LA CONDICIÓN FEMENINA (1)

Vamos hoy a comenzar un nuevo capítulo que nos llevará unas cuantas semanas, pero vale la pena recrearnos en su lectura porque describen el talante interesante de la personalidad de Marta, la enfermera del grupo.

Es su amiga Sara la que la va definiendo y con ella va marcando un modelo de mujer entregada a servir a los demás.

Encabeza M95 el capítulo narrando sus primeras impresiones sobre esta persona tan interesante.

Marta es una gran mujer, amiga incondicional de todo aquel que se le acerca. Vive con su madre, pero ésta sabe que tiene que asumir el estilo peculiar de los compromisos existenciales de su hija y procura ser una buena colaboradora en todas sus actividades. Su casa está siempre abierta para todo el que la requiera y más de un/a joven con problemas ha pasado el tiempo que ha necesitado, compartiendo sus preocupaciones con estas dos mujeres. Marta les inculca la ilusión por la vida, les hace descubrir los valores por los que uno tiene que ser capaz de jugarse el tipo, trata de ayudarles a comprender que la paz y la alegría de vivir dependen de las motivaciones que llenan la existencia de cada uno. Y así, poco a poco, les va llevando a cambiar de actitud frente a las dificultades que sin duda seguirán encontrando, pero que, desde esa relación, se saben con nuevas fuerzas para enfrentarse a ellas. Todos reconocen que allí siempre encontrarán unas desinteresadas amigas dispuestas a echarles una mano. Marta es compañera de Sara desde la infancia. Juntas pasaron las primeras peripecias de la niñez adolescencia y juntas conocieron a Andrés y su manera de enfocar la vida. Cuando ellos decidieron formar una familia, Marta se les unión incondicionalmente, formando un trío de una fuerte influencia en el ambiente donde se mueven. Más tarde, cuando terminó sus estudios de enfermera, decidieron juntos la conveniencia de especializarse en el campo de la drogadicción. Como todos ellos, dedica su tiempo libre a dar gratuitamente una orientación formativa de su especialidad en el club del barrio. Seminarios de medicina preventiva, planificación familiar, primeros auxilios… Después de la conversación que tuve con ella, a raíz de los acontecimientos anteriores, me interesaba saber de su persona, por eso he pensado que la más indicada para darme la información perfecta era Sara.

Aprovechando que tenía la mañana libre, pues mis alumnos se han ido a visitar el museo Prehistórico de la ciudad, me he acercado a la biblioteca a probar suerte y la he tenido, pues son pocas las personas que acostumbran a usarla a esas horas de la mañana y hemos podido conversar prácticamente sin interrupciones. Era el primer día que la veía después de lo ocurrido a su hijo la semana pasada.

(El niño quedó ciego a consecuencia de una meningitis bacteriana)

—¿Qué tal estás?

—Pues mira, haciéndome el ánimo, porque esto es algo que te viene y te coge de sorpresa, pero no puedes darte porrazos contra la pared, la vida te da duros golpes y hay que ir aprendiendo a asumirlos y a ir caminando con ello.

—¿Y cómo está el niño?

—¡Imagínate!  A él le cuesta más que a mí, pues a su edad no se tiene los recursos que podemos buscar los adultos, pero hemos tenido la suerte de que Elsa lo sabe llevar muy bien y parece que va adaptándose a su nueva realidad.

—¡Ah sí! Ya recuerdo que Elsa está trabajando de niñera con tus hijos.

—Sí, ha sido un buen regalo, pues es una chica muy responsable y se ha encariñado mucho con los pequeños.

—Es suerte por las dos partes, pues para ti también es un descanso.

—Ya lo creo, además Marta quiere, aprovechando su condición de enfermera, asistir a un curso de educadores de invidentes, que se va a impartir en las vacaciones de invierno, para poder luego orientarnos en la tarea de ayudar a Daniel a desenvolverse con habilidad en su nueva situación.

—Pero, me contó su madre, pensaba pasar las vacaciones con ella en un balneario en el norte del país. ¿Cómo va a poder estar en las dos cosas?

—Bueno. No es la primera vez que sus planes pasan a segundo término cuando alguien la requiere. Estoy segura de que lo hubiera hecho por cualquiera de nosotros. Se sabe miembro corresponsable en esta gran familia que estamos entre todos construyendo. Por eso sus intereses, tanto personales como familiares y profesionales, están siempre en función de las urgencias que le pide el ir favoreciendo la hermandad comunitaria que intentamos vivir.

—¡Ah! Por eso ayudar a vosotros pasó antes de sus vacaciones ¿no?

—Exacto. Esta tarde mismo va a cancelar el viaje y a matricularse en ese curso. Su talante de vida solidaria se descubre en estos gestos concretos de disponibilidad.

—Pero ¿esto lo que hacéis todos o es algo de ella?

—Mira, aquí a nadie se le obliga a dar más de lo que su propia generosidad le exige. Pero tratamos de ir creando en nosotros una conciencia opuesta al individualismo, para liberarnos de ataduras egoístas y buscamos estilos de vida propios de la agilidad de los que han puesto su existencia al servicio del hermano que te reclama por su necesidad.

—¡Esto es muy obligado!

—Pues sí. A esta gestión, que nos coge la vida, consagramos, no sólo nuestro tiempo libre, sino toda nuestra existencia. Por eso, cuando llega el caso, pasa por delante de nuestros planes personales.

—Una cosa así, supone mirar primero a los problemas de los otros.

—Ya veo que lo vas entendiendo. Nosotros pretendemos ser sal de la tierra. Sal que hace su servicio sin ser notada, que no se ve pero que se necesita y se le hecha de menos si falta; sal que se hecha mano de ella para que dé buen sabor, para que el conjunto del guiso se beneficie al estar allí, sin ser visible pero útil. O como la levadura, que se sabe de su presencia porque es la que hace crecer. Todo esto es imprescindible para que la fraternidad vaya desarrollándose.

—Así dices tú que es Marta ¿verdad? Como la sal y como la levadura en esta sociedad.

—Sí, somos amigas de toda la vida, por eso creo que hago justicia al definirla así. Este es el estilo de Marta. Tiene la gracia de estar siempre disponible, a punto para sacar a cualquiera de un apuro. Está siempre ahí para echar una mano, para cubrir una necesidad, incluso para remediar un desagravio. Está ahí siendo sal, luz, levadura… en fin construyendo el Reino con sus actitudes de disponibilidad.

EL RETO DEL DOLOR

Hoy nos vamos a asomar al dolor de unos padres que sufren la enfermedad de uno de sus hijos. Es sin duda una experiencia existencial muy dura, que se puede vivir desde distintas reacciones psicológicas.

Aquí nos encontramos con el dolor de André y Sara ante el diagnóstico de una infección de meningitis bacteriana que sufre su hijo Daniel. ¿Cómo reaccionaron?

Escuchar el dolor, lo que tiene para decirnos, es muchas veces arriesgado, atroz, desgarrador, pero no menos un asunto de liberación, de crecimiento y madurez humana. Escucharle para seguir creyendo en el amor.

Comencemos con M95 como narradora presencial de los hecho

satelite artificial

—Agente V71, ¿me escuchas? … Llamando, llamando… Aquí M95 llamando…

—¿Qué pasa? ¿Alguna emergencia?

—No. No te alarmes. Pensé que no estarías conectado, porque no es esta nuestra hora de comunicarnos.

—Siempre lo estoy, aunque esté en otra cosa sabes que siempre estamos alertas por cualquier imprevisto.

—Es verdad, y me alegro de haber tenido esta oportunidad para comprobarlo, pero ha ocurrido algo extraordinario y no he querido retener la información hasta llegar a la hora ordinaria de nuestra conexión habitual.

—¡Venga, cuéntame que me tienes intrigado!

—Pues verás. Te voy a narrar lo ocurrido hoy, y es tan impresionante que no he podido esperar a comunicártelo a la hora habitual.

» Esta madrugada, Andrés y Sara se despertaron sobresaltados por los gritos de su hijo. Corrieron a su habitación y lo encontraron chillando desesperadamente entre un revuelto de sábanas y vómitos. Sara lo cogió en brazos, estaba ardiendo. Andrés llamó por teléfono al médico que vive en el mismo edificio y enseguida en una ambulancia se lo llevaron al hospital, después de darle un calmante para que dejara de quejarse. Allí el médico de guardia junto con su colega le hizo un rápido reconocimiento y se atrevieron a dar el primer diagnóstico clínico, meningitis bacteriana.

» (Una enfermedad muy peligrosa en esta época histórica, de la que nos hemos librado, pero que podía causar la muerte o producir pérdidas de salud importantes)

» A espera de nuevas pruebas y conclusiones, Sara se quedó en el hospital y Andrés emprendió su jornada cotidiana.

» Yo acabo de enterarme en este momento de lo ocurrido, pues he ido a leer el periódico a la biblioteca y la chica que trabaja con Sara me he informado sobre lo ocurrido.

Por la tarde

Después de despedirse de los estudiantes, le pregunté a Andrés si podría acercarme con él a la clínica para visitar a su hijo. Allí nos dirigimos y esta es la escena que presenciamos al entrar en la habitación:

—¡Mamá, mamá…!

—Estoy aquí, hijito —dijo Sara mientras se inclinaba hacia él. Y cogiéndole las dos manitas se las besaba.

—¡Mamá! ¿Por qué está todo negro? Enciende la luz, no te veo.

—¡Hijo mío! —gritó Sara con voz desgarradora, a la vez que se echaba encima de su cuerpecito.

—¿Es que se fue la luz? —seguía preguntando el niño con desasosiego.

Un silencio helador llenó la habitación. El niño cogió a tientas, con sus dos manitas la cara de su madre y dijo de nuevo:

—Mamá, no te veo y tengo los ojos abiertos. ¿Qué pasa? ¿Por qué se han ido las cosas y está todo oscuro? ¡Tengo miedo! Enciende la luz.

El médico, que había entrado con nosotros, se acercó y le dijo:

—Daniel, hijo, ahora estás muy malito, y por eso no puedes ver, pero nosotros te ayudaremos para que puedas volver a disfrutar de todo como hasta ahora.

—Mamá, ¿estás aquí conmigo?

—Sí, hijito. Papá y mamá están aquí.

—¿Me pondré pronto bueno? ¿Podré ir pronto a jugar con Ester?

—Si hijito, muy pronto —le respondió Sara con un hilo de voz ahogada por las lágrimas que trataba inútilmente de dominar.

—Papá ¿estás tú también aquí conmigo?

—Claro que si mi pequeño valiente —dijo besándole la frente—. Aquí estamos mamá y papá contigo.

Andrés se incorporó y arrancando a Sara de la cama del niño, para que este no percibiera su llanto, la atrajo hacia sí y la abrazó fuertemente. Poco a poco, al tiempo que la acariciaba y le susurraba algo al oído, la fue conduciendo fuera de la habitación. Allí nos quedamos Dña. María, Marta y yo. Afortunadamente, previniendo algo así, había colocado al saludarla, un mini-micrófono del tamaño de la cabeza de un alfiler en la espalda de Sara, que luego recuperé al despedirme de ella. He aquí lo que se conversó en el pasillo:

—¡Oh Andrés! ¿Qué ha pasado? ¿Por qué? ¿Por qué le ha ocurrido esto a nuestro hijito?

—No sé Sara. Esto entra dentro del misterio de la naturaleza humana.

—¿Qué hemos hecho? ¿Por qué? No encuentro respuesta, ¡Ayúdame! ¡No lo soporto!

—Calla Sara. Relájate. Estás fuera de ti y tienes que intentar calmarte. Es esta una situación tan difícil, que no podemos reaccionar con serenidad. No te permitas nada de lo que luego te tengas que arrepentir. Estás muy excitada y no puedes hablar ni pensar con serenidad. No trates de dar una respuesta impulsiva e irracional ante tan difícil realidad.

—Pero Andrés, ¿es que eres de mármol? ¿Es que no ves lo que ha pasado? ¿Es posible que reacciones con tanta frialdad ante la desgracia de nuestro hijo? ¡No te comprendo!

—Sara, ¡mi pobre Sara!, precisamente lo que pretendo es mantener la calma. ¿A casos crees que yo no estoy tan afectado y dolorido como tú? Pero quiero reaccionar con serenidad y tú me lo estás poniendo más difícil.

—¡Oh Andrés! ¿Qué nos está pasando?

—Mira querida, vamos a intentar reflexionar serenamente ante este acontecimiento, sin dejarnos llevar por la tentación de este momento tan doloroso y frustrante. Vamos a ver si somos capaces de ver esta situación buscando una respuesta más allá de la desgracia de un niño que ha perdido la visión.

—¡Oh Dios mío! ¡Ciego! ¡Mi hijo ciego! ¡No puede ser! Dime que no es verdad. Que es una pesadilla de la que voy a despertar.

—Calma Sara, cálmate. Confía en que todo será para bien.

—¿Cómo puede ser un bien la ceguera? ¿Es que tú también tienes el corazón cegado por el dolor?

—¡Sara, mi amada Sara! Llevamos muchas horas de tensión y estamos muy cansados. Y ahora recibimos este fuerte golpe sin fuerzas para asumirlo con serenidad. No quiero tener que lamentar que tú también enfermes.

—Sí, me encuentros sin fuerzas. Estoy agotada.

—Ahora más que nunca nos necesita Daniel sanos y serenos, para poder ayudarle a superar y asumir lo que la vida le vaya pidiendo. Por favor, Sara, prométeme que te marcharás a casa con Marta y tratarás de descansar. Tómate algo para relajarte y procura recuperar el ánimo. Daniel te necesita serena y valiente.

—¡Oh Andrés, abrázame fuerte! Dime que me ayudarás a pasar este dolor, ¡me siento tan impotente!

—Si querida. Lo pasaremos juntos y nos animaremos mutuamente. Ya verás como lo conseguimos. Te lo prometo. Confía en mí.

Entró Andrés en la habitación, pidió a Marta que se marcharan con Sara, que le diera un tranquilizante y que procurara dejarla dormida. Yo acompañé a las tres hasta la salida del hospital y regresé habiendo recuperado el micrófono.

Cuando entré en la habitación, me encontré al niño dormido y al padre sentado en la butaca con la cabeza casi en las rodillas y cubriéndose el rostro con las manos. Así estuvo, silenciosamente llorando, ignorando mi presencia, hasta que la puerta fue abierta por dos enfermeras que arrastraban una camilla.

—Hemos de llevarnos al niño. Va a ser revisado en una consulta de médicos

—¿Puedo estar presente?

—Me temo que no.

—¿Tardarán mucho?

—Tampoco podemos darle una respuesta, de todas las maneras espere aquí y ya le comunicaremos cualquier novedad.

 Él marchó con ellas, tomando entre sus manos la manita del niño dormido, hasta que una puerta de cristales opacos le separó de su hijo. Yo me acerqué y dijo como si hablara para sí mismo, derrumbándose en un sillón:

—Esto es humanamente difícil de asimilar.

Él ignorando mi presencia oró:

Tiende, oh Dios, tu oído, escúchame porque soy pobre y desdichado; guarda mi alma porque soy tu amigo, salva a tu siervo que confía en ti. Porque tú eres bueno y clemente y lleno de gracia para todo el que te invoca. Escucha mi oración y atiende la voz de mi súplica. A ti clamo en el día de la angustia y tú me responderás.

»Pero… ¿Cómo es posible?

“Sólo el que sufre en su propia carne, es capaz de medir la intensidad del dolor”

» ¡Claro! ¡Ya estás! He aquí la explicación del misterio ¡He aquí la respuesta! El Señor quiere que experimente este dolor para saber entender el dolor del inocente. ¿Cómo consolar a los que sufren dándoles el mensaje de fe, si tú no has sido víctima de esa experiencia? ¿Cómo ayudar a asumir y aceptar la parte más difícil de entender del misterio humano?

Gracias demos al Señor por ser el Dios de toda consolación. El cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, a fin de que gracias al gozo con que somos consolados por Él, podamos nosotros consolar a cuantos pasan alguna tribulación, compartiendo con ellos el ánimo que nosotros hemos recibido.  

Y con esto me despedí de él dejándole con Juan que llegó en ese momento.

LOS DOS HERMANOS III

» Una tarde se presentó en casa Isabel excitadísima, rogando a su tío que fuera sin demora a ayudar a su padre. Marcharon los dos enseguida y a las pocas horas regresaron con él. Aquello no era persona. Había perdido toda su dignidad. Llevaba varios días sin afeitarse, sin cambiarse de ropa, sin querer salir de la habitación de invitados, donde se había encerrado, ni para comer. Su hija lo había intentado todo para hacerle entrar en razón, pero viéndose sin más recursos decidió acudir a su tío.

 —¿Por qué? ¿Qué pasó?

—Pues que alguien, que se firmaba un buen amigo, le había escrito una carta poniéndole al corriente de la infidelidad de su esposa, y la monstruosa mujer, al verse descubierta, le soltó sin piedad, con las palabras más humillantes que se le ocurrieron, todo el veneno que llevaba dentro, confirmándole con toda crudeza la verdad de aquella situación. Fue tan grande el desconcierto de D. Carlos que se hundió en una gran depresión de la que no había medio de hacerle reaccionar. Se encerró en aquella habitación, dispuesto a esperar que la muerte se lo llevara.  

» D. Juan logró por fin traerlo a esta casa, y entre él y yo, con la ayuda profesional de Santiago, el psicólogo. tratamos con paciencia de ir recuperándolo. Nos costó mucho tiempo, pero poco a poco conseguimos que fuera interesándose por la vida. Su hija lo llamaba por teléfono diariamente y los fines de semana lo pasaba con nosotros. Por entonces estaba estudiando económicas en la universidad y procurábamos que los asuntos familiares no le perjudicaran mucho. La atención de su hija también fue una buena terapia, la ansiedad con que la esperaba y el placer de saborear durante su ausencia, el recuerdo de aquellos momentos vividos juntos, iban poco a poco curando su vacío interior. Realmente era ella el único rayo de ilusión que le iba despertando las ganas por seguir viviendo. ¡Me partía el alma verlo! ¿Cómo puede haber en el mundo mujeres que parecen han nacido para hacer el mal a los suyos?

» Enseguida que lo vio oportuno, aconsejado por Santiago, D. Juan le propuso que le ayudase en la administración de la economía del proyecto del barrio, y como hombre de negocios que era, aquello no sólo le distrajo, sino que fue de gran beneficio para los planes de su hermano. Prácticamente estuvo tres años viviendo con nosotros. Poco a poco regresó a la empresa, sin aparecer por su casa. Pero como los tentáculos de aquella bruja no podían dejar de hacer daño, volvió a meterse en su vida para seguir atormentándolo.

—¡Esto es increíble!

—Así fue. Una tarde se presentó diciendo que venía a pedirle perdón, que ella también lo extrañaba y que se daba cuenta de lo estúpida que había sido al dejar deshecha una familia. Se disculpó diciendo que le había cogido en un mal momento y que no había sabido medir las consecuencias, pero que él también tenía que reconocer que la había dejado muy sola, hasta el punto de ignorarla ocupándose solo de sus negocios, por eso al verse provocada por otro que le mostraba el interés que él no le daba, fue débil y no pudo vencer la tentación. Le rogó que se dieran otra oportunidad, para intentarlo de nuevo. Con estos y otros engañosos argumentos, le pidió que abandonara todo y que se fueran los dos solos, a reencontrarse de nuevo. Le propuso comenzar una experiencia nueva, que se las prometía feliz, lejos de todo lo vivido. Y usando todas sus artimañas consiguió seducirle de nuevo, valiéndose de su astucia y cinismo. Le embaucó de tal manera que consiguió no sólo llevárselo a Brasil con la excusa de gestionar el negocio que tenían en aquellas tierras, sino que se llevaron todo el dinero que estaba administrando de estas pobres gentes.

—Pero… ¿Cómo es posible? ¿No tenían ellos su propio dinero?

—Por supuesto que nunca han estado carentes de medios económicos, pero el caso es que el dinero desapareció con ellos. Estoy segura de que fue cosa de ella, pues D. Carlos es un hombre de una talla superior, que ha heredado de su padre un gran sentido de justicia. Ya le he comentado que todo ese imperio económico no es un medio de lucro, con ello pretenden no sólo ayudar a los demás proporcionando trabajo, sino que también llegan a colaborar en el remedio del hambre del tercer mundo, de ahí la delegación de la empresa en Brasil. Por eso le digo que la idea de sustraer ese dinero no podía salir de él, seguro que fue chantajeado por ella y le engañó para justificar esa acción. Como ella en el fondo, es una persona envidiosa, incapaz de consentir que los otros le puedan eclipsar, y celosa de la prosperidad de los demás, nunca le hizo gracia la labor sociolaboral de su esposo y su cuñado, por eso pienso que vio en aquel momento la oportunidad de fastidiar hundiendo económicamente el proyecto.

—¿Cómo lo hizo?

—¡Quién sabe cómo consiguió convencerle! Astucia incomprensible de un alma ruin, arrogante y egoísta. Yo no sé lo que él ve en ella, pero sin duda que consigue de él cuanto se propone. Es de esas personas falsas que son capaces de mantenerte la mirada con la más inocente de las sonrisas cuando por detrás te están dando una puñalada. Pero D. Carlos la quiere tanto que no dudó en darle otra oportunidad.

También fue un mal pago para Uds. por querer ayudar

—Es incomprensible, pero así fue.

—¿Y ahora oigo que volvió?

 —Bueno, el caso es que desaparecieron y no volvimos a saber de ellos hasta hace una semana.

—¿Cómo fue?

 —Pues verá. La única que tenía noticias de ellos era su hija, por medio de David, el hijo de D. Felipe el director del colegio, que cuando terminó sus estudios de ingeniero agrónomo marchó a aquel país para comenzar los planes de ayuda en Brasil abriendo una sucursal de nuestra empresa con las personas nativas.

» Cuando D. Carlos y su mujer marcharon a América D. Juan y su sobrina se hicieron cargo del patrimonio familiar. Ahora ella ya ha terminado sus estudios y participa en la empresa como directiva. Gracias a este control, han podido evitar un desastre económico, pues los padres se perdieron allá en el vicio.

—¡Qué barbaridad!

—Pues sí. Cuando David se percató de la situación, informó a Isabel y esta volvió a recurrir a su tío para pedirle que le ayudara a sacarlos de aquella ruina humana en la que se encontraban. Sin pérdida de tiempo se trasladaron los dos allí y consiguieron traer al padre, pues su mujer se negó a volver, aunque quedó en fatales condiciones. D. Juan le ha encontrado una plaza en un sanatorio de desintoxicación y ayer mismo se lo llevaron. Confío en que no sea demasiado tarde. Supongo que estarán un par de días por allí hasta ver cómo reacciona al tratamiento.

—Sí que tiene un final triste.

—¡Lo que puede hacer una mala mujer!

LOS DOS HERMANOS II

» Después de aquella boda, la vida volvió a cambiar. La madre se pasaba el día llorando su fracaso educativo y el padre tenía los nervios de punta, por nada explotaba, no era aquello el plan que él se había marcado para su primogénito. Ninguno de los dos podía soportar la presencia de Marián, que no hacía más que arrastrar perezosamente su vientre cada día más voluminoso. Así que un día decidieron comprar un piso para la pareja. Sólo el buenazo de Carlos seguía ciego, engatusado por su mujer, como si fuera la más perfecta y encantadora de las esposas. Pero aquello no fue un buen remedio. En cuanto Marián se vio fuera de la vigilancia de sus suegros, empezó a exigir un derroche de lujos para ella y su bebé que, aunque la familia se lo podía permitir económicamente, no había por qué excederse con tanta insensatez propia de nuevos ricos.

» Recuerdo, la única vez que pisé aquella casa, cómo se respiraba opulencia por todos los rincones, pero como era ella la que disponía y no había sido educada en rica cuna, no sabía darle al dinero la distinción y elegancia a la que el señorito Carlos estaba acostumbrado. Yo no hacía más que mirar de reojo la expresión de mi señora queriendo conectar con sus sentimientos. ¡Si al menos se hubiera dejado aconsejar…! Pero ella no era de esa clase. Parecía que en su ambición y orgullo sólo buscaba la venganza de la posición social en la que había crecido. Lo que más me preocupaba era lo cínica y falsa que se mostraba ante él. Lo tenía tan hechizado que conseguía cualquier capricho sin ningún esfuerzo, y él, por mantener su afecto, era capaz de cualquier cosa. Ella era una mujer insaciable y déspota, que parecía vivir sólo para si misma, ambicionando avaramente el dinero de su esposo. ¡Hasta se hacía llamar Dña. Mariana!

 » Así fue transcurriendo el tiempo. No volvieron a tener más hijos, con el pretexto de no sé qué, pero para mí es una prueba más de su egoísmo, aquel primer intento tenía una meta muy clara y ya la había alcanzado. Su hija, que, por la misericordia de Dios, heredó la bondad de su padre, era el único consuelo de éste, pues con el tiempo, Carlos fue comprendiendo de qué pasta estaba hecha su mujer. Aunque seguía amándola iba reconociendo sus defectos y soportándolos con paciencia de santo.

»Acabábamos de trasladarnos a vivir aquí D. Juan y yo, cuando un accidente de avión terminó con la vida de los padres. Como Carlos era socio mayoritario, vicepresidente de la empresa alimenticia de la familia y prácticamente era la mano derecha de su padre, no tuvo problema en hacerse cargo de la economía familiar. A los pocos días del mortal accidente, fuimos convocados por el notario para informarnos del testamento. Allí nos encontramos, además de la familia, unos cuantos de los empleados, que de alguna manera también éramos beneficiarios. Casi todo el testamento iba dirigido a Carlos, pues dada la dedicación sacerdotal de D. Juan, nombraba administrador de todos sus bienes al primogénito, repartiendo las acciones de las propiedades entre ambos hermanos por igual. La finca llamada “Mi Huerta” con todos sus beneficios estaba puesta a nombre de su nieta Isabel y, puesto que su esposa no le sobrevivió, todo lo que estaba a su nombre, las otras cuatro fincas con las respectivas industrias alimenticias que se había ido creando a partir de ellas, pasaban a ser propiedad de los dos hijos, aunque existía una cláusula, para vender cualquiera de ellas tenían que estar de acuerdo los dos propietarios. También se acordó el señor de sus viejos y fieles servidores, que habíamos dedicado toda nuestra vida a trabajar en sus propiedades, los diferentes administradores de las fincas, los distintos responsables del personal de las fábricas de conservas y lácteos, así como los jefes de la cadena de supermercados, en fin, una docena de subalternos que también disfrutaríamos de algunas pequeñas participaciones vitalicias.

» Ahora que, en lo que respecta a la administración de esta casa, le puedo asegurar que bien poco se nota la riqueza, pues ambos sabemos vivir con pocas necesidades y casi todo lo que pasa por las manos de D. Juan no termina en beneficio suyo.

» Aunque la vida ha llevado a los hermanos por distintos caminos, siempre han estado muy unidos y son los valores que mueven a D. Juan los que constituyen la filosofía de fondo de esa empresa familiar aun en tiempos de su padre. Él es el alma de esa industria. Los principios de justicia, equidad, apoyo solidario a todos los empleados… más que una empresa es una familia grande donde todos se sienten bien. Y aún más, la creación de nuevos puestos de trabajo les ha llevado a extenderse incluso fuera del país, no por afán de lucro, sino que para ellos es una manera de ayudar a los menos favorecidos dándoles una ocasión de ganarse el pan dignamente. Toda su filosofía comercial se basa en los principios de un comercio justo, fundamentado su producción en condiciones sociales que siempre tiene en cuenta el respeto a los derechos humanos, la igualdad de género y las retribuciones justas para los trabajadores, e incluso es bien sabida el cuidado que ponen por aplicar una producción ecológica, cultivando sus alimentos de forma natural, respetando los procesos de la naturaleza y velando por el medio ambiente»

» Por lo demás, D. Carlos, en su vida familiar, siempre se ha visto supeditado al abuso y dominio de su ambiciosa esposa, la cual, aunque no consiguió refinarse, sí que disfrutaba luciendo los millones de su marido y nunca era capaz de privarse de nada. Hasta que un día decidió destruir la fachada matrimonial en la que siempre se habían refugiado.

—¿De verdad? ¡Será posible! ¡Esto suena locura!

—No sé si está del todo cuerda, pero sí es cierto que trata de destruir a cuantos la quieren.

—¿Y Qué pasó?

—Pues verá.

» Llevábamos aquí unos cinco años, cuando mi padre se jubiló. Le sustituyó en la administración de la finca un joven que trabajaba con él desde muy temprana edad y que siempre había demostrado ser un lince para llevar el negocio. Pero resultó ser tan codicioso como Marián. Al parecer eran amantes de toda la vida y él había consentido todo aquello mientras, como ella, se beneficiaba de ese fabuloso porvenir. D. Carlos lejos de sospechar, siempre había visto con buenos ojos que su esposa se ocupara de la finca de la hija de ambos, y más ahora que con un nuevo administrador se suponía que era más necesitada su presencia. Con este pretexto podían mantener sus relaciones, siendo a los ojos de su marido simple asunto de negocios. Entre el personal de la finca se sabía toda la historia de aquellos dos cínicos, pero bien se cuidaban de que no llegara a oídos del señor.

(Continuará)