» Al día siguiente de los funerales, el patrón le dijo a mi madre que no quería que a ella y a todos nosotros nos faltara nada, y le propuso que nos trasladáramos a su propia casa, se podía preparar el piso de arriba para que cada uno tuviéramos nuestra propia habitación. Mi madre le pidió tiempo para pensarlo, pero la verdad era que quería consultarlo conmigo, no sólo por ser la mayor, sino porque conocía mi carácter y temía mi reacción. ¡Qué sola e indefensa se sentía! Pero ella confiaba en mí; era más fuerte, y a pesar de mi corta edad siempre estaba segura de lo que se tenía que hacer. Por eso, aquella noche, cuando las dos nos quedamos solas recogiendo las cosas de la cena, me sacó el tema.
‘¿Y a ti te parece bien que vivamos allí como amancebados? —le pregunté irritada.
‘No seas tan dura mujer. De todas las maneras, siempre estaremos mejor que aquí. Esto resulta muy pequeño para tanta gente. Ya os vais haciendo mayores y no está bien que durmáis todos en la misma habitación.
‘¿Y está bien que tú duermas con él?
‘Bueno… esto no se puede evitar, yo…
‘Por eso no quiero que se siga cometiendo disparates que luego sean ya hechos consumados. Así que dile que sólo nos moveremos de aquí después de vuestra boda.
‘¡Pero Elsa, yo…!
‘Nada mamá. No me vas a convencer. Te ha humillado todo lo que ha querido, usándote a su placer, ha matado a padre, tenemos un medio hermano… ¿Qué menos que exijamos vivir decentemente?
‘Si, pero…
‘Nada. Si no le convences, yo misma iré a darle mis razones.
» Yo era así. El hecho de ser la mayor, de tener el carácter de mi padre, de estar culturalmente más preparada que ella, me daba energías para situarme como defensora de la dignidad de la familia.
‘¿Te das cuenta el riesgo que corremos si perdemos lo poco que tenemos? Los pobres tenemos que tragarnos nuestro orgullo en muchísimas ocasiones.
‘Mira madre, sólo pretendo vivir con dignidad. Y si ahora mismo cedemos, me temo que nos vamos a seguir embarcando en un continuo futuro de humillaciones y de explotación del poderoso.
‘Hija, no sé si ha sido una buena idea tanta escuela. Espero que no tengamos que lamentarlo. Intentaré mañana hablar con él.
» Al día siguiente, como sospechaba, al volver de la escuela mi madre me informó que el patrón me estaba esperando en su despacho para discutir conmigo personalmente el asusto. A pesar de todo, no podía dejar de reconocer que estaba asustada, al fin y al cabo, yo no era más que una niña y él el amo, un hombre que casi no había visto en aquellos años. Respiré hondo y llamé a la puerta. Cuando entré me quedé boquiabierta al ver aquel lujo, al menos a mí me pareció. Fueron unos segundos. Los suficientes para cobrar el valor que necesitaba. Miré hacia la persona que me sonreía de pie ante aquel escritorio de caoba tan imponente. Todo mi cuerpo se estremeció. ¡La mirada de aquel hombre! ¡Nunca me había sentido mirada así! Por primera vez en mi vida sentí vergüenza de mi cuerpo. Toda su persona me sorprendió. Un metro noventa, musculoso y fuerte, pelo color heno, pómulos altos y ¡esos ojos negros que parecían te penetraban hasta el alma!
‘Pasa, pasa, Elsa. ¿Te gusta mi despacho? —preguntó acercándose.
‘Pues… Sí señor. Es muy bonito y grande.
‘¿Te gustaría tener una habitación para ti sola tan grande como esta y decorarla a tu gusto? —Esto iba diciendo al mismo tiempo que me ponía la mano en el hombro y me iba acercando a una silla forrada de cuero situada enfrente del escritorio —. Siéntate.
‘Gracias señor, yo…
» Tragué saliva. No me salían las palabras. Pero él parecía dispuesto a ignorar mi turbación. Sonreía y en su rostro aparecieron unos hoyuelos que le suavizaron su expresión, dándole un encanto más juvenil, aunque su mirada se mantenía penetrante. Él también se sentó frente de mí.
‘Bueno, entonces no hay más que hablar. Cuando vengan los obreros tú misma les indicarás cómo quieres que preparen tu habitación según te plazca.
‘Es que… —volví a tragar saliva. Las palabras se me ahogaban en la garganta. Los ojos se me pusieron acuosos. Pero dije sin pensarlo dos veces—. Lo siento señor, pero por mucho que me guste todo lo que me propone, creo que primero hay que aclarar otro asunto.
‘¡Ah! ¿Sí? ¿A qué te refieres? —me preguntó con un tono que me puso más nerviosa. Pero estaba dispuesta a ignorar sus ironías.
‘Sabe muy bien de lo que se trata. Aunque veo que disfruta haciendo las cosas más difíciles.
‘¿Eso te parece? -—su gesto me crispaba. No dejaba de mirarme, cosa que me hacía sentir más incómoda, y sin más rodeos pregunté
‘Bueno, ¿cuándo piensa casarse con mi madre?
‘¿Por qué tanto empeño por la firma de unos simples papeles? ¿No será que estás buscando otra cosa?
‘¿Cómo dice? —no me salía la voz, tan llena estaba de rabia e indignación por el juego sarcástico con que estaba tratando el asunto—. Lo único que pretendo es vivir con una familia honrada y digna, y no creo que podría sentirme así, mudándome aquí, si usted no es el marido de mi madre.
‘Me parece que tienes demasiados prejuicios. ¿A caso no sabes de casas donde los señores y los empleados viven en el mismo edificio?
‘Claro que los hay, pero el caso de mi madre y usted es distinto. O corta sus relaciones con ella, o hágala su auténtica esposa.
‘¡Vaya con la niña! ¿Sabes que tienes mucho carácter?
‘Espero que sirva para conseguir los derechos de los míos.
‘O sea, que te parece tener derecho a pedirme que me case con tu madre ¿no es así?
‘Así lo creo. Mire señor. Pienso que al matrimonio se puede ir por muchos motivos, y tal como están aquí las cosas, creo que lo más digno, no sólo para mi madre sino para que todos nosotros podamos ir con la cabeza muy alta, es que esta situación se legalice o se acabe. No me gusta estar en boca de la gente chismosa. No quiero ser la hija de su amante.
‘¡Vaya, vaya! ¡Muy interesante!
» Hubo unos segundos de silencio. Yo bajé los ojos para no encontrarme con los suyos que seguían escrutadores.
‘Está bien, jovencita. Quiero que sepas que cuando tu madre me ha comunicado la conversación que habéis tenido, yo decidí casarme con ella, pero quería oírte, por eso no te dijo nada.
‘¡Entonces se casan! —exclamé casi saltando de la silla.
‘Pues sí. Al fin y al cabo, no tengo a nadie y vosotros podéis ser mi familia. ¿Verdad que es esta tu idea?
‘Yo, señor… Me siento muy avergonzada. ¿Me permite que le dé un abrazo?
‘¡Cómo no!
» Nos pusimos de pie. Yo me acerqué y tuve que ponerme de puntillas para llegar a su mejilla y le besé. Pero cuando me aparté, él me cogió de la muñeca y atrayéndome hacia sí me dijo:
‘Ahora me toca a mí celebrarlo —y al tiempo que me rodeaba por la cintura, me acercó sus labios a los míos.
» ¡Me cogió tan de sorpresa! Al principio me resistí, pero he de reconocer que poco a poco me sentí bien entre sus brazos. Fueron unos segundos. De pronto reaccioné y de un empujón lo devolví al sillón y eché a correr.
» Durante todo el trayecto hacia mi casa me retumbaba en los oídos su risa burlona. Entré bruscamente en la habitación que compartía con mis tres hermanos y me eché boca abajo sobre mi cama, poniéndome a llorar con una rabia imponente. Sentía vergüenza e impotencia. Aquel primer beso de mujer me ponía amarga las entrañas. Alguien entró en el cuarto, se sentó a mi lado y me dijo acariciándome el pelo:
‘¿Qué te pasa Elsa? Yo también tengo pena de tener un nuevo papá. Mamá dice que viviremos allí mejor. ¿Tú que crees?
»Era mi hermana Rosa. Me sorprendió. Tragué las lágrimas y me incorporé sentándome al lado de ella.
‘No me hagas caso, soy una tonta. ¡Por supuesto que viviremos mejor que aquí! Ya se me ha pasado —dije limpiándome los ojos con la manga—. Anda, vamos a ayudar a madre a poner la mesa para la cena.
» Pero aquello no era tan fácil de digerir.
» Esa fue la primera de muchas noches en la que me despertaba sobresaltada por la misma pesadilla. Un hombre, embozado en una capa, me aguardaba en la oscuridad de una calle desierta, esperando que pasara para echárseme encima ¡y yo no me defendía! Las carcajadas de aquel desconocido me hacían despertar sobresaltada y temerosa. ¡Su mirada acechadora, parecía que me perseguía siempre!
» Tenía yo ya trece años, cuando una tarde, al volver de la escuela, vimos que alguien estaba en la casa grande, había un coche blanco, que a mí me pareció muy grande, en la puerta. Mi padre se dirigió hacia allí en cuanto nos dejó en casa.
» Aquella noche, oí que mi padre comentar a mi madre:
‘Dice que se va a quedar aquí por una larga temporada y que mañana arreglaremos los asuntos del trabajo. Quiere que tú vayas a servirle como hacías con sus padres. Sólo piensa ocupar la planta baja y dice que mañana mismo irá al pueblo a buscar quién te ayude con tantísimo polvo y suciedad acumulada en estos años. Pues eso, que vayas cada mañana, el desayuno, el arreglo de la casa, de su ropa y la comida. Por lo demás que piensa ser muy generoso y que compartiremos más los beneficios.
» Pero hubo más, también compartieron la mujer. Aunque de esto no se enteró mi padre hasta que, pasado casi un año, un día ella tuvo que confesarle, entre suspiros y llantos, que estaba embarazada del patrón. Yo estudiaba en la pieza de al lado y pude seguir la conversación, porque no se preocupaban del tono en el que hablaban y como quería enterarme bien, me atreví a mirarlos a través de las rendijas de la puerta de madera.
‘Al principio no fue así —le explicaba mi madre—-. Pero un día, yo le vi que me rondaba mucho mientras le hacía la comida. Se sentó en la mesa de la cocina frente a mí y me dijo que ya no podía más, que estaba cansado de estar solo. Yo le aconsejé que se buscara alguna moza, que era joven y bien parecido y que estaba segura de que cualquier chica se sentiría honrada con ser la elegida. Pero él me dijo que no tenía ninguna necesidad de ir a buscar a nadie porque estaba yo. ¡Me cogió tan de sorpresa!, que me costó reaccionar.
‘¡Será sinvergüenza! —Comentó mi padre fuera de sí.
» Mi madre se le acercó más y le tomó la mano. Él quiso rechazarla, pero se contuvo. Ella continuó:
‘En cuanto pude, le quise hacer ver lo absurdo de la propuesta. Pero por más explicaciones y razones que traté de darle, no quiso ceder. ¡Se había encaprichado conmigo y no había manera!
‘¡Yo lo mato!
‘Espera. Al principio trató de ir por las buenas, pero cuando vio mi resistencia me amenazó con echarnos a todos de la finca.
‘¡El muy hijo de perra!
‘¿Qué otra cosa podía hacer? ¿Qué iba a ser de nosotros si no cedía? Por supuesto que yo temía este momento de tener que contártelo, por eso traté siempre de ocultártelo, pero esto ha llegado muy lejos. Engañarte con un hijo de otro, ¡es demasiado!
‘¿Y él sabe que estás preñada? —la voz le salía ronca. Ella veía que a medida que le iba relatando los hechos, se iba congestionando, pero ahora tenía que seguir.
‘No te fatigues. Déjame llegar hasta el final, pero tienes que serenarte porque me está dando miedo que te de algo.
‘¿Y cómo quieres que esté? ¿Tengo que aplaudir lo que te ha hecho ese niñote miserable y prepotente? —los gritos eran ensordecedores.
‘Por favor, Tomás, cálmate —le insistía con un hilo de voz—. Hazlo por nuestros hijos, no quiero que se enteren. Ya sé que esto es muy vergonzoso. Es el precio de los pobres. Pero esta mañana se lo he dicho.
‘¿Y cómo ha reaccionado?
‘Me ha dicho “¿No tienes marido? Pues es lo más lógico. ¡Mi enhorabuena!” y yo le contesté “Usted bien sabe que este hijo que llevo en mis entrañas no es de él”. Y continuó desafiándome: “¿Ah, no? ¿A caso vas a poder demostrarlo?” Y siguió con tono autoritario
“¡Por supuesto que es de él! Y no quiero oír ni una palabra más sobre este asunto. Arréglatelas para que esto salga sí, por el bien de todos”.
‘¡Yo lo mato! —dijo mi padre levantándose bruscamente y dando un puñetazo en la mesa.
» Pero un ataque de tos le hizo retroceder. Mi madre le asió del brazo y le devolvió a la silla. Le ofreció un vaso de agua mientras le frotaba la espalda intentando que se relajara y prosiguió:
‘¿Qué ganaríamos recurriendo a la violencia? ¿Quieres hacer desgraciada a tu familia? Guarda tu orgullo de mari do ofendido. Tú sabes —continuó mientras le acariciaba el pelo y atraía su cabeza hacia su regazo— que siempre serás mi único hombre. Pero este es el destino de los pobres.
» Así estaban las cosas.
» Durante aquel año, la finca prosperó mucho. El amo se asoció a una cooperativa agrícola que le proporcionó toda lo necesario para organizar la finca, aperos, semillas, plantas… toda clase de material, abonos, maquinarias… y contrató a nuevos jornaleros. Prepararon los olivos olvidados, y se acotaron varias hectáreas para sembrar. Construyeron un lagar para almacenar la cosecha con una prensa para las aceitunas y una refinería de aceite; aumentaron los animales y se instalaron técnicas modernas para aprovechar al máximo los productos lácteos. Seis jóvenes parejas de los temporeros fueron contratados como agricultores permanentes y se les ofreció vivienda. Para ello se construyeron pequeñas casas con dos habitaciones, un cuarto de baño completo y una buhardilla, además de un espacio grande en la entrada que servía de cocina-comedor. Cada casa tenía un pequeño trozo de terreno para la propia asistencia familiar.
»Como mi padre no gozaba de buena salud, y considerando su fidelidad de tantos años, se le dejó prácticamente que siguiera haciendo lo de siempre, vendiendo en la camioneta sus productos a los clientes de toda la vida, pues la envergadura que tomaba la finca iba más allá de sus posibilidades. Con todo esto, pudo soportar el llevar medianamente sus fatigas asmáticas, pero aquello de ser “padre postizo” le costó la poca salud que le quedaba. Y durante el invierno siguiente fueron cada vez más persistentes los ataques. Todos temíamos que se ahogara en uno de aquellos golpes de tos tan fatigosos. Hasta que una noche, en la que parecía no tener suficiente aire para sus agotados pulmones, le dio un ataque de corazón y no se le pudo hacer reaccionar.
Esta es la primera parte de un capítulo donde cuento la historia de Elsa
Una adolescente de 16 años que un día Marta se encontró en El Hogar de Transeúntes. La vio tan mal, que no pudo ignorarla y se acercó con ánimo de atenderla. Es cierto que la ciudad es una de las metas más soñada por los adolescentes fugitivos, pero aquella muchacha parecía necesitarla. La chica tenía unas ansias locas en ser escuchada por cualquier ser humano, y en cuanto Marta se le acercó, notó que era la persona que le iba a ayudar. Por eso no dudó en irse con ella, a pesar de lo recelosa que estaba ante la sociedad que le había ignorado desde que llegó del pueblo hacía unos cuantos días. Una vez en casa, mientras devoraba un plato de abundante carne guisada, les confesó -a Marta y a su madre- que estaba embarazada, pero lo peor de la situación era que el bebé era de su padrastro. De ninguna de las maneras pensaba volver a casa, pues él le había propuesto insistentemente en que abortara, por eso huyó, pues tampoco quería que su madre se enterar de todo esto.
Han pasado unos meses y hoy se encuentra en el hospital después de dar a luz a una niña. M95 aprovechando una visita, se entera de su historia.
Tened paciencia y seguidme. Os prometo que cada semana el episodio os resultará más interés.
—Uno de los recuerdos que más me impresionó en mi infancia fue cuando tenía diez años, un día en el que mi padre nos anunció que se marchaba a la ciudad porque el patrón había muerto. Estuvo ausente por tres días.
A partir de aquel acontecimiento, la vida cambió en nuestro entorno. Ya nadie usaba la casa grande. Antes, cuando el amo vivía, al menos en la temporada de las recolectas y la siembra, se llenaba la finca de gente.
Recuerdo que desde que murió la señora, sólo venia él por asuntos laborales, pero anteriormente pasaban muchas temporadas del año la familia con los agricultores. Llegaban unos camiones llenos de temporeros y permanecían allí, alrededor de dos meses, para la vendimia, la cosecha de la aceituna…, en fin, no recuerdo bien, pues todo esto como te digo fue antes de cumplir yo los ocho años.
Aquellos últimos años, el señor vivía sólo en la casa grande, pues su único hijo lo tenía interno en un colegio. Los campesinos, algunos con sus familias enteras, vivían en un gran barracón que estaba dividido en pequeñas habitaciones con baño, la cocina y el comedor eran común. Mi madre se dedicaba sólo a atender al señor y nosotros, los niños, que por entonces éramos cuatro, disfrutábamos con la novedad de tener tanta gente a nuestro alrededor.
Durante los años siguientes a la muerte del patrón, nadie se ocupaba de la hacienda. Mis padres hacían de caseros, vigilando la finca, y atendiendo a un par de vacas, y a un montón de gallinas, cuya producción vendían a los comerciantes de las aldeas vecinas. También cultivaban una pequeña parcela detrás de nuestra casa que nos servía para ahorrarnos la compra de fruta y verdura de casi todo el año.
Mi hermana, mis dos hermanos y yo, cada mañana marchábamos al colegio del pueblo más cercano en la camioneta de nuestro padre, y cuando éste terminaba por la tarde su trabajo nos recogía para volver todos a casa.
El producto de sus ventas, mi padre lo depositaba en el banco a nombre del hijo del patrón que era desde entonces el nuevo amo. Nosotros sólo disponíamos de un diez por ciento de las ganancias, más la casa y la cosecha de la pequeña huerta, además recibía una cantidad mensual, que no había variado desde la muerte del patrón, para los gastos del mantenimiento de los animales.
Terminemos este capítulo tocando dos temas: la globalización y la conversación que, a raíz de todo esto, tuvieron M95 y su compañero el agente V71
—Una última pregunta. ¿Qué piensas de la globalización?
—Bueno, este es un tema muy complejo, con consecuencias éticas muy importantes, pues la actividad económica no puede dejar de considerar el bienestar de toda la humanidad, por lo que se trata de buscar nuevos caminos para llegar a un desarrollo justo y sostenible, especialmente a favor de los países menos favorecidos. No se puede hablar de grandes avances en este campo cuando se siguen muriendo gente en muchos lugares del planeta por falta de alimento y atención sanitaria. Por eso yo soy partidario de la creación de organizaciones internacionales de control y guía, para que orienten la economía hacia el bien de todos los pueblos.
—¿Tú crees que la globalización es solo al campo económico?
—No, aún más, pienso que toda acción colectiva, del campo que sea, tiene que ponerse en favor de todas las personas del planeta. Cualquiera que sea el sistema, la organización social o económica ha de favorecer efectivamente la justicia y la solidaridad en favor de cualquier ser humano.
—¿Tú piensas que es la globalización para un mundo mejor?
—Todo depende de la orientación que los implicados quieran darle. El incremento de la producción, la difusión de las nuevas tecnologías, las buenas relaciones comerciales y culturales a nivel planetario, las buenas intenciones de favorecer la paz y la solidaridad entre los países, la fuerza con que se trata de aplicar los derechos humanos… son rasgos positivos que sin duda ayudan a construir una historia más humanizadora.
—¿Y ves algo negativo?
—Pues si, también hay el peligro de que se creen organizaciones mercantilistas donde se marque más las diferencias económicas entre los países, la forzada e injusta competencia, organizaciones internacionales en manos de intereses particulares, grandes poderes que configuren monopolios. Por otra parte, existe el peligro de uniformar los modelos culturales anulando las autonomías nacionales, el surgir de redes globales de terrorismo, droga, explotación de las emigraciones…
—Ya veo que es muy grande y complicado el campo de actuar.
—Así es. Pero no soy de esos que atribuye a la globalización todos los males del mundo, pues ya se van viendo resultados positivos que hay que ir fomentando y motivando para que crezcan. Necesitamos pasar por encima de posiciones simplistas y enfocar nuestra atención sobre lo positivo que nos puede aportar este nuevo signo histórico. Creo que puede tener éxito cuando todos disfruten de sus beneficios.
—Todo esto es un programa de muy compromiso.
—Si, pero en lo que respecta al modo de enfocar nuestra responsabilidad social es mucho más profundo, porque sabemos que se nos ha dado este mandato de construir la historia presente con las actuales herramientas. Y si somos coherentes hemos de estar dispuestos a sacrificarlo todo, hasta la vida, para ser fieles a nuestra misión existencial.
M95 se está haciendo muchas preguntas que van más allá de lo tangible y sensible. Más allá de lo evidente y temporal. Le interpela el vivir de este colectivo humano y reclama respuestas. ¿Llegará a descubrir el sentido último de la historia? Por de pronto, aquí le dejamos hecha un mar de interrogantes.
—Entre unos y otros, nos van ayudando a ir comprendiendo esta realidad. Al parecer actúan en los diferentes campos de la sociedad cultural, política y económica.
—Si, vamos conociendo y valorando las características de este contexto sociocultural, los fenómenos de influencia filosófica que motivan sus comportamientos. Su presencia en las diferentes estructuras cívicas es muy comprometida, procurando ser siempre portavoz de los derechos de todos los ciudadanos. Pero ya sé que su última motivación es el compromiso que han adquirido al saberse implicados en la empresa de ese misterioso S. H., al que llaman el Señor y que según ellos tiene un plan que dicen va más allá de la Historia.
—Todo esto suena extraño y fantasioso.
—¡Si pudiera ponerme directamente en contacto con él! ¡Tengo tantas preguntas aún sin respuestas!
—¿Por ejemplo?
—Pues… por ejemplo ¿cuál es el verdadero sentido de la historia de la humanidad?
—¡Qué pregunta más transcendente!
—¡No te burles!
—Ten cuidado con tus impulsos, no te entusiasmes con tanta vehemencia. Recuerda que las grandes ideologías religiosas no colmaron las expectativas de sus creyentes, más bien les llevó al fanatismo y a la guerra en nombre de su dios. ¡Cuántas guerras santas han llenado la tierra de sangre y la historia de odio!
—Es cierto, pero parece ser que aquí no es el caso
—Bueno, algo habrá que no nos convenza.
—Puede ser, pero creo que hemos descubierto algo que no nos puede cegar ante una verdad que parece tenemos olvidada.
—¿A qué te refieres?
—Pues a que la vida no se puede reducir sólo a las cosas que captamos a simple vista. Ahora veo que esto no es la única realidad, hay algo más allá. Pero si somos todos de la misma naturaleza ¿por qué nos comportamos con unas respuestas tan distintas? ¡Aquí falla algo! ¿Quién está en lo cierto? ¿Cuál es el camino correcto? ¿Acaso hemos de recuperar los criterios existenciales de esta gente y que parece que nuestra civilización ha perdido?
—M95, te lo repito no te metas a filosofa, no es tu cometido.
—Pero creo que todos tenemos derecho a descubrir la verdad. Esta es una aventura que implica no sólo a la inteligencia y a las emociones, sino que requiere una escucha interior que nos hace trascender, que nos lleva más allá de los meros instintos y sensaciones por los que hasta ahora hemos funcionado. Entiendo que hemos sido educados en un nivel muy superficial que nos lleva a tomar decisiones muy poco comprometidas existencialmente, pensamientos débiles, meras opiniones, simples datos… Creo que hemos de dar el salto a otra dimensión olvidada, la dimensión del espíritu
—¡Sí…? Bueno… ¿y qué?
—Pues que ya no puedo conformarme con meras opiniones que nos hacen esclavos de la manipulación arbitraria de los más fuertes. Necesito respuestas más inapreciables, más profundas.
—Me parece que lo único que vas a conseguir es complicarnos la vida a los dos. Tú por tanto discurrir y yo por consentírtelo.
—Bueno, todo esto bien puede ser el precio de la conquista de nuestra libertad ¿no?
—No sé, es un riesgo muy grande que no me atrevo a asumir. Es verdad que yo tampoco me he planteado estas cosas hasta ahora. Quizás nunca se me había presentado la ocasión, pero se nos está complicando la vida con tanta novedad sobre el sentido de la existencia humana, con opiniones tan distintas a lo que estamos habituados a escuchar. Sinceramente, no quiero meterme en este juego.
—Pues yo sigo teniendo muchas preguntas: ¿Qué puede haber de cierto en una utópica eternidad? ¿Es posible que esta no sea la única vida que vamos a vivir? ¿Cuál es el fin de nuestra existencia? ¿Tenemos un futuro más allá de la muerte o (como se nos dice) somos puro producto genético con una finalidad meramente física?
—Todo esto suena inquietante, pero te insisto en que es muy peligroso buscar respuestas.
—Sinceramente, me siento aturdida ante la exigencia de replantearme el significado de mi propia existencia humana. ¿Por qué existo realmente? ¿Qué sentido tiene mi vida? ¿Para qué he nacido?
—¡Quieres dejarlo ya!
—¡No puedo! ¡Se me ha metido en mis propias entrañas! Al menos déjame que te lo verbalice.
—Tú verás lo que haces, ya te digo que no quiero verme implicado en tu locura.
—Llámalo como quieras, pero recuerda que esta gente afirma que la existencia actual es un recorrer un largo camino hasta la puerta que nos separa de la auténtica vida, que se nos promete eterna y feliz desde que cruzamos definitivamente el umbral del más allá, después de la muerte.
—Mira, si esto fuera cierto, ya la humanidad con tantos siglos de pensamiento tendría menos respeto a la llegada de esa hora, ¿quién ha vuelto del otro lado de esa puerta que se supone es la muerte, para tener esa certeza?
—¡Otra pregunta para hacer! Pero sólo sé que esta es la primera vez en mi vida en la que me he parado a reflexionar sobre esa posibilidad. A medida en que me voy metiendo en esta sociedad me veo impulsada más y más a confrontar mis últimas razones existenciales.
Siguiendo el capítulo, nos encontramos con otro tema que preocupa a M95, porque le resulta muy distinto a la experiencia que ella trae de su cultura. Se refiere al poder judicial en un país democrático donde se pretende que la justicia esté al servicio de la verdad y la equidad.
(Aunque es un tema que ya vimos en marzo del año pasado, aquí lo traigo de nuevo, para darle toda la amplitud y riqueza que tiene en el capítulo)
—Háblame del sistema judicial.
—Este es otro punto realmente interesante para el auténtico bienestar de la nación. Este colectivo judicial tiene una tarea de mucha responsabilidad, y yo creo que el secreto de su eficiencia real está en el actuar con independencia absoluta frente a los poderes políticos, y al mismo tiempo deben destacarse por su honestidad y eficacia al servicio de su auténtica causa, la justicia.
—¿Son fácil de sobornar?
—Como en todos los campos humanos, existe el peligro de que no sean del todo honrados. Pero el que es de verdad un auténtico profesional de la justicia, no mira el soborno ni las amenazas y se juega todo por defender los derechos de los menos favorecidos, siendo portavoz de aquél que la injusticia y el egoísmo humano le ha colocado en situaciones desfavorables.
—¿Qué te parece a ti que hacen los jueces en los casos de corrupción?
—Verás, son situaciones muy delicadas. Hay casos donde se mezclan grandes fortunas, prestigiosos políticos, especuladores bursátiles… en fin, personas con poder que son muy difíciles de condenar.
—Ya veo.
—Lo cierto es que son los jueces los que deberían ayudar a poner las cosas en su sitio si se ajustaran a hacer su trabajo de defensores de la justicia y el orden. Yo creo que si el que incurre en algún acto ilícito supiera que la justicia funciona como debería, más de uno se lo pensaría antes de delinquir.
—Yo he oído una protesta porque se libran de la cárcel los que tienen dinero para pagar la fianza.
—Así es, los delincuentes pobres que no tienen dinero para pagar las cantidades que se les adjudica por el delito cometido, esos no se libran de la prisión, los ricos y poderosos, tan culpables o más que ellos, con abonar los costes marcados por el juez, aunque sean cantidades enormes, suelen librarse de pasar un solo día en la cárcel.
—¿Y aquí también influís vosotros?
—Bueno, hay que valorar los esfuerzos de mucha gente que trabaja en diversos campos sociales promoviendo, junto con otros, estilos de vida que no están de acuerdo con el poder abusivo de unos pocos, el soborno, los privilegios, el favoritismo, la parcialidad… en fin tratamos de denunciar cualquier clase de corrupción social. Son personas que se han tomado en serio la responsabilidad personal de entregar a la futura generación un mundo más humanizado que el que estamos viviendo actualmente.
—¿Esta es vuestra filosofía?
—Así es. Tratamos de ir ayudando, para conseguir un desarrollo más humano, comprometiéndonos por atender los derechos de todos, trabajando por el bienestar del colectivo, como cauce para la realización plena de cada uno de sus miembros. Así, poco a poco, podemos demostrar con hechos lo que defendemos de palabra, pues solo un vivir coherente puede ser la confirmación de nuestra teoría.
—-Bueno, y todo esto ¿qué dicen los otros?
—Se trata de convencer con los resultados y si aquí más o menos va saliendo, quizás otros reaccionen y se animen a tomarse la vida con un estilo propio de una generación atenta a su responsabilidad social.
—¿Y tú creer que los que tienen el poder les interesa esto?
—Depende de cómo se sitúen ante su compromiso de ver la vida, como servicio a favor de los ciudadanos o como plataforma de lucro, y prepotencia.
—A mi parecer, toda autoridad quiere mantener su poder, aunque tenga que obligar y dominar para eso.
—Si hablamos de un gobierno democrático, el primer paso es aclarar los conceptos sin manipularlos. En una democracia la autoridad viene dada por los propios ciudadanos que han confiado en que su candidato será un dirigente con el talento y la honradez suficiente para organizar un gobierno con todas sus consecuencias de justicia y equidad, sin embargo, si esto no se da, aquí pasamos a otra clase de gobierno, el abuso de poder, que viene determinado por la ambición, la manipulación, la adquisición poco honesta de la riqueza, el dominio, la fuerza… toda clase de corrupción, incluso pudiendo llegar al querer someter por las armas y la violencia. Como ves, ese prepotente y poderoso no se hace digno de ejercer la autoridad.
—Pienso me equivoco, pero la experiencia dice tus teorías no son con la realidad, sólo son con ilusión y fantasía.
—Tal vez. Pero es que la filosofía que proponemos requiere una gratuidad que difícilmente se garantiza en los políticos. Pero ellos son personas como nosotros y alguno habrá que reaccione según estos principios. ¿No te parece?
—Si tú lo dices…
—Todo es cuestión de ponerse a tiro, para sentir, en lo mejor de sí mismo, esa voz que nos grita la urgencia de trabajar por el bien de todos y no por intereses personales o de partido. Pues con eso solo se benefician unos pocos y a veces a costa de que muchos sean marginados o explotados, hasta llegar incluso al deterioro y perdida de la dignidad de estos afectados por falta de asistencia social.
—¿Esto pasa en este país
—Veras, es muy común ver en todas las ciudades, gente pobre e indigente que no son capaces de salir de su estado de miseria porque nadie se preocupa por ellos.
—Ya entiendo
—Pero no son solos ellos, pues también los hay que por vergüenza no llegan a manifestarse así, pero que tampoco tienen cubiertas con dignidad sus más elementales necesidades y tantos unos como los otros son ciudadanos que tienen plenos derechos, no sólo al voto sino a ser escuchados y atendidos cuando exigen lo que en justicia se les debe dar para poder desarrollar dignamente su existencia.
—Si tú dices que los ciudadanos votan a sus candidatos ¿Por qué ganan los que tienen planes que no son honrados?
—Pues porque no fueron sinceros en sus programas electorales, porque engañaron al elector, porque nos prometieron y luego, una vez en el poder o no son valientes o no fueron sinceros, o no supieron ir contra corriente y temieron ser fieles a sus promesas… mil razones que no justifican ningunas el no ser honestos con los planes presentado en las campañas electorales.
—Yo leo que hay muchos grupos y organizaciones que trabajan por los derechos sociales.
—Así es. Da satisfacción ver que cada vez son más los ciudadanos que se movilizan para apostar por la construcción de una nueva sociedad auténticamente democrática. Este es nuestro empeño, estar donde se trabaja por esas nuevas formas de convivencia como único camino para conquistar un siglo XXI con las armas de la justicia y la paz para todos.
—Bueno, también se llega a la paz por el dominio y la opresión del más fuerte.
—Puede ser. Pero el orden y la paz forzada sólo se mantienen externamente, si se mantienen. Por otra parte, la corrupción y la manipulación política atacan a la armonía ciudadana y ambas cosas sólo pueden engendrar hostilidad, malestar, incluso resentimientos y odios. Por eso, no creo que sean buenas recetas para garantizar la paz auténtica y duradera, ya que pronto aparecerán brotes de rencor, odio y agresividad en esos corazones humillados, aunque aparentemente tengan sus necesidades cubiertas.
—¿Es esto luchas políticas?
—Bueno, no me gusta el término lucha porque suena a hostilidad y guerra. Por nuestra parte, queremos ofrecer otra alternativa pactando por los intereses de todos y por la construcción de una ciudadanía nueva donde se viva realmente la igualdad y se respeten los derechos de cada uno. La verdad es que esta realidad nos afecta a todos como deber de responsabilidad histórica, pero hemos de intentar que nuestras armas sean pacificadoras y de concordia Una humanidad solidaria y fraterna, comprometida con el bien común, ahí está el auténtico progreso de una nación
—¿Y cómo lo hacéis?
—Pues ya vas viendo como actuamos. Empezamos por programas de iniciación en donde los guías o maestros ayudan como primera asignatura el dominio personal.
—A ver, explícamelo.
—Mira, una persona que no sabe controlar su maldad difícilmente podrá entender, aceptar, ayudar a los otros. Si tú no has controlado tus ambiciones desordenadas, difícilmente podrás presentarte como líder para ayudar a los demás, puesto que irás movido por la ambición, el poder, el dominio. Por eso lo primero que se ha de aprender es a saber dominar el mal que crece en el interior de cada uno. Nosotros somos nuestro primer enemigo y hay que ir ganando las batallas correspondientes según las edades psicológicas. El alcanzar el equilibrio interior es tarea de toda la vida. Hay que ir orientando nuestro corazón para que no caiga en la opresión, abuso, rencores, egoísmos, envidias, odios, celos… todo esto son tumores del espíritu del mal que está en nuestra naturaleza, que van minando la capacidad de relacionarnos con amor. El conquistar un bienestar interior, hace que disfrutemos de una auténtica reconciliación con nosotros mismos, como primer peldaño para reconocer comprensivamente la realidad distinta del otro y acogerlos para buscar juntos el bien común.
—¡Qué interesante!
—Si, es una buena guía en el campo psicológico de la persona, la aceptación de uno mismo tal como somos en realidad, con nuestras luces y sombras sabiendo que podemos ir conduciéndolas hacia el equilibrio interior, no sólo evita muchos males, sino que nos lleva a conquistar la verdadera satisfacción.
—A ver si me entiendo. ¿Tú dices que lo primero hay que luchar por dentro de ti?
—Lo has entendido muy bien. Pero, como te he dicho, es una asignatura para toda la vida. Pues no es el mal que viene de fuera el peor, sino que nuestro mayor enemigo es el propio desorden interior. Es la corrupción interior la que destruye toda posibilidad de ir creando paz y hermandad a nuestro paso.
—¡Vaya!
—Permíteme que te lea un párrafo de una carta de uno de nuestros primeros líderes:
«Dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros: la fornicación, la impureza, la pasión, la codicia y la avaricia que es una idolatría. Todo lo cual trae la cólera de Dios… Desechad también de vosotros todo esto: cólera, ira, maldad, maledicencia y palabras groseras, lejos de vuestra boca. No sigáis engañándoos unos a otros. Despojaos de la vieja condición humana, con sus obras, y revestíos de la nueva condición, que se va renovando como imagen de su creador, hasta llegar a conocerlo. …Como pueblo elegido de Dios, pueblo sagrado y amado, sea vuestro uniforme: la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga queja contra otro. El Señor os ha perdonado, haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada».
—¡Sí que es esto un buen programa de vivir!
—Por eso es la primera asignatura que acatamos. Nos va la vida en esa limpieza interior. Si no comenzamos por gastar nuestras energías bélicas en combatir con nuestro propio mal, difícilmente llegaremos a ser capaces de conquistar la armonía de una convivencia ciudadana. Sólo desde una serena y constante práctica de interiorización, podemos llegar al dominio personal y desde ahí sabernos preparados para comprender y ayudar a los demás.
—¿Es este vuestra fuerza de pacifista?
—Así lo puedes llamar. Si analizamos los motivos de los enfrentamientos humanos, el noventa y nueve por ciento tiene sus raíces en esta falta de equilibrio personal. Es el reclamo, más o menos certero, de los derechos legítimos que supuestamente le son negados. Porque en justicia no se puede permitir el querer tener más o creerse superior al otro.
—Y es así donde están los derechos humanos ¿verdad?
—Sí. Nos hemos dado cuenta de que este camino funciona. Sólo viviendo con estas actitudes conseguiremos una sociedad justa y estable, pues nunca se llegará a una sana convivencia si se ve en el otro a un competidor, un enemigo, un inferior…
—¿Y creéis que vosotros pocos, podáis cambiar toda la sociedad?
—Si sólo nos limitamos a quejarnos y a esperar pasivamente que otros actúen, por supuesto que no conseguiremos nada, pero cada uno podemos ir echando nuestra semilla en el surco, confiando en que algún día veremos nacer la planta.
—Dime alguna de esa semilla.
—Pues verás, son gestos de la vida diaria, como palabras de acogida y cercanía, en el trabajo, en casa, en la calle… estar atento a lo que el otro necesita aun antes de que lo pida, ejercitarnos en escuchar, en ser amables, tolerantes, comprensivos, solidarios… valorar a los demás demostrándoles que reconocemos sus dotes, sin envidias, sin ambiciones egoístas, desterrar de nosotros los impulsos de poder, de creernos superiores, de ignorar al otro… respetar otras opiniones, otros puntos de vista sin alterarnos… en fin, educarnos y educar a las nuevas generaciones en el desarrollo de estas actitudes que nos hacen valorar y respetar las diferencias y complementariedad de todos los ciudadanos.
—Pero no siempre es fácil estas cosas.
—Nadie dice que lo sea, incluso a veces hay que conformarse con guardar un prudente silencio ante situaciones injustas o exaltadas y esperar la próxima ocasión. Pero nunca tirar la toalla.
—¿Cómo? ¿Qué toalla?
—¡Ah! Perdona, a veces se me olvidad que tengo que usar palabras sencillas para que puedas seguir mi discurso, pero es que hay temas que me apasionan y es como si estuviera sacando de mi interior todo el fuego que llevo dentro. Pues verás, tirar la toalla significa rendirse, retirarse, dejar de actuar por cansancio, aburrimiento o por simple desilusión ante un objetivo que no se llega a alcanzar. ¿Lo entiendes?
—Sí, ahora sí. Pero quería preguntar, ¿qué haces cuando ves una injusticia?
—Mira como queremos ir buscando creativamente los caminos pacificadores de reconciliación ante los conflictos cotidianos, lo primero que hay que evitar es toda clase de irritación o agresividad, pero nunca mantenernos pasivos ni indiferentes ante ella. La mentira, la falsedad de la manipulación del poder o ante la privación de los más elementales derechos de la persona como son el ser respetado con dignidad, el recibir el trato que se merece por el sólo hecho de ser persona, el tener lo mínimo para subsistir en cualquier situación, son condiciones que nos mueven a alzar la voz contra los hechos injustos. Aquí es donde jugamos la partida más arriesgada, pues se requiere mucho tacto para poder convencer a los contrarios con mano de hierro en guante de terciopelo. ¿Entiendes lo que quiero decir?
—Sí, que hay que ser firmes, pero no agresivos.
—¡Eres una chica muy lista!
—Gracias. Explícame. ¿Si una ley permite algo que no os parece recto, vosotros podéis negaros a hacerlo?
—Como ciudadanos de una sociedad democrática tenemos que saber cuales son nuestros derechos y no acobardarnos ante una legislación que no está de acuerdo con nuestros principios morales, pues por encima de toda ley está la conciencia como última instancia que hemos de seguir a la hora de actuar y no podemos apoyar una legislación que no está a favor de la persona, un orden democrático debe respetar la conciencia de cada uno.
—¿Y si os equivocáis?
—Por eso la urgencia de una buena formación, de consultar a expertos, a personas con autoridad moral, con garantía de seriedad y rectitud de conciencia. Desde ahí es donde nos atrevemos a enfrentarnos, lo que es lo mismo, a objetar sobre una ley que consideramos injusta o incorrecta.
—¿Supongo que no todos tienen ocasión de consultar a expertos?
—Supones bien. En cualquier caso, ante la duda de la rectitud de un comportamiento concreto, siempre hay un recurso que no falla, y es el preguntarnos qué es lo que va más a favor de la persona, qué nos hace más humanos, qué es lo que nos ayuda a vivir más dignamente.
—¿Dónde trabajáis para poder ayudar a la gente que necesita?
—En cualquier estamento social, hay que ir introduciendo este estilo humanizador. Hay que vivirlo en el trabajo, en el lugar donde estudias, en casa, en fin, donde tienes ocasión de relacionarte con los demás. Pero es sobre todo en el campo de la educación y en los medios de comunicación donde nos jugamos el mayor reto, pues son lugares donde se puede ir haciendo pensamiento, donde se puede ofrecer otra alternativa para enfocar la existencia humana. Estamos allí donde son convocados los ciudadanos. Se trata de ir trazando otro camino, no sólo con la palabra sino con la coherencia de vida. Es así como tratamos de dar nuestra opinión desde el diálogo, el ejemplo y nunca desde la fuerza ni la violencia.
—¿Y hay muchos jóvenes que os siguen?
—Pues veras, esta generación de jóvenes, lo tiene muy difícil porque son muchas las fuerzas, y de muy variados signos, las que tratan de ganarlos o confundirlos. Los jóvenes son seres aun sin criterio y por tanto fáciles de manipular, pero yo creo que el papel más influyente pueden tenerlo los padres y los educadores. La familia aún tiene un lugar privilegiado para formar el futuro de nuestra sociedad, aunque haya otras fuerzas que trabajen con energía para destruirla. Hoy por hoy, son los padres los que, con su coherencia de vida, pueden impulsar a sus niños a ser honrados, trabajadores, generosos, solidarios, porque, aun yendo en contra de las estructuras sociales, deben de luchar por conquistar para sus hijos un futuro donde todos puedan participar de una mesa fraterna.