Hoy vamos a situar nuestra lectura, -donde estamos recorriendo los textos bíblicos del libro-, en el aula donde la profesora de informática Kay Moor imparte clase.
Estas dos últimas semanas he estado trabajando con mis alumnos del último curso, un proyecto social que Andrés les ha mandado sobre los derechos del ciudadano y la responsabilidad del gobierno para que el estado de bienestar sea una realidad que disfrute toda persona que habita en el país. Dividí la clase en tres grupos para poder tener distintos enfoques sobre el tema. Los jóvenes buscaron información en internet, haciendo sus ajustes, y reflexiones a nivel individual y más tarde se intercambiaron sus trabajos hasta llegar a un consenso dentro del grupo, siempre valiéndose del ordenador como medio de información y comunicación.
Copio el tercer documento que termina con una reflexión bíblica
¿QUÉ DEMOCRACIA QUEREMOS?
Entendemos que el proceso democrático es asunto de todos, no podemos quejarnos de nuestra insatisfacción ciudadana si nos limitamos a un voto dado el día de las elecciones y protestamos desde el sillón de nuestra casa, lamentándonos del mal que gobiernan nuestros políticos, de que las instituciones públicas que tenemos no nos sirven porque no satisfacen nuestras necesidades, porque las promesas se quedaron en las campañas electorales…
Y como creemos que lo esencial no es producir, ni lucrarse, ni mucho menos consumir, desde aquí nos sublevamos ante una democracia cuyos políticos están bajo el dominio del mercado. La economía financiera no puede ser lo esencial de nuestra existencia. No podemos confundir el ser con el tener, el vivir con el consumir, el existir con la conquista de un beneficio económico.
León Tolstoi, el mismo año de su muerte (1910), escribía en su diario:
“Sólo nos es dada una forma de felicidad del todo inalienable, la del amor. Basta con amar y todo es alegría: el cielo, los árboles, uno mismo… Y, sin embargo, la gente busca la felicidad en todas partes menos en el amor. Y es precisamente esta forma errónea de búsqueda de felicidad en la riqueza, en el poder, en la fama o en amor excluyente, la que no sólo no nos da felicidad, sino que nos la quita del todo”
Por eso apostamos por una transformación social donde lo esencial es conseguir la felicidad. No se trata de una gran idea, sino de un tesoro que sólo se alcanza en la medida que aprendemos a amar porque nos sabemos amados, y esto no se da en un modelo de democracia donde no se trabaja en función de ir creando comunidades sociales que vivan confiadas porque se saben gobernadas por unas instituciones públicas que actúan por el bienestar justo de todos los habitantes del país.
Pero existe aún otra vía por analizar, pues nuestra felicidad irá creciendo en la medida en que cada uno nos comprometamos a ir creando una segura y armónica sociedad, donde la convivencia y la paz tengan como fundamento el amor de hermandad universal, sólo desde este convencimiento, podremos hablar de vivir en lo esencial y será entonces cuando podremos movilizarnos, ejerciendo presión política ante un sistema que nos parezca injusto y desconectado de los intereses de los ciudadanos.
Nos parece urgente que la ciudadanía se movilice a través de los movimientos sociales, organizaciones de vecinos, ONGs, cooperativas laborales… porque, aun que son pequeños espacios, es ahí donde podemos ejercer nuestros derechos y defender esa soberanía del pueblo, donde podamos reivindicar por un futuro basado en la equidad, la justicia social, la solidaridad y la protección medioambiental. El reto está en conquistar el poder de decisión desde los distintos estamentos ciudadanos para que nuestra democracia sea capaz de actuar como fruto de todas las estructuras sociales.
¿Por dónde empezar?
Por tomar conciencia de lo importante que es la participación como ciudadanos comprometidos por el bien común. Hay que comenzar por promover y participar en propuestas colectivas, donde se puedan ejercer la legitimidad política de la ciudadanía, como espacios donde desarrollar nuestra capacidad crítica y desde donde poder hacer presión social, como plataforma para la regeneración democrática que buscamos.
Concluiremos con unos consejos de S. Pablo a los cristianos de Roma:
