EL HIJO PRÓDIGO

Hoy vamos a leer un capítulo muy atrevido. Se trata de una adaptación actualizada del texto bíblico del hijo pródigo (Lc 15.11-32).

 Y dice una nota a pie de página:

(Este relato que es una copia del texto bíblico Lc 15, 11-32 lo presento aquí, como un hecho que puede ser realidad cotidiana de perdón y de acogida, en un contexto familiar donde se vive el amor que el Señor nos predicó)

Estaba una tarde M95 charlando con Dña. María cuando aquella le preguntó:

—¿Qué pasa cuando alguien con familia quiere él solo unirse a este proyecto? ¿Cómo hace para no complicar a los demás de familia?

A lo que Dña. María le respondió

—Te voy a contar un caso entre tantos que va bien para tu pregunta.

 Ocurrió hace unos cuantos años:

»Un viudo que tenía dos hijos y era de los más ricos de la ciudad, se determinó por tomar parte en nuestro proyecto. Cuando dio ese paso, valoró todos sus bienes y redactó el testamento dejando a sus hijos en herencia cuanto poseía en aquel momento, alegando que, del fruto de su trabajo en lo sucesivo, era su voluntad el no disponer de ello, ni él ni sus hijos, sin contar con las necesidades de la comunidad con la que libremente desde aquel momento se comprometía, reteniendo únicamente lo que le fuera absolutamente indispensable para su mantenimiento y el de sus hijos mientras no se independizasen. Así se dispuso, con el consentimiento de los dos hijos. Pero un día el más joven de ellos le dijo:

‘Padre, ya soy mayor de edad y quiero disponer del dinero que me pertenece, para establecerme por mi cuenta.

»Y el padre, después de sugerirle que llevara una buena administración, le dio la parte que le correspondía de la herencia.

 »Cuando el hijo adquirió la independencia económica, se marchó al extranjero. Allí, mal aconsejado, malgastó su patrimonio, viviendo disolutamente entre bebida, juego y mujeres. Pronto se encontró arruinado y solo y tuvo que optar por buscar de qué vivir. Por fin encontró trabajo en una granja al cuidado de los animales y allí se vio, mal pagado y peor alimentado. Cansado de tanta miseria, se puso a reflexionar sobre lo que había perdido al abandonar su familia y se dijo:

 ‘¡Cuánto mejor estaría en la casa de mi padre! Allí hasta el último de los jornaleros anda sobrado de comida y es respetado, mientras que yo aquí me muero de hambre y de miseria. Dejaré todo esto, volveré a mi casa y le diré a mi padre: ‘Padre, reconozco que no he obrado bien. Te he fallado. No merezco ser llamado hijo tuyo, pero al menos, trátame como a uno de tus empleados y déjame reparar mi mal sirviéndote con dignidad’.

»Como lo pensó lo hizo.

»Estaba llegando a su casa, cuando el padre le vio y se le conmovieron las entrañas. Y echando a correr salió a su encuentro, se tiró a su cuello y le besó fervientemente. El chico estaba aturdido, no se esperaba este recibimiento y después de unos segundos reaccionó y le dijo:

 ‘Padre, reconozco que te he fallado, no he sabido seguir tus consejos, sé que ya no soy digno de ser tu hijo, no merezco tener un padre que así me recibe, que así me perdona, yo…

‘Bueno, bueno, has vuelto y esto es lo que ahora importa. Olvida esta mala experiencia y vuelve a sentirte en casa como si nada hubiera pasado.

 ‘¡Pero padre…! ¿Y todo lo que he malgastado? ¡Estoy en deuda contigo! ¡Tengo que devolvértelo! Te prometo que trabajaré sin condiciones económicas y te juro que te restituiré hasta el último céntimo

‘Mira hijo, lo importante es que estás aquí de regreso y sin nada grave que lamentar. Ya verás como juntos la vida nos volverá a sonreír. Ahora entra en casa, quítate estos andrajos, báñate y vamos a celebrar tu vuelta. De lo demás ya tendremos tiempo de hablar. Eres joven y tienes toda la vida por delante para afrontarla con serenidad y honradez.

 »Mientras estaba arreglándose, le avisaron que la cena sería en el restaurante del club, porque su padre había sufrido con todos nosotros y era justo que compartiéramos juntos la alegría de su regreso.

»Cuando estábamos cenando, llegó el hijo mayor y al enterarse de lo acontecido, ser acercó al club, pero no quiso entrar y llamando al padre le dijo:

‘¡Esto no es justo! Sabes que yo siempre te he obedecido y que jamás te he fallado. Y tú nunca me lo has agradecido ofreciéndome la posibilidad de invitar a mis amigos. Y ahora llega ese, que ha derrochado tu dinero, tirándolo en las cloacas de la sociedad y has montado para él un gran banquete.

‘Hijo, es verdad que tú siempre estás conmigo, pero este también es mi hijo y tu hermano, y es lógico que nos alegremos y celebremos el haberle recuperado.

»Con estas y otras palabras, el padre intentó ablandar el corazón egoísta del muchacho, cerrado a acoger la vuelta de su hermano arrepentido. Así estuvieron un buen rato platicando y cuando el pequeño salió a saludarle, el padre le empujó disimuladamente y los dos se abrazaron. Así los tres entraron en el salón donde estábamos cenando entre gozo y alegría sincera.

»A los postres, Juan dirigiéndose al muchacho le dijo:

 ‘Ya ves, estos acontecimientos familiares, los sufrimos y celebramos juntos y es un sentir veraz, pues te acogemos como si cada uno viviera la vuelta de nuestro propio hijo, gozosos de tenerte de nuevo entre nosotros. ¡Brindemos por ello!

La imagen tiene un atributo ALT vacío; su nombre de archivo es acuerdo-1.jpg

Doña María concluyó su relato diciendo:

—Esto sucedió aproximadamente hace cuatro años y en este momento, el chico tiene un trabajo digno y entrega a su padre su sueldo íntegro.

Sí que es una historia curiosa.

—Muchos son los sucesos que te podría contar. Todos ellos van marcando los avances que rotulan el vivir en fraternidad con la esperanza puesta en un final eternamente feliz.

De niña a mujer (7)

» Habían pasado unos tres meses cuando un día, por pri­mera vez, no aparecí por la cabaña a la hora convenida. Él se cansó de esperarme y fue directamente a buscarme. Me encontró medio dormida en mi habitación. Bruscamente entró y me preguntó casi gritando:

‘¿Por qué no has venido?

‘Hoy no me apetecía —dije en un susurro de voz para evi­tar que me oyeran en las otras habitaciones, al tiempo que me incorporaba y me cubría hasta el cuello con la ropa de la cama.

‘¿Por qué? ¿Qué te ha hecho cambiar de opinión? —me preguntó cogiéndome fuertemente de un brazo para obli­garme a salir de la cama.

‘¡Suéltame! —le ordené forcejeando con él—. Me estás haciendo daño.

‘Perdona —Se disculpó soltándome. Y continuó sentán­dose a mi lado y llevándose mi mano a sus labios—. Pero es que me costaría mucho el que terminara todo así. Sabes que no podría pasar sin ti.

‘Pues tendrás que ir acostumbrándote, porque esto se acabó —le dije retirándole la mano.

‘¡Qué dices insensata!

‘Bueno, tarde o temprano tenía que suceder, así que tienes que saber que estoy embarazada —le confesé bajando los ojos como si con ello ocultara mis sentimientos de culpabilidad.

‘¿Cómo? ¿Estás segura? ¿A caso no te has cuidado como te advertí con aquellas pastillas que te di?

‘No. Tuve miedo y las eché por el váter.

‘¡Desgraciada ignorante! ¿Y ahora qué?

‘Ahora ya ves, esperando un hijo tuyo.

‘Esto no es lo convenido. A ninguno de los dos nos inte­resa. Tendrás que pensar en deshacerte del crío.

‘¡Eso nunca! —Le contesté con firmeza.

‘Pues si te empeñas en seguir, tú verás cómo afrontas la situación. Esto ha sido sólo culpa tuya porque eres una ca­bezona y como te empeñas en no seguir mis consejos ¡arré­glatelas! —Y dando media vuelta, se marchó dando un por­tazo que hizo vibrar los cristales de la ventana. Seguro que todos en la casa lo oyeron, pero de esto no tengo noticia. Allí, en mi habitación me pasé el resto del día, pero nadie se preocupó de mí.

» A la mañana siguiente traté de no encontrarme con mi madre, cogí cuanto dinero tenía ahorrado, metí mi ropa en una bolsa y después de dejar una carta encima de la cama, salí hacia la puerta de la finca, a esperar que mis hermanos marcharan a la escuela en la furgoneta. Les dije que iba a pasar unos días a casa de una amiga y me despedí de todos.

» En cuanto me vi sola, me dirigí a la estación y cogí el primer tren que pasó, bajándome en la última ciudad donde este moría.

—Sin duda que mi padrastro es un hombre muy inteligente —concluyó en su relato Elsa

Sabía que a la fuerza y con amena­zas no conseguiría su propósito de tenerme a su merced, como él pretendía. Y al verme tan resuelta perdió todos sus falsos en­cantos. Gracias a Dios pude salir de aquella situación, pues lo que más temía era verme indefensa ante su ternura y halagos y caer en la tentación de abortar como él pretendía. Ahora veo que era como una sutil araña envolviéndome en su tela. De ninguna ma­nera debía consentir más aquello que tanto me trastornaba y que podía llegar a convencerme de que tenía que abortar. ¡Matar a mi propio hijo! Ya sé que hay jóvenes que no piensas como yo, pero yo sigo creyendo que lo esencial en la mujer es la maternidad y no concibo el renunciar a ello por egoísmo o por lujuria.

» ¡He disfrutado tanto cuando la iba sintiendo moverse en mi interior!, ahora comprendo el gesto de las futuras madres tocán­dose la tripa porque ahí va sintiendo como va creciendo su bebé. Y ¿qué decirte del momento del parto? Cuando notas al bebé sa­lir y le ves todo amoratado y embadurnado como de una grasilla blanca y te lo ponen encima. Desde ese instante no puede nada, absolutamente nada, hacer que deje de ser tu bebé y ese momento queda grabado para siempre en tu corazón. Y piensas: ‘¡Es mi hija! Esa personita que tengo ahora sobre mi pecho, ¡es mi hija! Que ha estado todos estos meses viviendo, formándose, creciendo, ali­mentándose y respirando, porque yo la he protegido dentro de mí.

» Por todo esto nunca podré dar suficientes gracias al Señor por haberme librado de mi padrastro y haberme puesto en mi camino a Marta. Ha sido como si hubiera roto un pacto con el mismo diablo y encontrar compensación con las atenciones de un ángel. Esto ha sido Marta para mí. Sobre todo, me ha ayudado a confirmarme en mis principios, y ahora sé que, aunque hice mal, mis convicciones son rectas.

Quisiera hacerte unas preguntas. —Le propuso M95

—¡Adelante!

¿Cuántos años tiene tu padrastro?

—Cuarenta y dos y mi madre treinta y siete.

¿Otra?

—¡Vale!

¿Sabe tu madre dónde estás?

—No. Sé que es muy duro para ella, pero temo que si le doy cualquier pista él se lo saque y le dé por venir a buscarme. Pero tuve ocasión de mandarle una carta y le dije a Juan que la enviara desde otra ciudad. En ella le contaba parte de la verdad, lo sufi­ciente para que esté tranquila, pero nada le dije para que pueda localizarme.

Una última pregunta.

—Las que quieras.

¿Qué significa eso de que tú eras su amante?

—Bueno, eso le llamamos al hombre y la mujer que tienen relaciones íntimas sin estar casados. 

(Reflexiones de M95 ante su realidad)

¿Quién de nuestra sociedad sabe que la función principal de la existencia de la mujer es el ser madre? ¿Quién de nuestras jóvenes pue­den sospechar que son capaces de engendrar e ir formando en ella un nuevo ser como se hace en nuestros laboratorios? ¿Cómo reaccionarían estas mujeres si se enteraran que nuestras adolescentes desde el momento de su primera menstruación hasta los 21 año que celebran la mayoría de edad con el rito del cierre de la trompa de Falopio permanecen com­pletamente aisladas del mundo masculino? (4)

» Y yo me pregunto: ¿Qué función le queda por cumplir a la mujer en nuestra generación? ¿Somos individuos sin un papel propio, dado que se nos privó de nuestra función reproductora? ¿Es un avance el haber privado a la mujer de la experiencia de ser madre?

» Cuando he sido estos meses testigo de tantos sentimientos positivos respecto a este asunto, sin duda que me cuestiono nuevamente el poner en duda los avances de nuestra civilización en esta materia. ¿Es más humano que las relaciones sexuales se limiten a ser simplemente una satisfacción de los placeres higiénicos de los adultos?

» He aquí como hemos ido perdiendo el sentido relacional de la pareja y su misión de formar una familia. La madre probeta es la encargada de la gestación y el desarrollo del bebe. Hemos privado a nuestras mujeres de algo tan hermoso como debe ser (según he podido comprobar por la información de estos meses) la experiencia maternal de sentir el crecimiento de un bebé dentro de ellas.

¡Esto es impensable para nuestra generación femenina!

¿Otro avance del progreso de nuestra civilización?

__________

(4) Lo que ni ella misma sospecha es que todas las adultas de su generación fun­cionan con un ovario sólo, ya que, en aquella ceremonia, se lo extirpan para fecundarlo en los laboratorios maternos.

FIN del capítulo 15 DE NIÑA A MUJER

De niña a mujer (4)

» Los meses que transcurrieron hasta terminar el curso escolar, éramos llevados a la escuela por uno de los nuevos jornaleros. El patrono, al que ahora llamábamos tío Luis, había comprado para sustituir la vieja camioneta de mi pa­dre, dos grandes furgonetas y contrató a dos hermanos que, junto con la esposa de uno de ellos, ocuparon la casa que nosotros dejamos. Ellos eran los encargados de proveer a los clientes del contorno, que por supuesto aumentaron.

» Aquel junio yo terminé la escuela. Al curso siguiente ya no volvería y no hubo ninguna propuesta para que fuera a estudiar a la ciudad, pues esto suponía unos gastos que mi madre no se atrevía a mencionar y a él ni se le pasó por la cabeza. Los días de otoño se me hacían largos y monótonos, era como si las vacaciones de verano, ¡tan aburridas siempre! nunca llegaran a tener fin. A pesar del ambiente en el que he crecido, siempre me ha gustado mucho leer, tuve una maestra muy buena que me ayudó a desarrollar esta afición, por eso mis conocimientos culturales siempre han estado por encima de mis estudios, y el estar todo el día metida en las faenas de la finca me costaba un montón, pero yo sabía que este iba a ser mi futuro.

» Sin darme casi cuenta, un día me sorprendí con que era mi cumpleaños.

‘Madre, ¡hoy cumplo 16 años! —le dije mientras tomába­mos las dos solas el desayuno esa mañana.

‘¡Es verdad! El otro día pensé en ello, pero hoy me he despistado. Esta noche lo celebraremos cuando todos este­mos juntos. ¡16 años! ¡Cómo se pasa el tiempo! Aún me creo que eres una niña y ya eres toda una mujer. A tu edad yo ya festeaba con tu padre.

» Aquella cena fue única. Hubo tarta y chocolate a la taza. Él me sorprendió con un bonito vestido de dos piezas.

‘¡Oh, gracias, tío Luis! ¡Es precioso! —dije al tiempo que le abrazaba y le besaba en la mejilla y volviéndome hacia mi madre le pregunté— Mamá ¿me lo puedo probar?

‘¡Pues claro!

‘¡Alégranos la vista con tu elegancia! —dijo él.

» La verdad que lo conseguí. Un ¡oh! de toda la familia llenó el amplio comedor. Yo estaba gozosa. Mi madre me miraba orgullosa. Yo corrí hacia él y le abracé fuertemente diciéndole:

‘¡Gracias! ¡Nunca había soñado en poder tener algo así!

‘Pues ahí lo tienes. Y esto no termina aquí, siéntate que tu madre y yo tenemos que contarte nuestros planes.

‘¿Cómo? ¿De qué se trata? —yo estaba intrigadísima.

‘Pues verás —dijo mi madre—. Tío Luis está preocupa­do por la vida que llevas, sin relacionarte con tus compañe­ros del pueblo desde que terminaste la escuela.

‘Sí, es cierto, no es bueno que no tengas ocasión de seguir viéndote con tus antiguos amigos, por eso hemos pensado que podrías hacer planes para asistir a la verbena de los días de la próxima feria.

‘¿De veras? —dije dando un grito de júbilo.

‘Si. Y yo me comprometo a llevarte cada noche al pueblo y recogerte cuando me digas ¿vale?

‘¡Esto es demasiado! ¡Me he quedado sin palabras!

‘Pues bien, el martes próximo iremos a comprar ropa nue­va para toda la familia, pienso que puedes aprovechar el viaje y visitar a alguna amiga para quedar con ella. ¿Qué te parece?

‘Que este es el más perfecto de los regalos de cumpleaños.

‘¡No siempre se cumplen dieciséis años!

» La primera noche de la feria, toda la familia disfrutamos de los festejos. Prácticamente todos los habitantes de la finca nos encontrábamos allí. ¡Era la gran noche! El júbilo y el jolgorio se respiraban a muchas leguas. Tiovivos, norias, montaña-rusa… casetas con diferentes atracciones; puestos de comida rápida; fuegos artificiales… en fin, un montón de atracciones para chi­cos y grandes. Durante el día se negociaba con el ganado y la cosecha, pero por la noche todos los vecinos de la comarca se reunían a disfrutar juntos de la música y la fiesta.

» A la noche siguiente ya no asistieron mi madre y mis hermanos. Mi padrastro, como estaba planeado, me dejó en la plaza del ayuntamiento donde estaba instalada la verbena y quedó en recogerme a las dos de la mañana.

‘¿No te dicen los muchachos que eres la más bonita del lugar? —me preguntó cuando regresábamos.

» Yo me estremecí. Sentí algo extraño en mi interior que me daba miedo.

‘Te lo digo en serio, Elsa —dijo pasando el brazo por encima de mi hombro—. Te estás convirtiendo en una jo­vencita muy bella.

Yo sonreí, bajé los ojos y nada respondí. Me encogí en mi asiento y él retiró el brazo.

‘Para ser una chiquilina tienes mucho carácter —Afirmó en tono irónico.

» Yo me sentí provocada y le respondí con indignación:

‘¡No soy ya una chiquilina! ¿Por qué tratas siempre de pincharme? ¿Por qué no podemos tratarnos sin tener que recurrir a eso?

‘Porque ahora mismo estoy celoso. No me gusta que todos esos críos estén zumbando a tu alrededor como estúpidos y pegajosos moscones. Tú vales más que cualquiera de ellos.

» Yo me encogí de hombros como no dando importancia al asunto. Pero sentía que la sangre me ardía en las mejillas.

‘Apuesto a que no encuentras ninguno a tu medida.

‘Pues sí —dije desafiante—. Hay algunos que me pare­cen interesantes.

‘¿Sí? ¿Alguno de ellos en particular?

‘Bueno —contesté procurando aparentar inocencia—. El que más de todos… sí, hay uno. Pero no es de los moscones.

‘¡Ah, ya!

» Hubo un corto silencio. No sé si él esperaba que diera el paso a las confidencias, pero yo no estaba por ello. ¡Tenía miedo! No sabía a dónde quería llegar. La carretera estaba desierta, la luna brillaba con toda su intensidad y dejaba ver el perfil de la naturaleza en la sombra de la noche. Cada uno parecía envuelto en sus propios pensamientos, arrullados por el hechizo del momento.

‘¿En qué piensas? —dijo rompiendo el silencio.

‘¡Oh, en nada! —contesté procurando hacerme la indi­ferente.

‘Seguro que soñabas con “el más interesante”

» Yo le sonreí ruborizándome de nuevo, pero no dije nada.

‘¿Quieres que te ayude a conquistarlo?

» Yo me volví a mirarlo sorprendida. Él debió leer la pregun­ta que le lanzaba mis ojos y que no me atrevía a pronunciar.

‘Si, sí. Aunque te estás transformando en una hermosa mujer, me temo que aún no has aprendido las artes de sedu­cir a un hombre.

» Calló esperando mi reacción, pero al no tener respuesta continuó:

‘Tu cuerpo está creciendo y madurando, pero me temo que tu mente se resiste a dejarle reaccionar a merced de esas nuevas sensaciones que están apareciendo en tu ser de mu­jer. ¿No sientes que a veces se rebela ante tu presión por controlarlo?

‘A veces —dije en un susurro. Ni si quiera me oí a mí misma. Deseé que sólo lo hubiera registrado en mi mente, pero él sonrió y mirándome de reojo prosiguió:

‘No te preocupes, esto que percibes es lo normal. No tienes por qué avergonzarte de sentir esas necesidades, son propias de tu condición de adulta. Déjame que yo sea tu guía y consejero, con tu belleza y mi experiencia verás como todo será muy fácil. Si te apoyas y confías en mí te aseguro el éxito pleno en tu empresa de mujer.

» ¿Qué decir? Tenía razón. Estaban en continua lucha mi cuerpo y mi voluntad. ¿No sería la hora de rendirme ante la evi­dencia y escuchar los consejos de la experiencia? Si de verdad él era sincero y me ayudaba… ¡por qué no! ¿Quién mejor que él me podía entender? Al fin y al cabo, era mi padrastro y no era cuestión de esperar que mi madre me ayudara, me parecía demasiado primitiva e ignorante. En estas estaba, cuando sentí que frenó el coche y se volvió plenamente a mí diciéndome:

‘¿Nada respondes? Tarde o temprano te encontrarás con un hombre que busque tu cuerpo y ¿cómo reaccionarás? Dime.

» Su voz resultó tan reclamante que me cogió desprevenida. Instintivamente bajé los ojos. Él me levantó suavemente la barbilla y me hizo mirarle. Le miré a los ojos con temor. ¿Qué tenía ese hombre en la mirada que me hipnotizaba? ¡Me hacía sentir indefensa! ¡Nadie sabía mirar como él! Quise mante­nerle la mirada, pero no podía. Sus ojos me penetraban hasta los rincones más profundos de mi mente. Me sobrecogí. Un escalofrío envolvió todo mi cuerpo. Me hubiera gustado estar a mil leguas de allí y a la vez me sentía cada vez más atraída por su insistente y cálida expresión. Supongo que no nece­sitaba mis palabras para saber lo que estaba sintiendo, y yo también adivinaba su propio estado de ánimo. Su mirada, su transpiración, todo él parecía emanar un poder que me sedu­cía suavemente, sin violencia, pero con firmeza. Sentí que len­tamente mi cuerpo le respondía con una fuerte oleada que pa­ralizaba cualquier otro sentimiento. Instintivamente me cubrí el cuerpo cruzando los brazos y frotándolos con las manos.

‘¿Tienes frío? —me preguntó volviendo a echar su brazo sobre mis hombros.

‘No sé —le contesté volviéndole a mirar.

» Esta vez me sorprendí al comprobar que ya no me asusta­ba su mirada, que podía dirigirme hacia sus ojos sin temblar.

» Él me sonrió y me acarició los labios, haciéndome estremecer de nuevo, pero esta vez no le rechacé. Me atrajo hacia sí con sua­vidad y me besó en la boca. Fue un beso suave, tierno. Yo cerré los ojos y me abandoné al placer del momento. Cuando le volví a mirar él me estaba contemplando con satisfacción. Seguramente sentiría una agradable sensación de triunfo. ¡Ya eran suyas las dos mujeres! Me cogió la cara con las dos manos y me dijo:

‘Elsa, cariño, ¡Eres preciosa! ¡Me gustas mucho!

‘¿Por qué te comportas así conmigo tío Luis?

‘Porque quiero ser para ti algo distinto. Deja que compar­tamos juntos unos minutos felices.

‘Pero esto no está bien —. Los labios me temblaban y luchaba por dominar mi agitación interior.

» Por un momento creí que me iba a poner a llorar. ¡Me sentía tan impotente! Volvía a sentir la fuerza de su mirada y no me atrevía a levantar la vista. Él me observaba sonriendo y dejó pasar unos segundos. Después me dijo:

‘No creo que haya sido una experiencia tan horrorosa como para no repetirla ¿no te parece?

» Yo tragué saliva y nada contesté. Sentía toda la sangre de mi cuerpo acumulada en mi rostro. No quería mirarle.

‘A un buen maestro le gusta comprobar si sus alumnas asimilan las lecciones. ¿Quieres intentar demostrarme lo que has aprendido?

» Y sin esperar respuesta, se me acercó con los ojos cerra­dos y esperó. Fue todo muy rápido. Le rodeé con mis brazos e intenté concentrar toda la fuerza de mis sentimientos en aquel beso.

‘¡Uf! ¡Qué bien lo has aprendido! —exclamó echándose en el respaldo del asiento como si rebotara desde mi cuerpo.

‘Gracias tío Luis por la lección —dije llena de satisfac­ción—. ¿Verdad que ya no soy una niña?

‘¡Por supuesto que no! —admitió—. Ese beso es el de una auténtica mujer.

» Volví a sonreírle mirándole a los ojos y le dije orgullosa:

‘Ahora vamos a casa ¿vale?

De niña a mujer (3)

» Yo ya tenía quince años cuando mi padre murió.

» Al día siguiente de los funerales, el patrón le dijo a mi madre que no quería que a ella y a todos nosotros nos faltara nada, y le propuso que nos trasladáramos a su propia casa, se podía preparar el piso de arriba para que cada uno tuvié­ramos nuestra propia habitación. Mi madre le pidió tiem­po para pensarlo, pero la verdad era que quería consultarlo conmigo, no sólo por ser la mayor, sino porque conocía mi carácter y temía mi reacción. ¡Qué sola e indefensa se sentía! Pero ella confiaba en mí; era más fuerte, y a pesar de mi cor­ta edad siempre estaba segura de lo que se tenía que hacer. Por eso, aquella noche, cuando las dos nos quedamos solas recogiendo las cosas de la cena, me sacó el tema.

‘¿Y a ti te parece bien que vivamos allí como amanceba­dos? —le pregunté irritada.

‘No seas tan dura mujer. De todas las maneras, siempre estaremos mejor que aquí. Esto resulta muy pequeño para tanta gente. Ya os vais haciendo mayores y no está bien que durmáis todos en la misma habitación.

‘¿Y está bien que tú duermas con él?

‘Bueno… esto no se puede evitar, yo…

‘Por eso no quiero que se siga cometiendo disparates que luego sean ya hechos consumados. Así que dile que sólo nos moveremos de aquí después de vuestra boda.

‘¡Pero Elsa, yo…!

‘Nada mamá. No me vas a convencer. Te ha humillado todo lo que ha querido, usándote a su placer, ha matado a padre, tenemos un medio hermano… ¿Qué menos que exi­jamos vivir decentemente?

‘Si, pero…

‘Nada. Si no le convences, yo misma iré a darle mis ra­zones.

» Yo era así. El hecho de ser la mayor, de tener el carácter de mi padre, de estar culturalmente más preparada que ella, me daba energías para situarme como defensora de la dig­nidad de la familia.

‘¿Te das cuenta el riesgo que corremos si perdemos lo poco que tenemos? Los pobres tenemos que tragarnos nuestro orgullo en muchísimas ocasiones.

‘Mira madre, sólo pretendo vivir con dignidad. Y si ahora mismo cedemos, me temo que nos vamos a seguir embar­cando en un continuo futuro de humillaciones y de explota­ción del poderoso.

‘Hija, no sé si ha sido una buena idea tanta escuela. Es­pero que no tengamos que lamentarlo. Intentaré mañana hablar con él.

» Al día siguiente, como sospechaba, al volver de la escuela mi madre me informó que el patrón me estaba esperando en su despacho para discutir conmigo personalmente el asus­to. A pesar de todo, no podía dejar de reconocer que estaba asustada, al fin y al cabo, yo no era más que una niña y él el amo, un hombre que casi no había visto en aquellos años. Respiré hondo y llamé a la puerta. Cuando entré me quedé boquiabierta al ver aquel lujo, al menos a mí me pareció. Fue­ron unos segundos. Los suficientes para cobrar el valor que necesitaba. Miré hacia la persona que me sonreía de pie ante aquel escritorio de caoba tan imponente. Todo mi cuerpo se estremeció. ¡La mirada de aquel hombre! ¡Nunca me había sentido mirada así! Por primera vez en mi vida sentí vergüen­za de mi cuerpo. Toda su persona me sorprendió. Un metro noventa, musculoso y fuerte, pelo color heno, pómulos altos y ¡esos ojos negros que parecían te penetraban hasta el alma!

‘Pasa, pasa, Elsa. ¿Te gusta mi despacho? —preguntó acercándose.

‘Pues… Sí señor. Es muy bonito y grande.

‘¿Te gustaría tener una habitación para ti sola tan grande como esta y decorarla a tu gusto? —Esto iba diciendo al mismo tiempo que me ponía la mano en el hombro y me iba acercando a una silla forrada de cuero situada enfrente del escritorio —. Siéntate.

‘Gracias señor, yo…

» Tragué saliva. No me salían las palabras. Pero él pare­cía dispuesto a ignorar mi turbación. Sonreía y en su rostro aparecieron unos hoyuelos que le suavizaron su expresión, dándole un encanto más juvenil, aunque su mirada se man­tenía penetrante. Él también se sentó frente de mí.

‘Bueno, entonces no hay más que hablar. Cuando vengan los obreros tú misma les indicarás cómo quieres que prepa­ren tu habitación según te plazca.

‘Es que… —volví a tragar saliva. Las palabras se me aho­gaban en la garganta. Los ojos se me pusieron acuosos. Pero dije sin pensarlo dos veces—. Lo siento señor, pero por mu­cho que me guste todo lo que me propone, creo que prime­ro hay que aclarar otro asunto.

‘¡Ah! ¿Sí? ¿A qué te refieres? —me preguntó con un tono que me puso más nerviosa. Pero estaba dispuesta a ignorar sus ironías.

 ‘Sabe muy bien de lo que se trata. Aunque veo que disfru­ta haciendo las cosas más difíciles.

‘¿Eso te parece? -—su gesto me crispaba. No dejaba de mirarme, cosa que me hacía sentir más incómoda, y sin más rodeos pregunté

‘Bueno, ¿cuándo piensa casarse con mi madre?

‘¿Por qué tanto empeño por la firma de unos simples papeles? ¿No será que estás buscando otra cosa?

‘¿Cómo dice? —no me salía la voz, tan llena estaba de rabia e indignación por el juego sarcástico con que estaba tratando el asunto—. Lo único que pretendo es vivir con una familia honrada y digna, y no creo que podría sentirme así, mudándome aquí, si usted no es el marido de mi madre.

‘Me parece que tienes demasiados prejuicios. ¿A caso no sabes de casas donde los señores y los empleados viven en el mismo edificio?

‘Claro que los hay, pero el caso de mi madre y usted es distinto. O corta sus relaciones con ella, o hágala su autén­tica esposa.

‘¡Vaya con la niña! ¿Sabes que tienes mucho carácter?

‘Espero que sirva para conseguir los derechos de los míos.

‘O sea, que te parece tener derecho a pedirme que me case con tu madre ¿no es así?

‘Así lo creo. Mire señor. Pienso que al matrimonio se pue­de ir por muchos motivos, y tal como están aquí las cosas, creo que lo más digno, no sólo para mi madre sino para que todos nosotros podamos ir con la cabeza muy alta, es que esta situación se legalice o se acabe. No me gusta estar en boca de la gente chismosa. No quiero ser la hija de su amante.

 ‘¡Vaya, vaya! ¡Muy interesante!

» Hubo unos segundos de silencio. Yo bajé los ojos para no encontrarme con los suyos que seguían escrutadores.

‘Está bien, jovencita. Quiero que sepas que cuando tu madre me ha comunicado la conversación que habéis teni­do, yo decidí casarme con ella, pero quería oírte, por eso no te dijo nada.

‘¡Entonces se casan! —exclamé casi saltando de la silla.

‘Pues sí. Al fin y al cabo, no tengo a nadie y vosotros po­déis ser mi familia. ¿Verdad que es esta tu idea?

‘Yo, señor… Me siento muy avergonzada. ¿Me permite que le dé un abrazo?

‘¡Cómo no!

» Nos pusimos de pie. Yo me acerqué y tuve que ponerme de puntillas para llegar a su mejilla y le besé. Pero cuando me aparté, él me cogió de la muñeca y atrayéndome hacia sí me dijo:

‘Ahora me toca a mí celebrarlo —y al tiempo que me ro­deaba por la cintura, me acercó sus labios a los míos.

» ¡Me cogió tan de sorpresa! Al principio me resistí, pero he de reconocer que poco a poco me sentí bien entre sus brazos. Fueron unos segundos. De pronto reaccioné y de un empujón lo devolví al sillón y eché a correr.

» Durante todo el trayecto hacia mi casa me retumbaba en los oídos su risa burlona. Entré bruscamente en la habita­ción que compartía con mis tres hermanos y me eché boca abajo sobre mi cama, poniéndome a llorar con una rabia im­ponente. Sentía vergüenza e impotencia. Aquel primer beso de mujer me ponía amarga las entrañas. Alguien entró en el cuarto, se sentó a mi lado y me dijo acariciándome el pelo:

 ‘¿Qué te pasa Elsa? Yo también tengo pena de tener un nuevo papá. Mamá dice que viviremos allí mejor. ¿Tú que crees?

»Era mi hermana Rosa. Me sorprendió. Tragué las lágri­mas y me incorporé sentándome al lado de ella.

‘No me hagas caso, soy una tonta. ¡Por supuesto que vi­viremos mejor que aquí! Ya se me ha pasado —dije lim­piándome los ojos con la manga—. Anda, vamos a ayudar a madre a poner la mesa para la cena.

» Pero aquello no era tan fácil de digerir.

» Esa fue la primera de muchas noches en la que me des­pertaba sobresaltada por la misma pesadilla. Un hombre, embozado en una capa, me aguardaba en la oscuridad de una calle desierta, esperando que pasara para echárseme encima ¡y yo no me defendía! Las carcajadas de aquel des­conocido me hacían despertar sobresaltada y temerosa. ¡Su mirada acechadora, parecía que me perseguía siempre!

De niña a mujer (1)

Esta es la primera parte de un capítulo donde cuento la historia de Elsa

Una adolescente de 16 años que un día Marta se encontró en El Hogar de Transeúntes. La vio tan mal, que no pudo ignorarla y se acercó con ánimo de atenderla. Es cierto que la ciudad es una de las metas más soñada por los adolescentes fugitivos, pero aquella muchacha parecía necesitarla. La chica tenía unas ansias locas en ser escuchada por cualquier ser humano, y en cuanto Marta se le acercó, notó que era la persona que le iba a ayudar. Por eso no dudó en irse con ella, a pesar de lo recelosa que estaba ante la sociedad que le había ignorado desde que llegó del pueblo hacía unos cuantos días. Una vez en casa, mientras devoraba un plato de abundante carne guisada, les confesó -a Marta y a su madre- que estaba embarazada, pero lo peor de la situación era que el bebé era de su padrastro. De ninguna de las maneras pensaba volver a casa, pues él le había propuesto insistentemente en que abortara, por eso huyó, pues tampoco quería que su madre se enterar de todo esto.

Han pasado unos meses y hoy se encuentra en el hospital después de dar a luz a una niña. M95 aprovechando una visita, se entera de su historia.

 Tened paciencia y seguidme. Os prometo que cada semana el episodio os resultará más interés.

—Uno de los recuerdos que más me impresionó en mi infancia fue cuando tenía diez años, un día en el que mi padre nos anunció que se marchaba a la ciudad porque el patrón había muerto. Estuvo ausente por tres días.

A partir de aquel acontecimiento, la vida cambió en nuestro entorno. Ya nadie usaba la casa grande. Antes, cuan­do el amo vivía, al menos en la temporada de las recolectas y la siembra, se llenaba la finca de gente.

Recuerdo que desde que murió la señora, sólo venia él por asuntos laborales, pero anteriormente pasaban muchas temporadas del año la fami­lia con los agricultores. Llegaban unos camiones llenos de temporeros y permanecían allí, alrededor de dos meses, para la vendimia, la cosecha de la aceituna…, en fin, no recuerdo bien, pues todo esto como te digo fue antes de cumplir yo los ocho años.

Aquellos últimos años, el señor vivía sólo en la casa grande, pues su único hijo lo tenía interno en un colegio. Los campesinos, algunos con sus familias enteras, vivían en un gran barracón que estaba dividido en pequeñas habitaciones con baño, la cocina y el comedor eran común. Mi madre se dedicaba sólo a atender al señor y nosotros, los niños, que por entonces éramos cuatro, disfrutábamos con la novedad de tener tanta gente a nuestro alrededor.

Durante los años siguientes a la muerte del patrón, nadie se ocupaba de la hacienda. Mis padres hacían de caseros, vi­gilando la finca, y atendiendo a un par de vacas, y a un mon­tón de gallinas, cuya producción vendían a los comerciantes de las aldeas vecinas. También cultivaban una pequeña par­cela detrás de nuestra casa que nos servía para ahorrarnos la compra de fruta y verdura de casi todo el año.

Mi herma­na, mis dos hermanos y yo, cada mañana marchábamos al colegio del pueblo más cercano en la camioneta de nuestro padre, y cuando éste terminaba por la tarde su trabajo nos recogía para volver todos a casa.

El producto de sus ventas, mi padre lo depositaba en el banco a nombre del hijo del patrón que era desde entonces el nuevo amo. Nosotros sólo disponíamos de un diez por ciento de las ganancias, más la casa y la cosecha de la pequeña huerta, además recibía una cantidad mensual, que no había variado desde la muerte del patrón, para los gastos del mantenimiento de los animales.

LA CONDICIÓN FEMENINA (2)

Hoy Sara nos vas a presentar dos modos de ser mujer. Nos va a hablar de la mujer célibe, la que hace de su vida una opción exclusiva por el Reino y la que elije ser esposa y madre. Son dos formas de realizarse como mujer adulta, que no es mejor ni peor, sino más bien yo diría que cada mujer tiene que proyectar su existencia de acuerdo con los planes que Dios dispuso al crearla. Sólo así se podrá sentir satisfecha al alcanzar sus motivaciones vitales

—Hay una cosa que no entiendo.

—Tú dirás.

—¿Por qué si valoráis tanto a la familia, Marta y Juan no son casados?

—Como Andrés y yo por ejemplo ¿no?

—Sí. ¿No es algo negativo no tener una familia para prolongar este sentido de vivir? Yo no puedo entender. ¿No es una fallar, alguien que no ayuda a que la historia siga con vuestras esquemas etnográficas?

—Puede ser que desde fuera así parezca, y respeto tu punto de vista, pero tienes que saber que para nosotros tiene un profundo sentido la opción de estas personas por renunciar a crear su propia familia en favor del desarrollo del Reino.

— ¿Me lo puedes explicar más fácil?

—Veras. Me refiero que, ellos han renunciado a algo tan valioso como es la familia para poder dedicarse en exclusividad a la empresa que nos convoca en libertad y disponibilidad. Pues sin duda que están más libres al no tener que condicionar sus decisiones al bien de los suyos y de nadie son responsables familiarmente hablando, por eso pueden estar al servicio de los demás sin las condiciones que reclama la familia. Además, son signos que nos recuerdan, dónde está lo absoluto en nuestra vida cotidiana. Ellos, con su estilo de vida, nos ayudan a relativizar todas las cosas y los acontecimientos, pues todo, por muy importante y necesario que nos parezca, tiene un valor limitado y no debemos absolutizarlo. Hay veces que hacemos de nuestros intereses familiares nuestros dioses, estos se convierten en los ídolos del siglo, y luchamos por ellos como si nos fuera la existencia en tenerlos satisfechos. Por eso, las personas célibes, quiero decir, las que optan por no casarse por esta causa, son dignas de nuestra admiración y respeto si ponen su libertad al servicio del Reino.

—Pero yo oír mucho en contra de la vida de los curas por eso que llamáis célibe.

—Es verdad, hay mucha polémica sobre este tema del celibato, aunque por otra parte también se critica la maternidad o la paternidad responsable. Corremos unos tiempos de inconformismo y de cuestionar todo, y si hiciéramos caso a tanta protesta y critica negativa, esto sería un caos de esclavos, pues la manipulación y propaganda de los medios, a veces, lo únicos que consiguen es confundir, no aclarar con otras alternativas.

—¡Qué novedoso!

—¿Te lo parece? Pues te diré más. Aunque te cueste creerlo, muchas veces, la actitud de estas personas célibes por la causa del Señor me interpela, incluso para medir mi entrega conyugal y mi responsabilidad maternal.

—¡A ver, a ver! Explícame eso.

—Pues verás. Nuestras responsabilidades como pareja nos llevan a ayudarnos mutuamente. Cada mañana, al despertarnos renovamos nuestros compromisos y nos animamos a ser fieles en la tarea cotidiana y por la noche, en la intimidad de nuestro lecho nos tomamos cuenta de cómo nos ha ido la jornada.

—Y ellos célibes, ¿cómo lo llevan?

—Bueno, ellos tienen otros recursos, el caso es vivir  entregado por el bien de los demás. Porque, ¿qué es para ti la maternidad?

—Pues… la verdad… Bueno…, en realidad es tema interesante, pero pienso que tú eres la que tienes la experiencia ¿no?

—Seguramente. Pero por el hecho de ser mujer adulta, estás predispuesta a comprender las motivaciones más profundas del instinto maternal que todas llevamos por naturaleza. Porque no es sólo el hecho físico en sí, sino que, con nuestro desarrollo corporal, va creciendo en nosotras unas capacidades y unos valores, incluso unos sentimientos, que son propios de nuestro ser de mujer. Rasgos meramente femeninos, maternos, que no son mejores ni peores que los masculinos pero que son los propios nuestros. Es una manera de sentir, pensar y expresar nuestras vivencias relacionales desde dentro de nosotras mismas. Es algo indiscutible del género femenino que nos hace sintonizar con las otras mujeres. Somos como cómplices de unas actitudes que debemos compartir con el hombre pero que nos caracteriza, que nos hace femeninas, distintas y complementarias con la otra parte de la humanidad que es el varón.

—¿Cómo es eso?

—Pues verás. Pienso que toda mujer está existencialmente hecha para acoger, sufrir con el otro, sentir y expresar ternura y compasión, ser paciente y servicial, cariñosa y tolerante, cercana, desinteresada y gratuita, en fin, una serie de valores humanos que son propios de la experiencia de sentir en nuestro interior la vida de otro ser. Por eso es para nosotras más fácil el ser solidarias, acogedoras, comprensivas, pacientes, cercanas… nos mueve la sensibilidad, la piedad, la compasión, la ternura… en fin una serie de valores que, aunque son rasgos genuinos de la humanidad, son indiscutiblemente propios de la condición femenina. Y esto no necesariamente se da a partir de la experiencia física de la maternidad, aunque supongo que lo favorece, sino que es algo que toda mujer adulta, por el simple hecho de serlo, ya lo posee en potencia y hemos de tratar de despertarlo y desarrollarlo hasta concluir en la entrega total. Esto, como te digo, no sólo dando nuestro cuerpo para ser procreadoras, sino cuando en la madurez de tu ser femenino, te das toda tú a la construcción de los lazos relacionales según la intuición que nos caracteriza y nos hace capaces de formar una familia con las personas que nos rodean. Como ves, esto va más allá del simple papel de madre y esposa.

LOS DOS HERMANOS II

» Después de aquella boda, la vida volvió a cambiar. La madre se pasaba el día llorando su fracaso educativo y el padre tenía los nervios de punta, por nada explotaba, no era aquello el plan que él se había marcado para su primogénito. Ninguno de los dos podía soportar la presencia de Marián, que no hacía más que arrastrar perezosamente su vientre cada día más voluminoso. Así que un día decidieron comprar un piso para la pareja. Sólo el buenazo de Carlos seguía ciego, engatusado por su mujer, como si fuera la más perfecta y encantadora de las esposas. Pero aquello no fue un buen remedio. En cuanto Marián se vio fuera de la vigilancia de sus suegros, empezó a exigir un derroche de lujos para ella y su bebé que, aunque la familia se lo podía permitir económicamente, no había por qué excederse con tanta insensatez propia de nuevos ricos.

» Recuerdo, la única vez que pisé aquella casa, cómo se respiraba opulencia por todos los rincones, pero como era ella la que disponía y no había sido educada en rica cuna, no sabía darle al dinero la distinción y elegancia a la que el señorito Carlos estaba acostumbrado. Yo no hacía más que mirar de reojo la expresión de mi señora queriendo conectar con sus sentimientos. ¡Si al menos se hubiera dejado aconsejar…! Pero ella no era de esa clase. Parecía que en su ambición y orgullo sólo buscaba la venganza de la posición social en la que había crecido. Lo que más me preocupaba era lo cínica y falsa que se mostraba ante él. Lo tenía tan hechizado que conseguía cualquier capricho sin ningún esfuerzo, y él, por mantener su afecto, era capaz de cualquier cosa. Ella era una mujer insaciable y déspota, que parecía vivir sólo para si misma, ambicionando avaramente el dinero de su esposo. ¡Hasta se hacía llamar Dña. Mariana!

 » Así fue transcurriendo el tiempo. No volvieron a tener más hijos, con el pretexto de no sé qué, pero para mí es una prueba más de su egoísmo, aquel primer intento tenía una meta muy clara y ya la había alcanzado. Su hija, que, por la misericordia de Dios, heredó la bondad de su padre, era el único consuelo de éste, pues con el tiempo, Carlos fue comprendiendo de qué pasta estaba hecha su mujer. Aunque seguía amándola iba reconociendo sus defectos y soportándolos con paciencia de santo.

»Acabábamos de trasladarnos a vivir aquí D. Juan y yo, cuando un accidente de avión terminó con la vida de los padres. Como Carlos era socio mayoritario, vicepresidente de la empresa alimenticia de la familia y prácticamente era la mano derecha de su padre, no tuvo problema en hacerse cargo de la economía familiar. A los pocos días del mortal accidente, fuimos convocados por el notario para informarnos del testamento. Allí nos encontramos, además de la familia, unos cuantos de los empleados, que de alguna manera también éramos beneficiarios. Casi todo el testamento iba dirigido a Carlos, pues dada la dedicación sacerdotal de D. Juan, nombraba administrador de todos sus bienes al primogénito, repartiendo las acciones de las propiedades entre ambos hermanos por igual. La finca llamada “Mi Huerta” con todos sus beneficios estaba puesta a nombre de su nieta Isabel y, puesto que su esposa no le sobrevivió, todo lo que estaba a su nombre, las otras cuatro fincas con las respectivas industrias alimenticias que se había ido creando a partir de ellas, pasaban a ser propiedad de los dos hijos, aunque existía una cláusula, para vender cualquiera de ellas tenían que estar de acuerdo los dos propietarios. También se acordó el señor de sus viejos y fieles servidores, que habíamos dedicado toda nuestra vida a trabajar en sus propiedades, los diferentes administradores de las fincas, los distintos responsables del personal de las fábricas de conservas y lácteos, así como los jefes de la cadena de supermercados, en fin, una docena de subalternos que también disfrutaríamos de algunas pequeñas participaciones vitalicias.

» Ahora que, en lo que respecta a la administración de esta casa, le puedo asegurar que bien poco se nota la riqueza, pues ambos sabemos vivir con pocas necesidades y casi todo lo que pasa por las manos de D. Juan no termina en beneficio suyo.

» Aunque la vida ha llevado a los hermanos por distintos caminos, siempre han estado muy unidos y son los valores que mueven a D. Juan los que constituyen la filosofía de fondo de esa empresa familiar aun en tiempos de su padre. Él es el alma de esa industria. Los principios de justicia, equidad, apoyo solidario a todos los empleados… más que una empresa es una familia grande donde todos se sienten bien. Y aún más, la creación de nuevos puestos de trabajo les ha llevado a extenderse incluso fuera del país, no por afán de lucro, sino que para ellos es una manera de ayudar a los menos favorecidos dándoles una ocasión de ganarse el pan dignamente. Toda su filosofía comercial se basa en los principios de un comercio justo, fundamentado su producción en condiciones sociales que siempre tiene en cuenta el respeto a los derechos humanos, la igualdad de género y las retribuciones justas para los trabajadores, e incluso es bien sabida el cuidado que ponen por aplicar una producción ecológica, cultivando sus alimentos de forma natural, respetando los procesos de la naturaleza y velando por el medio ambiente»

» Por lo demás, D. Carlos, en su vida familiar, siempre se ha visto supeditado al abuso y dominio de su ambiciosa esposa, la cual, aunque no consiguió refinarse, sí que disfrutaba luciendo los millones de su marido y nunca era capaz de privarse de nada. Hasta que un día decidió destruir la fachada matrimonial en la que siempre se habían refugiado.

—¿De verdad? ¡Será posible! ¡Esto suena locura!

—No sé si está del todo cuerda, pero sí es cierto que trata de destruir a cuantos la quieren.

—¿Y Qué pasó?

—Pues verá.

» Llevábamos aquí unos cinco años, cuando mi padre se jubiló. Le sustituyó en la administración de la finca un joven que trabajaba con él desde muy temprana edad y que siempre había demostrado ser un lince para llevar el negocio. Pero resultó ser tan codicioso como Marián. Al parecer eran amantes de toda la vida y él había consentido todo aquello mientras, como ella, se beneficiaba de ese fabuloso porvenir. D. Carlos lejos de sospechar, siempre había visto con buenos ojos que su esposa se ocupara de la finca de la hija de ambos, y más ahora que con un nuevo administrador se suponía que era más necesitada su presencia. Con este pretexto podían mantener sus relaciones, siendo a los ojos de su marido simple asunto de negocios. Entre el personal de la finca se sabía toda la historia de aquellos dos cínicos, pero bien se cuidaban de que no llegara a oídos del señor.

(Continuará)

LOS DOS HERMANOS

Hoy nos vamos a recrear conociendo la vida de D. Juan, el sacerdote del barrio.  La narradora será Josefa, su sirvienta de toda la vida. M95, aprovechando la ausencia de aquél, se acerca a su casa para fisgonear sobre el asunto y así nos enteramos de una historia muy interesante.

—¿Hace mucho tiempo que está trabajando aquí?

—Bueno, si se refiere a la materialidad de esta vivienda, vinimos hace unos diez años, pero a D. Juan lo he tenido en mis brazos el mismo día de su nacimiento.

 —¿Sí? ¡Cuénteme! ¡Me encantan las historias de familia!

—Esta no es del todo muy agradable. Aunque, ¿acaso hay una historia humana realmente sin problemas? Pero creo que será una manera de matar el tiempo mientras estamos juntas.

—¡Oh, bueno! Si lo prefiere… podemos poner la televisión, puede ser hay algo interesante. Yo soy con pena de cambiar sus planes.

—No hay que hablar para nada sobre eso. Si algo me tiene recomendado D. Juan es que he de atender bien a las personas que llaman a nuestra puerta. Así que, si está interesada en saber la historia de la familia, nadie mejor que yo para contársela, ya que fui a servir a aquella casa como regalo de la abuela en la boda de la madre de D. Juan.

—¿Sí?

—Sí, así fue. Mi padre era el administrador de “Mi huerta” la finca mayor de las propiedades de la familia, y cuando se casó el señorito, el padre de D. Juan, su madre le dijo a la mía que quería que yo fuera como doncella a servir a la nueva señora. Y allí me fui. Yo tenía dieciocho años cuando comencé. Bueno, todo esto es para decirle que cuando nació el primogénito, Carlos, yo ya estaba con ellos y por supuesto cuando nació el segundo que fue D. Juan.

—¿No hay más hermanos?

—Hubo una niña, la tercera, pero murió de una meningitis a los cuatro años. La señora lo sintió tanto, que decidió cambiar completamente de vida y dedicarse con exclusividad a la atención de sus dos hijos.

—¿Antes no lo hacía?

—Era joven. Pienso que demasiado joven. Y ese acontecimiento le hizo madurar. Fue la muerte de aquella preciosa niña lo que la hizo sentar cabeza y despertó en ella la responsabilidad materna. A partir de aquel momento, los niños siempre la encontraban en casa cuando volvían del colegio y si por asuntos profesionales de su marido tenía que ausentarse, yo era la que los atendía, con estrictas instrucciones de la madre.

—¿Era muy severa?

—Era muy exigente en llevar orden y disciplina. Nunca me hubiera perdonado, que a la vuelta de una de sus ausencias los niños hubieran aflojado en el esfuerzo de su dedicación educativa.

Hizo una pausa para beber y prosiguió:

—Con el curso del tiempo, los dos hermanos iban creciendo bajo la mirada de la madre, y a pesar de que ella procuraba tratarlos por igual, en cada uno se iba forjando una personalidad completamente distinta.

—En el físico no había mucha diferencia, aun ahora se les ve los rasgos de familia, pero mientras Juan era un niño travieso, alegre, inquieto, extrovertido y resultaba muchas veces agotador, Carlos, por lo contrario, era la tranquilidad andando. Era tímido, silencioso, muy introvertido, prefería pasar las horas delante de un libro interesante que corretear detrás de su hermano. Pero es verdad que a la hora de sentarse a estudiar los dos rendían por igual. Juan era el típico niño que disfruta y gasta todas sus energías en actividades dinámicas, pero también cogía al vuelo cuanto le enseñaban en el colegio. ¡Cómo disfrutaba cuando marchábamos a la finca de la abuela por las vacaciones de verano! En la ciudad había veces que parecía se le venía encima las paredes de la casa.

» Pero esta familia necesitó siempre de experiencias fuertes para cambiarles la vida, y fue en un verano cuando ocurrió algo que decidió el futuro de los dos muchachos.

 —¿Sí? ¿Qué fue?

 —Pues, era ya a finales de agosto. Carlos tenía entonces veinte años y Juan dieciocho. Una mañana, cuando estaba ordeñando una vaca para preparar el desayuno, cosa que me gustaba hacer a mí personalmente, apareció por puerta Marián, la hija de uno de los colonos fijos de la finca. Hacía mucho tiempo que no la veía y me sorprendió verla tan crecida. Se había hecho muy bonita y reflejaba la salud que disfrutan todas las mozas del campo. Estaba hecha una mujer. Aunque siempre me había parecido muy descarada y pretenciosa, aquella mañana se mostró sinceramente insolente.

 ‘Vete diciendo a los viejos que se vayan haciendo a la idea de casarme con su hijo’ —me soltó con brusquedad.

 ‘¿De dónde sacas tantos humos?’ —le reproché.

‘De donde puedo —me contestó—. Quizás cambies de idea cuando te diga que estoy ‘preñá’ de uno de esos señoritos’.

‘¿Qué has hecho descarada? ¿Cómo se te ha ocurrido tentar a un inocente?’

 ‘Yo no tengo la culpa. Nos queremos y ese es el resultado de nuestros amores’

‘¿Tú? ¡Tú no quieres a nadie! —le dije asiéndole de los brazos—. Te has aprovechado de un niño para trepar alto’

 ‘¡Suéltame! Pero que conste que no es tan crío, pues ya sabe cómo amar a una mujer’

‘Y tú has sido su maestra ¿no?’

‘Seguramente’

 ‘¡Furcia! ¡Mala pécora! ¿Qué has hecho?’

 ‘¡Suéltame! ¡No vuelvas a tocarme! Además, que yo sepa eso es cosa de dos. ¿Por qué no le preguntas a él?’

» Ya imaginará lo furiosa que volví a la cocina. No daba pie con bola. Se me salió la leche, se quemaron las tostadas… ¡un desastre! Sólo estaba pendiente de cómo coger al toro por los cuernos y enterarme de todo. ¿Qué había pasado? ¿Cómo era posible que Juan…? -porque yo no dudaba quién había sido- Así que, en cuanto terminaron el desayuno, cogí de un empuño a Juan y me lo llevé casi a rastras hasta mi habitación. El chico se resistía, pero yo no le soltaba y le insistía en que no hiciera ningún escándalo pues lo que quería tratar con él era muy íntimo.

 ‘¿Se puede saber qué mosca te ha picado? —me preguntó cuando estuvimos allí.

 ‘Eso quiero saber yo, qué ha pasado aquí’

‘¿Aquí dónde? ¡No entiendo nada! ¿Quieres explicarte?’

‘Si, eso voy a hacer —y armándome de valor le ataqué directamente—. Mira Juan, yo sé que eres ya un hombre y que no te puedo tratar como hasta ahora lo he hecho. Tú sabes que te quiero como si fueras mi hijo y por eso me atrevo a hablarte como tal. Hay cosas que se tienen que resolver con urgencia, y aunque sea lo último que haga en mi vida lo voy a hacer’

 ‘¡Uf, qué trágica! ¡Anda, suéltalo ya!’

‘Quiero que me cuentes qué hay entre tú y esa Marián’

‘¡Ah! ¿Es eso? Mira Jose, a mí no me vengas con esos chismes, yo no tengo nada que decir. Eso es cosa de mi hermano’

 ‘¿De Carlos?’ ‘Que yo sepa no tengo otro’

 ‘Pero si yo..

‘¡Por supuesto! ¿Tú creías que era yo?… ¡Guau! ¡Qué gracia! ¡Es él! Él que se escabulle por las noches cuando todos estamos en la cama. Espera un rato y cuando se cree que yo duermo, va y se escapa, pero siempre lo oigo. Al principio lo seguía, pero me aburría, no podía hacer ningún ruido y todo estaba oscuro, así que decidí esperarle tranquilamente en mi cama ¡era más cómodo! Aunque tengo que confesarte que como tarda tanto la mayoría de las noches no me entero cuando regresa’

‘¿Hace mucho tiempo de todo esto?’

‘Bueno, empezó el verano pasado. Y durante este invierno se han escrito algunas veces’

 ‘¿Escrito? ¿Y ella envía las cartas a casa?’

‘¡Por supuesto que no! Se las envía a la dirección de un compañero de la “Uni”. Por cierto, que se las cobra bien caro, pues el muy fresco le chantajea con apuntes y exámenes’

‘Y aparte de ese chico y tú, ¿lo sabe alguien más?’

‘Que yo sepa no. Pero es que él no sabe que yo estoy enterado de todo’

‘Pues me temo que esto ha llegado demasiado lejos y que dentro de poco lo va a saber todo el mundo’

‘¿Sí? ¿Vas a ser capaz de contarlo tú?’

‘Yo no. Ella’

‘¿Ella?’

‘Sí. Pero tú de esto ni una palabra. Cuando llegue la noticia hazte de nuevas ¿vale? Tú nada tienes que ver con este asunto. ¿Te has enterado?’

 ‘Está bien, como quieras. La verdad que es sólo cosa de ellos’

‘Por eso’

» A los pocos días la bomba explotó. Hubo reunión familiar y el resultado fue que Carlos se tendría que comprometer a casarse con ella y Juan marcharía interno a un colegio de curas. Aquellos tiempos eran así. Seguro que hoy se hubiera resuelto el asunto de otra manera, pero entonces no había otro camino para un hombre con honra. ¡Bien lo tenía planeado aquella lagarta! Un embarazo era la puerta más segura para cambiar de posición social y entrar por la puerta grande hacia un brillante futuro. ¡Y fue a elegir al hombre más inocente de la tierra!

(Continuará)

MEJORAR EL PRESENTE

Sin duda a ti y a todos no nos gusta el presente, pero cada uno tiene su personal reacción ante esta realidad. Unos se pasan los días lamentándose, echando la culpa a los otros, sin hacer ellos nada, otros pasan del tema con tal de tener las espaldas cubiertas y los hay que se lo toman a la tremenda y arman la marimorena con tal de hacer bronca por una situación que les sobrepasa. En fin, el presente no es perfecto, pero sin duda algo hay que hacer para mejorarlo.

Hoy te voy a comentar parte de la primera entrevista de M95 con el director del colegio

¿Estáis contentos de la democracia del país?

—Bueno, ningún gobierno es perfecto. Hay que tener en cuenta que muchas veces en nombre de una idea se hacen mu­chos disparates, y eso le puede pasar a la democracia, del decir y prometer al actuar por un compromiso realista…; no siempre en la práctica se trabaja por buscar el bien de los que forman la población. El sistema no funciona si los dirigentes no actúan por el bienestar de todos y cada uno de los ciudadanos y por desgra­cia es más frecuente comprobar que en la práctica, digan lo que digan en sus programas electorales, la meta de muchos suele ser la del beneficio personal o del partido.

Eso suena a fraude electoral.

—Y lo es.

¿Por qué?

—Pienso que el problema está cuando las personas no han madurado en el valor de la gratuidad y del servicio a la comuni­dad, cosa que me parece imprescindible en un político que pre­sume de ser demócrata. No se puede trabajar por buscar unos resultados partidistas, por tener más interés en perpetuarse en el poder que en ayudar a la sociedad. No se puede reducir la par­ticipación ciudadana a un simple voto, desvinculando así de sus responsabilidades. No se puede actuar procurando el máximo beneficio personal ignorando los derechos del pueblo. Y si me apuras, no estoy nada de acuerdo cuando veo a mi alrededor la pasividad y la inercia por parte del ciudadano.

Y todo esto cambiáis con educación ¿verdad?

—Veo que vas cogiendo la idea. Como educadores compro­metidos con nuestra labor, nos creemos con la obligación de pre­parar al alumno para ser persona consciente de su dignidad y de la de los otros, a fin de que pueda defender sus derechos y com­prometerse con sus obligaciones. Esto lo vemos como algo esen­cial para tener éxito en sus futuras relaciones sociales. Tratamos de proporcionarles los instrumentos necesarios para que sean capaces de reconocer, cuestionar y gestionar situaciones múlti­ples y complejas que les vayan capacitando para desenvolverse en un futuro inmediato con responsabilidad, comprometiéndose en su participación como ciudadano, sabiendo cómo luchar por mejorar la sociedad, reclamando los derechos de cada individuo en beneficio de todos, no de unos pocos.

Si, yo leo que la educación es un camino para hacer un cambio social.

—Exacto. Hay otros caminos, pero este es el nuestro. Nues­tras sociedades están experimentando profundas transformacio­nes, que pueden llevarnos a un cambio de era con la entrada del nuevo siglo, y nosotros queremos contribuir a ese cambio social entendiendo la educación como un proceso de aprendizaje vinculado a cada contexto y con una intención transformadora. Hay que desarrollar la iniciativa y la autonomía de los alumnos, favoreciendo la flexibilidad y la planificación en la enseñanza, utilizando nuevas técnicas e incluso atreviéndose a innovar.

Todo esto yo tengo estudiar.

—Sí, conviene que lo reflexiones detenidamente y si necesitas aclaraciones no dudes en pedirlas, pues es necesario que entien­das bien nuestra postura educativa.

Sí, yo veo.

—Todo esto tendrá éxito si estamos convencidos de lo que hacemos. Si nuestra última intención es estar al servicio de una enseñanza que favorezca el progreso de cada individuo. Nuestra aportación como educadores nos ha de llevar a la mejora del fu­turo inmediato de todos los ciudadanos que pasan por nuestras aulas.

¡Esta es mucha obligación!

—Así es, pero si creemos que hemos sido llamados a poner lo mejor de nosotros al servicio del cambio por un mundo mejor, lo conseguiremos. Si nos empeñamos por trabajar por una sociedad más justa y respetuosa con los derechos de todos, lo conseguire­mos. Sabiendo que el mundo mejor que logremos siempre será imperfecto, con contradicciones y conflictos propios de la con­dición humana. Aunque nunca se llegará a alcanzar sociedades perfectas, sí que hemos de ser conscientes de que hemos sido llamados a mejorar el presente.

Yo pienso que esto tiene que tener un grupo de profesores muy buenos.

—Sí, esto es un reto para el Centro, pero tenemos la suerte de poder seleccionar al profesorado y prepararlo para que se inte­rese y se comprometa con nuestro ideario educativo. Tienen que estar entusiasmados por una educación que apoye la transforma­ción personal y social, convencidos de que el cambio es posible y que nos hemos embarcado para ser alternancia social. Los pro­fesores han de pretender, desde su tarea cotidiana, favorecer las relaciones entre todos, potenciar y defender los derechos de los alumnos y del colectivo. Con su manera de pensar y actuar, han de ser forjadores de culturas solidarias, sembrando esperanza de un mundo mejor. En una palabra, educadores convencidos de que son llamados a despertar en sus alumnos el deseo de cono­cer, saber y compartir, desarrollando sus capacidades.

¿Y las familias colaboran?

—Cada vez más. Ten en cuenta que la mayoría de nuestros alumnos actuales son hijos de aquellos primeros, testigos de su propia transformación humana y social, y ya han pasado 30 pro­mociones. Esto favorece mucho al progreso de la formación de las nuevas generaciones porque nuestro éxito está en la perfecta colaboración familia-escuela.

Si, que estáis haciendo una buena labor educativa para esta sociedad

—Eso es lo que pretendemos. Creemos que la primera res­ponsabilidad de la familia es su misión educadora y como tal está llamada a ser la primera en participar como agente de transfor­mación social, de aquí nuestro empeño en trabajar al unísono por esa meta común.

Bueno, yo ahora ya estoy parte de este colegio

—Si y recuerda que has de cuidar mucho la participación, que hagan proyectos en grupo, que investiguen y sobre todo que aprendan a tomar decisiones personales y comunitarias. Con esto se ejercitarán para desenvolverse en un colectivo plural y más tarde les servirá para actuar en la comunidad de vecinos, barrio, ciudad, nación…

¿QUIÉN ES MARTA?

Marta es una gran mujer, amiga incondicional de todo aquel que se le acerca. Vive con su madre, pero ésta sabe que tiene que asumir el estilo peculiar de los compromisos existenciales de su hija y procura ser una buena colaboradora en todas sus actividades. Su casa está siempre abierta para todo el que la requiera y más de un/a joven con problemas ha pasado el tiempo que ha necesitado, compartiendo sus preocupaciones con estas dos mujeres.

Es compañera de Sara desde la infancia. Juntas pasaron las primeras peripecias de la niñez adolescencia y juntas conocieron a Andrés y su manera de enfocar la vida. Cuando ellos decidieron for­mar una familia, Marta se les unión incondicionalmente, formando un trío de una fuerte influencia en el ambiente donde se mueven. Más tarde, cuando terminó sus estudios de enfermera, decidieron juntos la conveniencia de especializarse en el campo de la drogadicción. Como todos ellos, dedica su tiempo libre a dar gratuitamente una orientación formativa de su especialidad en el club del barrio. Semina­rios de medicina preventiva, planificación familiar, primeros auxilios…

 Te voy a copiar párrafos de una conversación que tuvo Sara con M95 después de una dura experiencia que quizás te comente en otro momento y que hizo cambiar a Marta sus planes de vacaciones

—Marta quiere, aprovechando su condi­ción de enfermera, asistir a un curso de educadores de inviden­tes, que se va a impartir en las vacaciones de invierno, para poder luego orientarnos en la tarea de ayudar a Daniel a desenvolverse con habilidad en su nueva situación.

Pero, me contó su madre, pensaba pasar las vacaciones con ella en un balneario en el norte del país. ¿Cómo va a poder estar en las dos cosas?

—Bueno. No es la primera vez que sus planes pasan a segundo término cuando alguien la requiere. Estoy segura de que lo hubiera hecho por cualquiera de nosotros. Se sabe miembro corresponsa­ble en esta gran familia que estamos entre todos construyendo. Por eso sus intereses, tanto personales como familiares y profesionales, están siempre en función de las urgencias que le pide el ir favore­ciendo la hermandad comunitaria que intentamos vivir.

¡Ah! Por eso ayudar a vosotros pasó antes de sus vacaciones ¿no?

—Exacto. Esta tarde mismo va a cancelar el viaje y a matri­cularse en ese curso. Su talante de vida solidaria se descubre en estos gestos concretos de disponibilidad.

Pero ¿esto lo que hacéis todos o es algo de ella?

—Mira, aquí a nadie se le obliga a dar más de lo que su propia generosidad le exige. Pero tratamos de ir creando en nosotros una conciencia opuesta al individualismo, para liberarnos de ata­duras egoístas y buscamos estilos de vida propios de la agilidad de los que han puesto su existencia al servicio del hermano que te reclama por su necesidad.

¡Esto es muy obligado!

—Pues sí. A esta gestión, que nos coge la vida, consagramos, no sólo nuestro tiempo libre, sino toda nuestra existencia. Por eso, cuando llega el caso, pasa por delante de nuestros planes personales.

Una cosa así, supone mirar primero a los problemas de los otros.

—Ya veo que lo vas entendiendo. Nosotros pretendemos ser sal de la tierra. Sal que hace su servicio sin ser notada, que no se ve pero que se necesita y se le echa de menos si falta; sal que se echa mano de ella para que dé buen sabor, para que el conjunto del guiso se be­neficie al estar allí, sin ser visible pero útil. O como la levadura, que se sabe de su presencia porque es la que hace crecer. Todo esto es imprescindible para que la fraternidad vaya desarrollándose.

Así dices tú que es Marta ¿verdad? Como la sal y como la leva­dura en esta sociedad.

—Sí, somos amigas de toda la vida, por eso creo que hago justicia al definirla así. Este es el estilo de Marta. Tiene la gracia de estar siempre disponible, a punto para sacar a cualquiera de un apuro. Está siempre ahí para echar una mano, para cubrir una necesidad, incluso para remediar un desagravio. Está ahí siendo sal, luz, levadura… en fin construyendo el Reino con sus actitu­des de disponibilidad.

Hay una cosa que no entiendo.

—Tú dirás.

¿Por qué si valoráis tanto a la familia, Marta y Juan no son casados?

—Como Andrés y yo por ejemplo ¿no?

Sí. ¿No es algo negativo no tener una familia para prolongar este sentido de vivir? Yo no puedo entender. ¿No es una fallar, alguien que no ayuda a que la historia siga con vuestras esquemas etnográficas?

—Puede ser que desde fuera así parezca, y respeto tu punto de vista, pero tienes que saber que para nosotros tiene un pro­fundo sentido la opción de estas personas por renunciar a crear su propia familia en favor del desarrollo del Reino.

 — ¿Me lo puedes explicar más fácil?

—Veras. Me refiero que, ellos han renunciado a algo tan va­lioso como es la familia para poder dedicarse en exclusividad a la empresa que nos convoca en libertad y disponibilidad. Pues sin duda que están más libres al no tener que condicionar sus deci­siones al bien de los suyos y de nadie son responsables familiar­mente hablando, por eso pueden estar al servicio de los demás sin las condiciones que reclama la familia. Además, son signos que nos recuerdan, dónde está lo absoluto en nuestra vida coti­diana. Ellos, con su estilo de vida, nos ayudan a relativizar todas las cosas y los acontecimientos, pues todo, por muy importante y necesario que nos parezca, tiene un valor limitado y no debe­mos absolutizarlo. Hay veces que hacemos de nuestros intereses familiares nuestros dioses, estos se convierten en los ídolos del siglo, y luchamos por ellos como si nos fuera la existencia en te­nerlos satisfechos. Por eso, las personas célibes, quiero decir, las que optan por no casarse por esta causa, son dignas de nuestra admiración y respeto si ponen su libertad al servicio del Reino.

Pero yo oír mucho en contra de la vida de los curas por eso que llamáis célibe.

—Es verdad, hay mucha polémica sobre este tema del celi­bato, aunque por otra parte también se critica la maternidad o la paternidad responsable. Corremos unos tiempos de inconfor­mismo y de cuestionar todo, y si hiciéramos caso a tanta protesta y critica negativa, esto sería un caos de esclavos, pues la manipu­lación y propaganda de los medios, a veces, lo únicos que consi­guen es confundir, no aclarar con otras alternativas.

¡Qué novedoso!

 —¿Te lo parece? Pues te diré más. Aunque te cueste creerlo, muchas veces, la actitud de estas personas célibes por la causa del Señor me interpela, incluso para medir mi entrega conyugal y mi responsabilidad maternal.

¡A ver, a ver! Explícame eso.

—Pues verás. Nuestras responsabilidades como pareja nos llevan a ayudarnos mutuamente. Cada mañana, al despertarnos renovamos nuestros compromisos y nos animamos a ser fieles en la tarea cotidiana y por la noche, en la intimidad de nuestro lecho nos tomamos cuenta de cómo nos ha ido la jornada.

Y ellos célibes ¿cómo lo llevan?

—Bueno, ellos tienen otros recursos, el caso es vivir entregados por el bien de los demás.

Y hablando otra vez de Marta, ¿quieres explicarme cómo ve ella eso de ser madre?

—Pues Sí. En ella su propia condición femenina le lleva a en­focar la entrega y abnegación desde su instinto maternal. Es una mujer adulta consagrada por completo a entregarse a los otros y con ello se siente realizando su potencial de hacer familia, dedi­cándose plenamente a este nuevo modo de ir construyendo una historia más fraterna.

¡Qué interesante!

—Sí que lo es. Para ella el construir una familia, una herman­dad con todos los que trata, pasa por delante de sus intereses per­sonales. Por otra parte, es una mujer que está habituada a mirar los acontecimientos cotidianos con ojos contemplativos.

¿Cómo? Perdón, yo no entender muy bien eso.

—Quiero decir que ante cualquier cosa que sucede, Marta rá­pidamente sabe hacer una referencia sobrenatural. Para ella no existe la casualidad, todo tiene un por qué trascendente, por eso además de su instinto femenino, se entrega abandonada ante la presencia del Señor que todo lo ve y lo permite.