MÁS ALLÁ DE LA VIDA

En este mes de noviembre, quiero compartir contigo mis reflexiones existencialistas sobre el fin de esta vida, y qué mejor que hacerlo a través de estos personajes, fruto de mis consideraciones más íntimas.

—Cada ser humano adulto es responsable de su destino actual y futuro. El hombre, y por supuesto la mujer, son seres inmortales; estamos hechos para la eternidad, por eso nuestro afán de liberarnos de las limitaciones físicas y temporales, pues en nuestro fuero interno luchamos por conquistar la libertad me­tafísica. Pero eso sólo se alcanza en plenitud con la muerte física.

Esto quiere decir que para ti la muerte es la liberación de las limitaciones humanas. ¿Entendido bien?

—Perfectamente. Yo creo que estamos aquí de paso. Vamos haciendo el camino personal que nos ha sido encomendado a cada uno, para llegar a alcanzar la libertad plena al término de nuestro recorrido terreno. Sólo luego, al final de esta etapa exis­tencial, seremos capaces de poseer en plenitud eso que tanto an­helamos en esta vida. Será entonces cuando, libres de toda atadu­ra y limitación, veremos colmadas nuestras ansias de perfección.

Esto es mirar la vida con otro sentido.

—Pues sí. Ya te he dicho que para nosotros esta vida no tiene la última palabra, es un caminar, más o menos acertados, más o menos convencidos, hacia una meta final. La auténtica vida, por la que vale la pena jugarse todo, está en la otra orilla, al final, después de la muerte.

Todo esto tengo que estudiarlo. Nunca yo pienso así.

—Tal vez no estás tan lejos de entender como crees, pero si nunca te has parado a pensar en este tema, te sugiero que no lo dejes ignorado en tu interior, pues ahí está el sentido auténtico de la existencia humana.

Yo pensé que con la muerte todo se acaba.

—¡Pobre de nosotros si no vivimos con la mirada más allá de la vida terrena!

 —Entonces, ¿qué es en realidad la muerte? ¿Qué sentido tiene el sufrimiento?

—Indudablemente, para los que no esperan una existencia eterna más allá de esta vida, donde la felicidad será plena, el vivir terreno es tremendamente absurdo cuando constatamos que hay más eventos negativos que dichosos. Y como te vengo diciendo, ni alcanzan la felicidad aquí, ni confían en poderla alcanzar después.

Si esto es así, mejor es morir que seguir vivo ¿no?

—Es curioso, el que no tiene fe en un más allá, es el que más pronto se cansa de vivir e intenta cortar por lo sano deseándo­se o procurándose la muerte. El suicida, no es precisamente el hombre que busca su bien después de la muerte, busca tan sólo librarse del mal presente que le abruma. La persona que vive una existencia de esperanza en una felicidad eterna sabe que primero tiene que permanecer aquí el tiempo necesario para ir entrenán­dose en amar y así estar a punto para captar la auténtica dicha.

¿Y la muerte de los niños? ¿Qué tiempo tienen de entrenar?

—Humanamente se nos parte el corazón cuando un ser que­rido que acaba de llegar a este mundo nos abandona, sin poder disfrutar de los buenos momentos de esta vida, pero, mirándolo con los ojos de la fe, ¿no son acaso los primeros bienaventurados? ¿Los privilegiadamente escogidos? ¿Los que no han manchado sus túnicas con el barro de esta vida? Ellos disfrutan de la felici­dad eterna, sin haber pasado por la experiencia de lo negativo de nuestra existencia, sin haber padecido el sufrimiento y el dolor que tanto nos abruma y deprime. Pero de todas las maneras, no deja de ser un misterio que va más allá de nuestras categorías existenciales.

¿Por qué tienes esa certeza?

—Mira, aunque no creyera por la fe en la revelación, si te paras a pensar en el instinto de conservación, en los sueños de eternidad, si piensas que en este mundo es difícil la justicia… todo esto te hace vivir con la esperanza de un más allá donde celebremos eternamente nuestros anhelos.

Entonces, ¿con la muerte todo no acaba?

—Si te refieres a la experiencia material, a este cuerpo de carne, tal cual es, sí que se acaba. Nuestro cuerpo nos permite mover­nos en esta vida, pero llegado al final de esta etapa habremos de dejarlo. La materia es necesaria para la existencia en este mundo de las formas, pero fuera de este entorno ya no sirve, por eso se transforma, como el gusano que se convierte en mariposa, deja su crisálida, pero es ella misma. La vida fluye como una sucesión de misteriosas transformaciones. Y en el fondo la vida y la muerte no son más que un proceso de mutación.

Me parece que me estoy enterando.

—Me alegro de que vayas cogiendo la idea. Pues hemos de vivir con intensidad cada momento de nuestra existencia terrena, aman­do y disfrutando de todo lo que la vida nos pone en el camino sin temor de concluirlo, porque al final nos espera otra dimensión donde habremos transcendido las fronteras de nuestras limitacio­nes. Pero para los creyentes en el Señor, en ese nuevo estado nos convertimos en ciudadanos de pleno derecho de su Reino.

Sí, ya he oído sobre ese Reino. Dime ¿de qué reino habláis?

—Bueno esta lección te la contaré otro día.