Hoy vamos a situar nuestra lectura, -donde estamos recorriendo los textos bíblicos del libro-, en el aula donde la profesora de informática Kay Moor imparte clase.
Estas dos últimas semanas he estado trabajando con mis alumnos del último curso, un proyecto social que Andrés les ha mandado sobre los derechos del ciudadano y la responsabilidad del gobierno para que el estado de bienestar sea una realidad que disfrute toda persona que habita en el país. Dividí la clase en tres grupos para poder tener distintos enfoques sobre el tema. Los jóvenes buscaron información en internet, haciendo sus ajustes, y reflexiones a nivel individual y más tarde se intercambiaron sus trabajos hasta llegar a un consenso dentro del grupo, siempre valiéndose del ordenador como medio de información y comunicación.
Copio el tercer documento que termina con una reflexión bíblica
¿QUÉ DEMOCRACIA QUEREMOS?
Entendemos que el proceso democrático es asunto de todos, no podemos quejarnos de nuestra insatisfacción ciudadana si nos limitamos a un voto dado el día de las elecciones y protestamos desde el sillón de nuestra casa, lamentándonos del mal que gobiernan nuestros políticos, de que las instituciones públicas que tenemos no nos sirven porque no satisfacen nuestras necesidades, porque las promesas se quedaron en las campañas electorales…
Y como creemos que lo esencial no es producir, ni lucrarse, ni mucho menos consumir, desde aquí nos sublevamos ante una democracia cuyos políticos están bajo el dominio del mercado. La economía financiera no puede ser lo esencial de nuestra existencia. No podemos confundir el ser con el tener, el vivir con el consumir, el existir con la conquista de un beneficio económico.
León Tolstoi, el mismo año de su muerte (1910), escribía en su diario:
“Sólo nos es dada una forma de felicidad del todo inalienable, la del amor. Basta con amar y todo es alegría: el cielo, los árboles, uno mismo… Y, sin embargo, la gente busca la felicidad en todas partes menos en el amor. Y es precisamente esta forma errónea de búsqueda de felicidad en la riqueza, en el poder, en la fama o en amor excluyente, la que no sólo no nos da felicidad, sino que nos la quita del todo”
Por eso apostamos por una transformación social donde lo esencial es conseguir la felicidad. No se trata de una gran idea, sino de un tesoro que sólo se alcanza en la medida que aprendemos a amar porque nos sabemos amados, y esto no se da en un modelo de democracia donde no se trabaja en función de ir creando comunidades sociales que vivan confiadas porque se saben gobernadas por unas instituciones públicas que actúan por el bienestar justo de todos los habitantes del país.
Pero existe aún otra vía por analizar, pues nuestra felicidad irá creciendo en la medida en que cada uno nos comprometamos a ir creando una segura y armónica sociedad, donde la convivencia y la paz tengan como fundamento el amor de hermandad universal, sólo desde este convencimiento, podremos hablar de vivir en lo esencial y será entonces cuando podremos movilizarnos, ejerciendo presión política ante un sistema que nos parezca injusto y desconectado de los intereses de los ciudadanos.
Nos parece urgente que la ciudadanía se movilice a través de los movimientos sociales, organizaciones de vecinos, ONGs, cooperativas laborales… porque, aun que son pequeños espacios, es ahí donde podemos ejercer nuestros derechos y defender esa soberanía del pueblo, donde podamos reivindicar por un futuro basado en la equidad, la justicia social, la solidaridad y la protección medioambiental. El reto está en conquistar el poder de decisión desde los distintos estamentos ciudadanos para que nuestra democracia sea capaz de actuar como fruto de todas las estructuras sociales.
¿Por dónde empezar?
Por tomar conciencia de lo importante que es la participación como ciudadanos comprometidos por el bien común. Hay que comenzar por promover y participar en propuestas colectivas, donde se puedan ejercer la legitimidad política de la ciudadanía, como espacios donde desarrollar nuestra capacidad crítica y desde donde poder hacer presión social, como plataforma para la regeneración democrática que buscamos.
Concluiremos con unos consejos de S. Pablo a los cristianos de Roma:
Siguiendo el capítulo, nos encontramos con otro tema que preocupa a M95, porque le resulta muy distinto a la experiencia que ella trae de su cultura. Se refiere al poder judicial en un país democrático donde se pretende que la justicia esté al servicio de la verdad y la equidad.
(Aunque es un tema que ya vimos en marzo del año pasado, aquí lo traigo de nuevo, para darle toda la amplitud y riqueza que tiene en el capítulo)
—Háblame del sistema judicial.
—Este es otro punto realmente interesante para el auténtico bienestar de la nación. Este colectivo judicial tiene una tarea de mucha responsabilidad, y yo creo que el secreto de su eficiencia real está en el actuar con independencia absoluta frente a los poderes políticos, y al mismo tiempo deben destacarse por su honestidad y eficacia al servicio de su auténtica causa, la justicia.
—¿Son fácil de sobornar?
—Como en todos los campos humanos, existe el peligro de que no sean del todo honrados. Pero el que es de verdad un auténtico profesional de la justicia, no mira el soborno ni las amenazas y se juega todo por defender los derechos de los menos favorecidos, siendo portavoz de aquél que la injusticia y el egoísmo humano le ha colocado en situaciones desfavorables.
—¿Qué te parece a ti que hacen los jueces en los casos de corrupción?
—Verás, son situaciones muy delicadas. Hay casos donde se mezclan grandes fortunas, prestigiosos políticos, especuladores bursátiles… en fin, personas con poder que son muy difíciles de condenar.
—Ya veo.
—Lo cierto es que son los jueces los que deberían ayudar a poner las cosas en su sitio si se ajustaran a hacer su trabajo de defensores de la justicia y el orden. Yo creo que si el que incurre en algún acto ilícito supiera que la justicia funciona como debería, más de uno se lo pensaría antes de delinquir.
—Yo he oído una protesta porque se libran de la cárcel los que tienen dinero para pagar la fianza.
—Así es, los delincuentes pobres que no tienen dinero para pagar las cantidades que se les adjudica por el delito cometido, esos no se libran de la prisión, los ricos y poderosos, tan culpables o más que ellos, con abonar los costes marcados por el juez, aunque sean cantidades enormes, suelen librarse de pasar un solo día en la cárcel.
—¿Y aquí también influís vosotros?
—Bueno, hay que valorar los esfuerzos de mucha gente que trabaja en diversos campos sociales promoviendo, junto con otros, estilos de vida que no están de acuerdo con el poder abusivo de unos pocos, el soborno, los privilegios, el favoritismo, la parcialidad… en fin tratamos de denunciar cualquier clase de corrupción social. Son personas que se han tomado en serio la responsabilidad personal de entregar a la futura generación un mundo más humanizado que el que estamos viviendo actualmente.
—¿Esta es vuestra filosofía?
—Así es. Tratamos de ir ayudando, para conseguir un desarrollo más humano, comprometiéndonos por atender los derechos de todos, trabajando por el bienestar del colectivo, como cauce para la realización plena de cada uno de sus miembros. Así, poco a poco, podemos demostrar con hechos lo que defendemos de palabra, pues solo un vivir coherente puede ser la confirmación de nuestra teoría.
—-Bueno, y todo esto ¿qué dicen los otros?
—Se trata de convencer con los resultados y si aquí más o menos va saliendo, quizás otros reaccionen y se animen a tomarse la vida con un estilo propio de una generación atenta a su responsabilidad social.
—¿Y tú creer que los que tienen el poder les interesa esto?
—Depende de cómo se sitúen ante su compromiso de ver la vida, como servicio a favor de los ciudadanos o como plataforma de lucro, y prepotencia.
—A mi parecer, toda autoridad quiere mantener su poder, aunque tenga que obligar y dominar para eso.
—Si hablamos de un gobierno democrático, el primer paso es aclarar los conceptos sin manipularlos. En una democracia la autoridad viene dada por los propios ciudadanos que han confiado en que su candidato será un dirigente con el talento y la honradez suficiente para organizar un gobierno con todas sus consecuencias de justicia y equidad, sin embargo, si esto no se da, aquí pasamos a otra clase de gobierno, el abuso de poder, que viene determinado por la ambición, la manipulación, la adquisición poco honesta de la riqueza, el dominio, la fuerza… toda clase de corrupción, incluso pudiendo llegar al querer someter por las armas y la violencia. Como ves, ese prepotente y poderoso no se hace digno de ejercer la autoridad.
—Pienso me equivoco, pero la experiencia dice tus teorías no son con la realidad, sólo son con ilusión y fantasía.
—Tal vez. Pero es que la filosofía que proponemos requiere una gratuidad que difícilmente se garantiza en los políticos. Pero ellos son personas como nosotros y alguno habrá que reaccione según estos principios. ¿No te parece?
—Si tú lo dices…
—Todo es cuestión de ponerse a tiro, para sentir, en lo mejor de sí mismo, esa voz que nos grita la urgencia de trabajar por el bien de todos y no por intereses personales o de partido. Pues con eso solo se benefician unos pocos y a veces a costa de que muchos sean marginados o explotados, hasta llegar incluso al deterioro y perdida de la dignidad de estos afectados por falta de asistencia social.
—¿Esto pasa en este país
—Veras, es muy común ver en todas las ciudades, gente pobre e indigente que no son capaces de salir de su estado de miseria porque nadie se preocupa por ellos.
—Ya entiendo
—Pero no son solos ellos, pues también los hay que por vergüenza no llegan a manifestarse así, pero que tampoco tienen cubiertas con dignidad sus más elementales necesidades y tantos unos como los otros son ciudadanos que tienen plenos derechos, no sólo al voto sino a ser escuchados y atendidos cuando exigen lo que en justicia se les debe dar para poder desarrollar dignamente su existencia.
—Si tú dices que los ciudadanos votan a sus candidatos ¿Por qué ganan los que tienen planes que no son honrados?
—Pues porque no fueron sinceros en sus programas electorales, porque engañaron al elector, porque nos prometieron y luego, una vez en el poder o no son valientes o no fueron sinceros, o no supieron ir contra corriente y temieron ser fieles a sus promesas… mil razones que no justifican ningunas el no ser honestos con los planes presentado en las campañas electorales.
—Yo leo que hay muchos grupos y organizaciones que trabajan por los derechos sociales.
—Así es. Da satisfacción ver que cada vez son más los ciudadanos que se movilizan para apostar por la construcción de una nueva sociedad auténticamente democrática. Este es nuestro empeño, estar donde se trabaja por esas nuevas formas de convivencia como único camino para conquistar un siglo XXI con las armas de la justicia y la paz para todos.
—Bueno, también se llega a la paz por el dominio y la opresión del más fuerte.
—Puede ser. Pero el orden y la paz forzada sólo se mantienen externamente, si se mantienen. Por otra parte, la corrupción y la manipulación política atacan a la armonía ciudadana y ambas cosas sólo pueden engendrar hostilidad, malestar, incluso resentimientos y odios. Por eso, no creo que sean buenas recetas para garantizar la paz auténtica y duradera, ya que pronto aparecerán brotes de rencor, odio y agresividad en esos corazones humillados, aunque aparentemente tengan sus necesidades cubiertas.
—¿Es esto luchas políticas?
—Bueno, no me gusta el término lucha porque suena a hostilidad y guerra. Por nuestra parte, queremos ofrecer otra alternativa pactando por los intereses de todos y por la construcción de una ciudadanía nueva donde se viva realmente la igualdad y se respeten los derechos de cada uno. La verdad es que esta realidad nos afecta a todos como deber de responsabilidad histórica, pero hemos de intentar que nuestras armas sean pacificadoras y de concordia Una humanidad solidaria y fraterna, comprometida con el bien común, ahí está el auténtico progreso de una nación
—¿Y cómo lo hacéis?
—Pues ya vas viendo como actuamos. Empezamos por programas de iniciación en donde los guías o maestros ayudan como primera asignatura el dominio personal.
—A ver, explícamelo.
—Mira, una persona que no sabe controlar su maldad difícilmente podrá entender, aceptar, ayudar a los otros. Si tú no has controlado tus ambiciones desordenadas, difícilmente podrás presentarte como líder para ayudar a los demás, puesto que irás movido por la ambición, el poder, el dominio. Por eso lo primero que se ha de aprender es a saber dominar el mal que crece en el interior de cada uno. Nosotros somos nuestro primer enemigo y hay que ir ganando las batallas correspondientes según las edades psicológicas. El alcanzar el equilibrio interior es tarea de toda la vida. Hay que ir orientando nuestro corazón para que no caiga en la opresión, abuso, rencores, egoísmos, envidias, odios, celos… todo esto son tumores del espíritu del mal que está en nuestra naturaleza, que van minando la capacidad de relacionarnos con amor. El conquistar un bienestar interior, hace que disfrutemos de una auténtica reconciliación con nosotros mismos, como primer peldaño para reconocer comprensivamente la realidad distinta del otro y acogerlos para buscar juntos el bien común.
—¡Qué interesante!
—Si, es una buena guía en el campo psicológico de la persona, la aceptación de uno mismo tal como somos en realidad, con nuestras luces y sombras sabiendo que podemos ir conduciéndolas hacia el equilibrio interior, no sólo evita muchos males, sino que nos lleva a conquistar la verdadera satisfacción.
—A ver si me entiendo. ¿Tú dices que lo primero hay que luchar por dentro de ti?
—Lo has entendido muy bien. Pero, como te he dicho, es una asignatura para toda la vida. Pues no es el mal que viene de fuera el peor, sino que nuestro mayor enemigo es el propio desorden interior. Es la corrupción interior la que destruye toda posibilidad de ir creando paz y hermandad a nuestro paso.
—¡Vaya!
—Permíteme que te lea un párrafo de una carta de uno de nuestros primeros líderes:
«Dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros: la fornicación, la impureza, la pasión, la codicia y la avaricia que es una idolatría. Todo lo cual trae la cólera de Dios… Desechad también de vosotros todo esto: cólera, ira, maldad, maledicencia y palabras groseras, lejos de vuestra boca. No sigáis engañándoos unos a otros. Despojaos de la vieja condición humana, con sus obras, y revestíos de la nueva condición, que se va renovando como imagen de su creador, hasta llegar a conocerlo. …Como pueblo elegido de Dios, pueblo sagrado y amado, sea vuestro uniforme: la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga queja contra otro. El Señor os ha perdonado, haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada».
—¡Sí que es esto un buen programa de vivir!
—Por eso es la primera asignatura que acatamos. Nos va la vida en esa limpieza interior. Si no comenzamos por gastar nuestras energías bélicas en combatir con nuestro propio mal, difícilmente llegaremos a ser capaces de conquistar la armonía de una convivencia ciudadana. Sólo desde una serena y constante práctica de interiorización, podemos llegar al dominio personal y desde ahí sabernos preparados para comprender y ayudar a los demás.
—¿Es este vuestra fuerza de pacifista?
—Así lo puedes llamar. Si analizamos los motivos de los enfrentamientos humanos, el noventa y nueve por ciento tiene sus raíces en esta falta de equilibrio personal. Es el reclamo, más o menos certero, de los derechos legítimos que supuestamente le son negados. Porque en justicia no se puede permitir el querer tener más o creerse superior al otro.
—Y es así donde están los derechos humanos ¿verdad?
—Sí. Nos hemos dado cuenta de que este camino funciona. Sólo viviendo con estas actitudes conseguiremos una sociedad justa y estable, pues nunca se llegará a una sana convivencia si se ve en el otro a un competidor, un enemigo, un inferior…
—¿Y creéis que vosotros pocos, podáis cambiar toda la sociedad?
—Si sólo nos limitamos a quejarnos y a esperar pasivamente que otros actúen, por supuesto que no conseguiremos nada, pero cada uno podemos ir echando nuestra semilla en el surco, confiando en que algún día veremos nacer la planta.
—Dime alguna de esa semilla.
—Pues verás, son gestos de la vida diaria, como palabras de acogida y cercanía, en el trabajo, en casa, en la calle… estar atento a lo que el otro necesita aun antes de que lo pida, ejercitarnos en escuchar, en ser amables, tolerantes, comprensivos, solidarios… valorar a los demás demostrándoles que reconocemos sus dotes, sin envidias, sin ambiciones egoístas, desterrar de nosotros los impulsos de poder, de creernos superiores, de ignorar al otro… respetar otras opiniones, otros puntos de vista sin alterarnos… en fin, educarnos y educar a las nuevas generaciones en el desarrollo de estas actitudes que nos hacen valorar y respetar las diferencias y complementariedad de todos los ciudadanos.
—Pero no siempre es fácil estas cosas.
—Nadie dice que lo sea, incluso a veces hay que conformarse con guardar un prudente silencio ante situaciones injustas o exaltadas y esperar la próxima ocasión. Pero nunca tirar la toalla.
—¿Cómo? ¿Qué toalla?
—¡Ah! Perdona, a veces se me olvidad que tengo que usar palabras sencillas para que puedas seguir mi discurso, pero es que hay temas que me apasionan y es como si estuviera sacando de mi interior todo el fuego que llevo dentro. Pues verás, tirar la toalla significa rendirse, retirarse, dejar de actuar por cansancio, aburrimiento o por simple desilusión ante un objetivo que no se llega a alcanzar. ¿Lo entiendes?
—Sí, ahora sí. Pero quería preguntar, ¿qué haces cuando ves una injusticia?
—Mira como queremos ir buscando creativamente los caminos pacificadores de reconciliación ante los conflictos cotidianos, lo primero que hay que evitar es toda clase de irritación o agresividad, pero nunca mantenernos pasivos ni indiferentes ante ella. La mentira, la falsedad de la manipulación del poder o ante la privación de los más elementales derechos de la persona como son el ser respetado con dignidad, el recibir el trato que se merece por el sólo hecho de ser persona, el tener lo mínimo para subsistir en cualquier situación, son condiciones que nos mueven a alzar la voz contra los hechos injustos. Aquí es donde jugamos la partida más arriesgada, pues se requiere mucho tacto para poder convencer a los contrarios con mano de hierro en guante de terciopelo. ¿Entiendes lo que quiero decir?
—Sí, que hay que ser firmes, pero no agresivos.
—¡Eres una chica muy lista!
—Gracias. Explícame. ¿Si una ley permite algo que no os parece recto, vosotros podéis negaros a hacerlo?
—Como ciudadanos de una sociedad democrática tenemos que saber cuales son nuestros derechos y no acobardarnos ante una legislación que no está de acuerdo con nuestros principios morales, pues por encima de toda ley está la conciencia como última instancia que hemos de seguir a la hora de actuar y no podemos apoyar una legislación que no está a favor de la persona, un orden democrático debe respetar la conciencia de cada uno.
—¿Y si os equivocáis?
—Por eso la urgencia de una buena formación, de consultar a expertos, a personas con autoridad moral, con garantía de seriedad y rectitud de conciencia. Desde ahí es donde nos atrevemos a enfrentarnos, lo que es lo mismo, a objetar sobre una ley que consideramos injusta o incorrecta.
—¿Supongo que no todos tienen ocasión de consultar a expertos?
—Supones bien. En cualquier caso, ante la duda de la rectitud de un comportamiento concreto, siempre hay un recurso que no falla, y es el preguntarnos qué es lo que va más a favor de la persona, qué nos hace más humanos, qué es lo que nos ayuda a vivir más dignamente.
—¿Dónde trabajáis para poder ayudar a la gente que necesita?
—En cualquier estamento social, hay que ir introduciendo este estilo humanizador. Hay que vivirlo en el trabajo, en el lugar donde estudias, en casa, en fin, donde tienes ocasión de relacionarte con los demás. Pero es sobre todo en el campo de la educación y en los medios de comunicación donde nos jugamos el mayor reto, pues son lugares donde se puede ir haciendo pensamiento, donde se puede ofrecer otra alternativa para enfocar la existencia humana. Estamos allí donde son convocados los ciudadanos. Se trata de ir trazando otro camino, no sólo con la palabra sino con la coherencia de vida. Es así como tratamos de dar nuestra opinión desde el diálogo, el ejemplo y nunca desde la fuerza ni la violencia.
—¿Y hay muchos jóvenes que os siguen?
—Pues veras, esta generación de jóvenes, lo tiene muy difícil porque son muchas las fuerzas, y de muy variados signos, las que tratan de ganarlos o confundirlos. Los jóvenes son seres aun sin criterio y por tanto fáciles de manipular, pero yo creo que el papel más influyente pueden tenerlo los padres y los educadores. La familia aún tiene un lugar privilegiado para formar el futuro de nuestra sociedad, aunque haya otras fuerzas que trabajen con energía para destruirla. Hoy por hoy, son los padres los que, con su coherencia de vida, pueden impulsar a sus niños a ser honrados, trabajadores, generosos, solidarios, porque, aun yendo en contra de las estructuras sociales, deben de luchar por conquistar para sus hijos un futuro donde todos puedan participar de una mesa fraterna.
Este es otro capítulo interesante, donde podremos recrearnos sobre los valores cívicos y la responsabilidad social, según los criterios de Andrés, el profesor de ciencias sociales del colegio de ese barrio. Como toda la novela, es M95 la narradora. Y no podemos olvidad que nos encontramos ante una persona que no domina, cien por cien, porque proviene de otra cultura.
Después de terminar las actividades de la tarde en el club, he estado charlando con Andrés en su despacho. Tenía una lista muy larga de interrogantes desde mi asistencia a su clase y pretendía que él me las aclarara.
—Me gusta que me expliques, eso que llamáis los deberes que tiene una ciudadanía responsable. —Bueno, yo creo que la persona tiene que sentirse y actuar como parte constructiva de la sociedad donde vive, y nadie puede privarle de este derecho, ni ella misma debe evadirse de esa responsabilidad. —Entonces, ¿tú apoyas eso que todas personas tienen su papel sociopolítico en la historia? —Si, así es. Pienso que nadie se puede quejar de estar viviendo en una sociedad que no es de su agrado, si no intenta poner los medios para transformarla, si no trata al menos de mejorarla participando, como un ciudadano con responsabilidad. —¿Crees esto fácil? —No, no lo es. Pero las lamentaciones y quejas sin hacer un intento por ayudar no llevan a la solución de las situaciones incómodas. Esa postura pasiva son quejas estériles que terminan por engendrar pesimismo y desaliento o en el peor de los casos una indiferencia, pasotismo y aburrimiento ante la causa social, y no conducen a nada bueno.
—¿Tú crees en democracia? —Como te decía, estoy convencido de que todo hombre tiene derecho a participar libremente en su bienestar social, y este es el principio fundamental de todo sistema democrático, la participación de todos los ciudadanos, colaborando en el perfeccionamiento del desarrollo cívico más inmediato, donde el bien de todos se ha de construir con la cooperación de cada uno. —¿Cómo me explicas esto? —Pues mira, en la medida en que vayamos profundizando en el valor de la auténtica democracia, no sólo a la hora de dar nuestro voto sino también a lo largo de los periodos legislativos, dando nuestras opiniones, conocimientos, apoyos y recursos al servicio del enriquecimiento de los programas políticos, estaremos actuando como ciudadanos democráticamente responsables. —Y entonces, ¿tú crees que este es el camino de modelo de sociedad que propone la auténtica democracia? —Si, un camino donde los dirigentes políticos ejercerán su mandato compartido con la aportación ciudadana, siempre a favor del bien común.
—¿No es esto mucho arriesgado para los políticos? —Pues si, pero si están de verdad por hacer un servicio a la comunidad, escucharán las demandas de cualquier ciudadano. Pero por desgracia no siempre es así, y son muchos los que buscan el puesto como plataforma de poder y enriquecimiento personal aun basándose en intriga y corrupciones de todo tipo. —¡Esto es muy malo! ¿Es esta la causa de problemas de gobierno democrático? —No exclusivamente del sistema democrático, pues puede ser un mal en cualquier sistema político, pero en todo caso siempre hemos de luchar por mejorar nuestros gobiernos si queremos avanzar en la construcción de una historia progresista, justa y más humana. —Ya entiendo. —De todas las maneras, yo soy optimista y tengo esperanza en el cambio y el progreso. Todo diálogo político que promueva acciones de avance y mejoras ciudadanas han de ser apoyados y favorecidos. —¿Es clasista vuestra sociedad? —¡Por supuesto que sí! La situación social en la que vivimos está cimentada en el tener y no en el ser. Por eso funcionamos entre las categorías de los ricos, inteligentes, poderosos… El que tiene dinero, poder, capacidad intelectual… es el que triunfa, aunque esto lo haya adquirido de una manera poco honesta, y así no construimos positivamente el bienestar de todos, puesto que el que carece de esas cosas, a veces por no querer pactar con ciertos valores, éste se puede encontrar marginado o sencillamente quizás nunca alcance a ser influyente en la sociedad. Pues, aunque en teoría se afirme que todos somos iguales y tenemos los mismos derechos, en la práctica sabemos que no es verdad, y que en ocasiones se llega a violar los principios más elementales de los derechos humanos, por mucho que se diga que la democracia está a favor de estos principios. —¿Y cuál es vuestra propuesta?
—Sin duda, el ir sensibilizando a los ciudadanos del deber de construir otra realidad social, siendo conscientes de sus obligaciones cívicas, contribuyendo en la cooperación solidaria, a fin de que todos disfruten de una aceptable calidad de vida, al menos con sus necesidades más elementales cubiertas —¿Tú crees que mejoráis el futuro?
—¡Por supuesto! Ya te he dicho que la solución está en no lamentarnos inútilmente sino en ayudar al cambio para mejorar. Es verdad que la meta es muy ambiciosa, pero creo que al final el bien va a triunfar, y si nos juntamos los que tenemos esta esperanza, y trabajamos por el bien común algo conseguiremos ¿no te parece?
—Puede ser… —Por mi parte no quisiera pasar por la historia sin haber puesto mi grano de arena para lograrlo. Porque esto es urgente. Si, urge que nos comprometamos socialmente si queremos de verdad que suenen voces que proclamen la justicia, la solidaridad, la participación responsable… Este ha de ser nuestro empeño, ir buscando hacer el bien junto a las personas que tengan estas mismas inquietudes. —¿Es así donde terminará la pobreza? —Este es un tema muy complejo. Como ya te he dicho, espero que algún día caigamos en la cuenta de que todos tenemos derecho a tener cubiertas las necesidades más básicas, cosa que aún no es una realidad. —¿Y tú dices que la democracia es el camino? —Bueno, es uno de los caminos, supongo que habrá otros, pero cualquiera que busque el desarrollo pleno de la humanidad, ha de optar por colaborar activamente en la construcción de un orden social acorde con las exigencias del bien común y de la distribución equitativa de los bienes del planeta. —Esto me suena a… ¿Cómo se dice… utopía? —Quizás te parezca una meta inalcanzable, pero sabemos hasta dónde pueden llegar nuestras fuerzas y no por eso nos acobardamos ni renunciamos a la lucha. —¿Cómo me explicas de los países donde los gobernantes buscan su bien económico propio o sólo gobiernan para mandar y dominar? —Eso es parte de lo que te he comentado. Cuando el poder político está en manos de desaprensivos que sólo tienen miedo de perder su plataforma de poder y dominio, su cómoda existencia y su alta posición social, sin meterse en el tema de la solidaridad apoyando el bienestar de todos los ciudadanos, asistimos al descrédito y al propio suicidio de las instituciones políticas. —¿Tú crees esto? —Estoy completamente seguro de que el pueblo tarde o temprano se levantaría contra los que así abusan de su poder. Los gobernantes tendrían que plantearse su situación y saber que esto los llevaría a ser los primeros en perder sus privilegios. ¿No te parece? —Si, me temo tienes razón. ¿Cómo van a responder a las necesidades más urgentes de los ciudadanos, si con esto no se benefician, sino que tienen que renunciar de lo suyo para todos? —Veo que lo vas captando. Además, hay otro problema que es el que surge en los países donde se pone como meta la producción a consta de la explotación de los propios trabajadores. —Si, algo leo de esto en una crítica de la sociedad de consumo. —Son planteamientos económicos que no miran en absoluto la dignidad de la persona. Las fuerzas laborales están organizadas para obtener el máximo beneficio sin tener en cuenta las condiciones de vida de los trabajadores, que son al fin y al cabo los que hacen progresar la economía con sus esfuerzos y sudores. La persona es explotada y sólo se le mira como un instrumento más de la productividad. —Y así sólo se enriquecen los jefes ¿verdad? —Así es. Los beneficios del desarrollo económico siguen estando en manos de unos cuantos poderosos que mueven los hilos de toda la producción. —Ya veo. —Por eso es urgente hacer propuestas alternativas desde la base para cambiar el sistema, poniendo en primer eslabón en el respeto a todas y cada una de las personas que la forman. —¿Y cuál es tu propuesta?
—Pues verás, tenemos un programa de orientación ciudadana, en el que se informa a la gente de sus auténticos derechos. También es muy importante la educación de los valores para ir tomando conciencia de que las relaciones humanas tienen como base la igualdad, aboliendo toda forma de explotación y discriminación y por último nos interesamos por la formación de conciencias rectas, honradas, íntegras, que no se dejan embaucar por la injusticia, la inmoralidad de los ambientes que buscan el engaño y el fraude social. —Esto suena muy interesante. —Así es. Yo creo que es el camino por el que se podría llegar a construir una sociedad donde se respete al ser humano en toda su dignidad. Cuando el ciudadano conoce sus derechos y los exige, la autoridad ejecutiva no le queda otra alternativa que actuar en favor de esas voces.
Nuestra ingenuidad de que el mundo lo controlábamos los humanos se ha deshecho en unos días. El virus nos está enseñando que todos pertenecemos a la misma especie, todos somos SERES FRÁGILES QUE DEPENDEMOS DE UN ESFUERZO COMÚN PARA SOBREVIVIR.
Lo estuve pensado, y es evidente que habrá distintas respuestas ante esta situación, cada uno saldremos de ella con criterios y propósitos muy heterogéneos, pero sin duda siempre podemos tomar una u otra postura. Habrá quien está esperando que todo esto pase para volver a su vida anterior, sin que estos días les marque como oportunidad existencial, pero también creo que habrá un grupo de la gente que sacará algo de esto, que le ayude a crecer como persona. De verdad, ¿quieres salir de todo esto igual que como entraste? Yo me niego.
Aunque nos sacuda el cansancio por lo que ha supuesto el Covi-19, de confinamiento, de miedo, de alarma, de enfermedades y muertes, de soledad, de precariedad económica, de paro y hambre… creo que hemos de sentarnos seriamente para comprender qué luz voy a escoger para mi vida; en mi proceder diario. ¿Qué luz quiero que ilumine mis pasos?
Quiero ser de las personas que se apuntan a reflexionar y meditar para descubrir cómo podemos contribuir a aprender a vivir de manera más humana y solidaria después de esta pandemia
Y para ello te voy a invitar a leer el capítulo 18 de la novela “La esperanza del cambio”
Después de terminar las actividades de la tarde en el club, he estado charlando con Andrés en su despacho. Tenía una lista muy larga de interrogantes desde mi asistencia a su clase y pretendía que él me las aclarara.
—Me gusta que me expliques, eso que llamáis los deberes que tiene una ciudadanía responsable.
—Bueno, yo creo que la persona tiene que sentirse y actuar como parte constructiva de la sociedad donde vive, y nadie puede privarle de este derecho, ni ella misma debe evadirse de esa responsabilidad.
—Entonces, ¿tú apoyas eso que todas personas tienen su papel sociopolítico en la historia?
—Si, así es. Pienso que nadie se puede quejar de estar viviendo en una sociedad que no es de su agrado, si no intenta poner los medios para transformarla, si no trata al menos de mejorarla participando, como un ciudadano con responsabilidad.
—¿Crees esto fácil?
—No, no lo es. Pero las lamentaciones y quejas sin hacer un intento por ayudar no llevan a la solución de las situaciones incómodas. Esa postura pasiva son quejas estériles que terminan por engendrar pesimismo y desaliento o en el peor de los casos una indiferencia, pasotismo y aburrimiento ante la causa social, y no conducen a nada bueno.
—¿Tú crees en democracia?
—Como te decía, estoy convencido de que todo hombre tiene derecho a participar libremente en su bienestar social, y este es el principio fundamental de todo sistema democrático, la participación de todos los ciudadanos, colaborando en el perfeccionamiento del desarrollo cívico más inmediato, donde el bien de todos se ha de construir con la cooperación de cada uno.
—¿Cómo me explicas esto?
—Pues mira, en la medida en que vayamos profundizando en el valor de la auténtica democracia, no sólo a la hora de dar nuestro voto sino también a lo largo de los periodos legislativos, dando nuestras opiniones, conocimientos, apoyos y recursos al servicio del enriquecimiento de los programas políticos, estaremos actuando como ciudadanos democráticamente responsables.
—Y entonces, ¿tú crees que este es el camino de modelo de sociedad que propone la auténtica democracia?
—Si, un camino donde los dirigentes políticos ejercerán su mandato compartido con la aportación ciudadana, siempre a favor del bien común.
—¿No es esto mucho arriesgado para los políticos?
—Pues si, pero si están de verdad por hacer un servicio a la comunidad, escucharán las demandas de cualquier ciudadano. Pero por desgracia no siempre es así, y son muchos los que buscan el puesto como plataforma de poder y enriquecimiento personal aun basándose en intriga y corrupciones de todo tipo.
—¡Esto es muy malo! ¿Es esta la causa de problemas de gobierno democrático?
—No exclusivamente del sistema democrático, pues puede ser un mal en cualquier sistema político, pero en todo caso siempre hemos de luchar por mejorar nuestros gobiernos si queremos avanzar en la construcción de una historia progresista, justa y más humana.
—Ya entiendo.
—De todas las maneras, yo soy optimista y tengo esperanza en el cambio y el progreso. Todo diálogo político que promueva acciones de avance y mejoras ciudadanas han de ser apoyados y favorecidos.
—¿Es clasista vuestra sociedad?
—¡Por supuesto que sí! La situación social en la que vivimos está cimentada en el tener y no en el ser. Por eso funcionamos entre las categorías de los ricos, inteligentes, poderosos… El que tiene dinero, poder, capacidad intelectual… es el que triunfa, aunque esto lo haya adquirido de una manera poco honesta, y así no construimos positivamente el bienestar de todos, puesto que el que carece de esas cosas, a veces por no querer pactar con ciertos valores, éste se puede encontrar marginado o sencillamente quizás nunca alcance a ser influyente en la sociedad. Pues, aunque en teoría se afirme que todos somos iguales y tenemos los mismos derechos, en la práctica sabemos que no es verdad, y que en ocasiones se llega a violar los principios más elementales de los derechos humanos, por mucho que se diga que la democracia está a favor de estos principios.
—¿Y cuál es vuestra propuesta?
—Sin duda, el ir sensibilizando a los ciudadanos del deber de construir otra realidad social, siendo conscientes de sus obligaciones cívicas, contribuyendo en la cooperación solidaria, a fin de que todos disfruten de una aceptable calidad de vida, al menos con sus necesidades más elementales cubiertas
—¿Tú crees que mejoráis el futuro?
—¡Por supuesto! Ya te he dicho que la solución está en no lamentarnos inútilmente sino en ayudar al cambio para mejorar. Es verdad que la meta es muy ambiciosa, pero creo que al final el bien va a triunfar, y si nos juntamos los que tenemos esta esperanza, y trabajamos por el bien común algo conseguiremos ¿no te parece?
—Puede ser…
—Por mi parte no quisiera pasar por la historia sin haber puesto mi grano de arena para lograrlo. Porque esto es urgente. Si, urge que nos comprometamos socialmente si queremos de verdad que suenen voces que proclamen la justicia, la solidaridad, la participación responsable… Este ha de ser nuestro empeño, ir buscando hacer el bien junto a las personas que tengan estas mismas inquietudes.
—¿Es así donde terminará la pobreza?
—Este es un tema muy complejo. Como ya te he dicho, espero que algún día caigamos en la cuenta de que todos tenemos derecho a tener cubiertas las necesidades más básicas, cosa que aún no es una realidad.
—¿Y tú dices que la democracia es el camino?
—Bueno, es uno de los caminos, supongo que habrá otros, pero cualquiera que busque el desarrollo pleno de la humanidad, ha de optar por colaborar activamente en la construcción de un orden social acorde con las exigencias del bien común y de la distribución equitativa de los bienes del planeta.
—Esto me suena a… ¿cómo se dice… utopía?
—Quizás te parezca una meta inalcanzable, pero sabemos hasta dónde pueden llegar nuestras fuerzas y no por eso nos acobardamos ni renunciamos a la lucha.
—¿Cómo me explicas de los países donde los gobernantes buscan su bien económico propio o sólo gobiernan para mandar y dominar?
—Eso es parte de lo que te he comentado. Cuando el poder político está en manos de desaprensivos que sólo tienen miedo de perder su plataforma de poder y dominio, su cómoda existencia y su alta posición social, sin meterse en el tema de la solidaridad apoyando el bienestar de todos los ciudadanos, asistimos al descrédito y al propio suicidio de las instituciones políticas.
—¿Tú crees esto?
—Estoy completamente seguro de que el pueblo tarde o temprano se levantaría contra los que así abusan de su poder. Los gobernantes tendrían que plantearse su situación y saber que esto los llevaría a ser los primeros en perder sus privilegios. ¿No te parece?
—Si, me temo tienes razón. ¿Cómo van a responder a las necesidades más urgentes de los ciudadanos, si con esto no se benefician, sino que tienen que renunciar de lo suyo para todos?
—Veo que lo vas captando. Además, hay otro problema que es el que surge en los países donde se pone como meta la producción a consta de la explotación de los propios trabajadores.
—Si, algo leo de esto en una crítica de la sociedad de consumo.
—Son planteamientos económicos que no miran en absoluto la dignidad de la persona. Las fuerzas laborales están organizadas para obtener el máximo beneficio sin tener en cuenta las condiciones de vida de los trabajadores, que son al fin y al cabo los que hacen progresar la economía con sus esfuerzos y sudores. La persona es explotada y sólo se le mira como un instrumento más de la productividad.
—Y así sólo se enriquecen los jefes ¿verdad?
—Así es. Los beneficios del desarrollo económico siguen estando en manos de unos cuantos poderosos que mueven los hilos de toda la producción.
—Ya veo.
—Por eso es urgente hacer propuestas alternativas desde la base para cambiar el sistema, poniendo en primer eslabón en el respeto a todas y cada una de las personas que la forman.
—¿Y cuál es tu propuesta?
—Pues verás, tenemos un programa de orientación ciudadana, en el que se informa a la gente de sus auténticos derechos. También es muy importante la educación de los valores para ir tomando conciencia de que las relaciones humanas tienen como base la igualdad, aboliendo toda forma de explotación y discriminación y por último nos interesamos por la formación de conciencias rectas, honradas, íntegras, que no se dejan embaucar por la injusticia, la inmoralidad de los ambientes que buscan el engaño y el fraude social.
—Esto suena muy interesante.
—Así es. Yo creo que es el camino por el que se podría llegar a construir una sociedad donde se respete al ser humano en toda su dignidad. Cuando el ciudadano conoce sus derechos y los exige, la autoridad ejecutiva no le queda otra alternativa que actuar en favor de esas voces.
Yo pienso como Andrés, por eso me niego a salir de esta experiencia igual que entré, creo que Dios nos da una nueva oportunidad para reflexionar sobre nuestra respuesta ciudadana. No es fácil, pero no hemos de dejar de luchar y trabajar para colaborar con responsabilidad en el cuidado del desarrollo de nuestra aldea común.
Espero que muchas cosas cambien, pero nunca nos podemos situar como meros espectadores del devenir de la Historia, somos sus protagonistas
Hoy vamos a escuchar a Andrés que nos va a hablar sobre su planteamiento ante la autoridad judicial de un sistema democrático.
—Háblame del sistema judicial.
—Este es otro punto realmente interesante para el auténtico bienestar de la nación. Este colectivo judicial tiene una tarea de mucha responsabilidad, y yo creo que el secreto de su eficiencia real está en el actuar con independencia absoluta frente a los poderes políticos, y al mismo tiempo deben destacarse por su honestidad y eficacia al servicio de su auténtica causa, la justicia.
—¿Son fácil de sobornar?
—Como en todos los campos humanos, existe el peligro de que no sean del todo honrados. Pero el que es de verdad un auténtico profesional de la justicia, no mira el soborno ni las amenazas y se juega todo por defender los derechos de los menos favorecidos, siendo portavoz de aquél que la injusticia y el egoísmo humano le ha colocado en situaciones desfavorables.
—¿Qué te parece a ti que hacen los jueces en los casos de corrupción?
—Verás, son situaciones muy delicadas. Hay casos donde se mezclan grandes fortunas, prestigiosos políticos, especuladores bursátiles… en fin, personas con poder que son muy difíciles de condenar.
—Ya veo.
—Lo cierto es que son los jueces los que deberían ayudar a poner las cosas en su sitio si se ajustaran a hacer su trabajo de defensores de la justicia y el orden. Yo creo que si el que incurre en algún acto ilícito supiera que la justicia funciona como debería, más de uno se lo pensaría antes de delinquir.
—Yo he oído una protesta porque se libran de la cárcel los que tienen dinero para pagar la fianza.
—Así es, los delincuentes pobres que no tienen dinero para pagar las cantidades que se les adjudica por el delito cometido, esos no se libran de la prisión, los ricos y poderosos, tan culpables o más que ellos, con abonar los costes marcados por el juez, aunque sean cantidades enormes, suelen librarse de pasar un solo día en la cárcel.
—¿qué haces cuando ves una injusticia?
—Mira como queremos ir buscando creativamente los caminos pacificadores de reconciliación ante los conflictos cotidianos, lo primero que hay que evitar es toda clase de irritación o agresividad, pero nunca mantenernos pasivos ni indiferentes ante ella. La mentira, la falsedad de la manipulación del poder o ante la privación de los más elementales derechos de la persona como son el ser respetado con dignidad, el recibir el trato que se merece por el sólo hecho de ser persona, el tener lo mínimo para subsistir en cualquier situación, son condiciones que nos mueven a alzar la voz contra los hechos injustos. Aquí es donde jugamos la partida más arriesgada, pues se requiere mucho tacto para poder convencer a los contrarios con mano de hierro en guante de terciopelo. ¿Entiendes lo que quiero decir?
—Sí, que hay que ser firmes, pero no agresivos.
—¡Eres una chica muy lista!
—Gracias. Explícame. ¿Si una ley permite algo que no os parece recto, vosotros podéis negaros a hacerlo?
—Como ciudadanos de una sociedad democrática tenemos que saber cuáles son nuestros derechos y no acobardarnos ante una legislación que no está de acuerdo con nuestros principios morales, pues por encima de toda ley está la conciencia como última instancia que hemos de seguir a la hora de actuar y no podemos apoyar una legislación que no está a favor de la persona, un orden democrático debe respetar la conciencia de cada uno.
—¿Y si os equivocáis?
—Por eso la urgencia de una buena formación, de consultar a expertos, a personas con autoridad moral, con garantía de seriedad y rectitud de conciencia. Desde ahí es donde nos atrevemos a enfrentarnos, lo que es lo mismo, a objetar sobre una ley que consideramos injusta o incorrecta.
—¿Supongo que no todos tienen ocasión de consultar a expertos?
—Supones bien. En cualquier caso, ante la duda de la rectitud de un comportamiento concreto, siempre hay un recurso que no falla, y es el preguntarnos qué es lo que va más a favor de la persona, qué nos hace más humanos, qué es lo que nos ayuda a vivir más dignamente.
—¿Dónde trabajáis para poder ayudar a la gente que necesita?
—En cualquier estamento social, hay que ir introduciendo este estilo humanizador. Hay que vivirlo en el trabajo, en el lugar donde estudias, en casa, en fin, donde tienes ocasión de relacionarte con los demás. Pero es sobre todo en el campo de la educación y en los medios de comunicación donde nos jugamos el mayor reto, pues son lugares donde se puede ir haciendo pensamiento, donde se puede ofrecer otra alternativa para enfocar la existencia humana. Estamos allí donde son convocados los ciudadanos. Se trata de ir trazando otro camino, no sólo con la palabra sino con la coherencia de vida. Es así como tratamos de dar nuestra opinión desde el diálogo, el ejemplo y nunca desde la fuerza ni la violencia.
—¿Y hay muchos jóvenes que os siguen?
—Pues veras, esta generación de jóvenes, lo tiene muy difícil porque son muchas las fuerzas, y de muy variados signos, las que tratan de ganarlos o confundirlos. Los jóvenes son seres aun sin criterio y por tanto fáciles de manipular, pero yo creo que el papel más influyente pueden tenerlo los padres y los educadores. La familia aún tiene un lugar privilegiado para formar el futuro de nuestra sociedad, aunque haya otras fuerzas que trabajen con energía para destruirla. Hoy por hoy, son los padres los que, con su coherencia de vida, pueden impulsar a sus niños a ser honrados, trabajadores, generosos, solidarios, porque, aun yendo en contra de las estructuras sociales, deben de luchar por conquistar para sus hijos un futuro donde todos puedan participar de una mesa fraterna.
Para terminar, permíteme que te copie un documento resultado de un trabajo de sus alumnos del último curso de bachiller
LOS DERECHOS DE LA CIUDADANÍA
“En un país que presume de llamarse democrático, el Estado debe velar porque todos sus habitantes tengan todas sus necesidades básicas cubiertas.
Todo ciudadano posee unos derechos básicos, que implica al gobierno del país en justicia, a que se les facilite, a fin de adquirir unas condiciones de vida digna de un estado democrático.
La falta de atención al cumplimiento de estos derechos fomenta la desigualdad y genera la indigencia, con el agravante que supone el potenciar con ello la delincuencia y el pillaje por la carencia de medios de los más excluidos.
Es por ello por lo que pretendemos tomar conciencia de que la construcción del estado de bienestar se conseguirá a partir de un sistema en el que se garantice el derecho de toda persona a tener un nivel de recursos básicos cubiertos, de acuerdo con su dignidad humana. Un sistema que promueva la igualdad, la solidaridad, la sostenibilidad ecológica, los derechos sociales y económicos, que faciliten el desarrollo pleno de cada individuo, es digno de llamarse justo.
Por tanto nos pronunciamos a favor de todo ciudadano, abogando por sus derechos al pleno desarrollo de una vida digna, haciendo hincapié en el sistema de protección social del Estado, para defender en justicia los derechos cívicos de cada persona, velando porque se le proporcione una vivienda, un empleo, un salario y una jubilación digna, una atención sanitaria y una educación que le abra las puertas para el acceso a la cultura y a todos los ámbitos de la vida pública, convencidos como estamos de que el estudio y la formación son elementos claves en la transformación y el progreso de la sociedad.
Todo esto es un toque de atención, no sólo para reflexionar sino para actuar e incluso para denunciar, ante las situaciones de injusticia si procede, porque es compromiso de todos el conseguir una sociedad equilibrada y armoniosa, apoyando los procesos de transformación social y cultural, pero es deber del Estado el garantizar este progreso con unos servicios públicos, que velen por el cumplimiento de los derechos de los habitantes del país”
Hoy te voy a copiar una propuesta que hicieron los alumnos de M95, al preparar en su clase el trabajo de sociales que les había mandado hacer Andrés
Entendemos que el proceso democrático es asunto de todos, no podemos quejarnos de nuestra insatisfacción ciudadana si nos limitamos a un voto dado el día de las elecciones y protestamos desde el sillón de nuestra casa, lamentándonos del mal que gobiernan nuestros políticos, de que las instituciones públicas que tenemos no nos sirven porque no satisfacen nuestras necesidades, porque las promesas se quedaron en las campañas electorales…
Y como creemos que lo esencial no es producir, ni lucrarse, ni mucho menos consumir, desde aquí nos sublevamos ante una democracia cuyos políticos están bajo el dominio del mercado. La economía financiera no puede ser lo esencial de nuestra existencia. No podemos confundir el ser con el tener, el vivir con el consumir, el existir con la conquista de un beneficio económico.
León Tolstoi, el mismo año de su muerte (1910), escribía en su diario:
“Sólo nos es dada una forma de felicidad del todo inalienable, la del amor. Basta con amar y todo es alegría: el cielo, los árboles, uno mismo… Y, sin embargo, la gente busca la felicidad en todas partes menos en el amor. Y es precisamente esta forma errónea de búsqueda de felicidad en la riqueza, en el poder, en la fama o en amor excluyente, la que no sólo no nos da felicidad, sino que nos la quita del todo”
Por eso apostamos por una transformación social donde lo esencial es conseguir la felicidad. No se trata de una gran idea, sino de un tesoro que sólo se alcanza en la medida que aprendemos a amar porque nos sabemos amados, y esto no se da en un modelo de democracia donde no se trabaja en función de ir creando comunidades sociales que vivan confiadas porque se saben gobernadas por unas instituciones públicas que actúan por el bienestar justo de todos los habitantes del país.
Pero existe aún otra vía por analizar, pues nuestra felicidad irá creciendo en la medida en que cada uno nos comprometamos a ir creando una segura y armónica sociedad, donde la convivencia y la paz tengan como fundamento el amor de hermandad universal, sólo desde este convencimiento, podremos hablar de vivir en lo esencial y será entonces cuando podremos movilizarnos, ejerciendo presión política ante un sistema que nos parezca injusto y desconectado de los intereses de los ciudadanos.
Nos parece urgente que la ciudadanía se movilice a través de los movimientos sociales, organizaciones de vecinos, ONGs, cooperativas laborales… porque aun que son pequeños espacios, es ahí donde podemos ejercer nuestros derechos y defender esa soberanía del pueblo, donde podamos reivindicar por un futuro basado en la equidad, la justicia social, la solidaridad y la protección medioambiental. El reto está en conquistar el poder de decisión desde los distintos estamentos ciudadanos para que nuestra democracia sea capaz de actuar como fruto de todas las estructuras sociales.
¿Por dónde empezar?
Por tomar conciencia de lo importante que es la participación como ciudadanos comprometidos por el bien común. Hay que comenzar por promover y participar en propuestas colectivas, donde se puedan ejercer la legitimidad política de la ciudadanía, como espacios donde desarrollar nuestra capacidad crítica y desde donde poder hacer presión social, como plataforma para la regeneración democrática que buscamos.
Concluiremos con unos consejos de S. Pablo a los cristianos de Roma:
“No reina Dios por lo que uno come o bebe, sino por la justicia, la paz y la alegría que da el Espíritu Santo; y el que sirve así a Cristo agrada a Dios, y lo aprueban los hombres. En resumen: esmerémonos en lo que favorece la paz y construye el bien común”
Sin duda a ti y a todos no nos gusta el presente, pero cada uno tiene su personal reacción ante esta realidad. Unos se pasan los días lamentándose, echando la culpa a los otros, sin hacer ellos nada, otros pasan del tema con tal de tener las espaldas cubiertas y los hay que se lo toman a la tremenda y arman la marimorena con tal de hacer bronca por una situación que les sobrepasa. En fin, el presente no es perfecto, pero sin duda algo hay que hacer para mejorarlo.
Hoy te voy a comentar parte de la primera entrevista de M95 con el director del colegio
—¿Estáis contentos de la democracia del país?
—Bueno, ningún gobierno es perfecto. Hay que tener en cuenta que muchas veces en nombre de una idea se hacen muchos disparates, y eso le puede pasar a la democracia, del decir y prometer al actuar por un compromiso realista…; no siempre en la práctica se trabaja por buscar el bien de los que forman la población. El sistema no funciona si los dirigentes no actúan por el bienestar de todos y cada uno de los ciudadanos y por desgracia es más frecuente comprobar que en la práctica, digan lo que digan en sus programas electorales, la meta de muchos suele ser la del beneficio personal o del partido.
—Eso suena a fraude electoral.
—Y lo es.
—¿Por qué?
—Pienso que el problema está cuando las personas no han madurado en el valor de la gratuidad y del servicio a la comunidad, cosa que me parece imprescindible en un político que presume de ser demócrata. No se puede trabajar por buscar unos resultados partidistas, por tener más interés en perpetuarse en el poder que en ayudar a la sociedad. No se puede reducir la participación ciudadana a un simple voto, desvinculando así de sus responsabilidades. No se puede actuar procurando el máximo beneficio personal ignorando los derechos del pueblo. Y si me apuras, no estoy nada de acuerdo cuando veo a mi alrededor la pasividad y la inercia por parte del ciudadano.
—Y todo esto cambiáis con educación ¿verdad?
—Veo que vas cogiendo la idea. Como educadores comprometidos con nuestra labor, nos creemos con la obligación de preparar al alumno para ser persona consciente de su dignidad y de la de los otros, a fin de que pueda defender sus derechos y comprometerse con sus obligaciones. Esto lo vemos como algo esencial para tener éxito en sus futuras relaciones sociales. Tratamos de proporcionarles los instrumentos necesarios para que sean capaces de reconocer, cuestionar y gestionar situaciones múltiples y complejas que les vayan capacitando para desenvolverse en un futuro inmediato con responsabilidad, comprometiéndose en su participación como ciudadano, sabiendo cómo luchar por mejorar la sociedad, reclamando los derechos de cada individuo en beneficio de todos, no de unos pocos.
—Si, yo leo que la educación es un camino para hacer un cambio social.
—Exacto. Hay otros caminos, pero este es el nuestro. Nuestras sociedades están experimentando profundas transformaciones, que pueden llevarnos a un cambio de era con la entrada del nuevo siglo, y nosotros queremos contribuir a ese cambio social entendiendo la educación como un proceso de aprendizaje vinculado a cada contexto y con una intención transformadora. Hay que desarrollar la iniciativa y la autonomía de los alumnos, favoreciendo la flexibilidad y la planificación en la enseñanza, utilizando nuevas técnicas e incluso atreviéndose a innovar.
—Todo esto yo tengo estudiar.
—Sí, conviene que lo reflexiones detenidamente y si necesitas aclaraciones no dudes en pedirlas, pues es necesario que entiendas bien nuestra postura educativa.
—Sí, yo veo.
—Todo esto tendrá éxito si estamos convencidos de lo que hacemos. Si nuestra última intención es estar al servicio de una enseñanza que favorezca el progreso de cada individuo. Nuestra aportación como educadores nos ha de llevar a la mejora del futuro inmediato de todos los ciudadanos que pasan por nuestras aulas.
—¡Esta es mucha obligación!
—Así es, pero si creemos que hemos sido llamados a poner lo mejor de nosotros al servicio del cambio por un mundo mejor, lo conseguiremos. Si nos empeñamos por trabajar por una sociedad más justa y respetuosa con los derechos de todos, lo conseguiremos. Sabiendo que el mundo mejor que logremos siempre será imperfecto, con contradicciones y conflictos propios de la condición humana. Aunque nunca se llegará a alcanzar sociedades perfectas, sí que hemos de ser conscientes de que hemos sido llamados a mejorar el presente.
—Yo pienso que esto tiene que tener un grupo de profesores muy buenos.
—Sí, esto es un reto para el Centro, pero tenemos la suerte de poder seleccionar al profesorado y prepararlo para que se interese y se comprometa con nuestro ideario educativo. Tienen que estar entusiasmados por una educación que apoye la transformación personal y social, convencidos de que el cambio es posible y que nos hemos embarcado para ser alternancia social. Los profesores han de pretender, desde su tarea cotidiana, favorecer las relaciones entre todos, potenciar y defender los derechos de los alumnos y del colectivo. Con su manera de pensar y actuar, han de ser forjadores de culturas solidarias, sembrando esperanza de un mundo mejor. En una palabra, educadores convencidos de que son llamados a despertar en sus alumnos el deseo de conocer, saber y compartir, desarrollando sus capacidades.
—¿Y las familias colaboran?
—Cada vez más. Ten en cuenta que la mayoría de nuestros alumnos actuales son hijos de aquellos primeros, testigos de su propia transformación humana y social, y ya han pasado 30 promociones. Esto favorece mucho al progreso de la formación de las nuevas generaciones porque nuestro éxito está en la perfecta colaboración familia-escuela.
—Si, que estáis haciendo una buena labor educativa para esta sociedad
—Eso es lo que pretendemos. Creemos que la primera responsabilidad de la familia es su misión educadora y como tal está llamada a ser la primera en participar como agente de transformación social, de aquí nuestro empeño en trabajar al unísono por esa meta común.
—Bueno, yo ahora ya estoy parte de este colegio
—Si y recuerda que has de cuidar mucho la participación, que hagan proyectos en grupo, que investiguen y sobre todo que aprendan a tomar decisiones personales y comunitarias. Con esto se ejercitarán para desenvolverse en un colectivo plural y más tarde les servirá para actuar en la comunidad de vecinos, barrio, ciudad, nación…
Partiendo de que la participación desarrolla la capacidad de las personas de trabajar en colaboración con los demás, ¿cómo plantea Andrés su teoría sobre nuestro compromiso como ciudadanos responsables del progreso social?
—¿Y cuál es
vuestra propuesta?
—Sin duda, el ir sensibilizando a los ciudadanos del deber de construir otra realidad social, siendo conscientes de sus obligaciones cívicas, contribuyendo en la cooperación solidaria, a fin de que todos disfruten de una aceptable calidad de vida, al menos con sus necesidades más elementales cubiertas.
—¿Tú crees que mejoráis el futuro?
—¡Por supuesto!
Ya te he dicho que la solución está en no lamentarnos inútilmente sino en
ayudar al cambio para mejorar. Es verdad que la meta es muy ambiciosa, pero
creo que al final el bien va a triunfar, y si nos juntamos los que tenemos esta
esperanza, y trabajamos por el bien común algo conseguiremos ¿no te parece?
—Puede ser…
—Por mi parte no quisiera pasar por la historia sin
haber puesto mi grano de arena para lograrlo. Porque esto es urgente. Si, urge
que nos comprometamos socialmente si queremos de verdad que suenen voces que
proclamen la justicia, la solidaridad, la participación responsable… Este ha
de ser nuestro empeño, ir buscando hacer el bien junto a las personas que
tengan estas mismas inquietudes.
—Si hablamos de un gobierno democrático, el primer
paso es aclarar los conceptos sin manipularlos. En una democracia la autoridad
viene dada por los propios ciudadanos que han confiado en que su candidato
será un dirigente con el talento y la honradez suficiente para organizar un
gobierno con todas sus consecuencias de justicia y equidad.
» Siempre hemos de luchar por mejorar nuestros gobiernos si queremos avanzar en la
construcción de una historia progresista,
justa y más humana.
—¿Y tú dices que la democracia es el camino?
—Bueno, es uno de los caminos, supongo que habrá otros, pero cualquiera
que busque el desarrollo pleno de la humanidad, ha de optar por colaborar
activamente en la construcción de un orden social acorde con las exigencias del
bien común y de la distribución equitativa de los bienes del planeta.
—¿Y cuál es tu propuesta?
—Pues
verás, tenemos un programa de orientación ciudadana, en el que se informa a la
gente de sus auténticos derechos. También es muy importante la educación de los
valores para ir tomando conciencia de que las relaciones humanas tienen como
base la igualdad,
aboliendo toda forma de explotación y discriminación
y por último nos interesamos por la formación de conciencias rectas, honradas,
íntegras, que no se dejan embaucar por la injusticia, la inmoralidad de los
ambientes que buscan el engaño y el fraude social.
—Esto suena muy interesante.
—Así es. Yo creo que es el camino por el que se podría llegar a construir una sociedad donde se respete al ser humano en toda su dignidad. Cuando el ciudadano conoce sus derechos y los exige, la autoridad ejecutiva no le queda otra alternativa que actuar en favor de esas voces.
La actividad participativa nos convierte así en mejores ciudadanos
Con todo lo que hemos comentado en la entrada anterior, ¿cómo reaccionan los alumnos de Andrés? Leamos su manifiesto:
“Los demócratas de esta Nación,
comprometidos con la libertad y la prosperidad de toda la población, atendiendo
a la realidad que vivimos, declaramos que, el programa político para adquirir
una auténtica sociedad de bienestar, entre otras cosas, debe tener en cuenta
que los ciudadanos han de gozar de un profundo sentimiento de felicidad que no
coincide con un nivel económico más o menos boyante, sino más bien con la
satisfacción de poder disfrutar de una armonía vital por tener sus necesidades
básicas cubiertas
Por tanto,
pedimos a nuestros dirigentes políticos:
– Que las
instituciones políticas, democráticamente elegidas, sean dignas del poder que
se les encomendó, gobernando para el bien del pueblo y no para su propio
beneficio.
– Que trabajen
para ofrecernos unas coyunturas políticas y sociales sólidas y libres,
apostando por la justicia para velar por los derechos de cada individuo.
– Reclamamos
el derecho de toda persona a tener un nivel de bienestar mínimo de acuerdo con
su dignidad humana
– Que se
establezca límites al poder político sobre la vida del patrimonio de las
personas, velando por el respeto a la libertad ciudadana en su derecho a la
vida, a la intimidad, a la educación de sus hijos conforme a sus valores, a no
ser denigrado por sus convicciones religiosas, a su libertad de conciencia, a
requerir un límite justo en el pago de los impuestos…
– Que se
procure para todos los ciudadanos la participación en un mercado laboral que
ofrezca un trabajo digno y estable, según las capacidades de cada individuo y
adaptado a las necesidades de la población.
– Que
dispongamos de un sistema que garantice la protección social atendiendo a las
necesidades de desempleo, baja laborales por accidentes, enfermedad, maternidad
y paternidad, así como la edad de jubilación.
– Un sistema
que promueva la igualdad, la solidaridad, los derechos sociales, una atención
sanitaria digna y una educación para todos.
– Puesto que
todos pagamos impuestos, pedimos que se revise, con justicia retributiva, los
sueldos de los políticos y el quehacer de los sindicatos para que su obrar sea
un servir a los ciudadanos y no una ocasión para su propio lucro.
– Reclamamos
igualmente que se garantice un poder judicial que no sea partidista, que
ejerza el derecho para todos los ciudadanos por igual, libre de presiones
políticas y coacciones económicas.
– Solicitamos
que se pida cuenta de los gastos de las administraciones públicas a fin de
evitar que los programas sociales se desvíen hacia beneficiados particulares.
– Requerimos
así mismo una auténtica garantía de la sostenibilidad ecológica.
Y con el convencimiento de que
nuestro gobierno trabaja por el desarrollo pleno de todas las personas que
habitan en el país, estamos dispuestos a colaborar con corresponsabilidad y
solidaridad para alcanzar el bienestar colectivo, pero también exigimos a
nuestros representantes políticos que establezcan y hagan realidad este
manifiesto por medio de las instituciones públicas democráticamente constituidas
para el bien común.
Es precisamente con esos jóvenes con los que
hemos de trabajar, con quienes serán los líderes de un futuro no muy lejano,
ayudándoles a formarse con criterios democráticos y trabajando en la búsqueda
de la excelencia en la gestión política porque necesitaremos de otra clase
política bien distinta a la actual.
Democracia participativa – Wikipedia, la enciclopedia libre ” La participación que se desarrolla por diversos medios en muchas democracias modernas está comenzando a consolidarse dentro del ámbito de la democracia representativa como una nueva manera de hacer las cosas. La participación no ha de limitarse, sin embargo, a que las autoridades locales y otros organismos públicos informen a la población de sus actividades y decisiones o inviten a los ciudadanos a presenciar sus debates, sino que implica escuchar a la población en la formulación de sus propios problemas y en la búsqueda de oportunidades y mejoras. Además, es indispensable proporcionarles los medios para encauzar una acción política, social o económica y participar en las decisiones públicas con propósitos de cambio»
—El principio fundamental de todo sistema democrático es que, todo ciudadano tiene derecho a participar libremente en su bienestar social, colaborando en el perfeccionamiento del desarrollo cívico más inmediato, donde el bien de todos se ha de construir con la cooperación de cada uno, no sólo a la hora de dar nuestro voto sino también a lo largo de los periodos legislativos, dando nuestras opiniones, conocimientos, apoyos y recursos, al servicio del enriquecimiento de los programas políticos…
Si estamos de acuerdo con estos principios ¿por qué los ciudadanos no somos mucho más exigentes con nuestros políticos?, ¿por qué nos dejamos embaucar por líderes cada vez más ineficaces, más mediocres e ineptos?
Sigamos escuchando a Andrés:
—Bueno, yo creo que la persona tiene que sentirse y actuar como parte constructiva de la sociedad donde vive, y nadie puede privarle de este derecho, ni ella misma debe evadirse de esa responsabilidad.
No da igual lo que el ciudadano ha determinado en su voto, si el resultado final es el ocupar el poder a toda costa y no tomar decisiones pensando en el interés del pueblo, sino el del propio político y el de su partido. ¿Cuál ha de ser nuestra respuesta ante esta realidad?
» Pienso que nadie se puede quejar de estar viviendo en una sociedad que no es de su agrado, si no intenta poner los medios para transformarla, si no trata al menos de mejorarla participando, como un ciudadano con responsabilidad.
No vamos a espera que nuestros políticos cambien. Tenemos que ser nosotros, con nuestro trabajo diario, los que ayudemos a generar ese cambio y con ello, contagiar a nuestros conciudadanos, que tampoco se tienen que conformar con lo que está ocurriendo.
» Las lamentaciones y quejas, sin hacer un intento por ayudar, no llevan a la solución de las situaciones incómodas. Esa postura pasiva son quejas estériles que terminan por engendrar pesimismo y desaliento o en el peor de los casos una indiferencia, pasotismo y aburrimiento ante la causa social, y no conducen a nada bueno.
» En la medida en que vayamos profundizando en el valor de la auténtica democracia, no sólo a la hora de dar nuestro voto sino también a lo largo de los periodos legislativos, dando nuestras opiniones, conocimientos, apoyos y recursos al servicio del enriquecimiento de los programas políticos, estaremos actuando como ciudadanos democráticamente responsables.
Estudios realizados por sociólogos y psicólogos han demostrado que las personas que participan en la toma de decisiones son más felices que los que se limitan a aceptar o aplicar las decisiones de otros, debido a que se sienten responsables del mejoramiento del progreso ciudadano
• Otra cosa es que la sociedad prefiera mirar a otro lado y vivir en la ignorancia y en la comodidad de la mediocridad, siendo marionetas en manos de los que nos gobiernan.