EN LA OTRA ORILLA

Hoy nos vamos a situar ante uno de los capítulos más emotivos de la novela, la despedida de uno de los monitores que ha muerto en un accidente laboral.

Es Andrés el que toma la palabra y expresa sus sentimientos ante toda la asamblea:

 —Hermanos, vosotros sabéis lo que significaba Pedro para mí. Fue uno de mis primeros alumnos y más tarde un compañero incondicional. Lo quería como a un auténtico hijo, por eso he querido ser yo quien le despida en nombre de todos. Aunque se me rompe el corazón, al pensar en su joven partida, es mucho el gozo que me embarga al comprender que ya estaba preparado para disfrutar de la auténtica y eterna vida. Hace escasamente una semana, como si sospechara la cercanía de este acontecimiento, me dijo: “Andrés, quiero que sepas, si algo me sucede, que me iré con la alegría de haber intentado ser fiel a la misión que se me ha encomendado”. ¿Por qué me dijo eso? Porque todos los que nadamos contra corriente en esta sociedad, tenemos que tener la maleta preparada, pues no sabemos ni el día ni la hora, pero sin duda que, no seremos los primeros ni los últimos que sucumbiremos por la causa de S.H., este es el precio de nuestra fidelidad a la misión que él nos ha encomendado, cuando se es coherente se tiene siempre el riesgo de resultar al menos incómodo ante una humanidad que no entiende de entrega, servicio, solidaridad … Él sabía cuánto se estaba arriesgando. Las cosas no iban bien en el trabajo, ya que, por no querer dar su voto ante ciertas propuestas, que claramente iban a beneficiar a unos pocos y a perjudicar a otros muchos, se había creado enemistades entre sus compañeros y temía que la tensión llegara a provocar algo en su contra. Yo no quiero decir con esto que haya culpables en lo ocurrido, ¿un accidente… una muerte provocada…? Allá la conciencia del que se crea culpable y la justicia del que tenga que aplicarla. Yo desde aquí sólo digo que Pedro era un gran muchacho, que había optado por dedicar su vida a favor de la justicia y por eso defendía la causa de aquellos con los que se relacionaba. Sabía que arriesgaba su vida al tomar ciertas posturas, pero no dudaba ante la urgencia de su conciencia y se ponía de parte de los sin voz. Así se fue preparado para cruzar el umbral hacia la otra vida, con la certeza de que era un luchador justo. Sea por una causa u otra el sentido de su muerte, ha sido de este acontecimiento de lo que el Señor se ha valido para abrirle la puerta de la eternidad. ¿Qué nos queda? Despedirnos de él, sabiendo que allí está, esperándonos a todos y velando por cada uno para que luchemos por un mundo más fraterno y para que, como él, creamos en la justicia definitiva más allá de la muerte.

»Quiero terminar con estas palabras del apóstol S. Pedro:


La reacción de esta gente ante esta nueva experiencia me vuelve a sorprender. ¡Tienen una forma tan original de enfrentarse con los problemas más vitales! Todo esto es lo que hace que me sienta cada vez más atraída por su modo de enfocar la existencia humana, hasta el punto de que creo haber descubierto en mí la capacidad de poder llegar a identificarme con mi yo espiritual. Ahora veo que existe en mi interior una fuerza potencial capaz de transformarme en alguien con unos valores distintos a los que hasta ahora han llenado mi vida. Pienso que esto es una oportunidad privilegiada y no quiero desperdiciarla.

LA AVENTURA EXISTENCIAL II

Seguimos escuchando la conversación entre M95 y Juan

Voy a ser sincera. Me gustaría creer en lo de siempre, en lo que me han enseñado. Veo que mis conocimientos me hacen caminar por una dirección de ideas distintos de vosotros, pero desde que estoy viviendo por aquí me estoy confundida. Tengo muchos de sorpresas y temores, y lucho por seguir a mi vida de siempre, por saber que allí está la verdad, pero ahora quiero decir que empiezo a ver la verdad en vosotros, pero me gustaría que no lo sea, que sois vosotros los equivocados, pero veo que no es eso. Cada vez que hablo con alguno de vosotros entiendo más que no puedo seguir pensando lo que siempre he creído que era la única verdad de la vida humana.

—¡Uf! ¡Qué bien te has expresado!

Tenía tantas ganas de decirlo, que me ha salido como un chorro de sangre de una herida abierta.

—Está bien. Tómalo con calma. Es bueno que vayas descubriendo nuevos conceptos existenciales sin poner ninguna resistencia. Las preguntas transcendentes hay que hacérselas con temor y temblor, pues rozamos el misterio y hemos de ir iniciándonos en este camino.

Bueno, yo tengo mucha ignorancia de esto. Yo estudié el significado de Dios a través de la historia. Sé que unas culturas lo ven como un ser que da la vida a cuanto existe; otras creen que somos prolongación de él mismo, creo que son los panteístas; otros creen la doctrina de Platón que dicen que Dios es el arquitecto del Universo; también Newton y Leibnitz dicen que el orden del mundo es porque Dios trabaja como un relojero, o como un omnipotente ingeniero que hace funcionar todas las cosas según sus planes; otros dicen que Dios es la causa de todo el universo, es el creador, el principio y el fin de todo lo que existe; en otro lugar también tratan de llegar a él definiéndole como el ser que tiene todos los atributos de la existencia terrena: la belleza, bondad, justicia… Bueno, no sé cuantas más razones. Pero todo esto es distinto a lo que vosotros me habéis hecho sentir. Vuestro Dios es un Dios íntimo y cercano que invita a una relación personal.

—Sí, esto es parte del misterio. Dios, aunque se presenta muy cercano, no deja de ser un ser superior que nunca podremos abarcar y comprender. Todas esas teorías son pruebas de que a lo largo de la historia el hombre ha tratado de entenderlo y explicarlo, pero somos demasiado cortos de mente para abarcarlo y por eso siempre nos desborda. Pero el camino para llegar a él no consiste en estudiarlo como si de una investigación científica se tratara. Nos podemos pasar toda la vida intentando conocerlo sin éxito, a lo más llegar a la conclusión de que no depende de nuestra capacidad intelectual o de una falsa comprensión, sino de que él es un ser libre y como tal manifiesta su intimidad como quiere y a quien quiere. Es su secreto que se lo oculta a los sabios e inteligentes pero que se lo revela a los de corazón sencillo y confiado.

—¿Tú crees que es así?

—Yo creo que nadie puede entrar en el misterio de Dios sin haberse sentido expresamente invitado. Por todo esto hemos de situarnos ante él como delante de una persona que nos ofrece tomar parte en su impenetrable intimidad descubriéndonos su amor secreto.

—¿No es esto una explicación muy bonita?

—Pues sí. Ten siempre presente que esta relación parte de él y que el gozar de la experiencia de su presencia se mide en términos de intimidad. Es él que se acerca gratuitamente a sus hijos, cuando quiere y como quiere. Porque nuestro Dios nos invita a participar no sólo en una relación de amistad, sino que, como Padre que es, nos llama a tomar parte de su familia que está formada por toda la humanidad, por eso el que no descubre esa filiación difícilmente podrá abrirse a la auténtica relación fraterna.

—¡Esto suena a muy compromiso!

—Así es. Pero el deseo ya es señal de que él está moviendo tu corazón para que lo busques y te dispongas a relacionarte con él. Es el Señor quien sale a nuestro encuentro, quien nos busca y nos desea, como un padre a quien se le ha marchado el hijo y lo espera y lo acoge sin reproches, con gestos de gratuidad, por encima de nuestras respuestas.

 —Este aspecto de Dios nunca lo pensé.

—Pues es uno de los cimientos más profundo de nuestra fe. Y es lo que más nos mueve a la confianza. Dios es padre y así se comporta con todos nosotros. Escucha lo que nos dice en el libro:

»¿No te parece hermoso? Este es nuestro Dios. Un ser lleno de cariño y ternura. Por eso en otro lugar puedes leer la oración de un creyente que no duda en afirmar:

»Y es que, en cualquier circunstancia, el creyente sabe que la mano paterna y materna del Señor nunca le va a faltar. Sentimos su presencia amorosa en el silencio de nuestra intimidad aun en los momentos más dolorosos y más solitarios. Aun en la pérdida de los afectos más queridos, no nos sentimos totalmente desamparados, porque sabemos que Dios se inclina misericordioso y comprensivo llenando nuestra amargura con un gozo que tiene sabor a eternidad.

—¿Tú crees que esto es fácil para yo llegar a sentirlo así?

—¿Por qué no? Ya te digo que estás dando los primeros pasos para este encuentro. Esto es un proceso personal, cada cual avanza según sus potencialidades y su disposición franca y autónoma. Pero ten en cuenta que no se trata de una decisión voluntarista, sino de reconocer su presencia en ti. De saberte habitada por dentro, de descubrir que es él el que quiere hacerte una nueva criatura y que sólo espera tu decisión libre de convertirte en colaboradora de su obra, para que así, todo tu ser, con todas tus facultades movidas por la acción de Dios y tu libertad, conquistéis juntos esa batalla interior. Por tu parte has de intentar corresponder a su amor con una actitud de súplica confiada, segura de que es él quien te impulsa desde dentro a desprenderte de tu ser anterior, egoísta y pecador para lanzarte a amar a Dios y a los hermanos

—¡Qué descubrimiento!

—Yo creo que estás en una disposición muy positiva para empezar la experiencia del encuentro, pero no me preguntes cuando se dará.

—-Al menos supongo que me daré cuenta cuando pase ¿no?

—Supongo que sí. Se trata de estar atenta. Es un proceso que invade suavemente todo nuestro ser y lo vamos descubriendo en nuestra mente, nuestros sentimientos, nuestras resistencias… todo tu yo. Y llegará el día en que, sin saber cómo ni por qué, te pararás a contemplarte y te reconocerás como una mujer nueva, con nuevos ojos y nuevos oídos, ante la realidad humana y la vida toda, en busca de nuevos horizontes. Es entonces cuando caerás en la cuenta de que ha llegado el momento de sabes que tu existencia ha de ir por un camino distinto, por el que tienes libremente que optar generosa y gratuitamente, si quieres embarcarte en esta empresa de colaborar en construir una historia distinta, con la esperanza de que estamos avanzando con él hacia una nueva humanidad que tiene su meta en la otra vida.

LA AVENTURA EXISTENCIAL

Hoy vamos a escuchar una conversación de M95 con Juan

—¿Cómo puedo ponerme en comunicación personal con S.H.? — le he preguntado hoy a Juan.

—Eso depende de ti. Sólo puedes llegar a él, si los ojos de tu mente están abiertos a lo transcendente y si los oídos de tu corazón están dispuestos a escuchar el amor que el mundo te reclama. No porque el ciego no vea, las cosas no están. No porque tu mente y tu corazón no estén a tiro para alcanzarle, deja él de estar cercano.

 —Pero yo soy muy lejos de esta ciencia religiosa que vosotros tenéis.

—No lo creas. Todos, por el simple hecho de ser persona, estamos llamados por Dios a vivir esa intimidad con él. Desde su origen, el ser humano fue creado para el diálogo con Dios. Es el Señor el que quiere esa relación, y se comunica en cuanto ve el mínimo deseo sincero en nuestro interior, aunque este sea más o menos acertado. Él conoce nuestros sentimientos más que nosotros mismos y está siempre disponible para dar el primer paso, lanzando su propuesta de amistad, pero siempre respeta nuestra respuesta, de ahí el riesgo de la libertad humana.

—¿Es esto verdad?

—Por supuesto. Él llama, valiéndose de cualquier acontecimiento humano y se deja oír dentro de cada uno, si estamos atentos a su voz.

—¿Cómo?

 —Sencillamente tratando de estar alerta a esa llamada interior. Queriendo de verdad escucharle. Esta apertura interior a lo transcendente es lo que más dignifica a la persona.

—¡Explícame!

—Pues verás, El interior del hombre tiene que ser sencillo, sin pretensiones de superioridad y autorrealización soberbia, confiando en que tiene que realizarse desde dentro, donde Él está haciéndonos una criatura nueva según su corazón.

—¿Cómo, no somos la responsable de nuestra persona?

—Sí y no. Me explico.

Sí, sí, porque esto me está complicando mucho.

—Tú misma experiencia te habrá llevado a reconocer que en nosotros hay dos fuerzas que luchan por dominarnos. El bien y el mal. Están ahí y nunca somos capaces de conseguir que vivan con armonía porque no son compatibles y a la vez no nos podemos liberar de ninguna de ellas.

—Si, eso es así. Y ¿qué hacer?

—Hay que conocerse por dentro, saber cuáles son las fuerzas personales que más poder tiene en nosotros y tratar de analizar qué clase de persona queremos desarrollar.

—¿Así de sencillo?

—No te creas. Siempre el mal es más fácil y por tanto más peligroso. Ya nos lo dice S.H. que

—Entonces, ¿cuál es lo que hay que hacer?

—Verás. La soberbia, el dominio, el egoísmo, la autosuficiencia son los enemigos más peligrosos del hombre interior. No se trata de inteligencia ni de cualquier estrategia humana, sino que, si de veras deseas vivir conquistando el bien de tu interior, tienes que ejercitarte en la paciencia, la fe, la humildad y la confianza estando en una actitud constante de interiorización, de escucha en tu interior. Lo primero la paciencia porque es un proceso de por vida, la fe porque es asunto de la dimensión transcendente del hombre que nunca se impone, pero que se debe de pedir con empeño y constancia, en alerta permanente de renuncia a lo que el mal te sugiere, la humildad porque no es cuestión de creerte con la suficiente fuerza para salir triunfadora y la confianza porque sabemos que al final es el bien el que ganará la última batalla si somos perseverantes.

—Esto es todo muy novedoso.

—Puede ser que nunca hayas oído hablar de esto antes, pero es la verdad más existencial que se te puede plantear en la vida.

—¿Por dónde empezar?

—Lo primero por creer que el Señor está en tu interior para ayudarte a ir venciendo tu mal. Él está en tí, en lo más profundo de tí misma, en todo lo bueno que tú deseas. Ya lo posees, pero tienes que ir haciéndolo presente. Tienes que ser consciente de su presencia.

—¿Cómo?

 —Deseándolo sinceramente y estando sin reservas abierta a su voz.

 —¿Dónde habla?

 —En multitud de ocasiones cotidianas. En todo lo bueno que hay en tí y a tu alrededor. En el ejercicio del amor gratuito, en la lucha por la justicia y la acogida a todos, en tantas personas como nos hablan del bien con sus buenas obras… en fin, si estás atenta puedes descubrirle y con ello sin duda que cambiará tu punto de vista ante la vida.

—Créeme que mi vida ya está cambiando, con tanto como me estáis enseñando en estos meses que estoy con vosotros.

—Me alegro de que así sea. Con esto verás que el Señor ya te está hablando.

—¿Tú crees esto?

—Por supuesto que sí. Lo que pasa es que aún no sabes ponerle nombre a estas sensaciones nuevas que estás descubriendo en las relaciones que vas teniendo con todos nosotros.

—Supongo que así es.

—¿Nunca has tenido la impresión de que una fuerza interior te impulsa a hacer algo positivo?

—Seguro, pero no me sé explicarlo con vuestras palabras.

—Bueno, pero eso significa que ahí está la fuerza potencial de tu energía espiritual, y que debes estar atenta a sus impulsos si de verdad quieres meterte en este camino de conquista de tu bien interior. Pero tienes que saber que esto va más allá de lo que tú puedes intuir a la luz de tu inteligencia, es alguien que te está guiando en tu interior que se te insinúa pero que respeta tu libertad.

—¿Qué pruebas que todo esto es verdad?

 —Bueno, yo estoy completamente seguro de ello. Así lo siento, lo creo, lo vivo… ¿Pruebas? … ¿Las hay?… Esto no se puede comprobar con los ojos, ni con razonamientos de causas intelectuales… ¡Y qué! Lo que le falta al mundo de hoy es ese enlace entre lo material tangible y probable y lo espiritual que está en otra dimensión no medible. ¿Pruebas? Yo no las necesito, pero me va mejor que a muchos de los que no han descubierto lo transcendente de la persona humana. Es aquí donde tienes que plantearte tu existencia. Este es un proceso personal y una determinación individual, en el que cada uno tiene que hacer un vacío interior de sus prejuicios y lanzarse a bucear en lo más profundo de esta maravillosa aventura existencial.