De niña a mujer (7)

» Habían pasado unos tres meses cuando un día, por pri­mera vez, no aparecí por la cabaña a la hora convenida. Él se cansó de esperarme y fue directamente a buscarme. Me encontró medio dormida en mi habitación. Bruscamente entró y me preguntó casi gritando:

‘¿Por qué no has venido?

‘Hoy no me apetecía —dije en un susurro de voz para evi­tar que me oyeran en las otras habitaciones, al tiempo que me incorporaba y me cubría hasta el cuello con la ropa de la cama.

‘¿Por qué? ¿Qué te ha hecho cambiar de opinión? —me preguntó cogiéndome fuertemente de un brazo para obli­garme a salir de la cama.

‘¡Suéltame! —le ordené forcejeando con él—. Me estás haciendo daño.

‘Perdona —Se disculpó soltándome. Y continuó sentán­dose a mi lado y llevándose mi mano a sus labios—. Pero es que me costaría mucho el que terminara todo así. Sabes que no podría pasar sin ti.

‘Pues tendrás que ir acostumbrándote, porque esto se acabó —le dije retirándole la mano.

‘¡Qué dices insensata!

‘Bueno, tarde o temprano tenía que suceder, así que tienes que saber que estoy embarazada —le confesé bajando los ojos como si con ello ocultara mis sentimientos de culpabilidad.

‘¿Cómo? ¿Estás segura? ¿A caso no te has cuidado como te advertí con aquellas pastillas que te di?

‘No. Tuve miedo y las eché por el váter.

‘¡Desgraciada ignorante! ¿Y ahora qué?

‘Ahora ya ves, esperando un hijo tuyo.

‘Esto no es lo convenido. A ninguno de los dos nos inte­resa. Tendrás que pensar en deshacerte del crío.

‘¡Eso nunca! —Le contesté con firmeza.

‘Pues si te empeñas en seguir, tú verás cómo afrontas la situación. Esto ha sido sólo culpa tuya porque eres una ca­bezona y como te empeñas en no seguir mis consejos ¡arré­glatelas! —Y dando media vuelta, se marchó dando un por­tazo que hizo vibrar los cristales de la ventana. Seguro que todos en la casa lo oyeron, pero de esto no tengo noticia. Allí, en mi habitación me pasé el resto del día, pero nadie se preocupó de mí.

» A la mañana siguiente traté de no encontrarme con mi madre, cogí cuanto dinero tenía ahorrado, metí mi ropa en una bolsa y después de dejar una carta encima de la cama, salí hacia la puerta de la finca, a esperar que mis hermanos marcharan a la escuela en la furgoneta. Les dije que iba a pasar unos días a casa de una amiga y me despedí de todos.

» En cuanto me vi sola, me dirigí a la estación y cogí el primer tren que pasó, bajándome en la última ciudad donde este moría.

—Sin duda que mi padrastro es un hombre muy inteligente —concluyó en su relato Elsa

Sabía que a la fuerza y con amena­zas no conseguiría su propósito de tenerme a su merced, como él pretendía. Y al verme tan resuelta perdió todos sus falsos en­cantos. Gracias a Dios pude salir de aquella situación, pues lo que más temía era verme indefensa ante su ternura y halagos y caer en la tentación de abortar como él pretendía. Ahora veo que era como una sutil araña envolviéndome en su tela. De ninguna ma­nera debía consentir más aquello que tanto me trastornaba y que podía llegar a convencerme de que tenía que abortar. ¡Matar a mi propio hijo! Ya sé que hay jóvenes que no piensas como yo, pero yo sigo creyendo que lo esencial en la mujer es la maternidad y no concibo el renunciar a ello por egoísmo o por lujuria.

» ¡He disfrutado tanto cuando la iba sintiendo moverse en mi interior!, ahora comprendo el gesto de las futuras madres tocán­dose la tripa porque ahí va sintiendo como va creciendo su bebé. Y ¿qué decirte del momento del parto? Cuando notas al bebé sa­lir y le ves todo amoratado y embadurnado como de una grasilla blanca y te lo ponen encima. Desde ese instante no puede nada, absolutamente nada, hacer que deje de ser tu bebé y ese momento queda grabado para siempre en tu corazón. Y piensas: ‘¡Es mi hija! Esa personita que tengo ahora sobre mi pecho, ¡es mi hija! Que ha estado todos estos meses viviendo, formándose, creciendo, ali­mentándose y respirando, porque yo la he protegido dentro de mí.

» Por todo esto nunca podré dar suficientes gracias al Señor por haberme librado de mi padrastro y haberme puesto en mi camino a Marta. Ha sido como si hubiera roto un pacto con el mismo diablo y encontrar compensación con las atenciones de un ángel. Esto ha sido Marta para mí. Sobre todo, me ha ayudado a confirmarme en mis principios, y ahora sé que, aunque hice mal, mis convicciones son rectas.

Quisiera hacerte unas preguntas. —Le propuso M95

—¡Adelante!

¿Cuántos años tiene tu padrastro?

—Cuarenta y dos y mi madre treinta y siete.

¿Otra?

—¡Vale!

¿Sabe tu madre dónde estás?

—No. Sé que es muy duro para ella, pero temo que si le doy cualquier pista él se lo saque y le dé por venir a buscarme. Pero tuve ocasión de mandarle una carta y le dije a Juan que la enviara desde otra ciudad. En ella le contaba parte de la verdad, lo sufi­ciente para que esté tranquila, pero nada le dije para que pueda localizarme.

Una última pregunta.

—Las que quieras.

¿Qué significa eso de que tú eras su amante?

—Bueno, eso le llamamos al hombre y la mujer que tienen relaciones íntimas sin estar casados. 

(Reflexiones de M95 ante su realidad)

¿Quién de nuestra sociedad sabe que la función principal de la existencia de la mujer es el ser madre? ¿Quién de nuestras jóvenes pue­den sospechar que son capaces de engendrar e ir formando en ella un nuevo ser como se hace en nuestros laboratorios? ¿Cómo reaccionarían estas mujeres si se enteraran que nuestras adolescentes desde el momento de su primera menstruación hasta los 21 año que celebran la mayoría de edad con el rito del cierre de la trompa de Falopio permanecen com­pletamente aisladas del mundo masculino? (4)

» Y yo me pregunto: ¿Qué función le queda por cumplir a la mujer en nuestra generación? ¿Somos individuos sin un papel propio, dado que se nos privó de nuestra función reproductora? ¿Es un avance el haber privado a la mujer de la experiencia de ser madre?

» Cuando he sido estos meses testigo de tantos sentimientos positivos respecto a este asunto, sin duda que me cuestiono nuevamente el poner en duda los avances de nuestra civilización en esta materia. ¿Es más humano que las relaciones sexuales se limiten a ser simplemente una satisfacción de los placeres higiénicos de los adultos?

» He aquí como hemos ido perdiendo el sentido relacional de la pareja y su misión de formar una familia. La madre probeta es la encargada de la gestación y el desarrollo del bebe. Hemos privado a nuestras mujeres de algo tan hermoso como debe ser (según he podido comprobar por la información de estos meses) la experiencia maternal de sentir el crecimiento de un bebé dentro de ellas.

¡Esto es impensable para nuestra generación femenina!

¿Otro avance del progreso de nuestra civilización?

__________

(4) Lo que ni ella misma sospecha es que todas las adultas de su generación fun­cionan con un ovario sólo, ya que, en aquella ceremonia, se lo extirpan para fecundarlo en los laboratorios maternos.

FIN del capítulo 15 DE NIÑA A MUJER

De niña a mujer (6)

» Mi madre anunció en una cena que iba a traer otro niño al mundo. Yo me sobresalté y casi me atraganto. ¿Por qué? ¿A caso no era lógico? ¿A caso no era aun joven y de buena presencia? ¿No era su marido un hombre atractivo y sensual? Todas estas preguntas me las hice en un segundo. Pero al mis­mo tiempo yo estaba rabiosa y confundida. Comencé a toser y me disculpé diciendo que no me encontraba bien y que me iba a retirar.

» A la mañana siguiente mientras seleccionaba los huevos que habían puesto las madrugadoras gallinas, me sentí ob­servada, me volví y allí estaba él sonriéndome.

‘Buenos días. ¿Ya se te ha pasado?

‘¿El qué? —pregunté tímidamente.

‘No sé, anoche dijiste que no te encontrabas bien y nos dejaste sin terminar la cena.

‘¡Ah ya! Mira Luis —me sorprendí, era la primera vez que no le llamaba “tío”—, no sé qué pretendes, pero yo no aguanto más esta situación.

¿Y bien? —comentó con una calma infinita que aumentó mi rabia.

‘¡Por favor, no me trates así! —notaba los ojos húme­dos—. No te comprendo, pero nadie me hace conmoverme de este modo y sé que esto no está bien.

‘¿De veras? —dijo cogiéndome de la barbilla y obligán­dome a mirarle—. ¿Ni siquiera Martín?

‘Esto es distinto. Es algo que supera mis fuerzas. Aunque sé que eres el marido de mi madre no puedo dejar de pensar en ti como hombre.

‘Que yo sepa eso es normal puesto que soy un hombre. Ven conmigo —me ordenó cogiéndome de la muñeca y ha­ciéndome caminar detrás de él casi a rastras.

‘¿A dónde me llevas?

‘No te preocupes y sigue me.

» Cruzamos las casas de los campesinos y caminamos por un sendero entre árboles. Yo conocía muy bien aquel paraje. De pequeña solía venir con mis hermanos a jugar y a buscar pájaros. Hacía mucho tiempo que no me acercaba por allí. Lo que no sabía era que él había construido una cabaña para la caza en medio de aquel bosque.

» Nos dirigimos hacia ella y Luis sacó de un árbol una llave con la que abrió la puerta. Me cedió el paso y cerró tras de sí. La estancia era sólo una amplia habitación con una chimenea y una mesa rustica en el centro rodeada de bancos hechos de troncos. En un rincón había un camastro y una alacena sin puertas donde estaban depositadas varias escopetas de caza, en otra pared una estantería repleta de bebidas y encima de la chimenea una cabeza de ciervo, que me impresionó por su realismo.

» Él se me acercó sonriendo tiernamente y cuando estuvo muy cerca de mí, me acarició las mejillas con ambas manos. Yo temblaba. Gruesas lágrimas comenzaron a rodar por mi rostro. Él las enjugaba con sus dedos casi sin rozarme.

‘No temas. Relájate. Yo también creo que esto tiene que acabar. Pienso que la única forma de que encuentres la paz contigo misma es dejar de luchar con tus sentimientos —esto decía mientras me iba despojando de mi ropa—. Ya verás como todo es más sencillo de lo que te has imaginado. No te voy a hacer ningún daño.

» Pero yo no cesaba de llorar, a pesar del susurro de sus tiernas palabras. Mientras me iba empujando suavemente hacia el suelo y acariciaba mi desnudo cuerpo de niña-mujer. ¡Hasta que me hizo suya!

» Estaba tan tensa que fue como una descarga eléctrica es­tallando en mi interior y recorriendo todo mi cuerpo. ¡Aquella sensación era más fuerte que yo! Pero a pesar de todo algo en mi seguía rebelándose. ¿Qué estás haciendo Elsa en brazos de tu padrastro? ¡Todo me daba vueltas! Busqué sus ojos, en ellos vi ternura y comprensión. Me estremecí y empecé a relajarme.

» Permanecimos tendidos en la moqueta que cubría el suelo. Yo intentaba serenarme. Él me esperaba mientras ju­gueteaba con los dedos de mi mano, llevándoselos a su boca, mordiéndolos suavemente y besándolos. Por fin, cuando notó que mi respiración era normal, se dio media vuelta incorporándose y colocándose boca abajo apoyándose en el suelo con los codos me preguntó sonriéndome, al tiempo que me retiraba suavemente el pelo que caía sobre mi frente:

‘¿Estás ya tranquila?

‘Creo que sí —le contesté tratando de sonreír.

‘¡Me alegro! No fue tan malo ¿no? —murmuró acercán­dose y besándome en la frente.

“Yo me incorporé y sin responderle tomé la ropa y co­mencé a vestirme.

‘Quisiera que te calmaras —continuó al ver mi silencio—. Estás muy tensa y así no puedes disfrutar.

‘No creo que tenemos que permitirnos esa clase de dis­frute.

‘¿Por qué? ¿Acaso no somos dos adultos que nos senti­mos atraídos el uno por el otro?

‘Creo que esto no es lo adecuado. No se puede actuar como animales, sólo movidos por una atracción meramente física. Hay una moral, una ética, una ley de Dios…

‘¡Todo esto no son más que normas frustrantes! Si Dios nos ha hecho así y ha querido que nos encontráramos, no puede ninguna ley ponerse como obstáculo. Si nos sentimos atraídos el uno por el otro ¿qué ley puede ir en contra de la ley de la naturaleza? ¿No te parece que sería una ética poco humana?

‘¡Ojalá nos hubiéramos conocido en otras circunstan­cias! Pero la realidad se impone y ella es nuestra juez.

‘¿Qué culpa tenemos nosotros de que el destino haya ju­gado así con nuestras vidas? Lo que aquí cuenta es que sen­timos mutua atracción y queremos vivir esta relación adulta.

‘¿Y mi madre? —dije en un hilo de voz. Estábamos los dos de pie tratando de colocarnos las respectivas ropas. Él me contestó muy bruscamente:

‘¡Otra vez! No estropees el idilio del momento. Ya te dije que ella no tiene que ver nada con todo esto.

‘¿No? Pero te atreves a seguir hasta dejarla de nuevo emba­razada —le acuse en el mismo tono, poniéndome con las ma­nos apoyadas en las caderas en un gesto desafiante—. ¡Eres un monstruo! ¿Es que quieres tener un harén en tu casa?

‘¡Eso es problema mío!

‘¿Sólo tuyo? ¡Dos mujeres!

‘No seré el primero.

‘No me gusta esta situación —comenté como si hablara para mí misma—. ¡Es tan distinto a lo que siempre había soñado!

» Él, cambiando de tono, se me acercó acariciándome los brazos y me dijo:

‘Puede ser realidad tu maravilloso sueño si te olvidas de prejuicios y escrúpulos.

‘No sé, no me atrevo, lo llevo tan dentro…la vedad es que no se si quiero.

‘Si me dejas que te ayude, pronto se te pasarán esos sen­timientos de culpabilidad. Te invito a que nos veamos de nuevo aquí mañana a la hora de la siesta ¿vale?

‘Ya lo pensaré.

» Pero no falté. Él lo tenía todo previsto, me entregó unas pastillas y me insistió en que me las tomara, porque era ob­vio que debería evitar un embarazo de nuestras relaciones. Así fue como me convertí en su amante. A partir de aquel momento las citas se frecuentaban. Él me mandaba recado cuando le parecía oportuno, procurando ser muy discreto para no levantar sospechas.

De niña a mujer (5)

» Durante la vuelta de la noche siguiente no ocurrió nada. Yo me preguntaba, a medida que nos acercábamos a casa, si habría soñado lo de la noche anterior. Estuvimos callados durante todo el trayecto, al parecer ninguno de los dos está­bamos por romper el silencio.

‘¿Ni si quiera me vas a dar un beso de buenas noches? —me dijo cuando ya habíamos descendido del coche.

‘¡Oh, sí, claro!

» Me acerqué y le di un beso en la mejilla al tiempo que le decía:

‘Buenas noches, tío Luis y gracias por todo.

» Me di la vuelta, pero él me cogió del brazo y me hizo girar hacia él diciendo:

‘No, así no.

» Me abrazó y me besó en la boca. Pero yo me resistía. Me sentía tensa y agresiva. Él se apartó con brusquedad y me dijo:

‘Lo siento, no me gusta forzarte.

‘No es eso. Lo que pasa es que… Bueno, supongo que tengo que ir haciéndome el ánimo de que las cosas tienen que cambiar entre nosotros.

‘Entonces, esa resistencia no significa que me rechazas —era más una afirmación que una pregunta.

‘Supongo que no, pero creo que necesito tiempo para poder poner nombre a esta nueva situación. Me gustaría que respetaras mi ritmo.

‘De acuerdo. Sabes que te estaré siempre esperando.

» Cerró la puerta del garaje y nos dirigimos a casa. Antes de entrar le pregunté:

‘Y, ¿qué pasa con mi madre?

‘¿Con tu madre…? ¿Qué pasar? Que yo sepa, nada. ¿Por qué me haces esa pregunta?

‘Bueno… ¿piensas dejarla por mí?

‘¿Dejarla…? ¿Por qué? Tu madre es mi esposa ¿no?

‘¿Ah sí?… Y yo, ¿quién soy?

‘Esto es distinto. Tú… tú eres mi… sí, mi discípula. Eso. Y yo soy tu profesor. Ahora que, te aconsejo que no le digas nada de todo esto, quizás no lo entienda y se sienta celosa.

» Y sin más comentarios me hizo entrar sigilosamente en la casa dormida.

» Aquella noche el hombre de mis pesadillas tenía un ros­tro ¡mi padrastro!

‘Bueno, Elsa. Esta es la última noche que viajamos solos. Mañana como es el último día de la feria, vendremos toda la familia a celebra la despedida de los feriantes. Supongo que te lo habrás pasado bien ¿verdad?

‘¡Oh sí, tío Luis! Han sido noches perfectas. ¡Como nun­ca podía haberlas soñado!

‘Y… ¿Qué hay del chico “más interesante”? ¿Quieres ha­blarme de él?

‘Pues…, se llama Martín y este año termina la secundaria. Estu­dia en un instituto de la ciudad, pero su familia vive en el pueblo.

‘¿Y te ha dicho que quiere seguir viéndote?

‘Bueno, él vuelve al pueblo todos los fines de semana y sí me ha dicho que le gustaría encontrarse conmigo en la disco­teca algún sábado, pero yo no le he dado muchas esperanzas.

‘¿Por qué no? No me digas que a estas alturas no tie­nes confianza para pedirme que te siga haciendo este favor. ¿Cómo has dudado que yo haría esto por ti? —en su voz había mezcla de enfado e ironía.

‘Bueno… Pensé que esto se acababa con el fin de la feria.

‘¡Pobre Elsa! Como el cuento de la cenicienta ¿no?

‘Pues… ¡Algo así!

‘¡Pues no! Pienso que como ella mereces ser feliz. Y aun­que también eres huérfana, tienes un padre que quiere ayu­darte a que lo seas. ¿Sigues aun dudándolo?

‘No, pienso que no —dije con timidez mirándome las manos.

‘Así está mejor. De todas las maneras creo que te tienes que espabilar, pues puede haber alguna más viva que tú, que te lo quite. ¿No has pensado en eso?

‘Sí, puede ser. Pero ¿qué voy a hacer? No puedo forzar al destino.

‘No forzarle no, pero sí darle facilidades para que se convier­ta en tu aliado y conseguir un futuro favorable. ¿No te parece?

‘Tal vez.

‘¡Pues claro! Ya iremos pensando en posibles estrategias. Quizás tengas tú algo ya en mente.

‘En realidad no, puesto que no quería hacerme ilusiones por si esto no continuaba.

‘Pues ya ves que por mi parte sí que va a seguir. Así que vete haciendo a la idea y le dices mañana que el próximo sábado os veréis.

‘Gracias así lo haré —me quedé en silencio.

» Durante un buen rato sólo se oía el rodaje del vehículo por la carretera desierta.

‘¿Cuándo quieres que continuemos las clases? —dijo con los ojos fijos en la carretera. Yo temía esa pregunta y como nada respondí, continuó—. Vamos a estar una semana sin tener otra oportunidad.

» ¿Qué hacer? Me volví a mirarle con timidez y le pregun­té algo nerviosa:

‘Bueno, ¿y cuál sería la próxima lección?

» Aparcó el coche fuera de la carretera.

‘Me parece que estaremos más cómodos si salimos del co­che, no creo que tengamos frío, hace una noche estupenda.

» Me ayudó a salir muy gentilmente y sin soltarme de la mano nos adentramos en un pequeño bosque y nos pa­ramos debajo de un árbol donde había un buen sitio algo ocultos desde la carretera. Colocó su gabán en el suelo para evitar la humedad y aún los dos de pie se me acercó hasta rozarme con sus labios los ojos. Yo le acariciaba el pelo y le dejaba que recorriera con su boca todo mi rostro. Poco a poco me iba empujándome hasta quedar sentados encima del gabán.

‘¡Oh, Elsa, Elsa! Eso de las lecciones es una excusa tonta. Quisiera estar seguro de que correspondes a mis sentimientos.

‘Eres la mejor persona que conozco —le comentaba mientras sentía sus besos en mis orejas y en mi cuello—. Siempre estaré en deuda contigo, pero tienes que tratar de frenar esos arrebatos. Yo, aunque presuma de lo contrario, sólo soy una niña asustada ante tus lecciones.

‘No, no lo eres, y la verdad es que me estás volviendo loco y quisiera hacerte mía.

‘No, Tío Luis, no puedes pedirme esto. Sé que siempre has hecho lo posible por no forzarme, pero creo que esto debemos de evitarlo, no quiero verme en una situación que luego no pueda remediar.

‘Yo sé, cómo se puede controlar. Hay métodos…

‘No siempre son eficaces —le interrumpí poniéndole mis dedos sobre sus labios—. Además, quisiera, cuando llegara el momento, no renunciar a la maternidad. Y en cuanto a esas cosas, estoy convencida de que cualquier procedimien­to contra la naturaleza tiene que ser perjudicial, no sólo físi­ca sino también psicológicamente.

‘¿Quién te ha metido esas ideas en la cabeza? —dijo se­parándose bruscamente.

‘No quiero que te enfades —le susurré cariñosamente acariciándole la mejilla—. Pero tienes que respetar mi ritmo. No creo que estoy preparada para llegar donde tú quieres que lleguemos. Yo intentaré hacer todo lo que me pidas para hacerte feliz, pero no me pidas eso.

‘¿Tú crees que se puede hacer feliz a una persona sin sa­tisfacer sus deseos?

‘No todos los deseos son lícitos. Y este tuyo hacia mí no lo acepto como tal. Así que te tendrás que conformar con lo que te pueda dar.

‘Bueno, ya veo que necesitas más tiempo —dijo mirán­dome fijamente y haciéndome estremecer. Me volvió a abra­zar más firmemente.

» En mi interior ardía un fuego intenso y agónico, pero mi mente me obligaba a mantenerme firme. Puso su cabeza en mi regazo y me gritó con un gemido:

‘¡Oh, Elsa! No sé si podré resistirlo. Temo no tener pa­ciencia ni sosiego.

‘Ya verás que sí. Yo te ayudaré.

De niña a mujer (4)

» Los meses que transcurrieron hasta terminar el curso escolar, éramos llevados a la escuela por uno de los nuevos jornaleros. El patrono, al que ahora llamábamos tío Luis, había comprado para sustituir la vieja camioneta de mi pa­dre, dos grandes furgonetas y contrató a dos hermanos que, junto con la esposa de uno de ellos, ocuparon la casa que nosotros dejamos. Ellos eran los encargados de proveer a los clientes del contorno, que por supuesto aumentaron.

» Aquel junio yo terminé la escuela. Al curso siguiente ya no volvería y no hubo ninguna propuesta para que fuera a estudiar a la ciudad, pues esto suponía unos gastos que mi madre no se atrevía a mencionar y a él ni se le pasó por la cabeza. Los días de otoño se me hacían largos y monótonos, era como si las vacaciones de verano, ¡tan aburridas siempre! nunca llegaran a tener fin. A pesar del ambiente en el que he crecido, siempre me ha gustado mucho leer, tuve una maestra muy buena que me ayudó a desarrollar esta afición, por eso mis conocimientos culturales siempre han estado por encima de mis estudios, y el estar todo el día metida en las faenas de la finca me costaba un montón, pero yo sabía que este iba a ser mi futuro.

» Sin darme casi cuenta, un día me sorprendí con que era mi cumpleaños.

‘Madre, ¡hoy cumplo 16 años! —le dije mientras tomába­mos las dos solas el desayuno esa mañana.

‘¡Es verdad! El otro día pensé en ello, pero hoy me he despistado. Esta noche lo celebraremos cuando todos este­mos juntos. ¡16 años! ¡Cómo se pasa el tiempo! Aún me creo que eres una niña y ya eres toda una mujer. A tu edad yo ya festeaba con tu padre.

» Aquella cena fue única. Hubo tarta y chocolate a la taza. Él me sorprendió con un bonito vestido de dos piezas.

‘¡Oh, gracias, tío Luis! ¡Es precioso! —dije al tiempo que le abrazaba y le besaba en la mejilla y volviéndome hacia mi madre le pregunté— Mamá ¿me lo puedo probar?

‘¡Pues claro!

‘¡Alégranos la vista con tu elegancia! —dijo él.

» La verdad que lo conseguí. Un ¡oh! de toda la familia llenó el amplio comedor. Yo estaba gozosa. Mi madre me miraba orgullosa. Yo corrí hacia él y le abracé fuertemente diciéndole:

‘¡Gracias! ¡Nunca había soñado en poder tener algo así!

‘Pues ahí lo tienes. Y esto no termina aquí, siéntate que tu madre y yo tenemos que contarte nuestros planes.

‘¿Cómo? ¿De qué se trata? —yo estaba intrigadísima.

‘Pues verás —dijo mi madre—. Tío Luis está preocupa­do por la vida que llevas, sin relacionarte con tus compañe­ros del pueblo desde que terminaste la escuela.

‘Sí, es cierto, no es bueno que no tengas ocasión de seguir viéndote con tus antiguos amigos, por eso hemos pensado que podrías hacer planes para asistir a la verbena de los días de la próxima feria.

‘¿De veras? —dije dando un grito de júbilo.

‘Si. Y yo me comprometo a llevarte cada noche al pueblo y recogerte cuando me digas ¿vale?

‘¡Esto es demasiado! ¡Me he quedado sin palabras!

‘Pues bien, el martes próximo iremos a comprar ropa nue­va para toda la familia, pienso que puedes aprovechar el viaje y visitar a alguna amiga para quedar con ella. ¿Qué te parece?

‘Que este es el más perfecto de los regalos de cumpleaños.

‘¡No siempre se cumplen dieciséis años!

» La primera noche de la feria, toda la familia disfrutamos de los festejos. Prácticamente todos los habitantes de la finca nos encontrábamos allí. ¡Era la gran noche! El júbilo y el jolgorio se respiraban a muchas leguas. Tiovivos, norias, montaña-rusa… casetas con diferentes atracciones; puestos de comida rápida; fuegos artificiales… en fin, un montón de atracciones para chi­cos y grandes. Durante el día se negociaba con el ganado y la cosecha, pero por la noche todos los vecinos de la comarca se reunían a disfrutar juntos de la música y la fiesta.

» A la noche siguiente ya no asistieron mi madre y mis hermanos. Mi padrastro, como estaba planeado, me dejó en la plaza del ayuntamiento donde estaba instalada la verbena y quedó en recogerme a las dos de la mañana.

‘¿No te dicen los muchachos que eres la más bonita del lugar? —me preguntó cuando regresábamos.

» Yo me estremecí. Sentí algo extraño en mi interior que me daba miedo.

‘Te lo digo en serio, Elsa —dijo pasando el brazo por encima de mi hombro—. Te estás convirtiendo en una jo­vencita muy bella.

Yo sonreí, bajé los ojos y nada respondí. Me encogí en mi asiento y él retiró el brazo.

‘Para ser una chiquilina tienes mucho carácter —Afirmó en tono irónico.

» Yo me sentí provocada y le respondí con indignación:

‘¡No soy ya una chiquilina! ¿Por qué tratas siempre de pincharme? ¿Por qué no podemos tratarnos sin tener que recurrir a eso?

‘Porque ahora mismo estoy celoso. No me gusta que todos esos críos estén zumbando a tu alrededor como estúpidos y pegajosos moscones. Tú vales más que cualquiera de ellos.

» Yo me encogí de hombros como no dando importancia al asunto. Pero sentía que la sangre me ardía en las mejillas.

‘Apuesto a que no encuentras ninguno a tu medida.

‘Pues sí —dije desafiante—. Hay algunos que me pare­cen interesantes.

‘¿Sí? ¿Alguno de ellos en particular?

‘Bueno —contesté procurando aparentar inocencia—. El que más de todos… sí, hay uno. Pero no es de los moscones.

‘¡Ah, ya!

» Hubo un corto silencio. No sé si él esperaba que diera el paso a las confidencias, pero yo no estaba por ello. ¡Tenía miedo! No sabía a dónde quería llegar. La carretera estaba desierta, la luna brillaba con toda su intensidad y dejaba ver el perfil de la naturaleza en la sombra de la noche. Cada uno parecía envuelto en sus propios pensamientos, arrullados por el hechizo del momento.

‘¿En qué piensas? —dijo rompiendo el silencio.

‘¡Oh, en nada! —contesté procurando hacerme la indi­ferente.

‘Seguro que soñabas con “el más interesante”

» Yo le sonreí ruborizándome de nuevo, pero no dije nada.

‘¿Quieres que te ayude a conquistarlo?

» Yo me volví a mirarlo sorprendida. Él debió leer la pregun­ta que le lanzaba mis ojos y que no me atrevía a pronunciar.

‘Si, sí. Aunque te estás transformando en una hermosa mujer, me temo que aún no has aprendido las artes de sedu­cir a un hombre.

» Calló esperando mi reacción, pero al no tener respuesta continuó:

‘Tu cuerpo está creciendo y madurando, pero me temo que tu mente se resiste a dejarle reaccionar a merced de esas nuevas sensaciones que están apareciendo en tu ser de mu­jer. ¿No sientes que a veces se rebela ante tu presión por controlarlo?

‘A veces —dije en un susurro. Ni si quiera me oí a mí misma. Deseé que sólo lo hubiera registrado en mi mente, pero él sonrió y mirándome de reojo prosiguió:

‘No te preocupes, esto que percibes es lo normal. No tienes por qué avergonzarte de sentir esas necesidades, son propias de tu condición de adulta. Déjame que yo sea tu guía y consejero, con tu belleza y mi experiencia verás como todo será muy fácil. Si te apoyas y confías en mí te aseguro el éxito pleno en tu empresa de mujer.

» ¿Qué decir? Tenía razón. Estaban en continua lucha mi cuerpo y mi voluntad. ¿No sería la hora de rendirme ante la evi­dencia y escuchar los consejos de la experiencia? Si de verdad él era sincero y me ayudaba… ¡por qué no! ¿Quién mejor que él me podía entender? Al fin y al cabo, era mi padrastro y no era cuestión de esperar que mi madre me ayudara, me parecía demasiado primitiva e ignorante. En estas estaba, cuando sentí que frenó el coche y se volvió plenamente a mí diciéndome:

‘¿Nada respondes? Tarde o temprano te encontrarás con un hombre que busque tu cuerpo y ¿cómo reaccionarás? Dime.

» Su voz resultó tan reclamante que me cogió desprevenida. Instintivamente bajé los ojos. Él me levantó suavemente la barbilla y me hizo mirarle. Le miré a los ojos con temor. ¿Qué tenía ese hombre en la mirada que me hipnotizaba? ¡Me hacía sentir indefensa! ¡Nadie sabía mirar como él! Quise mante­nerle la mirada, pero no podía. Sus ojos me penetraban hasta los rincones más profundos de mi mente. Me sobrecogí. Un escalofrío envolvió todo mi cuerpo. Me hubiera gustado estar a mil leguas de allí y a la vez me sentía cada vez más atraída por su insistente y cálida expresión. Supongo que no nece­sitaba mis palabras para saber lo que estaba sintiendo, y yo también adivinaba su propio estado de ánimo. Su mirada, su transpiración, todo él parecía emanar un poder que me sedu­cía suavemente, sin violencia, pero con firmeza. Sentí que len­tamente mi cuerpo le respondía con una fuerte oleada que pa­ralizaba cualquier otro sentimiento. Instintivamente me cubrí el cuerpo cruzando los brazos y frotándolos con las manos.

‘¿Tienes frío? —me preguntó volviendo a echar su brazo sobre mis hombros.

‘No sé —le contesté volviéndole a mirar.

» Esta vez me sorprendí al comprobar que ya no me asusta­ba su mirada, que podía dirigirme hacia sus ojos sin temblar.

» Él me sonrió y me acarició los labios, haciéndome estremecer de nuevo, pero esta vez no le rechacé. Me atrajo hacia sí con sua­vidad y me besó en la boca. Fue un beso suave, tierno. Yo cerré los ojos y me abandoné al placer del momento. Cuando le volví a mirar él me estaba contemplando con satisfacción. Seguramente sentiría una agradable sensación de triunfo. ¡Ya eran suyas las dos mujeres! Me cogió la cara con las dos manos y me dijo:

‘Elsa, cariño, ¡Eres preciosa! ¡Me gustas mucho!

‘¿Por qué te comportas así conmigo tío Luis?

‘Porque quiero ser para ti algo distinto. Deja que compar­tamos juntos unos minutos felices.

‘Pero esto no está bien —. Los labios me temblaban y luchaba por dominar mi agitación interior.

» Por un momento creí que me iba a poner a llorar. ¡Me sentía tan impotente! Volvía a sentir la fuerza de su mirada y no me atrevía a levantar la vista. Él me observaba sonriendo y dejó pasar unos segundos. Después me dijo:

‘No creo que haya sido una experiencia tan horrorosa como para no repetirla ¿no te parece?

» Yo tragué saliva y nada contesté. Sentía toda la sangre de mi cuerpo acumulada en mi rostro. No quería mirarle.

‘A un buen maestro le gusta comprobar si sus alumnas asimilan las lecciones. ¿Quieres intentar demostrarme lo que has aprendido?

» Y sin esperar respuesta, se me acercó con los ojos cerra­dos y esperó. Fue todo muy rápido. Le rodeé con mis brazos e intenté concentrar toda la fuerza de mis sentimientos en aquel beso.

‘¡Uf! ¡Qué bien lo has aprendido! —exclamó echándose en el respaldo del asiento como si rebotara desde mi cuerpo.

‘Gracias tío Luis por la lección —dije llena de satisfac­ción—. ¿Verdad que ya no soy una niña?

‘¡Por supuesto que no! —admitió—. Ese beso es el de una auténtica mujer.

» Volví a sonreírle mirándole a los ojos y le dije orgullosa:

‘Ahora vamos a casa ¿vale?