Como comprenderás, el estilo de vida de este colectivo social donde se desarrolla la novela, le parece a M95 de lo más extraño y original, puesto que ella proviene de otra civilización nihilista que se mueve sólo por valores pragmáticos y escépticos.
Hoy te invito a escuchar una conversación de ella con Juan, el sacerdote del barrio, donde este trata de aclararle muchos de sus interrogantes existenciales.
—¿Cómo puedo ponerme en comunicación personal con S.H.?

—Eso depende de ti. Sólo puedes llegar a él, si los ojos de tu mente están abiertos a lo trascendente y si los oídos de tu corazón están dispuestos a escuchar el amor que el mundo te reclama. No porque el ciego no vea, las cosas no están. No porque tu mente y tu corazón no estén a tiro para alcanzarle, deja él de estar cercano.
—Pero yo soy muy lejos de esta ciencia religiosa que vosotros tenéis.
—No lo creas. Todos, por el simple hecho de ser persona, estamos llamados por Dios a vivir esa intimidad con él. Desde su origen, el ser humano fue creado para el diálogo con Dios. Es el Señor el que quiere esa relación, y se comunica en cuanto ve el mínimo deseo sincero en nuestro interior, aunque este sea más o menos acertado. Él conoce nuestros sentimientos más que nosotros mismos y está siempre disponible para dar el primer paso, lanzando su propuesta de amistad, pero siempre respeta nuestra respuesta, de ahí el riesgo de la libertad humana.
—¿Es esto verdad?
—Por supuesto. Él llama, valiéndose de cualquier acontecimiento humano y se deja oír dentro de cada uno, si estamos atentos a su voz.
—¿Cómo?

—Sencillamente tratando de estar alerta a esa llamada interior. Queriendo de verdad escucharle. Esta apertura interior a lo transcendente es lo que más dignifica a la persona.
—¡Explícame!
—Pues verás, El interior del hombre tiene que ser sencillo, sin pretensiones de superioridad y autorrealización soberbia, confiando en que tiene que realizarse desde dentro, donde Él está haciéndonos una criatura nueva según su corazón.
—¿Cómo, no somos la responsable de nuestra persona?
—Sí y no. Me explico.
—Sí, sí, porque esto me está complicando mucho.
—Tú misma experiencia te habrá llevado a reconocer que en nosotros hay dos fuerzas que luchan por dominarnos. El bien y el mal. Están ahí y nunca somos capaces de conseguir que vivan con armonía porque no son compatibles y a la vez no nos podemos liberar de ninguna de ellas.
—Si, eso es así. Y ¿qué hacer?
—Hay que conocerse por dentro, saber cuáles son las fuerzas personales que más poder tiene en nosotros y tratar de analizar qué clase de persona queremos desarrollar.
—¿Así de sencillo?
—No te creas. Siempre el mal es más fácil y por tanto más peligroso. Ya nos lo dice S.H. que

“La puerta para entrar en el reino es angosta y estrecha, y sólo los esforzados entran por ella”
—Entonces, ¿cuál es lo que hay que hacer?
—Verás. La soberbia, el dominio, el egoísmo, la autosuficiencia son los enemigos más peligrosos del hombre interior. No se trata de inteligencia ni de cualquier estrategia humana, sino que, si de veras deseas vivir conquistando el bien de tu interior, tienes que ejercitarte en la paciencia, la fe, la humildad y la confianza estando en una actitud constante de interiorización, de escucha en tu interior. Lo primero la paciencia porque es un proceso de por vida, la fe porque es asunto de la dimensión transcendente del hombre que nunca se impone, pero que se debe de pedir con empeño y constancia, en alerta permanente de renuncia a lo que el mal te sugiere, la humildad porque no es cuestión de creerte con la suficiente fuerza para salir triunfadora y la confianza porque sabemos que al final es el bien el que ganará la última batalla si somos perseverantes.
—Esto es todo muy novedoso.
—Puede ser que nunca hayas oído hablar de esto antes, pero es la verdad más existencial que se te puede plantear en la vida.
—¿Por dónde empezar?

—Lo primero por creer que el Señor está en tu interior para ayudarte a ir venciendo tu mal. Él está en ti, en lo más profundo de ti misma, en todo lo bueno que tú deseas. Ya lo posees, pero tienes que ir haciéndolo presente. Tienes que ser consciente de su presencia.
—¿Cómo?
—Deseándolo sinceramente y estando sin reservas abierta a su voz.
—¿Dónde habla?

—En multitud de ocasiones cotidianas. En todo lo bueno que hay en ti y a tu alrededor. En el ejercicio del amor gratuito, en la lucha por la justicia y la acogida a todos, en tantas personas como nos hablan del bien con sus buenas obras… en fin, si estás atenta puedes descubrirle y con ello sin duda que cambiará tu punto de vista ante la vida.