Cuando llevas en el corazón la certeza de lo que has visto y oído, sientes la necesidad urgente de compartirlo con otros, de comunicar y contagiar a cuantos te rodean eso que hierve en lo más profundo de tu ser, ese reconocer que el encuentro con Jesús, hoy como hace dos mil años, es real y eficaz. Es, en fin, el ofrecer lo que gratuitamente has recibido.

Porque te sabes mensajero y testigo de alguien que has conocido y que te ha dado un mensaje para todos.

Porque todos somos llamados. No hemos sido engendrados por mera unión de los elementos sexuales de nuestros padres, sino que, ellos fueron instrumentos de Dios para que naciera una nueva criatura con una misión concreta en la vida, nuestra libre colaboración en sus planes de conducir la Historia.


