En vacaciones es muy recomendable que te acompañes de un buen amigo y ¿qué mejor que un interesante libro que nos relaje o que nos motive para continuar la vida?
Los que me vais siguiendo en este blog ya podéis captar de qué va. Pues he pretendido en ello, ni más ni menos que, ir comentando mi novela «S.H. el Señor de la Historia». He querido acompañaros para que entendierais cada paso de los que fui dando a lo largo de sus páginas, intentando ayudaros a captar su filosofía. Estoy segura de que ésta no os ha dejado indiferente.
Hoy os propongo que la adquiráis para que disfrutéis de ella.
La podéis encontrar en e-book en La casa del libro y en El Corte Inglés. También te lo puede adquirir Amazon, aquí te mando la reseña: https://amzn.to/3fEk721
Y si tenéis dificultad, a mí aún me quedan ocho libros que puedo enviaros a contrarrembolso. Escribidme a mi correo: marycarmenmur@yahoo.es y mandadme vuestra dirección. En agosto, que vuelvo de vacaciones, os prometo enviároslo. El coste es de 20E y todo va en beneficio de la asociación ACOMAR -Los sintecho de Alicante-
Esta novela es mi legado existencial. La escribí durante muchos años de reflexión; poco a poco iba plasmando lo que el Señor me decía, viendo en mi cabeza y en mi corazón hasta los más mínimos detalles, haciendo que sus protagonistas vivan una existencia ideal, según me imaginaba que podía ser el estilo de los seguidores de Jesús del siglo XXI, en un ambiente socioeducativo.
Es mi manera de entender la presencia del Señor en la Historia.
Creo firmemente que todos somos elegidos para hacer una obra que va hacia la eternidad, pero también hemos sido creado con libertad de decisión. Somos responsables de nuestras disposiciones y resoluciones mientras vamos por el camino de la vida, y aunque el trigo y la cizaña coexisten en nuestro interior, he querido ayudaros a optar por lo bueno de la existencia humana.
Con todo esto, quiero invitar a cada uno/a en este momento, a que se pare en seco, y piense en lo esencial, sopese sus acciones cotidianas y analice si este es un momento de cambio de sentido que apunte a otras maneras de organizarse, de trabajar, de relacionarse, de… de en encontrarse consigo y comenzar nuevas formas de actuar para que su vida tenga el sentido para el que fue concebido/a.
El Señor, que me fue conduciendo en este camino para que su anuncio ilumine al que lo lee, se encarga de que se extienda y de que su encomienda llegue tal como un día me lo transmitió. Confío en que este regalo de Dios te ayude.
TITULO: “S.H. EL SEÑOR DE LA HISTORIA” AUTORA: Mª del Carmen Múrtula Villacieros EDITORIAL: CIRCULO ROJO
Espero poder conectar con todos los que la leáis, segura de que se creará un vínculo imborrable entre nosotros, porque su novedad va más allá de lo cotidiano y su mensaje no os puede dejar indiferentes.
Los cristianos de hoy estamos llamados a escuchar los signos de los tiempos discerniendo por donde sopla el Espíritu de Jesús resucitado que quiere ser Señor del siglo XXI. ¿Qué nos pide la sociedad de hoy? ¿Cómo pasar por la historia de nuestra existencia siendo sal, levadura, iluminando el camino de nuestros coetáneos? Hay que pasar de una moral del miedo al castigo y una pastoral de amenazas y ataques, a una visión de la vida cristiana responsable y abierta a la fraternidad y la solidaridad, a lo social y a lo ecológico. Hay que profundizar y tratar de vivir los valores del Reino como justicia, honradez, tolerancia, equidad, legitimidad …, en una palabra, hay que desarrollar en nosotros la potencialidad del amor fraterno, en diálogo interdisciplinar con las ciencias sociales, políticas y científicas.
Voy a presentarte pinceladas sobre este tema, comenzando por algunas de las apreciaciones y argumentos de Andrés donde se refleja su proceder ante su compromiso existencial a nivel social.
Después de terminar las actividades de la tarde en el club, he estado charlando con Andrés en su despacho. Tenía una lista muy larga de interrogantes desde mi asistencia a su clase y pretendía que él me las aclarara.
—Me gusta que me expliques, eso que llamáis los deberes que tiene una ciudadanía responsable.
—Bueno, yo creo que la persona tiene que sentirse y actuar como parte constructiva de la sociedad donde vive, y nadie puede privarle de este derecho, ni ella misma debe evadirse de esa responsabilidad.
—Entonces, ¿tú apoyas eso que todas personas tienen su papel sociopolítico en la historia?
—Si, así es. Pienso que nadie se puede quejar de estar viviendo en una sociedad que no es de su agrado, si no intenta poner los medios para transformarla, si no trata al menos de mejorarla participando, como un ciudadano con responsabilidad.
—¿Crees esto fácil?
—No, no lo es. Pero las lamentaciones y quejas sin hacer un intento por ayudar no llevan a la solución de las situaciones incómodas. Esa postura pasiva son quejas estériles que terminan por engendrar pesimismo y desaliento o en el peor de los casos una indiferencia, pasotismo y aburrimiento ante la causa social, y no conducen a nada bueno.
—¿Tú crees en democracia?
—Como te decía, estoy convencido de que todo hombre tiene derecho a participar libremente en su bienestar social, y este es el principio fundamental de todo sistema democrático, la participación de todos los ciudadanos, colaborando en el perfeccionamiento del desarrollo cívico más inmediato, donde el bien de todos se ha de construir con la cooperación de cada uno.
—¿Es clasista vuestra sociedad?
—¡Por supuesto que sí! La situación social en la que vivimos está cimentada en el tener y no en el ser. Por eso funcionamos entre las categorías de los ricos, inteligentes, poderosos… El que tiene dinero, poder, capacidad intelectual… es el que triunfa, aunque esto lo haya adquirido de una manera poco honesta, y así no construimos positivamente el bienestar de todos, puesto que el que carece de esas cosas, a veces por no querer pactar con ciertos valores, éste se puede encontrar marginado o sencillamente quizás nunca alcance a ser influyente en la sociedad. Pues, aunque en teoría se afirme que todos somos iguales y tenemos los mismos derechos, en la práctica sabemos que no es verdad, y que en ocasiones se llega a violar los principios más elementales de los derechos humanos, por mucho que se diga que la democracia está a favor de estos principios
—¿Y cuál es vuestra propuesta?
—Sin duda, el ir sensibilizando a los ciudadanos del deber de construir otra realidad social, siendo conscientes de sus obligaciones cívicas, contribuyendo en la cooperación solidaria, a fin de que todos disfruten de una aceptable calidad de vida, al menos con sus necesidades más elementales cubiertas.
—¿Tú crees que mejoráis el futuro?
—¡Por supuesto! Ya te he dicho que la solución está en no lamentarnos inútilmente sino en ayudar al cambio para mejorar. Es verdad que la meta es muy ambiciosa, pero creo que al final el bien va a triunfar, y si nos juntamos los que tenemos esta esperanza, y trabajamos por el bien común algo conseguiremos ¿no te parece?
—Puede ser…
—Por mi parte no quisiera pasar por la historia sin haber puesto mi grano de arena para lograrlo. Porque esto es urgente. Si, urge que nos comprometamos socialmente si queremos de verdad que suenen voces que proclamen la justicia, la solidaridad, la participación responsable… Este ha de ser nuestro empeño, ir buscando hacer el bien junto a las personas que tengan estas mismas inquietudes.
—¿Es así donde terminará la pobreza?
—Este es un tema muy complejo. Como ya te he dicho, espero que algún día caigamos en la cuenta de que todos tenemos derecho a tener cubiertas las necesidades más básicas, cosa que aún no es una realidad.
—Esto me suena a… ¿cómo se dice… utopía?
—Quizás te parezca una meta inalcanzable, pero sabemos hasta dónde pueden llegar nuestras fuerzas y no por eso nos acobardamos ni renunciamos a la lucha.
—¿Cómo me explicas de los países donde los gobernantes buscan su bien económico propio o sólo gobiernan para mandar y dominar?
—Eso es parte de lo que te he comentado. Cuando el poder político está en manos de desaprensivos que sólo tienen miedo de perder su plataforma de poder y dominio, su cómoda existencia y su alta posición social, sin meterse en el tema de la solidaridad apoyando el bienestar de todos los ciudadanos, asistimos al descrédito y al propio suicidio de las instituciones políticas.
—¿Tú crees esto?
—Estoy completamente seguro de que el pueblo tarde o temprano se levantaría contra los que así abusan de su poder. Los gobernantes tendrían que plantearse su situación y saber que esto los llevaría a ser los primeros en perder sus privilegios. ¿No te parece?
—Si, me temo tienes razón. ¿Cómo van a responder a las necesidades más urgentes de los ciudadanos, si con esto no se benefician, sino que tienen que renunciar de lo suyo para todos?
—Veo que lo vas captando. Además, hay otro problema que es el que surge en los países donde se pone como meta la producción a consta de la explotación de los propios trabajadores.
—Si, algo leo de esto en una crítica de la sociedad de consumo.
—Son planteamientos económicos que no miran en absoluto la dignidad de la persona. Las fuerzas laborales están organizadas para obtener el máximo beneficio sin tener en cuenta las condiciones de vida de los trabajadores, que son al fin y al cabo los que hacen progresar la economía con sus esfuerzos y sudores. La persona es explotada y sólo se le mira como un instrumento más de la productividad.
—Y así sólo se enriquecen los jefes ¿verdad?
—Así es. Los beneficios del desarrollo económico siguen estando en manos de unos cuantos poderosos que mueven los hilos de toda la producción.
—Ya veo.
—Por eso es urgente hacer propuestas alternativas desde la base para cambiar el sistema, poniendo en primer eslabón en el respeto a todas y cada una de las personas que la forman.
—¿Y cuál es tu propuesta?
—Pues verás, tenemos un programa de orientación ciudadana, en el que se informa a la gente de sus auténticos derechos. También es muy importante la educación de los valores para ir tomando conciencia de que las relaciones humanas tienen como base la igualdad, aboliendo toda forma de explotación y discriminación y por último nos interesamos por la formación de conciencias rectas, honradas, íntegras, que no se dejan embaucar por la injusticia, la inmoralidad de los ambientes que buscan el engaño y el fraude social.
—Esto suena muy interesante.
—Así es. Yo creo que es el camino por el que se podría llegar a construir una sociedad donde se respete al ser humano en toda su dignidad. Cuando el ciudadano conoce sus derechos y los exige, la autoridad ejecutiva no le queda otra alternativa que actuar en favor de esas voces.
Este es el secreto que encierra el vivir cotidiano de este colectivo humano desde donde se desarrolla toda la trama de la novela, en un ambiente de iniciativas educativas y sociales.
El pasar de un antes y un después del encuentro con el Señor, es dejar atrás una vida más o menos equilibrada para lanzarse a un cierto vacío existencial, a sumergirse en una iniciación de lo desconocido e incierto. Es pasar por la experiencia de un nuevo nacimiento, de una nueva vida que se nos ofrece como gracia y don, pero a la vez, como toda novedad, es un dar comienzo a algo que supera nuestros cálculos de personas razonables y prácticas. Es, en fin, un atreverse a ponerse confiadamente en las manos de aquél que nos marca nuevos horizontes existenciales. Es un vivir a la escucha del Espíritu que nos impulsa a seguir a Jesús como sus discípulos y colaboradores en la extensión del Reino aquí y ahora.
Por eso hoy vamos a seguir la conversación de nuestros dos amigos, adentrándonos en el misterio del Reino
—Y ¿qué tiene que ver esto con un reino que me dijo Andrés?
—El reino que el Señor nos propone, es de orden espiritual, crece en el interior de la persona, se va desarrollando en la medida que va rompiendo muros y barreras que destruyen la fraternidad. Se trata de dejar atrás los prejuicios y las costumbres cimentadas en ideas de superioridad, separatismo y desigualdad, dominio y afán de poder, de tener, de ser más que los que nos rodean para ir construyendo el reino de la fraternidad, de la familia de Dios. Hay que empezar por construir en nuestro propio interior un talante nuevo de unidad fraternal, de tolerancia con la diferencia, de solidaridad con las necesidades de todos los que la vida les ha dado menos que a mí. Hay que ir creando unos nuevos esquemas mentales, donde se admiten a todos, no solo como útiles y necesarios sino como amados por sí mismo por el mero hecho de pertenecer a la familia de la humanidad.
—A ver si yo me entiendo. Ese reino, es esa sociedad nueva, esa historia distinta que queréis hacer con todos juntos ¿no?
—Correcto. El reino que S. H. -El Señor de la Historia- nos propone, se va haciendo entre nosotros a medida que vamos arrancando las hostilidades y las diferencias, cuando tratamos de construir esa sociedad donde no residen las ambiciones, prepotencias y desigualdades injustas. Su reino no es de poder y dominio, sino de fraternidad, servicio y amor. Como ya te he dicho es la familia de Dios en la tierra.
—¿Y veis algún éxito?
—Por supuesto. Pero no busques resultados espectaculares. El reino de este Señor es como la sal y la levadura que son necesarias en un buen guiso, pero no se perciben a simple vista. Hay señales inconfundibles y prometedoras en la sencillez de la existencia cotidiana. Señales ocultas y perseverantes de muchos hombres y mujeres anónimos que, sin ruido, están sembrando estos valores, que sin duda son semillas de nuevas relaciones humanas. ¿No te parece un programa muy interesante?
—Sí, parece bonito, pero… ¡es todo tan novedoso…!
—Sin duda. Pero de cómo sepamos hoy aprovechar esta fuerza transformadora, ayudaremos a ir construyendo el futuro de las próximas generaciones.
—¡Qué responsabilidad!
—Sí que lo es. Espero que cuando lleves una temporada entre nosotros, vayas comprendiendo y acogiendo este estilo de vida. Lo único que pretendemos es ir construyendo, dentro de nuestro pequeño círculo, un ambiente donde predomine el amor y la libertad fruto de la fortaleza interior de cada uno de sus individuos.
—¿Dónde tú aprender esto?
—Cada día, antes de comenzar la jornada, nos ponemos a la escucha del espíritu del Señor. Él es el que nos comunica estos buenos consejos y nos enseña a vivir ese día desde un discernimiento comunitario, a la luz de la palabra del mismo Señor. Es ahí donde cogemos fuerzas para el caminar cotidiano. Estos momentos diarios de escucha y de intercambio con los hermanos convocados por el espíritu, es lo que alimenta nuestra vida interior y da energía a toda nuestra jornada. El cometido que debemos realizar en la familia y en la sociedad, tiene su fuente en esta disposición interior compartida cada mañana. Así intentamos dar respuestas a los acontecimientos diarios desde estas coordenadas que impulsan nuestro caminar en la historia al lado de nuestros hermanos los hombres. Porque sabemos que la felicidad se fundamenta en el amor y que el amar va creando unas relaciones humanas cuyos pilares son la justicia y el reconocer a todos sus derechos, desterrando con ello la desigualdad de oportunidades, la opresión y el dominio, la rivalidad y toda clase de marginación. Por supuesto que no es fácil, exige el cultivo de la propia autonomía y del propio altruismo, pero esta es, por así llamarlo, la meta de nuestra filosofía vital.
¿Quién se apunta a continuar la misión de llevar la Buena Nueva a la gente, profundizando en el verdadero mensaje del Evangelio e invitándoles a seguirle?
Tal vez esta puede ser nuestra primera experiencia en la búsqueda de Dios.
“Ven y verás” es lo que le dijo Felipe a su amigo Bartolomé cuando le anunció que había conocido a Jesús. Quizás recordemos quien nos mostró el camino de nuestra fe, quien, en nuestra iniciación espiritual, nos ayudó a creer, a seguir, a confiar, porque vimos en ello ese brillo de Cristo en sus ojos, sentimos ese Amor que Cristo nos da en el corazón de los otros, en su forma de vivir, de transmitir lo que sienten, en su felicidad. Eso es lo que nos transforma y nos ayuda a ser seguidores de Jesús. Somos eslabones de una cadena de testigos que une la historia presente con lo eterno.
El seguimiento de Jesús es personal, pero no individual, es comunitario, es un formar parte de un colectivo que no sigue una doctrina, ni una filosofía, ni una ley, ni un catecismo… es un seguir junto con otros, a una persona, Jesús de Nazaret, que tuvo como proyecto de vida el hacer realidad el sueño amoroso de Dios Padre para toda la humanidad.
Esto es lo que M95 intuyó con la información que le estaba proporcionando Juan, sobre el encuentro de Andrés con el supuesto S.H., por eso le preguntó:
—Y ¿cuál es los planes de vosotros de trabajar con la gente?
—Bueno, para que lo entiendas desde tu propio modo de ver las cosas, digamos que nuestra filosofía es anunciar un cambio de vida, para aquellos que buscan la auténtica felicidad.
—¿La auténtica felicidad? ¿Quieres explicar más?
—Mira, la esperanza de una felicidad eterna no es algo que convence a todo el mundo, pero sí la búsqueda de una vida mejor en el aquí y ahora, por eso creemos que hay que lucha por conseguir mejorar nuestra realidad cotidiana, sabiendo que la felicidad autentica va más allá de la vida, pero no podemos esperar que aquella llegue pasivamente ni con resignación estoica. No es algo que se realizará en un después lejano, en un luego más allá de este paso por la vida terrena. Es un después que tiene sus comienzos ya. Estamos experimentando sus primeros brotes aquí y ahora, por eso los que hemos descubierto esta verdad y nos hemos apuntado a este programa de vida, podemos, después de varios años de experiencia, proclamar que es una realidad, que con nuestro programa existencial somos felices ya; aunque con las limitaciones por nuestra corporalidad, vivimos la ilusión y la esperanza de una felicidad para toda la eternidad.
—¿Tú crees así? … El sentido este de la vida ser nuevo para mí.
—¿Acaso no sientes en lo más sincero de tu interior que has nacido para ser feliz? ¿No estás más contenta cuando haces el bien, cuando ayudas a los demás, cuando todo a tu alrededor es armónico?
—Bueno, pero creo que hablamos distinto significado del mismo vocabulario. No lo veo tan fácil.
—Por supuesto que no es fácil, pero ¿qué es para ti la felicidad?
—-Pues… No sé si es la manera que estás diciendo.
—Ser feliz es ver satisfechas todas tus necesidades. TODAS. Quiero decir desde las más elementales a las más profundas. Y esto no se consigue si no se vive rodeado de justicia, equidad y solidaridad valores que se conquistan con el auténtico amor. Porque el hombre no se puede realizar solo, por tanto, no conseguirá la felicidad mientras no tome conciencia de sus niveles colectivos y no se ocupe de ir construyendo una sociedad de gente feliz. Nuestro mundo necesita de personas comprometidas con el bienestar de todos los ciudadanos. El primer paso por dar es ser consciente de la dignidad y los derechos de cada persona, empeñarnos en que cada uno pueda disfrutar dignamente de su vida, ser respetado en su originalidad y saberse libre para escoger y decidir su propio destino ayudando y respetando a los que caminan junto a él a la vez que se sabe ayudado y respetado por sus semejantes.
—-Si, ya sé, eso que se lee por ahí de que todos somos iguales y todos somos únicos.
—Algo así. Todos tenemos derecho a ser respetado en nuestra singularidad y a la vez somos conscientes de que formamos la gran familia de la humanidad, y en una familia todos son dignos de ser amados, ayudados y comprendidos.
—Esto suena muy bonito, pero es todo muy nuevo. Yo no pensar así.
—Ya, pero ten en cuenta que no estoy hablando de algo original, es elementalmente humano. La sociedad actual necesita recuperar este valor tan esencial para saber convivir. Por eso nos hemos propuesto empezar por los más cercanos, intentamos ir creando pequeños grupos donde todos nos ayudemos a ir descubriendo la trascendencia de los valores humanos y a hacerlos vida en nosotros para poder entender y ayudar al que convive conmigo. Aquí tratamos de sentir con los otros los problemas, las inquietudes, las necesidades y las alegrías de cada uno, sabiendo que todo tiene una repercusión colectiva, porque nos hacemos solidarios y el compartir libremente fortalece nuestro desarrollo personal. Este es el secreto de nuestra felicidad.
—¿De verdad vosotros vivir como tú dices?
—¿Acaso crees que puede haber auténtica felicidad cuando palpas la injusticia y los individualismos a tu alrededor?
—Bueno, así pensado… Pero… ¿yo debo pensar que otra persona es como yo y lo que yo tengo, tiene que tener él?
—Así es. Todos somos iguales como seres humanos, por tanto, yo no merezco más ni menos que los otros.
—Es cierto, pero no es en la práctica.
—Esa es una penosa realidad. El aceptar el pluralismo y las diferencias, no está reñido con la igualdad y los derechos de cada uno. Todos tenemos derecho a alcanzar lo mejor en nuestras vidas sin ser coartados ni manipulados y esto es muy difícil pues la psicología humana es muy complicada y posesiva, por eso hay que estar muy alertas para no ser dominadores ni dominados por nadie. Sólo así construiremos una sociedad libre y feliz para todos.
—Pero no estáis solos en este mundo.
—Es verdad, pero al menos tratamos de ayudarnos a niveles de cercanía, proponiéndonos llegar a tantos lugares y ambientes donde estamos ligados en la vida cotidiana. Allí buscamos el compartir con los otros sus inquietudes sabiendo que cuando uno ve que el otro se preocupa de verdad por él, que le escucha con respeto y se interesa por sus interrogantes y preocupaciones, por su angustiosa búsqueda de sentido existencial… entonces puede comenzar un diálogo en profundidad. Sólo cuando nos sabemos respetados y reconocemos en el otro su libertad y su verdad, podremos establecer unos lazos que ayudan a dar de sí lo mejor.
—Esto suena muy interesante
—Sí que lo es. Hemos conseguido crear un cuerpo social donde se comparte plenamente las condiciones de vida y de trabajo, las dificultades, las luces, las sombras y las expectativas de todos los que formamos este colectivo humano. Nos sabemos empeñados en ir construyendo un ambiente favorable, para crear una sociedad más humana y hacer realidad el auténtico bienestar para todos. Tratamos de ayudarnos mutuamente para llegar a una ciudadanía que realmente está cómoda y es feliz en su existencia cotidiana.
—¿Y sois muchos los felices?
—¡Ja, ja, …! Me hace gracia ese calificativo, pero si te refieres a las personas que estamos empeñados en este programa, te diré que cada vez nos van conociendo más gente y algunos se convencen de que vale la pena intentarlo. Pues al fin y al cabo no anunciamos nada extraño a la condición humana, ya que ninguna persona que está satisfecha y feliz se entretiene haciendo el mal o tratando de fastidiar al vecino. Nuestro único deseo es llegar al corazón del cercano, amigo o colega para abrirle al sentido pleno de la existencia humana que es lo único que puede dar razón íntegra a la vida. Si los padres son felices la familia funcionará, si el profesional está contento en todas sus dimensiones rendirá más, si el estudiante está bien motivado dejará de ser una preocupación para el maestro… Si la sociedad es feliz, muchos males desaparecerían por sí mismos. La infelicidad arruina la vida humana, provoca agresividad y seres inconformistas.
¿Qué te parece el programa? Te aseguro que no es una utopía, sino una realidad hecha carne en los seguidores del Señor Jesús en el siglo XXI. Son personas que se saben elegidas, llamadas a colaborar en la acción salvífica de Dios en la historia presente, viviendo el proyecto del Señor apoyados en su Palabra y aprendiendo de su vida, desde cualquier lugar de la geografía humana.
Aprovechando que ya se puede viajar, me voy de vacaciones, así que en todo el mes de julio no me comunicaré con vosotros (aunque os seguiré leyendo desde mi móvil) porque me voy a dejar el ordenador en casa.
Para que no me echéis mucho de menos, os dejo cuatro direcciones donde podéis adquirir mi novela en formato e-book
Narrador — Veamos como los señores políticos plantean su programa de gobierno.
El poder científico — ¡Un momento! Ya que la fuerza física me nombró como su colaborador, quisiera tener la oportunidad de exponer mi postura a favor del progreso.
Narrador — ¡Adelante!
El poder científico — Alego que en principio no se puede ver a la ciencia como una enemiga de la humanidad. Me siento orgullosa de poderme considerar uno de los padres del progreso. Yo he colaborado muchísimo en el avance de la historia con mis descubrimientos, con mi incansable entrega a una labor investigadora dura y muchas veces poco reconocida. ¿Qué me dicen de las comodidades que disfrutamos hoy? Pregúntenles a nuestros antepasados si vivían mejor sin luz eléctrica, sin agua corriente, sin tantos aparatos electrodomésticos, sin tanta facilidad para mantener la salud, para ser intervenidos quirúrgicamente, con aquellos incómodos medios de transporte, sin tantas facilidades de comunicación como hoy puede utilizar cualquier ciudadano… En fin, que la ciencia está para liberar al hombre de sus limitaciones y esclavitudes. Pero he de reconocer que a veces, generalmente por culpa de las necesidades económicas, hemos caído en las redes del poder político o económico, olvidándonos de que nuestra única misión específica es la de servir a la humanidad ayudándole a su propio bienestar. Es en estas situaciones cuando pierdo mi propia identidad y me convierto en la fuerza científica colaboradora de los poderes impositivos.
Narrador — Muy buena intervención, ¡sí señor! Ahora oigamos a los señores políticos.
La autoridad política —Empezaré definiendo la política como la actividad humana que mira a un orden de convivencia mediante el poder decisorio.
La fuerza política — Permítame añadir que nuestro poder siempre tiene que ir respaldado por la fuerza armada y la económica. Una buena administración política se cubre con un ejército bien disciplinado y un campo financiero boyante.
La autoridad política — La verdad es que no estoy al cien por cien de acuerdo con mi colega. Pero tengo que aclarar que, puesto que nuestro poder es decisorio, tenemos que tener mucha autoridad, ser un líder con capacidad de arrastre y ganarnos al ciudadano porque confía en nuestro programa organizativo, en nuestro empeño por mejorar la Nación, teniendo como meta su progreso y desarrollo, a favor del bienestar de todos y cada uno. Y todo esto, hemos de demostrárselo con hechos que avalen nuestras palabras.
La fuerza política — Esto suena muy bien, pero para organizar la sociedad ideal, hay que empezar por pedir a cada ciudadano que se fíe de nuestro programa y secunden nuestras decisiones, después ya veremos como lo llevamos a cabo.
La autoridad política — Estoy de acuerdo, pero no olvidemos que nuestro papel es el de servir al bien común y que cuanto emprendamos ha de ir enfocado a satisfacer los intereses legítimos de todos los ciudadanos que han puesto su confianza en nuestro poder de decisión.
La fuerza política — Creo que debemos de concretar a que intereses nos referimos.
La autoridad política — Sin duda a los intereses que cubren las necesidades de todos nuestros ciudadanos. Primero de todo, la persona debe estar satisfecha, no sólo por subsistir sino por poder disfrutar de una existencia estable y digna, que abarque la alimentación, el vestido, la vivienda, la salud, la educación, el trabajo… Por eso hemos de ponernos en diálogo con nuestros compañeros del poder económico y llegar a una buena organización de distribución de bienes y recursos.
La fuerza política — O sea que, según su Señoría, empezaríamos por una justicia social ¿no
La autoridad política — A sí es. Después vendría el segundo paso. A la persona le interesa relacionarse armónicamente con sus conciudadanos, por lo que le debemos ofrecer el llegar a una convivencia pacífica y corresponsable, donde el enriquecimiento sea recíproco en un clima de solidaridad y libertad para todos.
La fuerza política — Esto es muy bonito, pero dígame, ¿cómo soluciona los problemas que suelen causar los ciudadanos inadaptados, los insocialmente conformistas, los que causan problemas al bienestar común?
La autoridad política — Pues… entonces… Hay que acudir al poder judicial, que en principio debe ser justo y proceder por encima de prejuicios y cualquier elemento corruptivo.
La fuerza política — ¡Eso es! Aquí entrarían las fuerzas armadas del orden público, la policía y el poder judicial. ¡Duro con ellos!
La autoridad política — ¡Hombre, tampoco se trata de ser agresivos! Pero por desgracia, no estamos en el paraíso, y en todo orden social se requiere del ejercicio del poder judicial, para controlar los desvíos de los ciudadanos que no aceptan las reglas civiles. Aunque yo no lo plantearía como una amenaza pública, sino como una administración de la justicia en el más pacífico de sus manifestaciones. Como un deber social para mantener el orden cívico.
La fuerza política — Está bien. Volvamos a los hechos. ¿Ya ha terminado sus propuestas para cubrir las necesidades de los ciudadanos?
La autoridad política — No, existe un tercer y último nivel, que es el más humanizadora. Se trata de cultivar en la persona los intereses por el desarrollo de los valores que más le dignifica.
Puedes tener una sociedad muy bien alimentada, vestida, cómoda y en buenas relaciones con sus vecinos, si se para aquí tu organización social, habrás alcanzado un estado de bienestar de muy escaso nivel. El hombre es mucho más que eso. Hay que proporcionar al ciudadano la riqueza del arte, poesía, ética, estética… filosofía y religión. Hay que ayudarle con todo esto a cultivar su riqueza interior. Si nos planteamos el colaborar socialmente a su desarrollo integral, tendremos que planear y operar en estos tres niveles. Y si olvidamos este último, habremos atrofiado su parte más genuinamente humana.
La fuerza política — ¡Y yo que me hice político para conseguir poder, prestigio y un buen dominio de la sociedad!
La autoridad política — Pues me temo que se equivocó de carrera. Porque cuando el poder político no está a favor de todos los ciudadanos, se expone a llevar la sociedad hacia el fin de una convivencia civil. Este es el riesgo de la toma de decisiones políticas.
La fuerza política — Si esto es así, ¿Cuál es nuestro poder real de decisión?
La autoridad política — Nuestra capacidad real de decisión debe tener en cuenta siempre el protagonismo de los ciudadanos. De tal manera que las decisiones objetivas estarán en función de las demandas de la sociedad civil.
La fuerza política — O no le he entendido bien o me parece que quiere decir que hay que conducirse haciendo caso a lo que la gente desea o piensa.
La autoridad política — ¿Por qué no? El protagonismo civil acrecienta la participación de la población y si nuestras decisiones tienen que estar al servicio de las necesidades del ciudadano ¿dónde mejor buscar lo que necesitan si no es a través de sus demandas?
Ya estamos en la fase 1 esto no significa que el peligro haya pasado, sino que queremos evitar la ruina económica del país, pues al estar tantos meses sin producción, hay muchas familias que ya no tienen dinero, no pueden mantenerse en casa sin ninguna entrada financiera, incluso las hay que pasan hambre y se necesitan trabajar.
El virus sigue ahí fuera y no podemos relajarnos. Aún estamos a medio camino y el peligro podría aumentar si no somos disciplinados y responsables Debemos de seguir protegiéndonos unos a otros, poniendo el mayor énfasis en el uso de mascarillas, la higiene y la distancia de seguridad. No podemos bajar la guardia. Tampoco sabemos si habrá un rebrote o un virus nuevo. Lo único seguro es que esta pandemia no terminará hasta que no se encuentre una vacuna para atacarla, pero nunca antes.
Lo que está por ver, es qué ocurrirá cuando se abran las puertas del todo. Ojalá, que la humanidad haya reflexionado sobre su modo de estar en el mundo y trate de conquista una mejora para toda la sociedad, incluyendo el reparto y la propiedad compartida de los bienes de la tierra. Este tiempo puede ser una oportunidad y no sólo una gran tragedia, que es lo que lamentamos en estos momentos. La vida se abre paso aun en las circunstancias más difíciles.
Ahora bien, yo estoy convencida de que no habrá un cambio radical estructural, ni social, ni ecológico si no hay un cambio en el modo de entendernos, sentirnos y relacionarnos los seres humanos. Si no conquistáramos personalmente, un profundo cambio radical en nuestro enfoqueante la vida, profundizando en la idea fundamental de la equidad, la justicia, la solidaridad y la acción humanitaria en beneficio de todos.
¿Cómo hacer que esta experiencia se transforme en aprendizaje? Teniendo en cuenta que queremos reflexionar sobre ese cambio social, que alcance las raíces de nuestro ser en nuestro vivir cotidiano, hoy os propongo que asistamos juntos a una exposición de los alumnos de Andrés sobre: Los conceptos de gobierno político, con un equilibrio de los tres poderes públicos: el ejecutivo, el legislativo y el judicial. En él se nos presenta una propuesta social que me parece interesante a tener en cuenta.
Andrés me propuso asistir hoy a un debate que iban a tener sus alumnos de quinto de secundaria sobre “El hombre ante el poder ejecutivo”. Como coincidía con una hora que tengo libre acepté. La verdad es que fue muy interesante.
Prepararon el tema un grupo de doce estudiantes formados por cinco chicas y siete chicos. La presentación fue muy original, medio teatro medio discusión entre dos bandos, los que estaban a favor de crear instituciones de poder regidos por la autoridad moral y justa y los que apoyaban las instituciones que actuaran por el poder del dominio y el uso de la fuerza. El objetivo de todos era presentar los dirigentes más convincentes para crear una sociedad donde reinara el bienestar para todos, una calidad de vida donde el individuo alcanzara una posición digna dentro de su contexto cultural, pero desde puntos de vistas opuestos. La base de este poder constitutivo iría encaminada a fomentar la autodeterminación personal dentro de sus obligaciones sociales.
Con estas premisas de fondo se abrió el debate.
Todos iban caracterizados como correspondía al caso con togas y diferentes tocados según el papel que representaban.
La escena se desarrollaba en un congreso internacional, donde cada personaje se presentaba como prototipo de la institución que representaba, además asistía un moderador que hacía de narrador.
Abrió el debate el narrador que estaba frente a las dos corrientes ideológicas:
— Señores congresistas, nos hemos reunido aquí para discernir sobre los poderes del mundo. Tenemos a los ciudadanos de la historia presente en nuestras manos. De nosotros depende el futuro de la sociedad. Son sus Señorías las instituciones dirigentes, por tanto, las resoluciones últimas de las conductas de todos los ciudadanos están en vuestras propias disposiciones. Para bien o para mal de la humanidad, aquí están sus gobernantes, son sus Señorías el poder del mundo. Y sin más les invito a que se presenten.
Comenzaron hablando los del ala derecha:
— Nosotros representamos la autoridad. Formamos parte de cualquier institución dirigente, induciendo a nuestros ciudadanos a actuar porque nos ven coherentes, con prestigio, dando razones que convencen.
— Así es. Como somos humanistas, y nuestra causa es el bien del hombre, nuestro poder se convierte en autoridad moral.
— Nuestra meta es la calidad de vida, el progreso y el bienestar, de cada uno de nuestros ciudadanos. Ellos lo saben porque trabajamos para no defraudarles.
— No sean ilusos — intervino cortándoles los del ala izquierda — Nosotros somos la fuerza y esto es lo que aquí tiene eficacia, la gente sólo escucha a los que están en el poder, sin preocuparse de los medios que se utilicen para mantenerlos, con tal de saberse beneficiados. Los fuertes somos los que dominaremos la sociedad.
— Estoy de acuerdo. Las razones nadie las escucha. Hay que demostrarles quienes son los más poderosos.
— ¿A caso no somos nosotros los administradores de su bienestar? Pues hay que mantener ese poder a costa de lo que sea.
— Sí. Lo que conviene es convencerlos, atraerlos a nuestro terreno, y los beneficios serán para los que estén de nuestra parte.
— Por supuesto. Aquí se trata de no perder el mando y el dominio de la sociedad.
— Y si llega el caso de que se les olvida donde está el poder, quienes son los que mandan, también tenemos medios para que entren en razones.
— Bueno, bueno, no nos pongamos nerviosos y agresivos. Hay otras maneras más sutiles de convencer a la gente. ¿Por qué la violencia? También existen otros medios de convencerlos, ¿no os parece?
— Es verdad, siempre se me olvida que tenemos entre nuestras filas la fuerza moral, que sabe conquistar a los indecisos ciudadanos con sus artimañas seductoras y engañosas.
— Muchas veces esto basta para convencerlos.
— Está bien — concluyó el narrador— Una vez expuestas las razones de sus argumentos filosóficos, pasemos a debatir sus actuaciones institucionales.
La fuerza física — Bien, permítanme que sea la primera. Actualmente soy tan potente como temida. Prácticamente tengo el mundo en mis manos. El poder de las armas y los recursos bélicos me hacen reinar en los países más poderosos de la tierra y ¡pobre del que se le ocurra llevarme la contraria!
Narrador — Bueno, bueno, no se crea tan potente, pues incluso su Señoría necesita de otros. ¿Quiénes son los que le ayudan a tener tanta seguridad en su fuerza?
La fuerza física — ¡Por supuesto! Yo sería impotente sin la fuerza económica y el poder científico. Todos en esta vida necesitamos apoyarnos en el polémico dinero, pero son las grandes inteligencias de la humanidad las que me van haciendo crecer. Los físicos y químicos con sus sofisticadas armas, los biólogos con los experimentos bacteriológicos… incluso los avances de la genética con su manipulación están a mi favor, ¡ah! Se me olvidaba, también tengo que contar con el campo de la psicología y la sociología como ciencias capaces de orientar las estructuras mentales de las personas. Estas son mis armas más poderosas de este momento histórico.
Narrador —Ya que su Señoría nombró al poder económico ¿Qué dicen sus representantes?
La autoridad económica —Bueno, la economía en principio debe ser una plataforma positiva, puesto que está llamada a hacer un análisis de la realidad para planificar la distribución de los recursos de una manera justa, donde todo esté distribuido equitativamente y a nadie le falte lo necesario.
La fuerza económica — ¡Espere, espere! ¿Dónde ha visto su señoría un sistema económico que se sostenga con los argumentos que aquí se expone? Siempre ha habido y habrá ricos y pobres.
La autoridad económica — ¡Sí, ya sé! Y no sé si esa realidad histórica será posible hacerla desaparecer algún día, pero tenemos que colocarnos siempre a favor del desarrollo y el bienestar de todos los ciudadanos. Nuestro primer cometido ha de ser la justa redistribución de la riqueza producida y, sin embargo, nuestra mayor vergüenza es la enorme diferencia que existe entre ricos y pobres, cuando se sabe que los recursos pueden llegar para todos.
La fuerza económica— ¡Anda tú! Lo importante para mantener nuestro estatus económico es el trabajo, la producción, el consumo, el aumento de capitales. Las grandes empresas bien saben de eso, de ahí, que se hable de las multinacionales e incluso de la globalización del mercado.
La autoridad económica — Si, ya veo por donde va. Pero esto puede ser un arma de doble filos, pues el instigar al consumo y las motivaciones del aumento del capital sólo favorece a los que ya se abastecen económicamente, pero ¿qué oportunidades damos a los menesterosos de cambiar su situación?
La fuerza económica — ¿No será que los hay muy flojos? El secreto de nuestro poder consiste en el saber cómo motivar y crear nuevas necesidades en el hombre para que siga consumiendo, para que no se tenga más remedio que seguir produciendo y así, aumentar la riqueza con el producto de las ventas.
La autoridad económica — ¿Y su Señoría crees que va a ser fácil triunfar en los países que carecen de poder adquisitivo con esa filosofía consumista? A mí esto me suena a explotación económica y esto no cuadra con mis principios.
íLa fuerza económica — No se preocupe, con tal de tener como los otros, siempre caen en la tentación de comprar, aun los que no pueden permitirselo. Todo es cuestión de tener a nuestro servicio un buen “marketing” que estudie los intereses del individuo y desde ahí imponer las reglas de producción y mercado.
La autoridad económica — ¿No sería interesante probar la rentabilidad que puede proporcionar el resolver los grandes problemas de la escasez de los pueblos, distribuyendo los recursos que de hecho nos ofrece la Naturaleza, en vez ignorar o explotar a los menos favorecidos? Además, si hay para todos, ¿dónde está la justicia social? Yo pienso que nuestro cometido ha de ser el garantizar para todo, el acceso a la adquisición de los recursos de producción. Los bienes de la Tierra pertenecen a todos y no sólo a unos cuantos que se han tomado el título de privilegiados.
La fuerza económica — Mire, a mí lo que me interesa es pegarme donde hay sólidas y seguras finanzas y a la garantía de dinero fácil. Yo he nacido para vivir en la abundancia y no para perderme en negocios de poca monta. Eso se lo dejo para los de pocas ambiciones.
La autoridad económica — Está bien, ese es su punto de vista. Pero no puede olvidar que jugamos un papel muy importante en la satisfacción de las necesidades primarias de todos los hombres y no sólo de las de unos pocos, que son precisamente los únicos que su Señoría parece favorecer.
La fuerza económica — ¡No sea iluso! También estoy en los económicamente débiles. ¿No ve que he montado un buen negocio con eso del consumo y todos quieren disfrutar de los bienes materiales aun por encima de sus posibilidades?
La autoridad económica — ¿Y qué me dice de los 800 millones de hombres que pasan hambre, pobreza, subdesarrollo… son también sus clientes hoy día?
La fuerza económica — ¡Está bien, está bien! ¡No me maree más! Estoy de acuerdo con que mi sistema económico no es el más perfecto, pero me lo he montado con tanta eficacia y comodidad que no puedo pensar en renunciar a ninguno de mis poderes adquiridos. Por el momento no me convence ninguna de las otras alternativas que se me presentan. Tengan en cuenta que las gigantescas multinacionales operan realmente en la trastienda de la marcha de nuestros gobiernos.
La autoridad económica — Esta es mi mayor preocupación, por eso quisiera desde aquí hacer una llamada colectiva, hacia una reflexión conjunta sobre el tema. Yo sugiero que se podría empezar por una revisión del objetivo sobre el aumento desproporcionado de la distribución de la producción y el instinto compulsivo por consumir sin juicio y sin medida, lo que lleva al individuo a crearse necesidades de lo que en realidad es un valor superfluo.
Si miramos a nuestro presente, hemos de reconocer que el sistema que gobierna el mundo en estos momentos no se puede calificar como modélico de humanidad solidaria, ya que conduce a una minoría de privilegiados a un bienestar desequilibrado y deshumanizador, y arruina gravemente la vida de muchas personas, conduciéndolas a ser cada vez más pobres y vulnerables. Las profundas injusticias de nuestras sociedades no hacen viable el objetivo del bien común de la humanidad y por este camino nunca conseguiremos hacer de nuestra Tierra la casa saludable y próspera para todos.
¿Quién es más que quién? ¿Qué tipo de mundo queremos dejar a nuestros niños? ¿Cómo podemos colaborar a la construcción de una historia distinta? Esta situación pide un esfuerzo conjunto que apela a nuestros mejores valores comunitarios.
Necesitamos, si de verdad queremos salir adelante, hacer de este mundo un lugar mejor para el bienestar de todos, colaborando en lo cotidiano para que sea realidad el bien común. Para que juntos construyamos un futuro más justo y sostenible. Da igual quien gobierne, si no cambiamos nuestra actitud y empezamos cada uno a poner lo mejor de nuestro a ser, los valores y dones recibidos en favor de la causa común, terminaremos destruyendo esta humanidad que se nos ha dado para desarrollarla con amor. Es verdad que todos somos llamados a esta tarea, pero no todos saben o quieren comprometerse en este proyecto existencial.
Si te das una vuelta por mi blog, verás que describo a un colectivo humano que prácticamente se ha tomado en serio esta tarea. Hoy voy a trasmitirte una conversación que espero enriquecerá lo que ya vengo comentando.
Me parece que nos estamos acercando al centro de las motivaciones existenciales de esta gente. Hace unos días volvía por la tarde del colegio, cuando me encontré con Dña. María, la madre de Marta; iba yo a coger el ascensor cuando me llamó y me invitó a tomar un café. Yo, sin más urgencia que hacer, acepté, pues me apetecía tener la oportunidad de charlar con alguien de su experiencia.
—Hay una cosa que me viene a la cabeza desde que estoy aquí y cuando más voy conociendo más me preocupo.
—¿De qué se trata?
—Pues verá. Yo quiero saber cómo ven los de fuera todo esto que aquí vivís.
—¿Los de fuera? … ¿Qué quiere decir?
—Bueno, que quiero saber qué dicen de este modo de vivir las personas que no pertenecen a este grupo.
—¡Ah, ya! Pues mira, hay de todo. A veces les parece que obramos bien, pero no siempre. Eso de luchar por los derechos de los demás, el denunciar las injusticias, el poner en evidencia los intereses egoístas de los poderosos que explotan a los pobres sin voz… en fin, todas estas cosas, como comprenderás, no pueden agradar a los que se ven acusados. Es natural que estas denuncias les resulten incómodas. Por eso se tropieza con muchas dificultades y riesgos.
—Ya veo.
—Hay que obrar con mucha cautela y tacto en estos casos, pues sin duda hemos de reconocer que se necesita mucho valor para enfrentarse a ciertas situaciones, pero no por eso se puede dejar de hacer lo que en conciencia se cree que es un deber de todo hombre de buena voluntad.
—Sí, pienso que no siempre es fácil. Pero también hay gente que lo ve bien ¿no?
—¡Por supuesto! Gracias a Dios, también las hay. Y suelen ser las personas más sanas. Algunas lo aprueban, pero no quieren comprometerse, nos miran desde lejos y nos aplauden, pero nada más. Otras prometen, pero luego se desentienden o lo van posponiendo. Pero también las hay que nos acogen con agrado, nos ayudan e incluso se unen implicándose de por vida en esta causa.
—¡Qué bien!
—Sí. Poco a poco nos van conociendo y se va ganando terreno, pues nuestro empeño, no es ni más ni menos, que el de cualquier persona que vive incómoda entre una ciudadanía insolidaria y le gustaría construir una historia distinta, donde todos los hombres y mujeres se vean tratados con justicia y dignidad dentro de una sociedad libremente democrática.
Hizo una pausa para beber un sorbo de té y prosiguió:
—Por eso, la gente nos respeta y se admiran de nuestra forma de vivir, pero no todos nos comprenden y a veces nos encontramos ante puertas cerradas o gestos despectivos, cuando no agresivos.
—¿No tenéis enemigos? Quiero decir ¿gente que no esté de acuerdo y os haga mal?
—¿Qué sociedad no los tiene? Pero como nuestro empeño es construir la justicia con las armas de la paz, intentamos no enfrentarnos con los que nos provocan.
—¿Por qué si todo parece tan positivo os atacan?
—Pienso que porque somos una denuncia a su modo negativo de actuar. Además, tienes que tener en cuenta que no siempre nos salen las cosas bien, pues somos humanos y aunque tratamos de ir conquistando terreno al mal que hay dentro de nosotros, no siempre se ganan las batallas inmediatas. Esto es una lucha de por vida, por lo que tenemos que ser humildes y contar con nuestros fallos personales y comunitarios y esto puede dar pie a tergiversaciones, malentendidos o inclusos ataques.
—¿Y cómo se castiga al que obra mal?
—Bueno, ya te he dicho que nuestra revolución es pacifista por tanto cuando alguien comete un delito, preferimos negociar la reconciliación por medio de un diálogo en el que está, por nuestra parte, asegurado el perdón.
—Entonces ¿nunca usan castigo?
—Nunca. ¿Te sorprende?
—Pues sí.
—Mira, perdonar desde lo más profundo, es un acto que está ligado al amor gratuito. Como humanos aquí también nos enfrentamos con el mal. Hay que saber reconocerlo para corregirlo, pero la experiencia nos va enseñando que nunca se puede llegar a una aceptación de las debilidades y fallos del otro si no aceptamos el ser tan frágil nosotros mismos, como los demás. Al ponerte a censurar los errores ajenos, es muy sano empezar por reconocer tu propia realidad, ponerte en lugar de él, preguntarte cómo verías la situación si tú fueras el acusado, así seguro que serás más benévolo y misericordioso ante las equivocaciones del otro. Por eso, para restaurar la convivencia empezamos por intentar limpiar en nuestro interior todo el resentimiento que nos han producido los daños causados por el hermano que trato de perdonar, entonces es cuando estamos preparados para denunciar el mal y declarar sentencia sin rechazar a su autor.
—Todo esto es extraño. Yo sigo pensando que el delincuente debe pagar con el castigo.
—Quizás eso saldrá bien con los animales que no razonan, pero creemos que las personas son capaces de llegar a descubrir sus fallos y enmendarse si alcanzan a ver el mal en sí mismo, hemos de darles una segunda oportunidad a pesar del riesgo de que, como humano que es, vuelva a caer.
—Sí, veo que ese riesgo existe.
—De todas las maneras, aunque puede haber otros métodos más satisfactorios a corto plazo, preferimos correr el riesgo y embarcarnos en el camino del perdón como única vía de la reconciliación fraterna. El arrepentimiento y la rehabilitación del que ha delinquido, nos parece que tiene que estar conectada con la auténtica acogida del perdón, sin pasar nunca factura. Te aseguro que los resultados son buenos e incluso en ocasiones mejor que los que conocemos por otros métodos penitenciales.
—Esto rompe todos mis esquemas judiciales.
—Tal vez, pero cuando tengas detrás una buena carga de experiencia de vida vivida con más o menos cicatrices, espero que puedas llegar a desmitizar muchos esquemas.
—Eso espero.
—Mira, los años me han enseñado que la sabiduría no está en el castigo ni en la humillación del delincuente, sino en su profunda conciencia de rehabilitación y arrepentimiento. Así que ¿por qué actuar con dominio autoritario y violencia cuando lo que se busca es una reconciliación con la sociedad?
—Y ¿qué pasa cuando vuestros métodos fallan?
—Nunca se puede olvidar que el trigo y la mala hierba crecen juntos en nuestro interior, y que hay que intentar por todos los medios que triunfe el bien, pero no siempre se consigue, ahí está en juego la propia libertad, y entonces lo único que nos queda es condenar la falta, pero nunca al sujeto
—Ud. que es una persona de más edad, ¿cree que vale la pena? ¿Tiene esto futuro?
—Para serte sincera te diré que estoy contenta de cómo va saliendo este proyecto. Año tras año veo madurar a esta gente y eso me hace crecer en confianza, a pesar de las incoherencias personales. Veo que tiempos mejores están brotando entre nosotros y te lo dice alguien que ha vivido lo suficiente como para poder dar un juicio que sólo los años pueden dar. Es verdad que la sociedad cambia, pero hemos de estar atentos, para dar respuestas nuevas ante las nuevas situaciones.
—¿Cuáles son los mayores enemigos?
—Yo te lo resumiría diciendo que es la maldad que hay en el interior del hombre. La ambición, el deseo de poder y dominio, el vivir para acumular riqueza, poder o prestigio. Sobre todo, el egoísmo y la soberbia. Son estos los antivalores que van debilitando cualquier desarrollo social. Son gestos que ahogan el crecimiento de la buena semilla que hay en todo ser humano.
—Y ¿se avanza?
—Por lo menos se intenta. Pero yo te diría confidencialmente que hay muchas personas que han alcanzado una madurez humana increíble. Esto supone el vivir la verdadera dimensión del hombre libre. Libre de todas las presiones sociales que esclavizan, libres para poner todos sus valores, toda su riqueza personal, al servicio de esta sociedad que entre todos queremos ir construyendo. Aunque para ello se tenga que pasar por renuncias personales.
Creo que hay que tomarse la vida en serio siendo responsable de nuestros actos, asumiendo lo que hemos hecho mal hasta hoy y modificando nuestras actitudes para colaborar en construir un futuro mejor para el conjunto de los humanos. Porque con cada pequeño acto individual se refuerza la unidad de la sociedad, siendo más justos, menos egoístas y más solidarios con todo el mundo colaboramos a establecer el bien común de toda la humanidad, comenzando por los que tratamos cotidianamente.
Pienso que estos momentos extraordinarios que estamos viviendo, pueden ser la puerta de un tiempo nuevo. Muchas cosas pueden cambiar. Pero ten la certeza de que la vida nos está haciendo una nueva propuesta en el quehacer rutinario. ¿Sabremos entenderla? ¿Creemos que un mundo mejor es posible?
Nuestra ingenuidad de que el mundo lo controlábamos los humanos se ha deshecho en unos días. El virus nos está enseñando que todos pertenecemos a la misma especie, todos somos SERES FRÁGILES QUE DEPENDEMOS DE UN ESFUERZO COMÚN PARA SOBREVIVIR.
Lo estuve pensado, y es evidente que habrá distintas respuestas ante esta situación, cada uno saldremos de ella con criterios y propósitos muy heterogéneos, pero sin duda siempre podemos tomar una u otra postura. Habrá quien está esperando que todo esto pase para volver a su vida anterior, sin que estos días les marque como oportunidad existencial, pero también creo que habrá un grupo de la gente que sacará algo de esto, que le ayude a crecer como persona. De verdad, ¿quieres salir de todo esto igual que como entraste? Yo me niego.
Aunque nos sacuda el cansancio por lo que ha supuesto el Covi-19, de confinamiento, de miedo, de alarma, de enfermedades y muertes, de soledad, de precariedad económica, de paro y hambre… creo que hemos de sentarnos seriamente para comprender qué luz voy a escoger para mi vida; en mi proceder diario. ¿Qué luz quiero que ilumine mis pasos?
Quiero ser de las personas que se apuntan a reflexionar y meditar para descubrir cómo podemos contribuir a aprender a vivir de manera más humana y solidaria después de esta pandemia
Y para ello te voy a invitar a leer el capítulo 18 de la novela “La esperanza del cambio”
Después de terminar las actividades de la tarde en el club, he estado charlando con Andrés en su despacho. Tenía una lista muy larga de interrogantes desde mi asistencia a su clase y pretendía que él me las aclarara.
—Me gusta que me expliques, eso que llamáis los deberes que tiene una ciudadanía responsable.
—Bueno, yo creo que la persona tiene que sentirse y actuar como parte constructiva de la sociedad donde vive, y nadie puede privarle de este derecho, ni ella misma debe evadirse de esa responsabilidad.
—Entonces, ¿tú apoyas eso que todas personas tienen su papel sociopolítico en la historia?
—Si, así es. Pienso que nadie se puede quejar de estar viviendo en una sociedad que no es de su agrado, si no intenta poner los medios para transformarla, si no trata al menos de mejorarla participando, como un ciudadano con responsabilidad.
—¿Crees esto fácil?
—No, no lo es. Pero las lamentaciones y quejas sin hacer un intento por ayudar no llevan a la solución de las situaciones incómodas. Esa postura pasiva son quejas estériles que terminan por engendrar pesimismo y desaliento o en el peor de los casos una indiferencia, pasotismo y aburrimiento ante la causa social, y no conducen a nada bueno.
—¿Tú crees en democracia?
—Como te decía, estoy convencido de que todo hombre tiene derecho a participar libremente en su bienestar social, y este es el principio fundamental de todo sistema democrático, la participación de todos los ciudadanos, colaborando en el perfeccionamiento del desarrollo cívico más inmediato, donde el bien de todos se ha de construir con la cooperación de cada uno.
—¿Cómo me explicas esto?
—Pues mira, en la medida en que vayamos profundizando en el valor de la auténtica democracia, no sólo a la hora de dar nuestro voto sino también a lo largo de los periodos legislativos, dando nuestras opiniones, conocimientos, apoyos y recursos al servicio del enriquecimiento de los programas políticos, estaremos actuando como ciudadanos democráticamente responsables.
—Y entonces, ¿tú crees que este es el camino de modelo de sociedad que propone la auténtica democracia?
—Si, un camino donde los dirigentes políticos ejercerán su mandato compartido con la aportación ciudadana, siempre a favor del bien común.
—¿No es esto mucho arriesgado para los políticos?
—Pues si, pero si están de verdad por hacer un servicio a la comunidad, escucharán las demandas de cualquier ciudadano. Pero por desgracia no siempre es así, y son muchos los que buscan el puesto como plataforma de poder y enriquecimiento personal aun basándose en intriga y corrupciones de todo tipo.
—¡Esto es muy malo! ¿Es esta la causa de problemas de gobierno democrático?
—No exclusivamente del sistema democrático, pues puede ser un mal en cualquier sistema político, pero en todo caso siempre hemos de luchar por mejorar nuestros gobiernos si queremos avanzar en la construcción de una historia progresista, justa y más humana.
—Ya entiendo.
—De todas las maneras, yo soy optimista y tengo esperanza en el cambio y el progreso. Todo diálogo político que promueva acciones de avance y mejoras ciudadanas han de ser apoyados y favorecidos.
—¿Es clasista vuestra sociedad?
—¡Por supuesto que sí! La situación social en la que vivimos está cimentada en el tener y no en el ser. Por eso funcionamos entre las categorías de los ricos, inteligentes, poderosos… El que tiene dinero, poder, capacidad intelectual… es el que triunfa, aunque esto lo haya adquirido de una manera poco honesta, y así no construimos positivamente el bienestar de todos, puesto que el que carece de esas cosas, a veces por no querer pactar con ciertos valores, éste se puede encontrar marginado o sencillamente quizás nunca alcance a ser influyente en la sociedad. Pues, aunque en teoría se afirme que todos somos iguales y tenemos los mismos derechos, en la práctica sabemos que no es verdad, y que en ocasiones se llega a violar los principios más elementales de los derechos humanos, por mucho que se diga que la democracia está a favor de estos principios.
—¿Y cuál es vuestra propuesta?
—Sin duda, el ir sensibilizando a los ciudadanos del deber de construir otra realidad social, siendo conscientes de sus obligaciones cívicas, contribuyendo en la cooperación solidaria, a fin de que todos disfruten de una aceptable calidad de vida, al menos con sus necesidades más elementales cubiertas
—¿Tú crees que mejoráis el futuro?
—¡Por supuesto! Ya te he dicho que la solución está en no lamentarnos inútilmente sino en ayudar al cambio para mejorar. Es verdad que la meta es muy ambiciosa, pero creo que al final el bien va a triunfar, y si nos juntamos los que tenemos esta esperanza, y trabajamos por el bien común algo conseguiremos ¿no te parece?
—Puede ser…
—Por mi parte no quisiera pasar por la historia sin haber puesto mi grano de arena para lograrlo. Porque esto es urgente. Si, urge que nos comprometamos socialmente si queremos de verdad que suenen voces que proclamen la justicia, la solidaridad, la participación responsable… Este ha de ser nuestro empeño, ir buscando hacer el bien junto a las personas que tengan estas mismas inquietudes.
—¿Es así donde terminará la pobreza?
—Este es un tema muy complejo. Como ya te he dicho, espero que algún día caigamos en la cuenta de que todos tenemos derecho a tener cubiertas las necesidades más básicas, cosa que aún no es una realidad.
—¿Y tú dices que la democracia es el camino?
—Bueno, es uno de los caminos, supongo que habrá otros, pero cualquiera que busque el desarrollo pleno de la humanidad, ha de optar por colaborar activamente en la construcción de un orden social acorde con las exigencias del bien común y de la distribución equitativa de los bienes del planeta.
—Esto me suena a… ¿cómo se dice… utopía?
—Quizás te parezca una meta inalcanzable, pero sabemos hasta dónde pueden llegar nuestras fuerzas y no por eso nos acobardamos ni renunciamos a la lucha.
—¿Cómo me explicas de los países donde los gobernantes buscan su bien económico propio o sólo gobiernan para mandar y dominar?
—Eso es parte de lo que te he comentado. Cuando el poder político está en manos de desaprensivos que sólo tienen miedo de perder su plataforma de poder y dominio, su cómoda existencia y su alta posición social, sin meterse en el tema de la solidaridad apoyando el bienestar de todos los ciudadanos, asistimos al descrédito y al propio suicidio de las instituciones políticas.
—¿Tú crees esto?
—Estoy completamente seguro de que el pueblo tarde o temprano se levantaría contra los que así abusan de su poder. Los gobernantes tendrían que plantearse su situación y saber que esto los llevaría a ser los primeros en perder sus privilegios. ¿No te parece?
—Si, me temo tienes razón. ¿Cómo van a responder a las necesidades más urgentes de los ciudadanos, si con esto no se benefician, sino que tienen que renunciar de lo suyo para todos?
—Veo que lo vas captando. Además, hay otro problema que es el que surge en los países donde se pone como meta la producción a consta de la explotación de los propios trabajadores.
—Si, algo leo de esto en una crítica de la sociedad de consumo.
—Son planteamientos económicos que no miran en absoluto la dignidad de la persona. Las fuerzas laborales están organizadas para obtener el máximo beneficio sin tener en cuenta las condiciones de vida de los trabajadores, que son al fin y al cabo los que hacen progresar la economía con sus esfuerzos y sudores. La persona es explotada y sólo se le mira como un instrumento más de la productividad.
—Y así sólo se enriquecen los jefes ¿verdad?
—Así es. Los beneficios del desarrollo económico siguen estando en manos de unos cuantos poderosos que mueven los hilos de toda la producción.
—Ya veo.
—Por eso es urgente hacer propuestas alternativas desde la base para cambiar el sistema, poniendo en primer eslabón en el respeto a todas y cada una de las personas que la forman.
—¿Y cuál es tu propuesta?
—Pues verás, tenemos un programa de orientación ciudadana, en el que se informa a la gente de sus auténticos derechos. También es muy importante la educación de los valores para ir tomando conciencia de que las relaciones humanas tienen como base la igualdad, aboliendo toda forma de explotación y discriminación y por último nos interesamos por la formación de conciencias rectas, honradas, íntegras, que no se dejan embaucar por la injusticia, la inmoralidad de los ambientes que buscan el engaño y el fraude social.
—Esto suena muy interesante.
—Así es. Yo creo que es el camino por el que se podría llegar a construir una sociedad donde se respete al ser humano en toda su dignidad. Cuando el ciudadano conoce sus derechos y los exige, la autoridad ejecutiva no le queda otra alternativa que actuar en favor de esas voces.
Yo pienso como Andrés, por eso me niego a salir de esta experiencia igual que entré, creo que Dios nos da una nueva oportunidad para reflexionar sobre nuestra respuesta ciudadana. No es fácil, pero no hemos de dejar de luchar y trabajar para colaborar con responsabilidad en el cuidado del desarrollo de nuestra aldea común.
Espero que muchas cosas cambien, pero nunca nos podemos situar como meros espectadores del devenir de la Historia, somos sus protagonistas
En un momento en el que dos de las potencias mundiales China y Estados Unidos estaban en guerra por ser la mayor economía del mundo, llega un virus que los pone de rodillas y nos manda a todos a un confinamiento obligatorio. El virus no respeta muros, ni entiende de clases sociales afecta a todo el mundo sin preferencias. De repente todo pierde valor y fuerza frente a este enemigo común y nos sitúa desnudos ante nuestra debilidad humana.
Hay gente que se pregunta ¿Dónde está Dios en todo esto? ¿Cómo descubrir su presencia hoy, en la historia presente?
“Vosotros seréis mis testigos”.
A través de nosotros, él quiere actuar. Esta es la buena noticia, que Él está aquí y nos pide que demos testimonio de su presencia. Tenemos que sabernos sus manos, sus pies, su corazón… para que el mundo crea que hoy sigue actuando. Tenemos que ser coherentes con lo que hacemos, poner nuestras capacidades y talento, nuestra imaginación y creatividad, nuestra inteligencia y energía a su servicio, todo esto hecho por amor, pues “solo el Amor es digno de Fe”, sólo así seremos creíbles.
Hoy me atrevo a presentaros la propuesta de Andrés a sus alumnos, quizás a alguien le parezca interesante.
—Busquemos por tanto el reino y su justo crecimiento y todo lo demás hay que saberlo relativizar, colocándolo en el lugar que le corresponde en la escala de valores que constituyen los peldaños para conquistar ese reino. Recordad que hemos de pasar por la historia como elegidos y amados que somos, llamados a ir haciendo realidad el proyecto de S. H., su Reino, y que no es otro que ir sembrando para que crezca la familia de Dios, porque su reino no es de gobernadores y súbditos sino de una familia donde todos se aman sirviendo y atendiendo las necesidades de los hermanos.
—A mí siempre me llama la atención cuando hablas de que somos elegidos. ¿Acaso no hemos sido llamados, toda la humanidad, a ser ciudadanos del reino?
—Por supuesto. Todos somos llamados, pero no todos son conscientes de esta realidad. Y los que hemos tenido la gracia de caer en la cuenta de esta misión no podemos despreciarla o tratar de ignorarla. A eso me refiero al decir que somos elegidos, mejor sería decir que somos conscientes de la elección.
—Es verdad que no todos responden, pero, así y todo, no me negarás que se necesita mucho coraje y mucha confianza en la ayuda del Señor para no flaquear en los momentos difíciles.
—Así es. Y sólo los que lo intentan con constancia lo consiguen. Aunque tenéis que ser realistas, porque esto es tarea de toda la vida, y el enemigo es muy astuto y busca los puntos más débiles para atacar, pero tened ánimo, el amor de Dios puede convertir nuestra debilidad en fortaleza y si estamos llenos de estas inquietudes, nuestras palabras y nuestras obras nos han de delatar, pues de la abundancia del corazón habla la boca.
—¡Esto suena a utopía!
—Yo diría más bien a mucha tarea por hacer. Todo esto no pueden ser sólo palabras bonitas, hay que cambiar el corazón para poder aceptar a todos como hermanos y desearles lo mejor. Claro que no es fácil y por supuesto que no se consigue a fuerza de puños. Pues nuestro hombre egoísta, que reina en el interior de cada uno, lucha por situarse en el puesto que tratamos de arrebatarle.
—Entonces, ¿qué nos recomiendas?
—Trabajar dando paso en nosotros al amor que se nos ha dado y que va desarrollando en nuestro ser, una nueva criatura digna de poder derramar ese amor en los demás. Este es el único camino, así conseguiremos poco a poco ganarle las batallas de esta guerra interior a nuestro cruel enemigo. Se trata pues, de ser valientes y colaborar para que triunfe el bien, con las armas de ese hombre nuevo. Armas de paz, gratuidad, comprensión, acogida, generosidad… En fin, es un ir creando en nosotros un estilo de vida propio de los discípulos del Señor, y solo desde ahí, el mundo podrá ir caminando por sendas donde no crezca la cizaña del egoísmo y la insolidaridad.
—No sé… Hablas con una firmeza y seguridad, que parece como si para ti todo esto resultara muy fácil.
—¡Por supuesto que no lo es! ¿Qué te crees que a mí no me cuesta?, Llevo ya muchos años en esta empresa y a fuerza de ganar y perder batallas voy conquistando terreno al bien que hay en mí y debilitando mi mal. ¿Cómo? buscando las fuerzas en la oración y en la ayuda de los hermanos. Si conseguimos una comunidad que se aviva por la oración y la ayuda mutua, sin duda que conseguiremos nuestra meta. No podemos olvidar que todos nos complementamos y es muy sano sabernos necesarios y necesitados, formando un todo con los demás.
—¿Y qué pasa cuando no te lo agradecen o te interpretan mal?
—Ya os he dicho en otras ocasiones que esto es gratuito. Quiero decir que no podéis actuar según la reacción del beneficiario, esto ni se cobra ni se paga, es otra cosa, no podemos pretender alcanzar seguridades externas o buscar un reconocimiento y mucho menos actuar por ganarnos el prestigio de los otros.
—Pero supongo que, si te mueves entre personas sensatas, pronto te sabrán reconocer.
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—Puede ser, pero no olvides que la envidia es muy sutil y uno de los enemigos más ocultos del ser humano, incluso entre los que se esfuerzan por ser buenos. Pero, aunque esto suceda, no podemos abandonar. Por eso mi empeño en meteros estos fundamentos muy dentro, para que no os sorprenda el mal y sepáis como enfrentaros a él.
—¿Cómo?
—Os lo repito, con la fuerza de vuestra vida interior y la ayuda de un buen consejo fraterno. En cuanto a la relación con los demás, hay que procurar, ir sembrando a nuestro paso gestos de respeto, comprensión, justicia, solidaridad… Que la gente se sienta feliz al compartir con nosotros el esfuerzo cotidiano. Os aseguro que no hay un camino más fácil de ser feliz que empeñarse en hacer felices a los que están con nosotros codo a codo.
—Tienes razón. Y yo creo que poco a poco vamos entrando en esta dinámica que nos propones. ¿Verdad?
—Estoy seguro de que así es. Y no olvidéis que el gran éxito lo conseguiremos cuando tratemos de estar junto al que más lo necesita, para remediarle, o al menos, para darle el consuelo de compartir en compañía solidaria. Os aseguro que no hay mayor dolor que sufrir en solitario, pero todo esto se puede superar en la medida en que aprendáis a vivir desde lo más profundo de vuestro ser. Bueno, dejamos aquí este tema, pues ya es la hora de ir terminando.
Siempre hay algo bueno en el mundo por lo que vales la pena luchar