DESCUBRIENDO CAMINOS

Hoy te invito a que presencies una de las clases de Andrés, donde hace un comentario sobre un pasaje del Evangelio

—Vamos a continuar el tema que comentábamos el último día.

 »Decíamos que el reino está dentro de nosotros. Todos llevamos esa semilla en nuestro interior, pero hay que poner los medios para que se vaya desarrollando. Hay quienes no tienen interés por estas cosas y de esto se aprovecha el enemigo, para robarle o ahogar la buena simiente de su corazón. Hay otros que empiezan con ilusión y entusiasmo, pero son cobardes y en cuanto aparece la dificultad abandonan. Los hay que les parece interesante el cultivar esta hermosa vida interior, pero las ambiciones mundanas del poder, la riqueza, los honores y placeres de este mundo, les pueden y renuncian a lo más importante, por esas otras luces engañosas y superficiales. Por fin hay también gente con coraje, que desarrollan lo mejor de su existencia.

»Busquemos por tanto el reino y su justo crecimiento y todo lo demás hay que saberlo relativizar, colocándolo en el lugar que le corresponde en la escala de valores que constituyen los peldaños para conquistar ese reino. Recordad que hemos de pasar por la historia como elegidos y amados que somos, llamados a ir haciendo realidad el proyecto de S. H., su Reino, y que no es otro que ir sembrando para que crezca la familia de Dios, porque su reino no es de gobernadores y súbditos sino de una familia donde todos se aman sirviendo y atendiendo las necesidades de los hermanos.

—A mí siempre me llama la atención cuando hablas de que somos elegidos. ¿Acaso no hemos sido llamados, toda la humanidad, a ser ciudadanos del reino?

—Por supuesto. Todos somos llamados, pero no todos son conscientes de esta realidad. Y los que hemos tenido la gracia de caer en la cuenta de esta misión no podemos despreciarla o tratar de ignorarla. A eso me refiero al decir que somos elegidos, mejor sería decir que somos conscientes de la elección.

—A veces es una tarea costosa.

—Por supuesto que exige renunciar a muchas cosas, a muchos ídolos que atan nuestro corazón, por eso hay tantos que abandonan. Pues en el fondo es cuestión de generosidad, de comprender el valor del amor desinteresado y gratuito, pero nunca se nos impondrá, es una decisión libre y voluntaria. Pero el Señor no se deja ganar en generosidad, y cuando ve nuestro interés y nuestro esfuerzo, se pone de nuestra parte.

—Es verdad que no todos responden, pero, así y todo, no me negarás que se necesita mucho coraje y mucha confianza en la ayuda del Señor para no flaquear en los momentos difíciles.

—Así es. Y sólo los que lo intentan con constancia lo consiguen. Aunque tenéis que ser realistas, porque esto es tarea de toda la vida, y el enemigo es muy astuto y busca los puntos más débiles para atacar, pero tened ánimo, el amor de Dios puede convertir nuestra debilidad en fortaleza y si estamos llenos de estas inquietudes, nuestras palabras y nuestras obras nos han de delatar, pues de la abundancia del corazón habla la boca.

—Aunque al oírte no lo parece, la verdad es que en realidad no es tan sencillo. ¿Cómo hacer para que todas nuestras inquietudes y nuestros deseos estén enfocados hacia los intereses del Señor exclusivamente?

—Ya os lo he dicho, con paciencia y perseverancia. Poniendo nuestra confianza en el espíritu del Señor que nos guía y nos da fuerza. Se trata de romper con todo de una vez, y optar con determinación a caminar en lo sucesivo, hacia esta meta. Pero esto no se hace de una por todas. Hay que intentarlo cada día, empeñarnos en cada nueva situación por la causa que nos convoca. Levantándonos en las caídas y no hundirnos ante el fracaso. Poco a poco se va adquiriendo más conciencia de ello y se crea en nuestro interior unos hábitos que favorecen el actuar cada vez con menos tensión y más confianza en la fuerza de su espíritu que nos habita.

—A mí a veces me da la sensación de que estamos viviendo contra corriente, pues nuestra sociedad te bombardea constantemente con otros valores y sólo aquí me encuentro seguro.

—De acuerdo, pero recuerda lo del tesoro escondido. Cuando uno lo encuentra y es capaz de medir su valor, nada ni nadie se le pone como obstáculo para poder conseguirlo. Aunque a los ojos de los demás sea una locura, él vende cuanto posee, se desprende de todo, olvida cuanto tiene con tal de conseguir lo que para él es algo que vale la pena aun al precio de perderlo todo. Si esto es lo que da sentido a tu vida, vale la pena arriesgarte y dejar todo lo demás. ¿No te parece?

 —Sí. Yo estoy de acuerdo contigo, pero ¿por qué somos tan pocos?

—Este es uno de los grandes misterios de la condición humana. Pero a nosotros se nos pide el proclamar esta verdad, quizás si fuéramos más responsables de anunciar y vivir lo que hemos descubierto, más personas se convencerían de esta realidad, puesto que todos somos llamados al Reino.

—Sí, pienso que hemos de ser más audaces y no acobardarnos al primer desplante.

—No lo dudes, si has captado esta buena noticia, no puedes ya seguir viviendo como antes, porque has descubierto la única verdad que merece ser seguida. Este es tu tesoro que tienes que ir conquistando y anunciando.

—Esto supone una gran responsabilidad.

—Por supuesto. Pero el día que te convenzas de que es el mismo espíritu del Señor el que va moldeando tu corazón y haciendo crecer tu semilla interior, te será todo más fácil.

¡sorprendente pero real! Así sigue Andrés comunicando su mensaje, como si nada ajeno al tema ocupara su mente y sus sentimientos

—Las primicias del Reino se está manifestando en esta nueva sociedad que entre todos queremos construir. Una sociedad que responda al proyecto que el Señor tiene sobre la humanidad. Una humanidad solidaria y fraterna. Una sociedad donde todos ten[1]gamos un sitio digno, donde todos nos sepamos personas aceptadas tal como somos, con nuestras luces y sombras, pero con perseverancia y con confianza, a la vez que nos sabemos con el compromiso de colaborar por la felicidad de los otros

—¡Esto suena a utopía!

—Yo diría más bien a mucha tarea por hacer. Todo esto no pueden ser sólo palabras bonitas, hay que cambiar el corazón para poder aceptar a todos como hermanos y desearles lo mejor. Claro que no es fácil y por supuesto que no se consigue a fuerza de puños. Pues nuestro hombre egoísta, que reina en el interior de cada uno, lucha por situarse en el puesto que tratamos de arrebatarle.

—Entonces, ¿qué nos recomiendas?

 —Trabajar dando paso en nosotros al amor que se nos ha dado y que va desarrollando en nuestro ser, una nueva criatura digna de poder derramar ese amor en los demás. Este es el único camino, así conseguiremos poco a poco ganarle las batallas de esta guerra interior a nuestro cruel enemigo. Se trata pues, de ser valientes y colaborar para que triunfe el bien, con las armas de ese hombre nuevo. Armas de paz, gratuidad, comprensión, acogida, generosidad… En fin, es un ir creando en nosotros un estilo de vida propio de los discípulos del Señor, y solo desde ahí, el mundo podrá ir caminando por sendas donde no crezca la cizaña del egoísmo y la insolidaridad.

 —No sé… Hablas con una firmeza y seguridad, que parece como si para ti todo esto resultara muy fácil.

 —¡Por supuesto que no lo es! ¿Qué te crees que a mí no me cuesta?, Llevo ya muchos años en esta empresa y a fuerza de ganar y perder batallas voy conquistando terreno al bien que hay en mí y debilitando mi mal. ¿Cómo? buscando las fuerzas en la oración y en la ayuda de los hermanos. Si conseguimos una comunidad que se aviva por la oración y la ayuda mutua, sin duda que conseguiremos nuestra meta. No podemos olvidar que todos nos complementamos y es muy sano sabernos necesarios y necesitados, formando un todo con los demás.

—¿Y qué pasa cuando no te lo agradecen o te interpretan mal?

 —Ya os he dicho en otras ocasiones que esto es gratuito. Quiero decir que no podéis actuar según la reacción del beneficiario, esto ni se cobra ni se paga, es otra cosa, no podemos pretender alcanzar seguridades externas o buscar un reconocimiento y mucho menos actuar por ganarnos el prestigio de los otros.

—Pero supongo que, si te mueves entre personas sensatas, pronto te sabrán reconocer.

—Puede ser, pero no olvides que la envidia es muy sutil y uno de los enemigos más ocultos del ser humano, incluso entre los que se esfuerzan por ser buenos. Pero, aunque esto suceda, no podemos abandonar. Por eso mi empeño en meteros estos fundamentos muy dentro, para que no os sorprenda el mal y sepáis como enfrentaros a él.

—¿Cómo?

—Os lo repito, con la fuerza de vuestra vida interior y la ayuda de un buen consejo fraterno. En cuanto a la relación con los demás, hay que procurar, ir sembrando a nuestro paso gestos de respeto, comprensión, justicia, solidaridad… Que la gente se sienta feliz al compartir con nosotros el esfuerzo cotidiano. Os aseguro que no hay un camino más fácil de ser feliz que empeñarse en hacer felices a los que están con nosotros codo a codo.

—Tienes razón. Y yo creo que poco a poco vamos entrando en esta dinámica que nos propones. ¿Verdad?

—Estoy seguro de que así es. Y no olvidéis que el gran éxito lo conseguiremos cuando tratemos de estar junto al que más lo necesita, para remediarle, o al menos, para darle el consuelo de compartir en compañía solidaria. Os aseguro que no hay mayor dolor que sufrir en solitario, pero todo esto se puede superar en la medida en que aprendáis a vivir desde lo más profundo de vuestro ser. Bueno, dejamos aquí este tema, pues ya es la hora de ir terminando.

UNA BUENA NOTICIA

En un momento en el que dos de las potencias mundiales China y Estados Unidos estaban en guerra por ser la mayor economía del mundo, llega un virus que los pone de rodillas y nos manda a todos a un confinamiento obligatorio. El virus no respeta muros, ni entiende de clases sociales afecta a todo el mundo sin preferencias. De repente todo pierde valor y fuerza frente a este enemigo común y nos sitúa desnudos ante nuestra debilidad humana.

Hay gente que se pregunta ¿Dónde está Dios en todo esto? ¿Cómo descubrir su presencia hoy, en la historia presente?

“Vosotros seréis mis testigos”.

A través de nosotros, él quiere actuar. Esta es la buena noticia, que Él está aquí y nos pide que demos testimonio de su presencia. Tenemos que sabernos sus manos, sus pies, su corazón… para que el mundo crea que hoy sigue actuando. Tenemos que ser coherentes con lo que hacemos, poner nuestras capacidades y talento, nuestra imaginación y creatividad, nuestra inteligencia y energía a su servicio, todo esto hecho por amor, pues “solo el Amor es digno de Fe”, sólo así seremos creíbles.

Hoy me atrevo a presentaros la propuesta de Andrés a sus alumnos, quizás a alguien le parezca interesante.

—Busquemos por tanto el reino y su justo crecimiento y todo lo demás hay que saberlo relativizar, colocándolo en el lugar que le corresponde en la escala de valores que constituyen los peldaños para conquistar ese reino. Recordad que hemos de pasar por la historia como elegidos y amados que somos, llamados a ir hacien­do realidad el proyecto de S. H., su Reino, y que no es otro que ir sembrando para que crezca la familia de Dios, porque su reino no es de gobernadores y súbditos sino de una familia donde todos se aman sirviendo y atendiendo las necesidades de los hermanos.

—A mí siempre me llama la atención cuando hablas de que somos elegidos. ¿Acaso no hemos sido llamados, toda la huma­nidad, a ser ciudadanos del reino?

—Por supuesto. Todos somos llamados, pero no todos son conscientes de esta realidad. Y los que hemos tenido la gracia de caer en la cuenta de esta misión no podemos despreciarla o tratar de ignorarla. A eso me refiero al decir que somos elegidos, mejor sería decir que somos conscientes de la elección.

     —Es verdad que no todos responden, pero, así y todo, no me negarás que se necesita mucho coraje y mucha confianza en la ayuda del Señor para no flaquear en los momentos difíciles.

—Así es. Y sólo los que lo intentan con constancia lo con­siguen. Aunque tenéis que ser realistas, porque esto es tarea de toda la vida, y el enemigo es muy astuto y busca los puntos más débiles para atacar, pero tened ánimo, el amor de Dios puede convertir nuestra debilidad en fortaleza y si estamos llenos de estas inquietudes, nuestras palabras y nuestras obras nos han de delatar, pues de la abundancia del corazón habla la boca.

—¡Esto suena a utopía!

—Yo diría más bien a mucha tarea por hacer. Todo esto no pueden ser sólo palabras bonitas, hay que cambiar el corazón para poder aceptar a todos como hermanos y desearles lo mejor. Claro que no es fácil y por supuesto que no se consigue a fuerza de pu­ños. Pues nuestro hombre egoísta, que reina en el interior de cada uno, lucha por situarse en el puesto que tratamos de arrebatarle.

—Entonces, ¿qué nos recomiendas?

—Trabajar dando paso en nosotros al amor que se nos ha dado y que va desarrollando en nuestro ser, una nueva criatura digna de poder derramar ese amor en los demás. Este es el único camino, así conseguiremos poco a poco ganarle las batallas de esta guerra interior a nuestro cruel enemigo. Se trata pues, de ser valientes y colaborar para que triunfe el bien, con las armas de ese hombre nuevo. Armas de paz, gratuidad, comprensión, aco­gida, generosidad… En fin, es un ir creando en nosotros un estilo de vida propio de los discípulos del Señor, y solo desde ahí, el mundo podrá ir caminando por sendas donde no crezca la cizaña del egoísmo y la insolidaridad.

—No sé… Hablas con una firmeza y seguridad, que parece como si para ti todo esto resultara muy fácil.

—¡Por supuesto que no lo es! ¿Qué te crees que a mí no me cuesta?, Llevo ya muchos años en esta empresa y a fuerza de ganar y perder batallas voy conquistando terreno al bien que hay en mí y debilitando mi mal. ¿Cómo? buscando las fuerzas en la oración y en la ayuda de los hermanos. Si conseguimos una co­munidad que se aviva por la oración y la ayuda mutua, sin duda que conseguiremos nuestra meta. No podemos olvidar que todos nos complementamos y es muy sano sabernos necesarios y nece­sitados, formando un todo con los demás.

—¿Y qué pasa cuando no te lo agradecen o te interpretan mal?

—Ya os he dicho en otras ocasiones que esto es gratuito. Quiero decir que no podéis actuar según la reacción del benefi­ciario, esto ni se cobra ni se paga, es otra cosa, no podemos pre­tender alcanzar seguridades externas o buscar un reconocimiento y mucho menos actuar por ganarnos el prestigio de los otros.

—Pero supongo que, si te mueves entre personas sensatas, pronto te sabrán reconocer.

—Puede ser, pero no olvides que la envidia es muy sutil y uno de los enemigos más ocultos del ser humano, incluso entre los que se esfuerzan por ser buenos. Pero, aunque esto suceda, no podemos abandonar. Por eso mi empeño en meteros estos fun­damentos muy dentro, para que no os sorprenda el mal y sepáis como enfrentaros a él.

—¿Cómo?

—Os lo repito, con la fuerza de vuestra vida interior y la ayu­da de un buen consejo fraterno. En cuanto a la relación con los demás, hay que procurar, ir sembrando a nuestro paso gestos de respeto, comprensión, justicia, solidaridad… Que la gente se sienta feliz al compartir con nosotros el esfuerzo cotidiano. Os aseguro que no hay un camino más fácil de ser feliz que empe­ñarse en hacer felices a los que están con nosotros codo a codo.

—Tienes razón. Y yo creo que poco a poco vamos entrando en esta dinámica que nos propones. ¿Verdad?

—Estoy seguro de que así es. Y no olvidéis que el gran éxito lo conseguiremos cuando tratemos de estar junto al que más lo nece­sita, para remediarle, o al menos, para darle el consuelo de compar­tir en compañía solidaria. Os aseguro que no hay mayor dolor que sufrir en solitario, pero todo esto se puede superar en la medida en que aprendáis a vivir desde lo más profundo de vuestro ser. Bueno, dejamos aquí este tema, pues ya es la hora de ir terminando.

Siempre hay algo bueno en el mundo por lo que vales la pena luchar

LA MISIÓN

Dios nos convoca para que colaboremos en el progreso de la historia, donde se va construyendo su Reino.

A cada generación se le ha dado la misión de extender el Reino en el presente histórico, de ir sembrando la buena semilla confiando en que un día dará su fruto.

Hoy te invito a entrar conmigo a una charla con Andrés y sus alumnos

—Andrés, en la charla del otro día me quedó un interrogante, que quizás pueda engancharse con lo que hoy quieres comentar­nos.

—¿De qué se trata?

—Pues verás, muchas veces te he oído hablar de la bondad del hombre y a mí me cuesta mucho a simple vista creer en esa capacidad cuando veo cómo existe tanto mal y cómo me cuesta a mí hacer las cosas bien.

—Bueno, una cosa es que el hombre es capaz de ser bueno y vencer los obstáculos para serlo y otra que lo consiga. Todo depen­de de cómo se sitúe ante su realidad. Al Señor sólo se le descubre en el interior del hombre, allí donde se desarrolla su parte positiva. Y donde está él, hay optimismo y confianza en el triunfo del bien. Pero esto requiere una actitud vigilante y paciente perseverando, aunque el camino sea largo y angosto. En dos palabras, hemos de ir descubriendo su presencia en los signos cotidianos. La co­municación del Señor con los humanos nunca se interrumpe y es de él de donde recibimos las luces y la fuerza, pero necesitamos caminar con ojos puros y con oídos de discípulos, para ver y oír dónde él nos quiere conducir. Y en ese camino, es donde puedes descubrir la cantidad de hombres y mujeres que buscan y que se hacen preguntas como tú. Una gente que camina por lo cotidiano inquieta por ir construyendo un futuro mejor. Personas en busca de sentido, que no quieren pasar por la vida como parásitos, sino que tratan de poner su grano positivo en la tierra de la historia. Esa es la buena gente que vive a nuestro alrededor. Pero hay que ir detectándolas e incluso hay que estar disponibles para ayudar a que todos descubramos nuestra misión personal.

—Cuando tú hablas todo parece muy sencillo.

—Quizás no lo sea, pero yo sé que es posible. No paséis de lardo. Porque a nosotros se nos ha dado el conocimiento al aco­ger la buena noticia y hemos de ser mensajeros y mensajeras de ella. El mundo nos está reclamando el ser eco del Señor que ha­bla en lo más íntimo de nuestros corazones.

—¡Esto es muy comprometido!

—Sí, lo es. Por eso no podemos pasar por la vida con una mirada superficial que resbala sobre la existencia de las personas y de las cosas evitando cualquier clase de compromiso.

—Y en todo esto, ¿dónde colocas el mal?

—Por supuesto que el pecado y el mal siguen estando ahí. Pero el reino viene a romper su dinamismo y todo su poder ame­nazante de destrucción y mentira. Pues sabemos con certeza que el mal no tiene la última palabra. Vosotros procurad hacer el bien y sin duda que experimentaréis gestos de batallas ganadas al ene­migo interior.

—Esto requiere una exigencia muy grande.

—Sí, pero no es para asustarse ni acobardarse, al contrario, ¿no te parece bonito e interesante el saber que todos nos ne­cesitamos mutuamente y podemos colaborar en ir creando un entorno más positivo?

—¿Y qué pasa cuando somos nosotros mismos los que mete­mos la pata y no hacemos las cosas bien?

—¡Por supuesto! Como humanos que somos, nuestras limita­ciones y nuestras debilidades, también nos juegan malas pasadas, pero no hay que desfallecer por ello, el Señor sabe de qué barro es­tamos hechos, y esto sirve para que nos mantengamos en nuestro sitio y confiemos siempre en su fuerza. Nosotros solos, nada po­demos hacer. Por eso os digo que nuestra existencia transcurre en una continua lucha entre el bien que nos pone el Señor en nuestro interior y el mal que siembra el enemigo en el mismo lugar.

—Yo creo que todo esto es muy difícil.

—Ya he dicho que puede ser una tarea ardua, pero es el riesgo de nuestra libertad. La capacidad de elección del hombre, le hace vivir en ese continuo discernimiento. Si estuviéramos coacciona­dos hacia una sola dirección perderíamos la facultad más digna del ser humano, la libertad.

—Que también es muy comprometida.

—Así es. Existencialmente la persona es una conciencia libre que conoce la angustia ante la elección, pues nunca puede prever sus consecuencias.

—Entonces, nuestras pequeñas decisiones de cada día, que tie­nen repercusiones inmediatas ¿van proyectando nuestro futuro?

—Sí. Cada acto presente es una semilla en nuestra existencia y cada uno de esos brotes van formando nuestra historia per­sonal. Por supuesto que no podemos prever el futuro, pero sin duda que lo condicionamos con nuestro presente. Es verdad que mientras hay vida tenemos tiempo para reparar nuestros fallos, pero lo que se omite o se hierra se sustituye, pero no se recupera. Por eso es interesante tener esto en cuenta para ir haciendo el bien mientras de nosotros dependa.

—Pero a veces resulta muy difícil, el ambiente no nos ayu­da. Aquí es distinto porque nos estimulamos mutuamente pero fuera…

—Tienes razón, aquí puede ser más fácil, pero si todos nos quejamos y criticamos lo negativo sin poner de nuestra parte para contrastar u ofrecer otra alternativa ¿a quién le pediremos la responsabilidad del cambio de las estructuras que no nos gustan? Esto es obligación de todos y lo que tú no haces se quedará sin hacer, aunque otros hagan su parte, faltará tu colaboración y de esto, sólo de esto, el Señor te pedirá cuenta.

—Me has convencido, pero hasta ahora no se me había ocu­rrido pensar en lo importante que es cada uno en su misión per­sonal.

—Es verdad. Esto es muy serio y a mí me parece que vale la pena tenerlo en cuenta para dar sentido a nuestros actos diarios.

—Como veis, es necesario, no sólo hacer una crítica exigente de todo aquello que falsea y paraliza el avance positivo de la his­toria, sino que hemos de tratar de poner en ella lo positivo que nos corresponde.

—Esto quiere decir que, si todos los que vamos descubriendo el sentido auténtico del bien que está en potencia en la humanidad, nos ponemos a vivir a tope esta verdad, iremos creando un ambiente más sano, un entorno más fraterno, donde poco a poco la contami­nación de la maldad humana irá perdiendo su fuerza ¿verdad?

—¡Bravo! Has hecho un resumen perfecto.

>>Todos tenemos una misión personal e intransferible en la construcción de la historia, y si queremos vivir en un mundo más justo y solidario, si queremos liberar y sanear la sociedad del egoísmo que la corroe, hemos de empezar por nuestras pequeñas comunidades sociales.