¡Bien, bien, señores! Cortemos las luchas por el poder y demos por terminada la sesión con paz y armonía.
Confiamos en que estos meses de confinamiento, sirvan de experiencia y aprendizaje. Tengo noticia de que, en estos momentos tan críticos, están surgiendo propuestas de redes de cooperación y reflexiones que apuntan a cambios necesarios para construir una sociedad más justa, donde el primer valor sea la vida digna de todas las personas.
Y yo me pregunto: ¿cuáles son mis pensamientos, mis preocupaciones, mis intereses, mis búsquedas?
Ojalá que todo esto desemboque en nuevos frutos y nuevo impulso para construir un mundo más fraterno.