PODER: ¿FUERZA O AUTORIDAD? (2)

Narrador — Veamos como los señores políticos plantean su programa de gobierno.

El poder científico — ¡Un momento! Ya que la fuerza física me nombró como su colaborador, quisiera tener la oportunidad de exponer mi postura a favor del progreso.

Narrador — ¡Adelante!

El poder científico — Alego que en principio no se puede ver a la ciencia como una enemiga de la humanidad. Me siento orgullosa de poderme considerar uno de los padres del progreso. Yo he colaborado muchísimo en el avance de la historia con mis descubrimientos, con mi incansable entrega a una labor investigadora dura y muchas veces poco reconocida. ¿Qué me dicen de las comodidades que disfrutamos hoy? Pregúntenles a nuestros antepasados si vivían mejor sin luz eléctrica, sin agua corriente, sin tantos aparatos electrodomésticos, sin tanta facilidad para mantener la salud, para ser intervenidos quirúrgicamente, con aquellos incómodos medios de transporte, sin tantas facilidades de comunicación como hoy puede utilizar cualquier ciudadano… En fin, que la ciencia está para liberar al hombre de sus limitaciones y esclavitudes. Pero he de reconocer que a veces, generalmente por culpa de las necesidades económicas, hemos caído en las redes del poder político o económico, olvidándonos de que nuestra única misión específica es la de servir a la humanidad ayudándole a su propio bienestar. Es en estas situaciones cuando pierdo mi propia identidad y me convierto en la fuerza científica colaboradora de los poderes impositivos.

Narrador — Muy buena intervención, ¡sí señor! Ahora oigamos a los señores políticos.

La autoridad política —Empezaré definiendo la política como la actividad humana que mira a un orden de convivencia mediante el poder decisorio.

La fuerza política — Permítame añadir que nuestro poder siempre tiene que ir respaldado por la fuerza armada y la económica. Una buena administración política se cubre con un ejército bien disciplinado y un campo financiero boyante.

La autoridad política — La verdad es que no estoy al cien por cien de acuerdo con mi colega. Pero tengo que aclarar que, puesto que nuestro poder es decisorio, tenemos que tener mucha autoridad, ser un líder con capacidad de arrastre y ganarnos al ciudadano porque confía en nuestro programa organizativo, en nuestro empeño por mejorar la Nación, teniendo como meta su progreso y desarrollo, a favor del bienestar de todos y cada uno. Y todo esto, hemos de demostrárselo con hechos que avalen nuestras palabras.

La fuerza política — Esto suena muy bien, pero para organizar la sociedad ideal, hay que empezar por pedir a cada ciudadano que se fíe de nuestro programa y secunden nuestras decisiones, después ya veremos como lo llevamos a cabo.

La autoridad política — Estoy de acuerdo, pero no olvidemos que nuestro papel es el de servir al bien común y que cuanto emprendamos ha de ir enfocado a satisfacer los intereses legítimos de todos los ciudadanos que han puesto su confianza en nuestro poder de decisión.

La fuerza política — Creo que debemos de concretar a que intereses nos referimos.

La autoridad política — Sin duda a los intereses que cubren las necesidades de todos nuestros ciudadanos. Primero de todo, la persona debe estar satisfecha, no sólo por subsistir sino por poder disfrutar de una existencia estable y digna, que abarque la alimentación, el vestido, la vivienda, la salud, la educación, el trabajo… Por eso hemos de ponernos en diálogo con nuestros compañeros del poder económico y llegar a una buena organización de distribución de bienes y recursos.

La fuerza política — O sea que, según su Señoría, empezaríamos por una justicia social ¿no

La autoridad política — A sí es. Después vendría el segundo paso. A la persona le interesa relacionarse armónicamente con sus conciudadanos, por lo que le debemos ofrecer el llegar a una convivencia pacífica y corresponsable, donde el enriquecimiento sea recíproco en un clima de solidaridad y libertad para todos.

 La fuerza política — Esto es muy bonito, pero dígame, ¿cómo soluciona los problemas que suelen causar los ciudadanos inadaptados, los insocialmente conformistas, los que causan problemas al bienestar común?

 La autoridad política — Pues… entonces… Hay que acudir al poder judicial, que en principio debe ser justo y proceder por encima de prejuicios y cualquier elemento corruptivo.

La fuerza política — ¡Eso es! Aquí entrarían las fuerzas armadas del orden público, la policía y el poder judicial. ¡Duro con ellos!

La autoridad política — ¡Hombre, tampoco se trata de ser agresivos! Pero por desgracia, no estamos en el paraíso, y en todo orden social se requiere del ejercicio del poder judicial, para controlar los desvíos de los ciudadanos que no aceptan las reglas civiles. Aunque yo no lo plantearía como una amenaza pública, sino como una administración de la justicia en el más pacífico de sus manifestaciones. Como un deber social para mantener el orden cívico.

La fuerza política — Está bien. Volvamos a los hechos. ¿Ya ha terminado sus propuestas para cubrir las necesidades de los ciudadanos?

 La autoridad política — No, existe un tercer y último nivel, que es el más humanizadora. Se trata de cultivar en la persona los intereses por el desarrollo de los valores que más le dignifica.

Puedes tener una sociedad muy bien alimentada, vestida, cómoda y en buenas relaciones con sus vecinos, si se para aquí tu organización social, habrás alcanzado un estado de bienestar de muy escaso nivel. El hombre es mucho más que eso. Hay que proporcionar al ciudadano la riqueza del arte, poesía, ética, estética… filosofía y religión. Hay que ayudarle con todo esto a cultivar su riqueza interior. Si nos planteamos el colaborar socialmente a su desarrollo integral, tendremos que planear y operar en estos tres niveles. Y si olvidamos este último, habremos atrofiado su parte más genuinamente humana.

La fuerza política — ¡Y yo que me hice político para conseguir poder, prestigio y un buen dominio de la sociedad!

La autoridad política — Pues me temo que se equivocó de carrera. Porque cuando el poder político no está a favor de todos los ciudadanos, se expone a llevar la sociedad hacia el fin de una convivencia civil. Este es el riesgo de la toma de decisiones políticas.

La fuerza política — Si esto es así, ¿Cuál es nuestro poder real de decisión?

 La autoridad política — Nuestra capacidad real de decisión debe tener en cuenta siempre el protagonismo de los ciudadanos. De tal manera que las decisiones objetivas estarán en función de las demandas de la sociedad civil.

La fuerza política — O no le he entendido bien o me parece que quiere decir que hay que conducirse haciendo caso a lo que la gente desea o piensa.

La autoridad política — ¿Por qué no? El protagonismo civil acrecienta la participación de la población y si nuestras decisiones tienen que estar al servicio de las necesidades del ciudadano ¿dónde mejor buscar lo que necesitan si no es a través de sus demandas?

(CONTINUARÁ…)

PODER: ¿FUERZA O AUTORIDAD?

Ya estamos en la fase 1 esto no significa que el peligro haya pasado, sino que queremos evitar la ruina económica del país, pues al estar tantos meses sin producción, hay muchas familias que ya no tienen dinero, no pueden mantenerse en casa sin ninguna entrada financiera, incluso las hay que pasan hambre y se necesitan trabajar.

El virus sigue ahí fuera y no podemos relajarnos. Aún estamos a medio camino y el peligro podría aumentar si no somos disciplinados y responsables Debemos de seguir protegiéndonos unos a otros, poniendo el mayor énfasis en el uso de mascarillas, la higiene y la distancia de seguridad. No podemos bajar la guardia.  Tampoco sabemos si habrá un rebrote o un virus nuevo. Lo único seguro es que esta pandemia no terminará hasta que no se encuentre una vacuna para atacarla, pero nunca antes.

Lo que está por ver, es qué ocurrirá cuando se abran las puertas del todo. Ojalá, que la humanidad haya reflexionado sobre su modo de estar en el mundo y trate de conquista una mejora para toda la sociedad, incluyendo el reparto y la propiedad compartida de los bienes de la tierra. Este tiempo puede ser una oportunidad y no sólo una gran tragedia, que es lo que lamentamos en estos momentos. La vida se abre paso aun en las circunstancias más difíciles.

Ahora bien, yo estoy convencida de que no habrá un cambio radical estructural, ni social, ni ecológico si no hay un cambio en el modo de entendernos, sentirnos y relacionarnos los seres humanos. Si no conquistáramos personalmente, un profundo cambio radical en nuestro enfoque ante la vida, profundizando en la idea fundamental de la equidad, la justicia, la solidaridad y la acción humanitaria en beneficio de todos.

 ¿Cómo hacer que esta experiencia se transforme en aprendizaje? Teniendo en cuenta que queremos reflexionar sobre ese cambio social, que alcance las raíces de nuestro ser en nuestro vivir cotidiano, hoy os propongo que asistamos juntos a una exposición de los alumnos de Andrés sobre: Los conceptos de gobierno político, con un equilibrio de los tres poderes públicos: el ejecutivo, el legislativo y el judicial. En él se nos presenta una propuesta social que me parece interesante a tener en cuenta.

 

Andrés me propuso asistir hoy a un debate que iban a tener sus alumnos de quinto de secundaria sobre “El hombre ante el poder ejecutivo”. Como coincidía con una hora que tengo libre acepté. La verdad es que fue muy interesante.

Prepararon el tema un grupo de doce estudiantes formados por cinco chicas y siete chicos. La presentación fue muy original, medio teatro medio discusión entre dos bandos, los que estaban a favor de crear instituciones de poder regidos por la autoridad moral y justa y los que apoyaban las instituciones que actuaran por el poder del dominio y el uso de la fuerza. El objetivo de todos era presentar los dirigentes más convincentes para crear una sociedad donde reinara el bienestar para todos, una calidad de vida donde el individuo alcanzara una posición digna dentro de su contexto cultural, pero desde puntos de vistas opuestos. La base de este poder constitutivo iría encaminada a fomentar la autodeterminación personal dentro de sus obligaciones sociales.

Con estas premisas de fondo se abrió el debate.

Todos iban caracterizados como correspondía al caso con togas y diferentes tocados según el papel que representaban.

 La escena se desarrollaba en un congreso internacional, donde cada personaje se presentaba como prototipo de la institución que representaba, además asistía un moderador que hacía de narrador.

Abrió el debate el narrador que estaba frente a las dos corrientes ideológicas:

— Señores congresistas, nos hemos reunido aquí para discernir sobre los poderes del mundo. Tenemos a los ciudadanos de la historia presente en nuestras manos. De nosotros depende el futuro de la sociedad. Son sus Señorías las instituciones dirigentes, por tanto, las resoluciones últimas de las conductas de todos los ciudadanos están en vuestras propias disposiciones. Para bien o para mal de la humanidad, aquí están sus gobernantes, son sus Señorías el poder del mundo. Y sin más les invito a que se presenten.

Comenzaron hablando los del ala derecha:

 — Nosotros representamos la autoridad. Formamos parte de cualquier institución dirigente, induciendo a nuestros ciudadanos a actuar porque nos ven coherentes, con prestigio, dando razones que convencen.

— Así es. Como somos humanistas, y nuestra causa es el bien del hombre, nuestro poder se convierte en autoridad moral.

— Nuestra meta es la calidad de vida, el progreso y el bienestar, de cada uno de nuestros ciudadanos. Ellos lo saben porque trabajamos para no defraudarles.

 — No sean ilusos — intervino cortándoles los del ala izquierda — Nosotros somos la fuerza y esto es lo que aquí tiene eficacia, la gente sólo escucha a los que están en el poder, sin preocuparse de los medios que se utilicen para mantenerlos, con tal de saberse beneficiados. Los fuertes somos los que dominaremos la sociedad.

— Estoy de acuerdo. Las razones nadie las escucha. Hay que demostrarles quienes son los más poderosos.

— ¿A caso no somos nosotros los administradores de su bienestar? Pues hay que mantener ese poder a costa de lo que sea.

— Sí. Lo que conviene es convencerlos, atraerlos a nuestro terreno, y los beneficios serán para los que estén de nuestra parte.

— Por supuesto. Aquí se trata de no perder el mando y el dominio de la sociedad.

— Y si llega el caso de que se les olvida donde está el poder, quienes son los que mandan, también tenemos medios para que entren en razones.

— Bueno, bueno, no nos pongamos nerviosos y agresivos. Hay otras maneras más sutiles de convencer a la gente. ¿Por qué la violencia? También existen otros medios de convencerlos, ¿no os parece?

 — Es verdad, siempre se me olvida que tenemos entre nuestras filas la fuerza moral, que sabe conquistar a los indecisos ciudadanos con sus artimañas seductoras y engañosas.

— Muchas veces esto basta para convencerlos.

— Está bien — concluyó el narrador— Una vez expuestas las razones de sus argumentos filosóficos, pasemos a debatir sus actuaciones institucionales.

La fuerza física — Bien, permítanme que sea la primera. Actualmente soy tan potente como temida. Prácticamente tengo el mundo en mis manos. El poder de las armas y los recursos bélicos me hacen reinar en los países más poderosos de la tierra y ¡pobre del que se le ocurra llevarme la contraria!

Narrador — Bueno, bueno, no se crea tan potente, pues incluso su Señoría necesita de otros. ¿Quiénes son los que le ayudan a tener tanta seguridad en su fuerza?

La fuerza física — ¡Por supuesto! Yo sería impotente sin la fuerza económica y el poder científico. Todos en esta vida necesitamos apoyarnos en el polémico dinero, pero son las grandes inteligencias de la humanidad las que me van haciendo crecer. Los físicos y químicos con sus sofisticadas armas, los biólogos con los experimentos bacteriológicos… incluso los avances de la genética con su manipulación están a mi favor, ¡ah! Se me olvidaba, también tengo que contar con el campo de la psicología y la sociología como ciencias capaces de orientar las estructuras mentales de las personas. Estas son mis armas más poderosas de este momento histórico.

Narrador —Ya que su Señoría nombró al poder económico ¿Qué dicen sus representantes?

La autoridad económica —Bueno, la economía en principio debe ser una plataforma positiva, puesto que está llamada a hacer un análisis de la realidad para planificar la distribución de los recursos de una manera justa, donde todo esté distribuido equitativamente y a nadie le falte lo necesario.

La fuerza económica — ¡Espere, espere! ¿Dónde ha visto su señoría un sistema económico que se sostenga con los argumentos que aquí se expone? Siempre ha habido y habrá ricos y pobres.

La autoridad económica — ¡Sí, ya sé! Y no sé si esa realidad histórica será posible hacerla desaparecer algún día, pero tenemos que colocarnos siempre a favor del desarrollo y el bienestar de todos los ciudadanos. Nuestro primer cometido ha de ser la justa redistribución de la riqueza producida y, sin embargo, nuestra mayor vergüenza es la enorme diferencia que existe entre ricos y pobres, cuando se sabe que los recursos pueden llegar para todos.

La fuerza económica— ¡Anda tú! Lo importante para mantener nuestro estatus económico es el trabajo, la producción, el consumo, el aumento de capitales. Las grandes empresas bien saben de eso, de ahí, que se hable de las multinacionales e incluso de la globalización del mercado.

La autoridad económica — Si, ya veo por donde va. Pero esto puede ser un arma de doble filos, pues el instigar al consumo y las motivaciones del aumento del capital sólo favorece a los que ya se abastecen económicamente, pero ¿qué oportunidades damos a los menesterosos de cambiar su situación?

La fuerza económica — ¿No será que los hay muy flojos? El secreto de nuestro poder consiste en el saber cómo motivar y crear nuevas necesidades en el hombre para que siga consumiendo, para que no se tenga más remedio que seguir produciendo y así, aumentar la riqueza con el producto de las ventas.

La autoridad económica — ¿Y su Señoría crees que va a ser fácil triunfar en los países que carecen de poder adquisitivo con esa filosofía consumista? A mí esto me suena a explotación económica y esto no cuadra con mis principios.

íLa fuerza económica — No se preocupe, con tal de tener como los otros, siempre caen en la tentación de comprar, aun los que no pueden permitirselo. Todo es cuestión de tener a nuestro servicio un buen “marketing” que estudie los intereses del individuo y desde ahí imponer las reglas de producción y mercado.

La autoridad económica — ¿No sería interesante probar la rentabilidad que puede proporcionar el resolver los grandes problemas de la escasez de los pueblos, distribuyendo los recursos que de hecho nos ofrece la Naturaleza, en vez ignorar o explotar a los menos favorecidos? Además, si hay para todos, ¿dónde está la justicia social? Yo pienso que nuestro cometido ha de ser el garantizar para todo, el acceso a la adquisición de los recursos de producción. Los bienes de la Tierra pertenecen a todos y no sólo a unos cuantos que se han tomado el título de privilegiados.

La fuerza económica — Mire, a mí lo que me interesa es pegarme donde hay sólidas y seguras finanzas y a la garantía de dinero fácil. Yo he nacido para vivir en la abundancia y no para perderme en negocios de poca monta. Eso se lo dejo para los de pocas ambiciones.

La autoridad económica — Está bien, ese es su punto de vista. Pero no puede olvidar que jugamos un papel muy importante en la satisfacción de las necesidades primarias de todos los hombres y no sólo de las de unos pocos, que son precisamente los únicos que su Señoría parece favorecer.

La fuerza económica — ¡No sea iluso! También estoy en los económicamente débiles. ¿No ve que he montado un buen negocio con eso del consumo y todos quieren disfrutar de los bienes materiales aun por encima de sus posibilidades?

La autoridad económica — ¿Y qué me dice de los 800 millones de hombres que pasan hambre, pobreza, subdesarrollo… son también sus clientes hoy día?

La fuerza económica — ¡Está bien, está bien! ¡No me maree más! Estoy de acuerdo con que mi sistema económico no es el más perfecto, pero me lo he montado con tanta eficacia y comodidad que no puedo pensar en renunciar a ninguno de mis poderes adquiridos. Por el momento no me convence ninguna de las otras alternativas que se me presentan. Tengan en cuenta que las gigantescas multinacionales operan realmente en la trastienda de la marcha de nuestros gobiernos.

La autoridad económica — Esta es mi mayor preocupación, por eso quisiera desde aquí hacer una llamada colectiva, hacia una reflexión conjunta sobre el tema. Yo sugiero que se podría empezar por una revisión del objetivo sobre el aumento desproporcionado de la distribución de la producción y el instinto compulsivo por consumir sin juicio y sin medida, lo que lleva al individuo a crearse necesidades de lo que en realidad es un valor superfluo.

(CONTINUARÁ)

EL PODER JUDICIAL

Hoy vamos a escuchar a Andrés que nos va a hablar sobre su planteamiento ante la autoridad judicial de un sistema democrático.

Háblame del sistema judicial.

—Este es otro punto realmente interesante para el auténtico bienestar de la nación. Este colectivo judicial tiene una tarea de mucha responsabilidad, y yo creo que el secreto de su eficiencia real está en el actuar con independencia absoluta frente a los poderes políticos, y al mismo tiempo deben destacarse por su honestidad y eficacia al servicio de su auténtica causa, la justicia.

¿Son fácil de sobornar?

—Como en todos los campos humanos, existe el peligro de que no sean del todo honrados. Pero el que es de verdad un au­téntico profesional de la justicia, no mira el soborno ni las ame­nazas y se juega todo por defender los derechos de los menos fa­vorecidos, siendo portavoz de aquél que la injusticia y el egoísmo humano le ha colocado en situaciones desfavorables.

¿Qué te parece a ti que hacen los jueces en los casos de corrupción?

—Verás, son situaciones muy delicadas. Hay casos donde se mezclan grandes fortunas, prestigiosos políticos, especuladores bursátiles… en fin, personas con poder que son muy difíciles de condenar.

Ya veo.

—Lo cierto es que son los jueces los que deberían ayudar a poner las cosas en su sitio si se ajustaran a hacer su trabajo de de­fensores de la justicia y el orden. Yo creo que si el que incurre en algún acto ilícito supiera que la justicia funciona como debería, más de uno se lo pensaría antes de delinquir.

Yo he oído una protesta porque se libran de la cárcel los que tienen dinero para pagar la fianza.

—Así es, los delincuentes pobres que no tienen dinero para pagar las cantidades que se les adjudica por el delito cometido, esos no se libran de la prisión, los ricos y poderosos, tan culpa­bles o más que ellos, con abonar los costes marcados por el juez, aunque sean cantidades enormes, suelen librarse de pasar un solo día en la cárcel.

¿qué haces cuando ves una injusticia?

—Mira como queremos ir buscando creativamente los cami­nos pacificadores de reconciliación ante los conflictos cotidia­nos, lo primero que hay que evitar es toda clase de irritación o agresividad, pero nunca mantenernos pasivos ni indiferentes ante ella. La mentira, la falsedad de la manipulación del poder o ante la privación de los más elementales derechos de la persona como son el ser respetado con dignidad, el recibir el trato que se merece por el sólo hecho de ser persona, el tener lo mínimo para subsistir en cualquier situación, son condiciones que nos mueven a alzar la voz contra los hechos injustos. Aquí es donde jugamos la partida más arriesgada, pues se requiere mucho tacto para po­der convencer a los contrarios con mano de hierro en guante de terciopelo. ¿Entiendes lo que quiero decir?

Sí, que hay que ser firmes, pero no agresivos.

—¡Eres una chica muy lista!

Gracias. Explícame. ¿Si una ley permite algo que no os parece recto, vosotros podéis negaros a hacerlo?

—Como ciudadanos de una sociedad democrática tenemos que saber cuáles son nuestros derechos y no acobardarnos ante una legislación que no está de acuerdo con nuestros principios morales, pues por encima de toda ley está la conciencia como última instancia que hemos de seguir a la hora de actuar y no po­demos apoyar una legislación que no está a favor de la persona, un orden democrático debe respetar la conciencia de cada uno.

¿Y si os equivocáis?

—Por eso la urgencia de una buena formación, de consultar a expertos, a personas con autoridad moral, con garantía de serie­dad y rectitud de conciencia. Desde ahí es donde nos atrevemos a enfrentarnos, lo que es lo mismo, a objetar sobre una ley que consideramos injusta o incorrecta.

¿Supongo que no todos tienen ocasión de consultar a expertos?

—Supones bien. En cualquier caso, ante la duda de la rectitud de un comportamiento concreto, siempre hay un recurso que no falla, y es el preguntarnos qué es lo que va más a favor de la persona, qué nos hace más humanos, qué es lo que nos ayuda a vivir más dignamente.

¿Dónde trabajáis para poder ayudar a la gente que necesita?

—En cualquier estamento social, hay que ir introduciendo este estilo humanizador. Hay que vivirlo en el trabajo, en el lugar donde estudias, en casa, en fin, donde tienes ocasión de relacionarte con los demás. Pero es sobre todo en el campo de la educación y en los medios de comunicación donde nos jugamos el mayor reto, pues son lugares donde se puede ir haciendo pensamiento, donde se puede ofrecer otra alternativa para enfocar la existencia humana. Estamos allí donde son convocados los ciudadanos. Se trata de ir trazando otro camino, no sólo con la palabra sino con la coheren­cia de vida. Es así como tratamos de dar nuestra opinión desde el diálogo, el ejemplo y nunca desde la fuerza ni la violencia.

¿Y hay muchos jóvenes que os siguen?

—Pues veras, esta generación de jóvenes, lo tiene muy difícil porque son muchas las fuerzas, y de muy variados signos, las que tratan de ganarlos o confundirlos. Los jóvenes son seres aun sin criterio y por tanto fáciles de manipular, pero yo creo que el papel más influyente pueden tenerlo los padres y los educadores. La fa­milia aún tiene un lugar privilegiado para formar el futuro de nues­tra sociedad, aunque haya otras fuerzas que trabajen con energía para destruirla. Hoy por hoy, son los padres los que, con su cohe­rencia de vida, pueden impulsar a sus niños a ser honrados, traba­jadores, generosos, solidarios, porque, aun yendo en contra de las estructuras sociales, deben de luchar por conquistar para sus hijos un futuro donde todos puedan participar de una mesa fraterna.

Para terminar, permíteme que te copie un documento resultado de un trabajo de sus alumnos del último curso de bachiller

LOS DERECHOS DE LA CIUDADANÍA

“En un país que presume de llamarse democrático, el Estado debe velar porque todos sus habitantes tengan to­das sus necesidades básicas cubiertas.

Todo ciudadano posee unos derechos básicos, que im­plica al gobierno del país en justicia, a que se les facilite, a fin de adquirir unas condiciones de vida digna de un estado democrático.

La falta de atención al cumplimiento de estos derechos fomenta la desigualdad y genera la indigencia, con el agra­vante que supone el potenciar con ello la delincuencia y el pillaje por la carencia de medios de los más excluidos.

Es por ello por lo que pretendemos tomar conciencia de que la construcción del estado de bienestar se conseguirá a partir de un sistema en el que se garantice el derecho de toda persona a tener un nivel de recursos básicos cubiertos, de acuerdo con su dignidad humana. Un sistema que promue­va la igualdad, la solidaridad, la sostenibilidad ecológica, los derechos sociales y económicos, que faciliten el desarrollo pleno de cada individuo, es digno de llamarse justo.

Por tanto nos pronunciamos a favor de todo ciudadano, abogando por sus derechos al pleno desarrollo de una vida digna, haciendo hincapié en el sistema de protección social del Estado, para defender en justicia los derechos cívicos de cada persona, velando porque se le proporcione una vi­vienda, un empleo, un salario y una jubilación digna, una atención sanitaria y una educación que le abra las puertas para el acceso a la cultura y a todos los ámbitos de la vida pública, convencidos como estamos de que el estudio y la formación son elementos claves en la transformación y el progreso de la sociedad.

Todo esto es un toque de atención, no sólo para reflexio­nar sino para actuar e incluso para denunciar, ante las si­tuaciones de injusticia si procede, porque es compromiso de todos el conseguir una sociedad equilibrada y armonio­sa, apoyando los procesos de transformación social y cultu­ral, pero es deber del Estado el garantizar este progreso con unos servicios públicos, que velen por el cumplimiento de los derechos de los habitantes del país”