EL EQUILIBRIO PERSONAL

Hoy sorprendemos a M95 hablando con Andrés. Ella está confusa ante las relaciones sociales que va descubriendo en este colectivo humano y se atreve a preguntarle cual es el secreto de ese equilibrio relacional que manifiestan los ciudadanos de esta sociedad.

—¿Y cómo lo hacéis?

—Pues ya vas viendo como actuamos. Empezamos por programas de iniciación en donde los guías o maestros ayudan como primera asignatura el dominio personal.

—A ver, explícamelo.

—Mira, una persona que no sabe controlar su maldad difícilmente podrá entender, aceptar, ayudar a los otros. Si tú no has controlado tus ambiciones desordenadas, difícilmente podrás presentarte como líder para ayudar a los demás, puesto que irás movido por la ambición, el poder, el dominio. Por eso lo primero que se ha de aprender es a saber dominar el mal que crece en el interior de cada uno. Nosotros somos nuestro primer enemigo y hay que ir ganando las batallas correspondientes según las edades psicológicas. El alcanzar el equilibrio interior es tarea de toda la vida. Hay que ir orientando nuestro corazón para que no caiga en la opresión, abuso, rencores, egoísmos, envidias, odios, celos… todo esto son tumores del espíritu del mal que están en nuestra naturaleza, que van minando la capacidad de relacionarnos con amor. El conquistar un bienestar interior, hace que disfrutemos de una auténtica reconciliación con nosotros mismos, como primer peldaño para reconocer comprensivamente la realidad distinta del otro y acogerlos para buscar juntos el bien común.

—¡Qué interesante!

—Si, es una buena guía en el campo psicológico de la persona, la aceptación de uno mismo tal como somos en realidad, con nuestras luces y sombras sabiendo que podemos ir conduciéndolas hacia el equilibrio interior, no sólo evita muchos males, sino que nos lleva a conquistar la verdadera satisfacción.

—A ver si me entiendo. ¿Tú dices que lo primero hay que luchar por dentro de ti?

—Lo has entendido muy bien. Pero, como te he dicho, es una asignatura para toda la vida. Pues no es el mal que viene de fuera el peor, sino que nuestro mayor enemigo es el propio desorden interior. Es la corrupción interior la que destruye toda posibilidad de ir creando paz y hermandad a nuestro paso.

—¡Vaya!

—Permíteme que te lea un párrafo de una carta de uno de nuestros primeros líderes:

¡Sí que es esto un buen programa de vivir!

—Por eso es la primera asignatura que acatamos. Nos va la vida en esa limpieza interior. Si no comenzamos por gastar nuestras energías bélicas en combatir con nuestro propio mal, difícilmente llegaremos a ser capaces de conquistar la armonía de una convivencia ciudadana. Sólo desde una serena y constante práctica de interiorización, podemos llegar al dominio personal y desde ahí sabernos preparados para comprender y ayudar a los demás.

¿Es este vuestra fuerza de pacifista?

—Así lo puedes llamar. Si analizamos los motivos de los enfrentamientos humanos, el noventa y nueve por ciento tiene sus raíces en esta falta de equilibrio personal. Es el reclamo, más o menos certero, de los derechos legítimos que supuestamente le son negados. Porque en justicia no se puede permitir el querer tener más o creerse superior al otro.

Y es así donde están los derechos humanos ¿verdad?

—Sí. Nos hemos dado cuenta de que este camino funciona. Sólo viviendo con estas actitudes conseguiremos una sociedad justa y estable, pues nunca se llegará a una sana convivencia si se ve en el otro a un competidor, un enemigo, un inferior…

EL RETO DEL DOLOR

Hoy te invito a contemplar una escena especial. La reacción de unos padres ante la enfermedad irreversible de un hijo.

Al parecer el hijo mayor de Andrés y Sara se ha quedado ciego a causa de una infección bacteriana de meningitis.

¿Qué respuesta existencial tomaron?

En principio Andrés acude a la oración, se comunica con Dios y de ahí le viene las fuerzas para sobrellevar esa dura experiencia.

La agente M95 nos cuenta:

Cuando entré en la habitación, me encontré al niño dormido y al padre sentado en la butaca con la cabeza casi en las rodillas y cubriéndose el rostro con las manos. Así estuvo, silenciosamente llorando, ignorando mi presencia, hasta que la puerta fue abierta por dos enfermeras que arrastraban una camilla.

—Hemos de llevarnos al niño. Va a ser revisado en una consulta de médicos.

—¿Puedo estar presente?

—Me temo que no.

—¿Tardarán mucho?

—Tampoco podemos darle una respuesta, de todas las maneras espere aquí y ya le comunicaremos cualquier novedad.

Él marchó con ellas, tomando entre sus manos la manita del niño dormido, hasta que una puerta de cristales opacos le separó de su hijo.

Yo me acerqué y dijo como si hablara para sí mismo, derrumbándose en un sillón:

 —Esto es humanamente difícil de asimilar.

Él ignorando mi presencia oró:

»¡Claro! ¡Ya estás! He aquí la explicación del misterio ¡He aquí la respuesta! El Señor quiere que experimente este dolor para saber entender el dolor del inocente. ¿Cómo consolar a los que sufren dándoles el mensaje de fe, si tú no has sido víctima de esa experiencia? ¿Cómo ayudar a asumir y aceptar la parte más difícil de entender del misterio humano?

Y con esto me despedí de él dejándole con Juan que llegó en ese momento