La esperanza del cambio (2)

Siguiendo el capítulo, nos encontramos con otro tema que preocupa a M95, porque le resulta muy distinto a la experiencia que ella trae de su cultura. Se refiere al poder judicial en un país democrático donde se pretende que la justicia esté al servicio de la verdad y la equidad.

(Aunque es un tema que ya vimos en marzo del año pasado, aquí lo traigo de nuevo, para darle toda la amplitud y riqueza que tiene en el capítulo)

—Háblame del sistema judicial.

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—Este es otro punto realmente interesante para el auténtico bienestar de la nación. Este colectivo judicial tiene una tarea de mucha responsabilidad, y yo creo que el secreto de su eficiencia real está en el actuar con independencia absoluta frente a los poderes políticos, y al mismo tiempo deben destacarse por su honestidad y eficacia al servicio de su auténtica causa, la justicia.

—¿Son fácil de sobornar?

—Como en todos los campos humanos, existe el peligro de que no sean del todo honrados. Pero el que es de verdad un auténtico profesional de la justicia, no mira el soborno ni las amenazas y se juega todo por defender los derechos de los menos favorecidos, siendo portavoz de aquél que la injusticia y el egoísmo humano le ha colocado en situaciones desfavorables.

—¿Qué te parece a ti que hacen los jueces en los casos de corrupción?

—Verás, son situaciones muy delicadas. Hay casos donde se mezclan grandes fortunas, prestigiosos políticos, especuladores bursátiles… en fin, personas con poder que son muy difíciles de condenar.

—Ya veo.

—Lo cierto es que son los jueces los que deberían ayudar a poner las cosas en su sitio si se ajustaran a hacer su trabajo de defensores de la justicia y el orden. Yo creo que si el que incurre en algún acto ilícito supiera que la justicia funciona como debería, más de uno se lo pensaría antes de delinquir.

 —Yo he oído una protesta porque se libran de la cárcel los que tienen dinero para pagar la fianza.

—Así es, los delincuentes pobres que no tienen dinero para pagar las cantidades que se les adjudica por el delito cometido, esos no se libran de la prisión, los ricos y poderosos, tan culpables o más que ellos, con abonar los costes marcados por el juez, aunque sean cantidades enormes, suelen librarse de pasar un solo día en la cárcel.

—¿Y aquí también influís vosotros?

—Bueno, hay que valorar los esfuerzos de mucha gente que trabaja en diversos campos sociales promoviendo, junto con otros, estilos de vida que no están de acuerdo con el poder abusivo de unos pocos, el soborno, los privilegios, el favoritismo, la parcialidad… en fin tratamos de denunciar cualquier clase de corrupción social. Son personas que se han tomado en serio la responsabilidad personal de entregar a la futura generación un mundo más humanizado que el que estamos viviendo actualmente.

—¿Esta es vuestra filosofía?

—Así es. Tratamos de ir ayudando, para conseguir un desarrollo más humano, comprometiéndonos por atender los derechos de todos, trabajando por el bienestar del colectivo, como cauce para la realización plena de cada uno de sus miembros. Así, poco a poco, podemos demostrar con hechos lo que defendemos de palabra, pues solo un vivir coherente puede ser la confirmación de nuestra teoría.

—-Bueno, y todo esto ¿qué dicen los otros?

—Se trata de convencer con los resultados y si aquí más o menos va saliendo, quizás otros reaccionen y se animen a tomarse la vida con un estilo propio de una generación atenta a su responsabilidad social.

—¿Y tú creer que los que tienen el poder les interesa esto?

—Depende de cómo se sitúen ante su compromiso de ver la vida, como servicio a favor de los ciudadanos o como plataforma de lucro, y prepotencia.

—A mi parecer, toda autoridad quiere mantener su poder, aunque tenga que obligar y dominar para eso.

 —Si hablamos de un gobierno democrático, el primer paso es aclarar los conceptos sin manipularlos. En una democracia la autoridad viene dada por los propios ciudadanos que han confiado en que su candidato será un dirigente con el talento y la honradez suficiente para organizar un gobierno con todas sus consecuencias de justicia y equidad, sin embargo, si esto no se da, aquí pasamos a otra clase de gobierno, el abuso de poder, que viene determinado por la ambición, la manipulación, la adquisición poco honesta de la riqueza, el dominio, la fuerza… toda clase de corrupción, incluso pudiendo llegar al querer someter por las armas y la violencia. Como ves, ese prepotente y poderoso no se hace digno de ejercer la autoridad.

 —Pienso me equivoco, pero la experiencia dice tus teorías no son con la realidad, sólo son con ilusión y fantasía.

—Tal vez. Pero es que la filosofía que proponemos requiere una gratuidad que difícilmente se garantiza en los políticos. Pero ellos son personas como nosotros y alguno habrá que reaccione según estos principios. ¿No te parece?

—Si tú lo dices…

—Todo es cuestión de ponerse a tiro, para sentir, en lo mejor de sí mismo, esa voz que nos grita la urgencia de trabajar por el bien de todos y no por intereses personales o de partido. Pues con eso solo se benefician unos pocos y a veces a costa de que muchos sean marginados o explotados, hasta llegar incluso al deterioro y perdida de la dignidad de estos afectados por falta de asistencia social.

—¿Esto pasa en este país

—Veras, es muy común ver en todas las ciudades, gente pobre e indigente que no son capaces de salir de su estado de miseria porque nadie se preocupa por ellos.

—Ya entiendo

—Pero no son solos ellos, pues también los hay que por vergüenza no llegan a manifestarse así, pero que tampoco tienen cubiertas con dignidad sus más elementales necesidades y tantos unos como los otros son ciudadanos que tienen plenos derechos, no sólo al voto sino a ser escuchados y atendidos cuando exigen lo que en justicia se les debe dar para poder desarrollar dignamente su existencia.

—Si tú dices que los ciudadanos votan a sus candidatos ¿Por qué ganan los que tienen planes que no son honrados?

—Pues porque no fueron sinceros en sus programas electorales, porque engañaron al elector, porque nos prometieron y luego, una vez en el poder o no son valientes o no fueron sinceros, o no supieron ir contra corriente y temieron ser fieles a sus promesas… mil razones que no justifican ningunas el no ser honestos con los planes presentado en las campañas electorales.

—Yo leo que hay muchos grupos y organizaciones que trabajan por los derechos sociales.

—Así es. Da satisfacción ver que cada vez son más los ciudadanos que se movilizan para apostar por la construcción de una nueva sociedad auténticamente democrática. Este es nuestro empeño, estar donde se trabaja por esas nuevas formas de convivencia como único camino para conquistar un siglo XXI con las armas de la justicia y la paz para todos.

—Bueno, también se llega a la paz por el dominio y la opresión del más fuerte.

—Puede ser. Pero el orden y la paz forzada sólo se mantienen externamente, si se mantienen. Por otra parte, la corrupción y la manipulación política atacan a la armonía ciudadana y ambas cosas sólo pueden engendrar hostilidad, malestar, incluso resentimientos y odios. Por eso, no creo que sean buenas recetas para garantizar la paz auténtica y duradera, ya que pronto aparecerán brotes de rencor, odio y agresividad en esos corazones humillados, aunque aparentemente tengan sus necesidades cubiertas.

—¿Es esto luchas políticas?

—Bueno, no me gusta el término lucha porque suena a hostilidad y guerra. Por nuestra parte, queremos ofrecer otra alternativa pactando por los intereses de todos y por la construcción de una ciudadanía nueva donde se viva realmente la igualdad y se respeten los derechos de cada uno. La verdad es que esta realidad nos afecta a todos como deber de responsabilidad histórica, pero hemos de intentar que nuestras armas sean pacificadoras y de concordia Una humanidad solidaria y fraterna, comprometida con el bien común, ahí está el auténtico progreso de una nación

—¿Y cómo lo hacéis?

—Pues ya vas viendo como actuamos. Empezamos por programas de iniciación en donde los guías o maestros ayudan como primera asignatura el dominio personal.

—A ver, explícamelo.

—Mira, una persona que no sabe controlar su maldad difícilmente podrá entender, aceptar, ayudar a los otros. Si tú no has controlado tus ambiciones desordenadas, difícilmente podrás presentarte como líder para ayudar a los demás, puesto que irás movido por la ambición, el poder, el dominio. Por eso lo primero que se ha de aprender es a saber dominar el mal que crece en el interior de cada uno. Nosotros somos nuestro primer enemigo y hay que ir ganando las batallas correspondientes según las edades psicológicas. El alcanzar el equilibrio interior es tarea de toda la vida. Hay que ir orientando nuestro corazón para que no caiga en la opresión, abuso, rencores, egoísmos, envidias, odios, celos… todo esto son tumores del espíritu del mal que está en nuestra naturaleza, que van minando la capacidad de relacionarnos con amor. El conquistar un bienestar interior, hace que disfrutemos de una auténtica reconciliación con nosotros mismos, como primer peldaño para reconocer comprensivamente la realidad distinta del otro y acogerlos para buscar juntos el bien común.

—¡Qué interesante!

—Si, es una buena guía en el campo psicológico de la persona, la aceptación de uno mismo tal como somos en realidad, con nuestras luces y sombras sabiendo que podemos ir conduciéndolas hacia el equilibrio interior, no sólo evita muchos males, sino que nos lleva a conquistar la verdadera satisfacción.

—A ver si me entiendo. ¿Tú dices que lo primero hay que luchar por dentro de ti?

—Lo has entendido muy bien. Pero, como te he dicho, es una asignatura para toda la vida. Pues no es el mal que viene de fuera el peor, sino que nuestro mayor enemigo es el propio desorden interior. Es la corrupción interior la que destruye toda posibilidad de ir creando paz y hermandad a nuestro paso.

—¡Vaya!

—Permíteme que te lea un párrafo de una carta de uno de nuestros primeros líderes:

«Dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros: la fornicación, la impureza, la pasión, la codicia y la avaricia que es una idolatría. Todo lo cual trae la cólera de Dios… Desechad también de vosotros todo esto: cólera, ira, maldad, maledicencia y palabras groseras, lejos de vuestra boca. No sigáis engañándoos unos a otros. Despojaos de la vieja condición humana, con sus obras, y revestíos de la nueva condición, que se va renovando como imagen de su creador, hasta llegar a conocerlo. …Como pueblo elegido de Dios, pueblo sagrado y amado, sea vuestro uniforme: la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga queja contra otro. El Señor os ha perdonado, haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada».

—¡Sí que es esto un buen programa de vivir!

Por eso es la primera asignatura que acatamos. Nos va la vida en esa limpieza interior. Si no comenzamos por gastar nuestras energías bélicas en combatir con nuestro propio mal, difícilmente llegaremos a ser capaces de conquistar la armonía de una convivencia ciudadana. Sólo desde una serena y constante práctica de interiorización, podemos llegar al dominio personal y desde ahí sabernos preparados para comprender y ayudar a los demás.

 —¿Es este vuestra fuerza de pacifista?

—Así lo puedes llamar. Si analizamos los motivos de los enfrentamientos humanos, el noventa y nueve por ciento tiene sus raíces en esta falta de equilibrio personal. Es el reclamo, más o menos certero, de los derechos legítimos que supuestamente le son negados. Porque en justicia no se puede permitir el querer tener más o creerse superior al otro.

—Y es así donde están los derechos humanos ¿verdad?

—Sí. Nos hemos dado cuenta de que este camino funciona. Sólo viviendo con estas actitudes conseguiremos una sociedad justa y estable, pues nunca se llegará a una sana convivencia si se ve en el otro a un competidor, un enemigo, un inferior…

—¿Y creéis que vosotros pocos, podáis cambiar toda la sociedad?

—Si sólo nos limitamos a quejarnos y a esperar pasivamente que otros actúen, por supuesto que no conseguiremos nada, pero cada uno podemos ir echando nuestra semilla en el surco, confiando en que algún día veremos nacer la planta.

—Dime alguna de esa semilla.

—Pues verás, son gestos de la vida diaria, como palabras de acogida y cercanía, en el trabajo, en casa, en la calle… estar atento a lo que el otro necesita aun antes de que lo pida, ejercitarnos en escuchar, en ser amables, tolerantes, comprensivos, solidarios… valorar a los demás demostrándoles que reconocemos sus dotes, sin envidias, sin ambiciones egoístas, desterrar de nosotros los impulsos de poder, de creernos superiores, de ignorar al otro… respetar otras opiniones, otros puntos de vista sin alterarnos… en fin, educarnos y educar a las nuevas generaciones en el desarrollo de estas actitudes que nos hacen valorar y respetar las diferencias y complementariedad de todos los ciudadanos.

—Pero no siempre es fácil estas cosas.

—Nadie dice que lo sea, incluso a veces hay que conformarse con guardar un prudente silencio ante situaciones injustas o exaltadas y esperar la próxima ocasión. Pero nunca tirar la toalla.

—¿Cómo? ¿Qué toalla?

—¡Ah! Perdona, a veces se me olvidad que tengo que usar palabras sencillas para que puedas seguir mi discurso, pero es que hay temas que me apasionan y es como si estuviera sacando de mi interior todo el fuego que llevo dentro. Pues verás, tirar la toalla significa rendirse, retirarse, dejar de actuar por cansancio, aburrimiento o por simple desilusión ante un objetivo que no se llega a alcanzar. ¿Lo entiendes?

—Sí, ahora sí. Pero quería preguntar, ¿qué haces cuando ves una injusticia?

—Mira como queremos ir buscando creativamente los caminos pacificadores de reconciliación ante los conflictos cotidianos, lo primero que hay que evitar es toda clase de irritación o agresividad, pero nunca mantenernos pasivos ni indiferentes ante ella. La mentira, la falsedad de la manipulación del poder o ante la privación de los más elementales derechos de la persona como son el ser respetado con dignidad, el recibir el trato que se merece por el sólo hecho de ser persona, el tener lo mínimo para subsistir en cualquier situación, son condiciones que nos mueven a alzar la voz contra los hechos injustos. Aquí es donde jugamos la partida más arriesgada, pues se requiere mucho tacto para poder convencer a los contrarios con mano de hierro en guante de terciopelo. ¿Entiendes lo que quiero decir?

—Sí, que hay que ser firmes, pero no agresivos.

—¡Eres una chica muy lista!

—Gracias. Explícame. ¿Si una ley permite algo que no os parece recto, vosotros podéis negaros a hacerlo?

—Como ciudadanos de una sociedad democrática tenemos que saber cuales son nuestros derechos y no acobardarnos ante una legislación que no está de acuerdo con nuestros principios morales, pues por encima de toda ley está la conciencia como última instancia que hemos de seguir a la hora de actuar y no podemos apoyar una legislación que no está a favor de la persona, un orden democrático debe respetar la conciencia de cada uno.

—¿Y si os equivocáis?

—Por eso la urgencia de una buena formación, de consultar a expertos, a personas con autoridad moral, con garantía de seriedad y rectitud de conciencia. Desde ahí es donde nos atrevemos a enfrentarnos, lo que es lo mismo, a objetar sobre una ley que consideramos injusta o incorrecta.

—¿Supongo que no todos tienen ocasión de consultar a expertos?

 —Supones bien. En cualquier caso, ante la duda de la rectitud de un comportamiento concreto, siempre hay un recurso que no falla, y es el preguntarnos qué es lo que va más a favor de la persona, qué nos hace más humanos, qué es lo que nos ayuda a vivir más dignamente.

—¿Dónde trabajáis para poder ayudar a la gente que necesita?

En cualquier estamento social, hay que ir introduciendo este estilo humanizador. Hay que vivirlo en el trabajo, en el lugar donde estudias, en casa, en fin, donde tienes ocasión de relacionarte con los demás. Pero es sobre todo en el campo de la educación y en los medios de comunicación donde nos jugamos el mayor reto, pues son lugares donde se puede ir haciendo pensamiento, donde se puede ofrecer otra alternativa para enfocar la existencia humana. Estamos allí donde son convocados los ciudadanos. Se trata de ir trazando otro camino, no sólo con la palabra sino con la coherencia de vida. Es así como tratamos de dar nuestra opinión desde el diálogo, el ejemplo y nunca desde la fuerza ni la violencia.

 —¿Y hay muchos jóvenes que os siguen?

—Pues veras, esta generación de jóvenes, lo tiene muy difícil porque son muchas las fuerzas, y de muy variados signos, las que tratan de ganarlos o confundirlos. Los jóvenes son seres aun sin criterio y por tanto fáciles de manipular, pero yo creo que el papel más influyente pueden tenerlo los padres y los educadores. La familia aún tiene un lugar privilegiado para formar el futuro de nuestra sociedad, aunque haya otras fuerzas que trabajen con energía para destruirla. Hoy por hoy, son los padres los que, con su coherencia de vida, pueden impulsar a sus niños a ser honrados, trabajadores, generosos, solidarios, porque, aun yendo en contra de las estructuras sociales, deben de luchar por conquistar para sus hijos un futuro donde todos puedan participar de una mesa fraterna.

Rotulando caminos (2)

Tenía un gran terreno para ser lo que es ahora ¿no?

—Sí, era un espacio hermoso, pero se le ha ido añadiendo al­gunas parcelas más y poco a poco ha llegado a convertirse en un buen centro educativo; gracias no sólo a subvenciones exteriores, sino que también va mejorando con el esfuerzo de los socios, que son todos los antiguos alumnos que se comprometen con una cuota anual según sus posibilidades y generosidad.

¿Cómo es eso?

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—Pues es una forma de colaborar muy interesante. Fue idea de la primera promoción que terminó, cuando ya el centro cubría la enseñanza hasta los catorce años. Como todos los alumnos son del barrio, se sentían muy vinculados a su colegio, y cuando fueron profesionales, pensaron en formar la asociación de antiguos alum­nos con el fin ayudar a mejorar la calidad de las instalaciones en be­neficio de las nuevas generaciones, que sin duda eran sus propios hijos. Ni que decir tiene que todas las sucesivas promociones están siendo fieles a esta demanda y cada uno mantiene el compromiso. Con todo esto hemos podido levantar nuevos pabellones de aulas, el polideportivo y se ha construido el salón de actos.

Supongo que también el barrio ha cambiado ¿verdad?

—Por supuesto. Hoy ha dejado de ser un barrio marginal, gracias al intento de mejorar el nivel cultural de sus gentes. Han aprendido a vivir con dignidad, estableciendo un proceso desde la simple supervivencia hasta la adquisición de unos conocimien­tos que les dignifica, una cultura que ha desarrollado en ellos la capacidad de poder tomar sus propias decisiones haciéndolos libres y responsables para ir forjando su futuro.

¡Qué interesante!

—Sí que lo es. Esto que hoy ves, es el resultado de nuestro empeño por ir transformando la sociedad mediante una educa­ción basada en la dignidad de la persona y en el desarrollo ple­no de sus capacidades. Y cuando han sido adultos, ellos mismos han luchado por abrirse camino y mejorar sus condiciones de vida, defendiendo sus propios derechos, llamando a las puertas oportunas, valiéndose de los contactos que poco a poco han ido creándose y emprendiendo el camino de su propio destino.

Esto es buen fruto para vosotros

—Así es. Siempre hemos procurado dar prioridad en cada alum­no al desarrollo de todo su potencial humano. Cada uno está llama­do a ir creciendo tanto física como intelectualmente al ritmo de sus capacidades personales y con ello vamos favoreciendo el progreso de una ciudadanía marcada por la autonomía y la responsabilidad.

Yo veo que tú eres satisfecho de lo logrado.

—Mucho. El resultado es fruto del esfuerzo y de la buena vo­luntad de todo el colectivo educativo, que año tras año ha sabido ser fiel a la responsabilidad de ir asumiendo el compromiso de ser agente de cambio. Y este empeño se ha visto recompensado al ver cómo el entorno ha ido poco a poco dejando de ser el ba­rrio de la periferia de la ciudad, donde empezamos nuestra tarea educativa hace ya más de treinta años.

Este es un trabajar bonito.

—Ya lo creo. No te puedes imaginar lo que era cuando em­pezamos aquí. Las gentes no tenían ni las mínimas nociones de higiene ni de interés por salir de la indigencia, y ahora puedes ver que el sector goza de una posición digna. Además, se ha creado un ambiente de amistad entre ellos muy bonita. No es un con­glomerado de individuos independientes y anónimos, sino que forman un grupo de personas y familias que se relacionan entre sí, llegando a crear lazos de empatía más o menos fraterna donde se saben escuchados y pueden con libertad expresar sus intereses e inquietudes. En fin, un grupo humano que organiza su vida planeando juntos, buscando la realización de sus sueños por un futuro mejor, sabiendo que nadie es indiferente a la suerte del otro, que todos tienen interés porque salga bien lo colectivo.

¡Qué bien!

—Y esto se debe a que los adultos son todos profesionales bien cualificados, que han sabido prosperar caminando hacia el puesto que le corresponde en la sociedad, por los conocimientos adquiridos a lo largo de sus años de estudio.

Esto si es interesante.

—Desde luego, yo creo firmemente que, con nuestro enfo­que socioeducativo, estamos colaborando a la transformación social. Hemos ido rotulando caminos nuevos, comprometién­donos en el desarrollo de una ciudadanía corresponsable, por medio de una educación innovadora y democrática. Todo esto encarnado en profesores con sólida formación pedagógica, que trabajan por una enseñanza de calidad promoviendo los valores del estudio, la investigación, la participación y la integridad.

¿Cómo os relacionáis con otras gentes que no son del barrio?

—Mira, hay que partir del principio de que sólo se puede influir en los otros en la medida que vivimos el sentido de pertenencia a una comunidad y nos implicamos en su crecimiento y desarrollo. Para que haya una relación fluida, hay que saber respetar las diferencias, acep­tando el derecho a ser únicos y diferentes a la vez que nos sabemos iguales y complementarios. Sólo desde ahí, estaremos preparados para abrirnos a un círculo más amplio como la ciudad y la nación.

¿Es esto democracia?

—Pues… verás. Para mí, un país que presume de regirse por un gobierno democrático necesita ir creando unidades menores en las cuales la soberanía popular pueda ejercitarse. La sociedad civil ha de ir acercando las distancias que separa a los políticos de la población y de los problemas del día a día.

Entonces, ¿el elegir por tu voto al líder no basta?

—Según mi modo de ver la democracia, no. Tú misma eres testigo de cómo se aprende la participación en el colegio, toman­do responsabilidades y decisiones personal y comunitariamente. Esto les va enseñando a desenvolverse en un colectivo plural que más tarde trasladarán a la comunidad de vecinos, barrio, ciudad y nación. Como has leído en nuestro programa pedagógico, consi­deramos la participación como uno de nuestros pilares educativos, porque es esencial para ir aprendiendo a tomar decisiones respon­sablemente dentro del colectivo social donde nos movemos.

Si, a mi gusta mucho el programa pedagógico que tenéis.

—Siempre hemos intentado ir actualizando el programa, pen­sando en lo que es mejor, para ir marcando cambios innovadores que afectan a las condiciones vitales de las personas y al desa­rrollo de su cultura, partiendo de metodologías innovadoras que fortalezcan el pensamiento crítico y la capacidad creativa. ¡Oh, que qué tarde que es! —dijo al tiempo que miraba el reloj y se levan­taba—. Perdona, pero, he de marcharme ya.

LA GLOBALIZACIÓN

La charla del relato anterior entre Andrés y M95 terminó con esta solicitud por parte de ella

—Una última pregunta. ¿Qué piensas de la globalización?

—Bueno, este es un tema muy complejo, con consecuencias éticas muy importantes, pues la actividad económica no puede de­jar de considerar el bienestar de toda la humanidad, por lo que se trata de buscar nuevos caminos para llegar a un desarrollo justo y sostenible, especialmente a favor de los países menos favorecidos. No se puede hablar de grandes avances en este campo cuando se siguen muriendo gente en muchos lugares del planeta por falta de alimento y atención sanitaria. Por eso yo soy partidario de la crea­ción de organizaciones internacionales de control y guía, para que orienten la economía hacia el bien de todos los pueblos.

¿Tú crees que la globalización es solo al campo económico?

—No, aún más, pienso que toda acción colectiva, del campo que sea, tiene que ponerse en favor de todas las personas del planeta. Cualquiera que sea el sistema, la organización social o económica ha de favorecer efectivamente la justicia y la solidari­dad en favor de cualquier ser humano.

¿Tú piensas que es la globalización para un mundo mejor?

—Todo depende de la orientación que los implicados quieran darle. El incremento de la producción, la difusión de las nuevas tecnologías, las buenas relaciones comerciales y culturales a nivel planetario, las buenas intenciones de favorecer la paz y la soli­daridad entre los países, la fuerza con que se trata de aplicar los derechos humanos… son rasgos positivos que sin duda ayudan a construir una historia más humanizadora.

¿Y ves algo negativo?

—Pues sí, también hay el peligro de que se creen organizaciones mercantilistas donde se marque más las diferencias económicas entre los países, la forzada e injusta competencia, organizaciones internacio­nales en manos de intereses particulares, grandes poderes que confi­guren monopolios. Por otra parte, existe el peligro de uniformar los modelos culturales anulando las autonomías nacionales, el surgir de redes globales de terrorismo, droga, explotación de las emigraciones…

Ya veo que es muy grande y complicado el campo de actuar.

—Así es. Pero no soy de esos que atribuye a la globalización todos los males del mundo, pues ya se van viendo resultados po­sitivos que hay que ir fomentando y motivando para que crezcan. Necesitamos pasar por encima de posiciones simplistas y enfocar nuestra atención sobre lo positivo que nos puede aportar este nuevo signo histórico. Creo que puede tener éxito cuando todos disfruten de sus beneficios.

Todo esto es un programa de muy compromiso.

—Si, pero en lo que respecta al modo de enfocar nuestra res­ponsabilidad social es mucho más profundo, porque sabemos que se nos ha dado este mandato de construir la historia presente con las actuales herramientas. Y si somos coherentes hemos de estar dispuestos a sacrificarlo todo, hasta la vida, para ser fieles a nuestra misión existencial.

A lo largo de toda la novela M95 tiene un único confidente, el agente V71, el cual siempre trata de frenar sus emociones ante el proceso de las investigaciones.

Ni que decir tiene que, a estas alturas de su estancia entre esta gente, M95 tiene muchas sospechas, dudas, interrogantes… que sólo las puede compartir con su compañero de proyecto.

Hoy vamos a introducirnos en su conversación después de oír esta última entrevista con Andrés.

Entre unos y otros, nos van ayudando a ir comprendiendo esta realidad. Al parecer actúan en los diferentes campos de la sociedad cultural, política y económica.

Si, vamos conociendo y valorando las características de este con­texto sociocultural, los fenómenos de influencia filosófica que motivan sus comportamientos. Su presencia en las diferentes estructuras cívicas es muy comprometida, procurando ser siempre portavoz de los derechos de todos los ciudadanos. Pero ya sé que su última motivación es el compromiso que han adquirido al saberse implicados en la empresa de ese misterioso S. H., al que llaman el Señor y que según ellos tiene un plan que dicen va más allá de la Historia.

Todo esto suena extraño y fantasioso.

¡Si pudiera ponerme directamente en contacto con él! ¡Tengo tan­tas preguntas aún sin respuestas!

¿Por ejemplo?

Pues… por ejemplo ¿cuál es el verdadero sentido de la historia de la humanidad?

¡Qué pregunta más trascendente!

¡No te burles!

Ten cuidado con tus impulsos, no te entusiasmes con tanta ve­hemencia. Recuerda que las grandes ideologías religiosas no colmaron las expectativas de sus creyentes, más bien les llevó al fanatismo y a la guerra en nombre de su dios. ¡Cuántas guerras santas han llenado la tierra de sangre y la historia de odio!

Es cierto, pero parece ser que aquí no es el caso

Bueno, algo habrá que no nos convenza.

Puede ser, pero creo que hemos descubierto algo que no nos puede cegar ante una verdad que parece tenemos olvidada.

¿A qué te refieres?

Pues a que la vida no se puede reducir sólo a las cosas que cap­tamos a simple vista. Ahora veo que esto no es la única realidad, hay algo más allá. Pero si somos todos de la misma naturaleza ¿por qué nos comportamos con unas respuestas tan distintas? ¡Aquí falla algo! ¿Quién está en lo cierto? ¿Cuál es el camino correcto? ¿Acaso hemos de recuperar los criterios existenciales de esta gente y que parece que nuestra civilización ha perdido?

M95, te lo repito no te metas a filosofa, no es tu cometido.

Pero creo que todos tenemos derecho a descubrir la verdad. Esta es una aventura que implica no sólo a la inteligencia y a las emociones, sino que requiere una escucha interior que nos hace trascender, que nos lleva más allá de los meros instintos y sensaciones por los que hasta aho­ra hemos funcionado. Entiendo que hemos sido educados en un nivel muy superficial que nos lleva a tomar decisiones muy poco comprome­tidas existencialmente, pensamientos débiles, meras opiniones, simples datos… Creo que hemos de dar el salto a otra dimensión olvidada, la dimensión del espíritu.

¡Sí…? Bueno… ¿y qué?

Pues que ya no puedo conformarme con meras opiniones que nos hacen esclavos de la manipulación arbitraria de los más fuertes. Nece­sito respuestas más inapreciables, más profundas.

Me parece que lo único que vas a conseguir es complicarnos la vida a los dos. Tú por tanto discurrir y yo por consentírtelo.

Bueno, todo esto bien puede ser el precio de la conquista de nues­tra libertad ¿no?

No sé, es un riesgo muy grande que no me atrevo a asumir. Es verdad que yo tampoco me he planteado estas cosas hasta ahora. Quizás nunca se me había presentado la ocasión, pero se nos está complicando la vida con tanta novedad sobre el sentido de la existencia humana, con opiniones tan distintas a lo que estamos habituados a escuchar. Sinceramente, no quiero meterme en este juego.

Pues yo sigo teniendo muchas preguntas: ¿Qué puede haber de cierto en una utópica eternidad? ¿Es posible que esta no sea la única vida que vamos a vivir? ¿Cuál es el fin de nuestra existencia? ¿Tene­mos un futuro más allá de la muerte o (como se nos dice) somos puro producto genético con una finalidad meramente física?

Todo esto suena inquietante, pero te insisto en que es muy peligro­so buscar respuestas.

Sinceramente, me siento aturdida ante la exigencia de replan­tearme el significado de mi propia existencia humana. ¿Por qué existo realmente? ¿Qué sentido tiene mi vida? ¿Para qué he nacido?

¡Quieres dejarlo ya!

¡No puedo! ¡Se me ha metido en mis propias entrañas! Al menos déjame que te lo verbalice.

Tú verás lo que haces, ya te digo que no quiero verme implicado en tu locura.

Llámalo como quieras, pero recuerda que esta gente afirma que la existencia actual es un recorrer un largo camino hasta la puerta que nos separa de la auténtica vida, que se nos promete eterna y feliz desde que cruzamos definitivamente el umbral del más allá, después de la muerte.

Mira, si esto fuera cierto, ya la humanidad con tantos siglos de pensamiento tendría menos respeto a la llegada de esa hora, ¿quién ha vuelto del otro lado de esa puerta que se supone es la muerte, para tener esa certeza?

¡Otra pregunta para hacer! Pero sólo sé que esta es la primera vez en mi vida en la que me he parado a reflexionar sobre esa posibilidad. A medida en que me voy metiendo en esta sociedad me veo impulsada más y más a confrontar mis últimas razones existenciales

EL PODER JUDICIAL

Hoy vamos a escuchar a Andrés que nos va a hablar sobre su planteamiento ante la autoridad judicial de un sistema democrático.

Háblame del sistema judicial.

—Este es otro punto realmente interesante para el auténtico bienestar de la nación. Este colectivo judicial tiene una tarea de mucha responsabilidad, y yo creo que el secreto de su eficiencia real está en el actuar con independencia absoluta frente a los poderes políticos, y al mismo tiempo deben destacarse por su honestidad y eficacia al servicio de su auténtica causa, la justicia.

¿Son fácil de sobornar?

—Como en todos los campos humanos, existe el peligro de que no sean del todo honrados. Pero el que es de verdad un au­téntico profesional de la justicia, no mira el soborno ni las ame­nazas y se juega todo por defender los derechos de los menos fa­vorecidos, siendo portavoz de aquél que la injusticia y el egoísmo humano le ha colocado en situaciones desfavorables.

¿Qué te parece a ti que hacen los jueces en los casos de corrupción?

—Verás, son situaciones muy delicadas. Hay casos donde se mezclan grandes fortunas, prestigiosos políticos, especuladores bursátiles… en fin, personas con poder que son muy difíciles de condenar.

Ya veo.

—Lo cierto es que son los jueces los que deberían ayudar a poner las cosas en su sitio si se ajustaran a hacer su trabajo de de­fensores de la justicia y el orden. Yo creo que si el que incurre en algún acto ilícito supiera que la justicia funciona como debería, más de uno se lo pensaría antes de delinquir.

Yo he oído una protesta porque se libran de la cárcel los que tienen dinero para pagar la fianza.

—Así es, los delincuentes pobres que no tienen dinero para pagar las cantidades que se les adjudica por el delito cometido, esos no se libran de la prisión, los ricos y poderosos, tan culpa­bles o más que ellos, con abonar los costes marcados por el juez, aunque sean cantidades enormes, suelen librarse de pasar un solo día en la cárcel.

¿qué haces cuando ves una injusticia?

—Mira como queremos ir buscando creativamente los cami­nos pacificadores de reconciliación ante los conflictos cotidia­nos, lo primero que hay que evitar es toda clase de irritación o agresividad, pero nunca mantenernos pasivos ni indiferentes ante ella. La mentira, la falsedad de la manipulación del poder o ante la privación de los más elementales derechos de la persona como son el ser respetado con dignidad, el recibir el trato que se merece por el sólo hecho de ser persona, el tener lo mínimo para subsistir en cualquier situación, son condiciones que nos mueven a alzar la voz contra los hechos injustos. Aquí es donde jugamos la partida más arriesgada, pues se requiere mucho tacto para po­der convencer a los contrarios con mano de hierro en guante de terciopelo. ¿Entiendes lo que quiero decir?

Sí, que hay que ser firmes, pero no agresivos.

—¡Eres una chica muy lista!

Gracias. Explícame. ¿Si una ley permite algo que no os parece recto, vosotros podéis negaros a hacerlo?

—Como ciudadanos de una sociedad democrática tenemos que saber cuáles son nuestros derechos y no acobardarnos ante una legislación que no está de acuerdo con nuestros principios morales, pues por encima de toda ley está la conciencia como última instancia que hemos de seguir a la hora de actuar y no po­demos apoyar una legislación que no está a favor de la persona, un orden democrático debe respetar la conciencia de cada uno.

¿Y si os equivocáis?

—Por eso la urgencia de una buena formación, de consultar a expertos, a personas con autoridad moral, con garantía de serie­dad y rectitud de conciencia. Desde ahí es donde nos atrevemos a enfrentarnos, lo que es lo mismo, a objetar sobre una ley que consideramos injusta o incorrecta.

¿Supongo que no todos tienen ocasión de consultar a expertos?

—Supones bien. En cualquier caso, ante la duda de la rectitud de un comportamiento concreto, siempre hay un recurso que no falla, y es el preguntarnos qué es lo que va más a favor de la persona, qué nos hace más humanos, qué es lo que nos ayuda a vivir más dignamente.

¿Dónde trabajáis para poder ayudar a la gente que necesita?

—En cualquier estamento social, hay que ir introduciendo este estilo humanizador. Hay que vivirlo en el trabajo, en el lugar donde estudias, en casa, en fin, donde tienes ocasión de relacionarte con los demás. Pero es sobre todo en el campo de la educación y en los medios de comunicación donde nos jugamos el mayor reto, pues son lugares donde se puede ir haciendo pensamiento, donde se puede ofrecer otra alternativa para enfocar la existencia humana. Estamos allí donde son convocados los ciudadanos. Se trata de ir trazando otro camino, no sólo con la palabra sino con la coheren­cia de vida. Es así como tratamos de dar nuestra opinión desde el diálogo, el ejemplo y nunca desde la fuerza ni la violencia.

¿Y hay muchos jóvenes que os siguen?

—Pues veras, esta generación de jóvenes, lo tiene muy difícil porque son muchas las fuerzas, y de muy variados signos, las que tratan de ganarlos o confundirlos. Los jóvenes son seres aun sin criterio y por tanto fáciles de manipular, pero yo creo que el papel más influyente pueden tenerlo los padres y los educadores. La fa­milia aún tiene un lugar privilegiado para formar el futuro de nues­tra sociedad, aunque haya otras fuerzas que trabajen con energía para destruirla. Hoy por hoy, son los padres los que, con su cohe­rencia de vida, pueden impulsar a sus niños a ser honrados, traba­jadores, generosos, solidarios, porque, aun yendo en contra de las estructuras sociales, deben de luchar por conquistar para sus hijos un futuro donde todos puedan participar de una mesa fraterna.

Para terminar, permíteme que te copie un documento resultado de un trabajo de sus alumnos del último curso de bachiller

LOS DERECHOS DE LA CIUDADANÍA

“En un país que presume de llamarse democrático, el Estado debe velar porque todos sus habitantes tengan to­das sus necesidades básicas cubiertas.

Todo ciudadano posee unos derechos básicos, que im­plica al gobierno del país en justicia, a que se les facilite, a fin de adquirir unas condiciones de vida digna de un estado democrático.

La falta de atención al cumplimiento de estos derechos fomenta la desigualdad y genera la indigencia, con el agra­vante que supone el potenciar con ello la delincuencia y el pillaje por la carencia de medios de los más excluidos.

Es por ello por lo que pretendemos tomar conciencia de que la construcción del estado de bienestar se conseguirá a partir de un sistema en el que se garantice el derecho de toda persona a tener un nivel de recursos básicos cubiertos, de acuerdo con su dignidad humana. Un sistema que promue­va la igualdad, la solidaridad, la sostenibilidad ecológica, los derechos sociales y económicos, que faciliten el desarrollo pleno de cada individuo, es digno de llamarse justo.

Por tanto nos pronunciamos a favor de todo ciudadano, abogando por sus derechos al pleno desarrollo de una vida digna, haciendo hincapié en el sistema de protección social del Estado, para defender en justicia los derechos cívicos de cada persona, velando porque se le proporcione una vi­vienda, un empleo, un salario y una jubilación digna, una atención sanitaria y una educación que le abra las puertas para el acceso a la cultura y a todos los ámbitos de la vida pública, convencidos como estamos de que el estudio y la formación son elementos claves en la transformación y el progreso de la sociedad.

Todo esto es un toque de atención, no sólo para reflexio­nar sino para actuar e incluso para denunciar, ante las si­tuaciones de injusticia si procede, porque es compromiso de todos el conseguir una sociedad equilibrada y armonio­sa, apoyando los procesos de transformación social y cultu­ral, pero es deber del Estado el garantizar este progreso con unos servicios públicos, que velen por el cumplimiento de los derechos de los habitantes del país”

Un manifiesto

Con todo lo que hemos comentado en la entrada anterior, ¿cómo reaccionan los alumnos de Andrés?
Leamos su manifiesto:

“Los demócratas de esta Nación, comprometidos con la libertad y la prosperidad de toda la población, atendien­do a la realidad que vivimos, declaramos que, el programa político para adquirir una auténtica sociedad de bienestar, entre otras cosas, debe tener en cuenta que los ciudadanos han de gozar de un profundo sentimiento de felicidad que no coincide con un nivel económico más o menos boyan­te, sino más bien con la satisfacción de poder disfrutar de una armonía vital por tener sus necesidades básicas cubiertas

Por tanto, pedimos a nuestros dirigentes políticos:

– Que las instituciones políticas, democráticamente ele­gidas, sean dignas del poder que se les encomendó, gober­nando para el bien del pueblo y no para su propio beneficio.

– Que trabajen para ofrecernos unas coyunturas políti­cas y sociales sólidas y libres, apostando por la justicia para velar por los derechos de cada individuo.

– Reclamamos el derecho de toda persona a tener un ni­vel de bienestar mínimo de acuerdo con su dignidad hu­mana

– Que se establezca límites al poder político sobre la vida del patrimonio de las personas, velando por el respeto a la libertad ciudadana en su derecho a la vida, a la intimidad, a la educa­ción de sus hijos conforme a sus valores, a no ser denigrado por sus convicciones religiosas, a su libertad de conciencia, a requerir un límite justo en el pago de los impuestos…

– Que se procure para todos los ciudadanos la participa­ción en un mercado laboral que ofrezca un trabajo digno y estable, según las capacidades de cada individuo y adapta­do a las necesidades de la población.

– Que dispongamos de un sistema que garantice la pro­tección social atendiendo a las necesidades de desempleo, baja laborales por accidentes, enfermedad, maternidad y paternidad, así como la edad de jubilación.

– Un sistema que promueva la igualdad, la solidaridad, los derechos sociales, una atención sanitaria digna y una educación para todos.

– Puesto que todos pagamos impuestos, pedimos que se revise, con justicia retributiva, los sueldos de los políticos y el quehacer de los sindicatos para que su obrar sea un servir a los ciudadanos y no una ocasión para su propio lucro.

– Reclamamos igualmente que se garantice un poder ju­dicial que no sea partidista, que ejerza el derecho para to­dos los ciudadanos por igual, libre de presiones políticas y coacciones económicas.

– Solicitamos que se pida cuenta de los gastos de las ad­ministraciones públicas a fin de evitar que los programas sociales se desvíen hacia beneficiados particulares.

– Requerimos así mismo una auténtica garantía de la sostenibilidad ecológica.

Y con el convencimiento de que nuestro gobierno traba­ja por el desarrollo pleno de todas las personas que habitan en el país, estamos dispuestos a colaborar con correspon­sabilidad y solidaridad para alcanzar el bienestar colectivo, pero también exigimos a nuestros representantes políticos que establezcan y hagan realidad este manifiesto por medio de las instituciones públicas democráticamente constitui­das para el bien común.

Es precisamente con esos jóvenes con los que hemos de trabajar, con quienes serán los líderes de un futuro no muy lejano, ayudándoles a formarse con criterios democráticos y trabajando en la búsqueda de la excelencia en la gestión política porque necesitaremos de otra clase política bien distinta a la actual.