FAVORECED EL BIEN COMÚN

Hoy vamos a situar nuestra lectura, -donde estamos recorriendo los textos bíblicos del libro-, en el aula donde la profesora de informática Kay Moor imparte clase.

Estas dos últimas semanas he estado trabajando con mis alumnos del último curso, un proyecto social que Andrés les ha mandado sobre los derechos del ciudadano y la responsabilidad del gobierno para que el estado de bienestar sea una realidad que disfrute toda persona que habita en el país. Dividí la clase en tres grupos para poder tener distintos enfoques sobre el tema. Los jóvenes buscaron información en internet, haciendo sus ajustes, y reflexiones a nivel individual y más tarde se intercambiaron sus trabajos hasta llegar a un consenso dentro del grupo, siempre valiéndose del ordenador como medio de información y comunicación.

Copio el tercer documento que termina con una reflexión bíblica

¿QUÉ DEMOCRACIA QUEREMOS?

Entendemos que el proceso democrático es asunto de todos, no podemos quejarnos de nuestra insatisfacción ciudadana si nos limitamos a un voto dado el día de las elecciones y protestamos desde el sillón de nuestra casa, lamentándonos del mal que gobiernan nuestros políticos, de que las instituciones públicas que tenemos no nos sirven porque no satisfacen nuestras necesidades, porque las pro­mesas se quedaron en las campañas electorales…

Y como creemos que lo esencial no es producir, ni lu­crarse, ni mucho menos consumir, desde aquí nos suble­vamos ante una democracia cuyos políticos están bajo el dominio del mercado. La economía financiera no puede ser lo esencial de nuestra existencia. No podemos confundir el ser con el tener, el vivir con el consumir, el existir con la conquista de un beneficio económico.

León Tolstoi, el mismo año de su muerte (1910), escribía en su diario:

“Sólo nos es dada una forma de felicidad del todo inalie­nable, la del amor. Basta con amar y todo es alegría: el cielo, los árboles, uno mismo… Y, sin embargo, la gente busca la felicidad en todas partes menos en el amor. Y es precisamen­te esta forma errónea de búsqueda de felicidad en la riqueza, en el poder, en la fama o en amor excluyente, la que no sólo no nos da felicidad, sino que nos la quita del todo”

Por eso apostamos por una transformación social don­de lo esencial es conseguir la felicidad. No se trata de una gran idea, sino de un tesoro que sólo se alcanza en la me­dida que aprendemos a amar porque nos sabemos amados, y esto no se da en un modelo de democracia donde no se trabaja en función de ir creando comunidades sociales que vivan confiadas porque se saben gobernadas por unas insti­tuciones públicas que actúan por el bienestar justo de todos los habitantes del país.

Pero existe aún otra vía por analizar, pues nuestra felici­dad irá creciendo en la medida en que cada uno nos com­prometamos a ir creando una segura y armónica sociedad, donde la convivencia y la paz tengan como fundamento el amor de hermandad universal, sólo desde este convenci­miento, podremos hablar de vivir en lo esencial y será en­tonces cuando podremos movilizarnos, ejerciendo presión política ante un sistema que nos parezca injusto y desco­nectado de los intereses de los ciudadanos.

Nos parece urgente que la ciudadanía se movilice a tra­vés de los movimientos sociales, organizaciones de veci­nos, ONGs, cooperativas laborales… porque, aun que son pequeños espacios, es ahí donde podemos ejercer nuestros derechos y defender esa soberanía del pueblo, donde poda­mos reivindicar por un futuro basado en la equidad, la jus­ticia social, la solidaridad y la protección medioambiental. El reto está en conquistar el poder de decisión desde los distintos estamentos ciudadanos para que nuestra demo­cracia sea capaz de actuar como fruto de todas las estruc­turas sociales.

¿Por dónde empezar?

Por tomar conciencia de lo importante que es la partici­pación como ciudadanos comprometidos por el bien común. Hay que comenzar por promover y participar en propuestas colectivas, donde se puedan ejercer la legitimidad política de la ciudadanía, como espacios donde desarrollar nuestra capa­cidad crítica y desde donde poder hacer presión social, como plataforma para la regeneración democrática que buscamos.

Concluiremos con unos consejos de S. Pablo a los cris­tianos de Roma:

Rotulando caminos (2)

Tenía un gran terreno para ser lo que es ahora ¿no?

—Sí, era un espacio hermoso, pero se le ha ido añadiendo al­gunas parcelas más y poco a poco ha llegado a convertirse en un buen centro educativo; gracias no sólo a subvenciones exteriores, sino que también va mejorando con el esfuerzo de los socios, que son todos los antiguos alumnos que se comprometen con una cuota anual según sus posibilidades y generosidad.

¿Cómo es eso?

Ver las imágenes de origen

—Pues es una forma de colaborar muy interesante. Fue idea de la primera promoción que terminó, cuando ya el centro cubría la enseñanza hasta los catorce años. Como todos los alumnos son del barrio, se sentían muy vinculados a su colegio, y cuando fueron profesionales, pensaron en formar la asociación de antiguos alum­nos con el fin ayudar a mejorar la calidad de las instalaciones en be­neficio de las nuevas generaciones, que sin duda eran sus propios hijos. Ni que decir tiene que todas las sucesivas promociones están siendo fieles a esta demanda y cada uno mantiene el compromiso. Con todo esto hemos podido levantar nuevos pabellones de aulas, el polideportivo y se ha construido el salón de actos.

Supongo que también el barrio ha cambiado ¿verdad?

—Por supuesto. Hoy ha dejado de ser un barrio marginal, gracias al intento de mejorar el nivel cultural de sus gentes. Han aprendido a vivir con dignidad, estableciendo un proceso desde la simple supervivencia hasta la adquisición de unos conocimien­tos que les dignifica, una cultura que ha desarrollado en ellos la capacidad de poder tomar sus propias decisiones haciéndolos libres y responsables para ir forjando su futuro.

¡Qué interesante!

—Sí que lo es. Esto que hoy ves, es el resultado de nuestro empeño por ir transformando la sociedad mediante una educa­ción basada en la dignidad de la persona y en el desarrollo ple­no de sus capacidades. Y cuando han sido adultos, ellos mismos han luchado por abrirse camino y mejorar sus condiciones de vida, defendiendo sus propios derechos, llamando a las puertas oportunas, valiéndose de los contactos que poco a poco han ido creándose y emprendiendo el camino de su propio destino.

Esto es buen fruto para vosotros

—Así es. Siempre hemos procurado dar prioridad en cada alum­no al desarrollo de todo su potencial humano. Cada uno está llama­do a ir creciendo tanto física como intelectualmente al ritmo de sus capacidades personales y con ello vamos favoreciendo el progreso de una ciudadanía marcada por la autonomía y la responsabilidad.

Yo veo que tú eres satisfecho de lo logrado.

—Mucho. El resultado es fruto del esfuerzo y de la buena vo­luntad de todo el colectivo educativo, que año tras año ha sabido ser fiel a la responsabilidad de ir asumiendo el compromiso de ser agente de cambio. Y este empeño se ha visto recompensado al ver cómo el entorno ha ido poco a poco dejando de ser el ba­rrio de la periferia de la ciudad, donde empezamos nuestra tarea educativa hace ya más de treinta años.

Este es un trabajar bonito.

—Ya lo creo. No te puedes imaginar lo que era cuando em­pezamos aquí. Las gentes no tenían ni las mínimas nociones de higiene ni de interés por salir de la indigencia, y ahora puedes ver que el sector goza de una posición digna. Además, se ha creado un ambiente de amistad entre ellos muy bonita. No es un con­glomerado de individuos independientes y anónimos, sino que forman un grupo de personas y familias que se relacionan entre sí, llegando a crear lazos de empatía más o menos fraterna donde se saben escuchados y pueden con libertad expresar sus intereses e inquietudes. En fin, un grupo humano que organiza su vida planeando juntos, buscando la realización de sus sueños por un futuro mejor, sabiendo que nadie es indiferente a la suerte del otro, que todos tienen interés porque salga bien lo colectivo.

¡Qué bien!

—Y esto se debe a que los adultos son todos profesionales bien cualificados, que han sabido prosperar caminando hacia el puesto que le corresponde en la sociedad, por los conocimientos adquiridos a lo largo de sus años de estudio.

Esto si es interesante.

—Desde luego, yo creo firmemente que, con nuestro enfo­que socioeducativo, estamos colaborando a la transformación social. Hemos ido rotulando caminos nuevos, comprometién­donos en el desarrollo de una ciudadanía corresponsable, por medio de una educación innovadora y democrática. Todo esto encarnado en profesores con sólida formación pedagógica, que trabajan por una enseñanza de calidad promoviendo los valores del estudio, la investigación, la participación y la integridad.

¿Cómo os relacionáis con otras gentes que no son del barrio?

—Mira, hay que partir del principio de que sólo se puede influir en los otros en la medida que vivimos el sentido de pertenencia a una comunidad y nos implicamos en su crecimiento y desarrollo. Para que haya una relación fluida, hay que saber respetar las diferencias, acep­tando el derecho a ser únicos y diferentes a la vez que nos sabemos iguales y complementarios. Sólo desde ahí, estaremos preparados para abrirnos a un círculo más amplio como la ciudad y la nación.

¿Es esto democracia?

—Pues… verás. Para mí, un país que presume de regirse por un gobierno democrático necesita ir creando unidades menores en las cuales la soberanía popular pueda ejercitarse. La sociedad civil ha de ir acercando las distancias que separa a los políticos de la población y de los problemas del día a día.

Entonces, ¿el elegir por tu voto al líder no basta?

—Según mi modo de ver la democracia, no. Tú misma eres testigo de cómo se aprende la participación en el colegio, toman­do responsabilidades y decisiones personal y comunitariamente. Esto les va enseñando a desenvolverse en un colectivo plural que más tarde trasladarán a la comunidad de vecinos, barrio, ciudad y nación. Como has leído en nuestro programa pedagógico, consi­deramos la participación como uno de nuestros pilares educativos, porque es esencial para ir aprendiendo a tomar decisiones respon­sablemente dentro del colectivo social donde nos movemos.

Si, a mi gusta mucho el programa pedagógico que tenéis.

—Siempre hemos intentado ir actualizando el programa, pen­sando en lo que es mejor, para ir marcando cambios innovadores que afectan a las condiciones vitales de las personas y al desa­rrollo de su cultura, partiendo de metodologías innovadoras que fortalezcan el pensamiento crítico y la capacidad creativa. ¡Oh, que qué tarde que es! —dijo al tiempo que miraba el reloj y se levan­taba—. Perdona, pero, he de marcharme ya.

LAS ESPERANZA DEL CAMBIO

        Nuestra ingenuidad de que el mundo lo controlábamos los humanos se ha deshecho en unos días. El virus nos está enseñando que todos pertenecemos a la misma especie, todos somos SERES FRÁGILES QUE DEPENDEMOS DE UN ESFUERZO COMÚN PARA SOBREVIVIR.

Lo estuve pensado, y es evidente que habrá distintas respuestas ante esta situación, cada uno saldremos de ella con criterios y propósitos muy heterogéneos, pero sin duda siempre podemos tomar una u otra postura. Habrá quien está esperando que todo esto pase para volver a su vida anterior, sin que estos días les marque como oportunidad existencial, pero también creo que habrá un grupo de la gente que sacará algo de esto, que le ayude a crecer como persona. De verdad, ¿quieres salir de todo esto igual que como entraste? Yo me niego.

Aunque nos sacuda el cansancio por lo que ha supuesto el Covi-19, de confinamiento, de miedo, de alarma, de enfermedades y muertes, de soledad, de precariedad económica, de paro y hambre… creo que hemos de sentarnos seriamente para comprender qué luz voy a escoger para mi vida; en mi proceder diario. ¿Qué luz quiero que ilumine mis pasos?

Quiero ser de las personas que se apuntan a reflexionar y meditar para descubrir cómo podemos contribuir a aprender a vivir de manera más humana y solidaria después de esta pandemia

Y para ello te voy a invitar a leer el capítulo 18 de la novela “La esperanza del cambio”

Después de terminar las actividades de la tarde en el club, he estado charlando con Andrés en su despacho. Tenía una lista muy larga de interrogantes desde mi asistencia a su clase y pretendía que él me las aclarara.

—Me gusta que me expliques, eso que llamáis los deberes que tiene una ciudadanía responsable.

—Bueno, yo creo que la persona tiene que sentirse y actuar como parte constructiva de la sociedad donde vive, y nadie puede privarle de este derecho, ni ella misma debe evadirse de esa responsabilidad.

—Entonces, ¿tú apoyas eso que todas personas tienen su papel sociopolítico en la historia?

—Si, así es. Pienso que nadie se puede quejar de estar viviendo en una sociedad que no es de su agrado, si no intenta poner los medios para transformarla, si no trata al menos de mejorarla participando, como un ciudadano con responsabilidad.

—¿Crees esto fácil?

—No, no lo es. Pero las lamentaciones y quejas sin hacer un intento por ayudar no llevan a la solución de las situaciones incómodas. Esa postura pasiva son quejas estériles que terminan por engendrar pesimismo y desaliento o en el peor de los casos una indiferencia, pasotismo y aburrimiento ante la causa social, y no conducen a nada bueno.

—¿Tú crees en democracia?

—Como te decía, estoy convencido de que todo hombre tiene derecho a participar libremente en su bienestar social, y este es el principio fundamental de todo sistema democrático, la participación de todos los ciudadanos, colaborando en el perfeccionamiento del desarrollo cívico más inmediato, donde el bien de todos se ha de construir con la cooperación de cada uno.

—¿Cómo me explicas esto?

—Pues mira, en la medida en que vayamos profundizando en el valor de la auténtica democracia, no sólo a la hora de dar nuestro voto sino también a lo largo de los periodos legislativos, dando nuestras opiniones, conocimientos, apoyos y recursos al servicio del enriquecimiento de los programas políticos, estaremos actuando como ciudadanos democráticamente responsables.

—Y entonces, ¿tú crees que este es el camino de modelo de sociedad que propone la auténtica democracia?

—Si, un camino donde los dirigentes políticos ejercerán su mandato compartido con la aportación ciudadana, siempre a favor del bien común. 

—¿No es esto mucho arriesgado para los políticos?

—Pues si, pero si están de verdad por hacer un servicio a la comunidad, escucharán las demandas de cualquier ciudadano. Pero por desgracia no siempre es así, y son muchos los que buscan el puesto como plataforma de poder y enriquecimiento personal aun basándose en intriga y corrupciones de todo tipo.

—¡Esto es muy malo! ¿Es esta la causa de problemas de gobierno democrático?

—No exclusivamente del sistema democrático, pues puede ser un mal en cualquier sistema político, pero en todo caso siempre hemos de luchar por mejorar nuestros gobiernos si queremos avanzar en la construcción de una historia progresista, justa y más humana.

 —Ya entiendo.

—De todas las maneras, yo soy optimista y tengo esperanza en el cambio y el progreso. Todo diálogo político que promueva acciones de avance y mejoras ciudadanas han de ser apoyados y favorecidos.

—¿Es clasista vuestra sociedad?

—¡Por supuesto que sí! La situación social en la que vivimos está cimentada en el tener y no en el ser. Por eso funcionamos entre las categorías de los ricos, inteligentes, poderosos…  El que tiene dinero, poder, capacidad intelectual… es el que triunfa, aunque esto lo haya adquirido de una manera poco honesta, y así no construimos positivamente el bienestar de todos, puesto que el que carece de esas cosas, a veces por no querer pactar con ciertos valores, éste se puede encontrar marginado o sencillamente quizás nunca alcance a ser influyente en la sociedad. Pues, aunque en teoría se afirme que todos somos iguales y tenemos los mismos derechos, en la práctica sabemos que no es verdad, y que en ocasiones se llega a violar los principios más elementales de los derechos humanos, por mucho que se diga que la democracia está a favor de estos principios.

—¿Y cuál es vuestra propuesta?

—Sin duda, el ir sensibilizando a los ciudadanos del deber de construir otra realidad social, siendo conscientes de sus obligaciones cívicas, contribuyendo en la cooperación solidaria, a fin de que todos disfruten de una aceptable calidad de vida, al menos con sus necesidades más elementales cubiertas

—¿Tú crees que mejoráis el futuro?

—¡Por supuesto! Ya te he dicho que la solución está en no lamentarnos inútilmente sino en ayudar al cambio para mejorar. Es verdad que la meta es muy ambiciosa, pero creo que al final el bien va a triunfar, y si nos juntamos los que tenemos esta esperanza, y trabajamos por el bien común algo conseguiremos ¿no te parece?

 —Puede ser…

—Por mi parte no quisiera pasar por la historia sin haber puesto mi grano de arena para lograrlo. Porque esto es urgente. Si, urge que nos comprometamos socialmente si queremos de verdad que suenen voces que proclamen la justicia, la solidaridad, la participación responsable… Este ha de ser nuestro empeño, ir buscando hacer el bien junto a las personas que tengan estas mismas inquietudes.

—¿Es así donde terminará la pobreza?

—Este es un tema muy complejo. Como ya te he dicho, espero que algún día caigamos en la cuenta de que todos tenemos derecho a tener cubiertas las necesidades más básicas, cosa que aún no es una realidad.

 —¿Y tú dices que la democracia es el camino?

—Bueno, es uno de los caminos, supongo que habrá otros, pero cualquiera que busque el desarrollo pleno de la humanidad, ha de optar por colaborar activamente en la construcción de un orden social acorde con las exigencias del bien común y de la distribución equitativa de los bienes del planeta.

—Esto me suena a… ¿cómo se dice… utopía?

—Quizás te parezca una meta inalcanzable, pero sabemos hasta dónde pueden llegar nuestras fuerzas y no por eso nos acobardamos ni renunciamos a la lucha.

—¿Cómo me explicas de los países donde los gobernantes buscan su bien económico propio o sólo gobiernan para mandar y dominar?

—Eso es parte de lo que te he comentado. Cuando el poder político está en manos de desaprensivos que sólo tienen miedo de perder su plataforma de poder y dominio, su cómoda existencia y su alta posición social, sin meterse en el tema de la solidaridad apoyando el bienestar de todos los ciudadanos, asistimos al descrédito y al propio suicidio de las instituciones políticas.

—¿Tú crees esto?

—Estoy completamente seguro de que el pueblo tarde o temprano se levantaría contra los que así abusan de su poder. Los gobernantes tendrían que plantearse su situación y saber que esto los llevaría a ser los primeros en perder sus privilegios. ¿No te parece?

—Si, me temo tienes razón. ¿Cómo van a responder a las necesidades más urgentes de los ciudadanos, si con esto no se benefician, sino que tienen que renunciar de lo suyo para todos?

—Veo que lo vas captando. Además, hay otro problema que es el que surge en los países donde se pone como meta la producción a consta de la explotación de los propios trabajadores.

—Si, algo leo de esto en una crítica de la sociedad de consumo.

—Son planteamientos económicos que no miran en absoluto la dignidad de la persona. Las fuerzas laborales están organizadas para obtener el máximo beneficio sin tener en cuenta las condiciones de vida de los trabajadores, que son al fin y al cabo los que hacen progresar la economía con sus esfuerzos y sudores. La persona es explotada y sólo se le mira como un instrumento más de la productividad.

—Y así sólo se enriquecen los jefes ¿verdad?

—Así es. Los beneficios del desarrollo económico siguen estando en manos de unos cuantos poderosos que mueven los hilos de toda la producción.

—Ya veo.

—Por eso es urgente hacer propuestas alternativas desde la base para cambiar el sistema, poniendo en primer eslabón en el respeto a todas y cada una de las personas que la forman.

—¿Y cuál es tu propuesta?

—Pues verás, tenemos un programa de orientación ciudadana, en el que se informa a la gente de sus auténticos derechos. También es muy importante la educación de los valores para ir tomando conciencia de que las relaciones humanas tienen como base la igualdad, aboliendo toda forma de explotación y discriminación y por último nos interesamos por la formación de conciencias rectas, honradas, íntegras, que no se dejan embaucar por la injusticia, la inmoralidad de los ambientes que buscan el engaño y el fraude social.

—Esto suena muy interesante.

—Así es. Yo creo que es el camino por el que se podría llegar a construir una sociedad donde se respete al ser humano en toda su dignidad. Cuando el ciudadano conoce sus derechos y los exige, la autoridad ejecutiva no le queda otra alternativa que actuar en favor de esas voces.

Yo pienso como Andrés, por eso me niego a salir de esta experiencia igual que entré, creo que Dios nos da una nueva oportunidad para reflexionar sobre nuestra respuesta ciudadana. No es fácil, pero no hemos de dejar de luchar y trabajar para colaborar con responsabilidad en el cuidado del desarrollo de nuestra aldea común.

Espero que muchas cosas cambien, pero nunca nos podemos situar como meros espectadores del devenir de la Historia, somos sus protagonistas

UNA FORMACIÓN DEMOCRÁTICA

Como maestra que soy, esta novela que te estoy comentando, tiene toda ella un alma pedagógica que va fluyendo entre sus páginas, como respuesta a mi inquietud por la educación de las nuevas generaciones. Por eso hoy paso a comentar el talante pedagógico del colegio donde M95 trabaja.

—Nuestro primer objetivo, es hacer que cada alumno tome conciencia de sus propias capacidades, para que las desarrolle con responsabilidad, enseñándole a asu­mir sus compromisos personales y sociales a fin de poder insertarse de forma consciente y activa en una sociedad democrática, donde ha de luchar por un lugar digno para todos y cada uno de sus ciudadanos. Y nuestro último objetivo es ir formando una generación participativa, social y políticamente capaz de incidir responsablemente en la transformación de la sociedad.

«Esto sólo se consigue mediante una educación transforma­dora que se preocupa por el pensar, estudiar y actuar con libertad y creatividad ante las situaciones cotidianas, fortaleciendo una conciencia crítica y una participación colectiva.

Porque todas las decisiones grandes y pequeñas que tomamos a lo largo del quehacer cotidiano pueden tener una versión más o menos social.

Siempre hemos intentado desarrollar una cultura que facilite la capacidad de una maduración responsable, estableciendo un proceso didáctico desde la supervivencia hasta el razonamiento y la toma de decisiones para crear su propio futuro.

«Tratamos de inculcar a nuestros alumnos la res­ponsabilidad de ser ciudadanos activos, con espíritu crítico, pues estamos convencidos de que para progresar en la democracia y construir el bienestar de todos, es urgente el implicarse constru­yendo juntos el futuro que queremos. No hemos de desarrollar la inteligencia sólo, sino también enseñarles a tomar las cosas con determinación y responsabilidad para avanzar en la cultura del bien de todos, no sólo para la de unos cuantos privilegiados.

Educarlos para ser conscientes del mundo en que vivimos, darnos cuenta de las repercusiones de nuestros actos y decisiones, tener una actuación responsable de los derechos de todos nuestros conciudadanos es el comienzo de un cambio revolucionario en el mundo.

—Tratamos de desarrollar programas educativos forma­dores de pensamiento crítico por medio de la investigación, el estudio, el análisis de la realidad, pretendiendo superar la pasivi­dad, la dependencia y la apatía que respiran a su alrededor, conduciendolos hasta insertarles en el mundo de los adultos siendo auténticos demócratas cada uno en su contexto social. Formarles para que lleguen a ser personas realistas y críticas, conocedoras y de­fensoras de sus derechos y responsabilidades.

Muchas veces son cosas que hemos integrado con tanta naturalidad en nuestra vida ordinaria que no percibimos ese plus que pueden tener en favor o en contra del bien colectivo.

—Pensamos que los centros educativos han de ser lu­gares de aprendizaje y socialización. Que deben cumplir una do­ble tarea, la de difundir saberes y formar ciudadanos. En un mo­mento en que las estructuras familiares y sociales van perdiendo los valores éticos y las referencias culturales, nosotros hemos de mantenernos firmes para que no desaparezcan esos bienes. Esta es la labor cotidiana de los profesores, enseñar a cada uno de los alumnos a ser responsables de sus tareas, a respetar y aceptar las diferencias, a ser solidarios, a cuidar el medio ambiente, a ser honrados y sinceros, a no ser violentos, ni tramposos… en fin son esa serie de pequeñas estrategias que les encaminarán a ser adultos íntegros, honrados y responsables.

   Cada uno puede ahondar en su día a día en la importancia que tiene tomar pequeñas decisiones y enseñar a tomarlas a nuestros niños y jóvenes

—En un mundo plural como en el que nos movemos, nos hace falta una democracia auténtica, que acepte muchos modelos y formas de vida, donde el respeto a la dignidad de la persona y a lo diferente, se acepte en todos los niveles. Una democracia donde el pueblo se sepa auténticamente representado, abierta a todas las disciplinas sociales, políticas, religiosas, cultura­les y económicas; todo esto es por lo que trabajamos al educar a nuestros alumnos, aspirando a que un día se comporten como ciu­dadanos libres y responsables anulando de una vez por todas, esa ciudadanía actual pasiva, competitiva, individualista y consumista, que se mueve por la ley del menor esfuerzo y el nulo compromiso, que actúa como marioneta en manos de los “listillos” de turno.

     Porque en el fondo hemos de enseñar a discernir entre el bien y el mal para tomar el camino del bien. Pero también a discernir entre dos bienes para elegir siempre el bien mayor.

La respuesta ciudadana

Partiendo de que la participación desarrolla la capacidad de las personas de trabajar en colaboración con los demás, ¿cómo plantea Andrés su teoría sobre nuestro compromiso como ciudadanos responsables del progreso social?

     —¿Y cuál es vuestra propuesta?

—Sin duda, el ir sensibilizando a los ciudadanos del deber de construir otra realidad social, siendo conscientes de sus obliga­ciones cívicas, contribuyendo en la cooperación solidaria, a fin de que todos disfruten de una aceptable calidad de vida, al menos con sus necesidades más elementales cubiertas.

—¿Tú crees que mejoráis el futuro?

—¡Por supuesto! Ya te he dicho que la solución está en no la­mentarnos inútilmente sino en ayudar al cambio para mejorar. Es verdad que la meta es muy ambiciosa, pero creo que al final el bien va a triunfar, y si nos juntamos los que tenemos esta esperanza, y trabajamos por el bien común algo conseguiremos ¿no te parece?

—Puede ser…

—Por mi parte no quisiera pasar por la historia sin haber puesto mi grano de arena para lograrlo. Porque esto es urgente. Si, urge que nos comprometamos socialmente si queremos de verdad que sue­nen voces que proclamen la justicia, la solidaridad, la participación responsable… Este ha de ser nuestro empeño, ir buscando hacer el bien junto a las personas que tengan estas mismas inquietudes.

—Si hablamos de un gobierno democrático, el primer paso es aclarar los conceptos sin manipularlos. En una democracia la autoridad viene dada por los propios ciudadanos que han con­fiado en que su candidato será un dirigente con el talento y la honradez suficiente para organizar un gobierno con todas sus consecuencias de justicia y equidad.

» Siempre hemos de luchar por mejorar nuestros gobiernos si queremos avanzar en la construcción de una historia progresista,    justa y más humana.

—¿Y tú dices que la democracia es el camino?

—Bueno, es uno de los caminos, supongo que habrá otros, pero cualquiera que busque el desarrollo pleno de la humanidad, ha de optar por colaborar activamente en la construcción de un orden social acorde con las exigencias del bien común y de la distribución equitativa de los bienes del planeta.

—¿Y cuál es tu propuesta?

—Pues verás, tenemos un programa de orientación ciudadana, en el que se informa a la gente de sus auténticos derechos. También es muy importante la educación de los valores para ir tomando con­ciencia de que las relaciones humanas tienen como base la igualdad, aboliendo toda forma de explotación y discriminación y por último nos interesamos por la formación de conciencias rectas, honradas, íntegras, que no se dejan embaucar por la injusticia, la inmoralidad de los ambientes que buscan el engaño y el fraude social.

—Esto suena muy interesante.

—Así es. Yo creo que es el camino por el que se podría llegar a construir una sociedad donde se respete al ser humano en toda su dignidad. Cuando el ciudadano conoce sus derechos y los exi­ge, la autoridad ejecutiva no le queda otra alternativa que actuar en favor de esas voces.

La actividad participativa nos convierte así en mejores ciudadanos

Un manifiesto

Con todo lo que hemos comentado en la entrada anterior, ¿cómo reaccionan los alumnos de Andrés?
Leamos su manifiesto:

“Los demócratas de esta Nación, comprometidos con la libertad y la prosperidad de toda la población, atendien­do a la realidad que vivimos, declaramos que, el programa político para adquirir una auténtica sociedad de bienestar, entre otras cosas, debe tener en cuenta que los ciudadanos han de gozar de un profundo sentimiento de felicidad que no coincide con un nivel económico más o menos boyan­te, sino más bien con la satisfacción de poder disfrutar de una armonía vital por tener sus necesidades básicas cubiertas

Por tanto, pedimos a nuestros dirigentes políticos:

– Que las instituciones políticas, democráticamente ele­gidas, sean dignas del poder que se les encomendó, gober­nando para el bien del pueblo y no para su propio beneficio.

– Que trabajen para ofrecernos unas coyunturas políti­cas y sociales sólidas y libres, apostando por la justicia para velar por los derechos de cada individuo.

– Reclamamos el derecho de toda persona a tener un ni­vel de bienestar mínimo de acuerdo con su dignidad hu­mana

– Que se establezca límites al poder político sobre la vida del patrimonio de las personas, velando por el respeto a la libertad ciudadana en su derecho a la vida, a la intimidad, a la educa­ción de sus hijos conforme a sus valores, a no ser denigrado por sus convicciones religiosas, a su libertad de conciencia, a requerir un límite justo en el pago de los impuestos…

– Que se procure para todos los ciudadanos la participa­ción en un mercado laboral que ofrezca un trabajo digno y estable, según las capacidades de cada individuo y adapta­do a las necesidades de la población.

– Que dispongamos de un sistema que garantice la pro­tección social atendiendo a las necesidades de desempleo, baja laborales por accidentes, enfermedad, maternidad y paternidad, así como la edad de jubilación.

– Un sistema que promueva la igualdad, la solidaridad, los derechos sociales, una atención sanitaria digna y una educación para todos.

– Puesto que todos pagamos impuestos, pedimos que se revise, con justicia retributiva, los sueldos de los políticos y el quehacer de los sindicatos para que su obrar sea un servir a los ciudadanos y no una ocasión para su propio lucro.

– Reclamamos igualmente que se garantice un poder ju­dicial que no sea partidista, que ejerza el derecho para to­dos los ciudadanos por igual, libre de presiones políticas y coacciones económicas.

– Solicitamos que se pida cuenta de los gastos de las ad­ministraciones públicas a fin de evitar que los programas sociales se desvíen hacia beneficiados particulares.

– Requerimos así mismo una auténtica garantía de la sostenibilidad ecológica.

Y con el convencimiento de que nuestro gobierno traba­ja por el desarrollo pleno de todas las personas que habitan en el país, estamos dispuestos a colaborar con correspon­sabilidad y solidaridad para alcanzar el bienestar colectivo, pero también exigimos a nuestros representantes políticos que establezcan y hagan realidad este manifiesto por medio de las instituciones públicas democráticamente constitui­das para el bien común.

Es precisamente con esos jóvenes con los que hemos de trabajar, con quienes serán los líderes de un futuro no muy lejano, ayudándoles a formarse con criterios democráticos y trabajando en la búsqueda de la excelencia en la gestión política porque necesitaremos de otra clase política bien distinta a la actual.

LA DEMOCRACIA

Democracia participativa – Wikipedia, la enciclopedia libre
” La participación que se desarrolla por diversos medios en muchas democracias modernas está comenzando a consolidarse dentro del ámbito de la democracia representativa como una nueva manera de hacer las cosas. La participación no ha de limitarse, sin embargo, a que las autoridades locales y otros organismos públicos informen a la población de sus actividades y decisiones o inviten a los ciudadanos a presenciar sus debates, sino que implica escuchar a la población en la formulación de sus propios problemas y en la búsqueda de oportunidades y mejoras. Además, es indispensable proporcionarles los medios para encauzar una acción política, social o económica y participar en las decisiones públicas con propósitos de cambio»

¿Cómo enfoca Andrés nuestra participación democrática?

—El principio fundamental de todo sistema democrático es que, todo ciudadano tiene derecho a participar libremente en su bienestar social, colaborando en el perfeccionamiento del desarrollo cívico más inmediato, donde el bien de todos se ha de construir con la cooperación de cada uno, no sólo a la hora de dar nuestro voto sino también a lo largo de los periodos legislativos, dando nuestras opiniones, conocimientos, apoyos y recursos, al servicio del enriquecimiento de los programas políticos…

Si estamos de acuerdo con estos principios ¿por qué los ciudadanos no somos mucho más exigentes con nuestros políticos?, ¿por qué nos dejamos embaucar por líderes cada vez más ineficaces, más mediocres e ineptos?

Sigamos escuchando a Andrés:

—Bueno, yo creo que la persona tiene que sentirse y actuar como parte constructiva de la sociedad donde vive, y nadie puede privarle de este derecho, ni ella misma debe evadirse de esa responsabilidad.

No da igual lo que el ciudadano ha determinado en su voto, si el resultado final es el ocupar el poder a toda costa y no tomar decisiones pensando en el interés del pueblo, sino el del propio político y el de su partido. ¿Cuál ha de ser nuestra respuesta ante esta realidad?

» Pienso que nadie se puede quejar de estar viviendo en una sociedad que no es de su agrado, si no intenta poner los medios para transformarla, si no trata al menos de mejorarla participando, como un ciudadano con responsabilidad.

No vamos a espera que nuestros políticos cambien. Tenemos que ser nosotros, con nuestro trabajo diario, los que ayudemos a generar ese cambio y con ello, contagiar a nuestros conciudadanos, que tampoco se tienen que conformar con lo que está ocurriendo.

» Las lamentaciones y quejas, sin hacer un intento por ayudar, no llevan a la solución de las situaciones incómodas. Esa postura pasiva son quejas estériles que terminan por engendrar pesimismo y desaliento o en el peor de los casos una indiferencia, pasotismo y aburrimiento ante la causa social, y no conducen a nada bueno.

» En la medida en que vayamos profundizando en el valor de la auténtica democracia, no sólo a la hora de dar nuestro voto sino también a lo largo de los periodos legislativos, dando nuestras opiniones, conocimientos, apoyos y recursos al servicio del enriquecimiento de los programas políticos, estaremos actuando como ciudadanos democráticamente responsables.

Estudios realizados por sociólogos y psicólogos han demostrado que las personas que participan en la toma de decisiones son más felices que los que se limitan a aceptar o aplicar las decisiones de otros, debido a que se sienten responsables del mejoramiento del progreso ciudadano

• Otra cosa es que la sociedad prefiera mirar a otro lado y vivir en la ignorancia y en la comodidad de la mediocridad, siendo marionetas en manos de los que nos gobiernan.