Vamos a dar por terminado este capítulo con el diálogo de M95 y su compañero V71. ¿Qué les dice a ellos todas estas novedades existenciales?
Quiero destacar aquí la pobreza relacional de esa civilización.

Porque hoy, con la experiencia de la pandemia, tenemos que reconocer que la distancia, el aislamiento social y el confinamiento que se nos impone como instrumentos indiscutibles para velar por nuestra propia salud, puede llegar a quebrar nuestros vínculos, generando incomunicación, insensibilidad afectiva, y desmoralización, induciéndonos a vivir de una forma que, por cultura, no nos pertenece. ¿Qué va a pasar con mis relaciones interpersonales, mis amistades…? ¿A dónde nos puede conducir todo esto?
Pasemos a leer el diálogo futurista de esas dos personas
—¡Este es el secreto de esta gente, el móvil que les impulsa a construir la historia con los ojos puestos más allá de la misma historia! ¡Qué diferente planteamiento a la programación establecida en nuestra civilización!
—¿Ya estamos de nuevo hablando despropósitos?
—Bueno, tienes que reconocer que es una manera distinta de mirar la vida. Es verdad que a nosotros se nos proporciona cuanto necesitamos, pero nuestras necesidades e intereses no pasan de ser superficiales. Tenemos el alimento necesario y abundante, se nos atiende en nuestras enfermedades, disfrutamos de todas las comodidades que precisa una persona de nuestro siglo y eso en el ámbito universal, pues nadie sabe lo que significa ser pobre o menesteroso materialmente hablando, pero ¡qué pobres son nuestras relaciones interpersonales! ¿Dónde están nuestros sentimientos? Me parece que estoy empezando a despertar del letargo de satisfecha-engañada, y siento que me va la vida en escuchar las voces de estas gentes que me orientan hacia la única meta que para mí ahora mismo tiene sentido. ¿A quién le interesa que todo siga tal como está?
—Entre otras personas a mí. ¿No te das cuenta de que no puedes seguir así, desacreditando tan descaradamente nuestra civilización?
—Pienso que esto se debe a que hemos sido educados en determinados principios que controlan nuestras capacidades intelectuales y emotivas, pero ahora caigo en la cuenta de que esto no es lo correcto. No está previsto que los ciudadanos se aparten de esas normativas que se han hecho hábito en nuestro comportamiento, pero ¿dónde queda nuestra libertad de expresión y de escoger?
—¡Qué ganas de complicarte la vida!

—Quizás, pero dime, ¿quién es capaz en nuestra sociedad, de pasarse un rato con un amigo compartiendo las penas y las alegrías?
—¿Para qué? Hay otras formas de solucionar estas cosas.
—¡Por supuesto! Cuando te ves en conflicto, vas al orientador de turno y te resuelve el tema. ¿Verdad?
—¿Qué malo hay en ello?
—No, si todo esto está muy bien. Pero yo te pregunto ¿Has llamado alguna vez a la puerta de tu vecino porque necesitabas algo de él?
— ¡Nunca lo he necesitado!
— ¡Ahí esta! Hemos perdido la capacidad de necesitar al otro. Ya no podemos saber lo que significa la alegría de ser útil, el gozo de poder compartir, la belleza de la íntima relación con el misterio de cada uno.
—¡Patochadas! Yo no echo en falta nada de esto.
—¡Eso es lo malo! Ahogaron nuestras necesidades relacionales. Esa acogida de la amistad es ajena a nuestra sociedad. Ese trato personal que he descubierto en esta gente, creo que es una riqueza que hemos perdido y que convendría recuperar.
—¡Tonterías! Tú no eres quien debe decidir esto.
—¡Por supuesto que no! Pero reconoce que es más humano el poder conectar con los mismos sentimientos que tu compañero de empresa.
—¿Para qué?

—Pues para poder tomarte tu trabajo con otro interés, porque te sabes haciendo camino junto con otros que tienen la misma meta. Tratar de no ver en el otro un enemigo que te puede denunciar, traicionar o simplemente hundirte en una competencia de poder. Aquí he visto todo lo contrario. He descubierto que en esta sociedad viven atentos a ir juntos construyendo la marcha de la historia. Una historia que ahora me parece más humana.
—¡Estupideces!
—¿A quién se le ocurre en nuestro ambiente preocuparse por lo simple y lo inútil? Aquí he descubierto la ilusión por lo pequeño, lo simple, el detalle. El valor de lo menos útil, la acogida y rehabilitación del minusválido, la comprensión del menos dotado, la aceptación de lo diferente como un valor a respetar, por venir de un ser humano… ¿No habremos perdido algo positivo de las civilizaciones pretéritas? ¿Por qué tantos prejuicios?
—¡Bobadas! Está visto que tienes la cabeza embotada con tanta novedad.
—Quizás, pero ¿no te llama a ti también la atención que no demos importancia a las relaciones interpersonales, a lo afectivo, a los valores relacionales?
—Supongo que serán cosas de otro siglo.

—Puede ser que la explicación esté en que ignoramos la transcendencia de esta vida y no profundizamos en la hondura del ser humano, porque no reconocemos su dimensión espiritual. Por eso me cuesta tanto seguir el diálogo de estas gentes cuando hablan de cosas tan profundas que según ellos no podemos percibirlo porque sólo se puede juzgar con criterios del espíritu.
—Oye. ¿No tienes miedo de cansarme y que sea yo el que te denuncie dando la voz de alarma a la base del proyecto?
—Es posible. Esto es un riesgo, que soy consciente he de asumir si quiero desahogar con alguien todo lo que estoy viviendo. Así que sólo me queda esperar que no me defraudes y me escuches sin prejuicios ni temores.
—No sé hasta cuando seré capaz de aguantar tanta necedad.
—Bueno, ¿qué me dices de la desigualdad de género que existía en esta sociedad que estamos estudiando?
—No me negarás que en esto hemos avanzado
—Por su puesto. Aunque en donde estoy residiendo no puedo experimentar estas diferencias, al parecer seguía siendo una asignatura pendiente a escala prácticamente mundial en esta época, de ahí los congresos y las reuniones internacionales que van tomando conciencia de esta realidad. Como ves, aquí puedo apuntar en favor de nuestra civilización. Hemos conquistado la igualdad de sexos, el no hacer diferencias ni valoraciones partidarias entre hombre-mujer. Podemos estar orgullosos del resultado generacional al haber conseguido dejar atrás la idea de superioridad de un sexo sobre el otro. ¡En este campo les hemos aventajado!
—¡Menos mal que hemos progresado en algo!
—No seas sarcástico. Claro que hemos adquirido nuevos conceptos valorativos de la persona, al considerarla en su aspecto de eficacia y productividad. Esto ha hecho que se rompieran aquellos esquemas. Pero tienes que reconocer que aquí sólo cuenta tu capacidad para ser útil al progreso y al bienestar de esta sociedad.
—¡Ya lo has estropeado!
—Pues es verdad, pero en la época que estamos estudiando, esta diferencia era el motivo de una lucha, a veces hasta violenta por parte de la mujer, por conseguir ser reconocida, escuchada y valorada.
—¡Vaya, barbaros!
—Ríete cuanto quieras, aunque reconozco que nosotros hemos aprendido a mirar con otros ojos y a escuchar con otros oídos, y el resultado ha sido el acostumbrarnos a oír y ver sin distinción entre un hombre o una mujer, en un trato que bien podríamos llamar neutro.
—¿Y eso es bueno o malo para ti?
—Si sigues lanzándome esos dardos tan irónicos. Mejor será que demos por concluido aquí nuestro informe de hoy.

Es tiempo de reflexionar, de profundizar en el sentido de lo que está pasando y no permitir el habituarnos a prescindir de la riqueza que supone el ver en el otro un referente complementario de nuestro mundo afectivo, emocional, o simplemente relacional.