Lo que el ser humano necesita recuperar hoy es el sentido de la fuerza interior del bien, el camino de la espiritualidad, el descubrir la presencia de Dios en cada historia personal. Esas luchas de cada día con las que Dios parece retar a nuestra propia interioridad.
¿Cuál es la fuente donde beben estas personas tan comprometidas con la causa de colaborar en el buen desarrollo de la Historia?
—Vamos a ver si te lo sé explicar con palabras sencillas.
Todo ser humano, que es sincero consigo mismo, se sabe pobre e incapaz de sobrevivir por sí solo. Necesita de los otros. Todos necesitamos de todos y todos estamos llamados a ayudar a los demás para ir creciendo en armonía. Pero si te embarcas en una causa espiritual, te das cuenta de que las energías y la fuerza para ser eficaz en esa empresa te ha de venir de otra dimensión, la espiritual. Y es allí donde se realizan las auténticas batallas. Existe en nuestro interior un bien y un mal que luchan por ser el dueño de nuestra persona, por conquistar nuestra voluntad, y si optamos por nuestro bien interior, nos encontramos con el Señor como el único que puede ayudarnos a que el bien, que es él, sea el dueño y señor de nuestras decisiones.
Porque su presencia lo cambia todo. Desde Él vemos la vida, las cosas, la gente, el trabajo, las rutinas y a nosotros mismos con otros ojos. Su presencia nos hace descubrir las cosas buenas que somos capaces de hacer, Él da sentido a lo bueno y lo malo que lucha en nuestro interior y se pone de nuestra parte para que el bien gane esa guerra.
—Permíteme que te lea un párrafo de una carta de uno de nuestros primeros líderes:
Dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros la fornicación, la impureza, la pasión, la codicia y la avaricia que es una idolatría. Todo lo cual trae la cólera de Dios… Desechad también de vosotros todo esto: cólera, ira, maldad, maledicencia y palabras groseras, lejos de vuestra boca. No sigáis engañándoos unos a otros. Despojaos de la vieja condición humana, con sus obras, y revestíos de la nueva condición, que se va renovando como imagen de su creador, hasta llegar a conocerlo,…
…Como pueblo elegido de Dios, pueblo sagrado y amado, sea vuestro uniforme: la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga queja contra otro. El Señor os ha perdonado, haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada.
—¡Sí que es esto un buen programa de vivir!
—Por eso es la primera asignatura que acatamos. Nos va la vida en esa limpieza interior. Si no comenzamos por gastar nuestras energías bélicas en combatir con nuestro propio mal, difícilmente llegaremos a ser capaces de conquistar la armonía de una convivencia ciudadana. Sólo desde una serena y constante práctica de interiorización, podemos llegar al dominio personal y desde ahí sabernos preparados para comprender y ayudar a los demás.
—¿Es este vuestra fuerza de pacifista?
—Así lo puedes llamar. Si analizamos los motivos de los enfrentamientos humanos, el noventa y nueve por ciento tiene sus raíces en esta falta de equilibrio personal. Es el reclamo, más o menos certero, de los derechos legítimos que supuestamente le son negados. Porque en justicia no se puede permitir el querer tener más o creerse superior al otro.
—Y es así donde están los derechos humanos ¿verdad?
—Sí. Nos hemos dado cuenta de que este camino funciona. Sólo viviendo con estas actitudes conseguiremos una sociedad justa y estable, pues nunca se llegará a una sana convivencia si se ve en el otro a un competidor, un enemigo, un inferior…
Esto exige altísimas dosis de disciplina, esfuerzo y dedicación, pero también de confianza en el Maestro interior que nos habita y conduce.
La meta es atrayente y liberadora. ¿Nos daremos por vencidos antes de intentarlo?