LA VUELTA DEL HIJO 11a

Tengo pendiente por contarte algo muy interesante que completa mi conversación con Sara y Marta. Me parece que nos estamos acercando al centro de las motivaciones existenciales de esta gente. Hace unos días volvía por la tarde del colegio, cuando me encontré con Dña. María, la madre de Marta; iba yo a coger el ascensor cuando me llamó y me invitó a tomar un café. Yo, sin más urgencia que hacer, acepté, pues me apetecía tener la oportunidad de charlar con alguien de su experiencia

Hay una cosa que me viene a la cabeza desde que estoy aquí y cuando más voy conociendo más me preocupo.

—¿De qué se trata?

Pues verá. Yo quiero saber cómo ven los de fuera todo esto que aquí vivís.

—¿Los de fuera? … ¿Qué quiere decir?

Bueno, que quiero saber qué dicen de este modo de vivir las personas que no pertenecen a este grupo.

—¡Ah, ya! Pues mira, hay de todo. A veces les parece que obramos bien, pero no siempre. Eso de luchar por los derechos de los demás, el denunciar las injusticias, el poner en evidencia los intereses egoístas de los poderosos que explotan a los pobres sin voz… en fin, todas estas cosas, como comprenderás, no pueden agradar a los que se ven acusados. Es natural que estas denuncias les resulten incómodas. Por eso se tropieza con muchas dificultades y riesgos.

Ya veo.

—Hay que obrar con mucha cautela y tacto en estos casos, pues sin duda hemos de reconocer que se necesita mucho valor para enfrentarse a ciertas situaciones, pero no por eso se puede dejar de hacer lo que en conciencia se cree que es un deber de todo hombre de buena voluntad.

Sí, pienso que no siempre es fácil. Pero también hay gente que lo ve bien ¿no?

—¡Por supuesto! Gracias a Dios, también las hay. Y suelen ser las personas más sanas. Algunas lo aprueban, pero no quieren comprometerse, nos miran desde lejos y nos aplauden, pero nada más. Otras prometen, pero luego se desentienden o lo van posponiendo. Pero también las hay que nos acogen con agrado, nos ayudan e incluso se unen implicándose de por vida en esta causa.

—¡Qué bien!

 —Sí. Poco a poco nos van conociendo y se va ganando terreno, pues nuestro empeño, no es ni más ni menos, que el de cualquier persona que vive incómoda entre una ciudadanía insolidaria y le gustaría construir una historia distinta, donde todos los hombres y mujeres se vean tratados con justicia y dignidad dentro de una sociedad libremente democrática.

Hizo una pausa para beber un sorbo de té y prosiguió:

—Por eso, la gente nos respeta y se admiran de nuestra forma de vivir, pero no todos nos comprenden y a veces nos encontramos ante puertas cerradas o gestos despectivos, cuando no agresivos.

—¿Qué pasa cuando alguien con familia quiere él solo unirse a este proyecto? ¿Cómo hace para no complicar a los demás de familia?

—Te voy a contar un caso entre tantos que va bien para tu pregunta. Ocurrió hace unos cuantos años:

»Un viudo (3) que tenía dos hijos y era de los más ricos de la ciudad, se determinó por tomar parte en nuestro proyecto. Cuando dio ese paso, valoró todos sus bienes y redactó el testamento dejando a sus hijos en herencia cuanto poseía en aquel momento, alegando que, del fruto de su trabajo en lo sucesivo, era su voluntad el no disponer de ello, ni él ni sus hijos, sin contar con las necesidades de la comunidad con la que libremente desde aquel momento se comprometía, reteniendo únicamente lo que le fuera absolutamente indispensable para su mantenimiento y el de sus hijos mientras no se independizasen. Así se dispuso, con el consentimiento de los dos hijos. Pero un día el más joven de ellos le dijo:

 ‘Padre, ya soy mayor de edad y quiero disponer del dinero que me pertenece, para establecerme por mi cuenta.

»Y el padre, después de sugerirle que llevara una buena administración, le dio la parte que le correspondía de la herencia.

»Cuando el hijo adquirió la independencia económica, se marchó al extranjero. Allí, mal aconsejado, malgastó su patrimonio, viviendo disolutamente entre bebida, juego y mujeres. Pronto se encontró arruinado y solo y tuvo que optar por buscar de qué vivir. Por fin encontró trabajo en una granja al cuidado de los animales y allí se vio, mal pagado y peor alimentado. Cansado de tanta miseria, se puso a reflexionar sobre lo que había perdido al abandonar su familia y se dijo:

 ‘¡Cuánto mejor estaría en la casa de mi padre! Allí hasta el último de los jornaleros anda sobrado de comida y es respetado, mientras que yo aquí me muero de hambre y de miseria. Dejaré todo esto, volveré a mi casa y le diré a mi padre: ‘Padre, reconozco que no he obrado bien. Te he fallado. No merezco ser llamado hijo tuyo, pero al menos, trátame como a uno de tus empleados y déjame reparar mi mal sirviéndote con dignidad’.

»Como lo pensó lo hizo.

»Estaba llegando a su casa, cuando el padre le vio y se le conmovieron las entrañas. Y echando a correr salió a su encuentro, se tiró a su cuello y le besó fervientemente. El chico estaba aturdido, no se esperaba este recibimiento y después de unos segundos reaccionó y le dijo:

 ‘Padre, reconozco que te he fallado, no he sabido seguir tus consejos, sé que ya no soy digno de ser tu hijo, no merezco tener un padre que así me recibe, que así me perdona, yo…

‘Bueno, bueno, has vuelto y esto es lo que ahora importa. Olvida esta mala experiencia y vuelve a sentirte en casa como si nada hubiera pasado.

 ‘¡Pero padre…! ¿Y todo lo que he malgastado? ¡Estoy en deuda contigo! ¡Tengo que devolvértelo! Te prometo que trabajaré sin condiciones económicas y te juro que te restituiré hasta el último céntimo.

 ‘Mira hijo, lo importante es que estás aquí de regreso y sin nada grave que lamentar. Ya verás como juntos la vida nos volverá a sonreír. Ahora entra en casa, quítate estos andrajos, báñate y vamos a celebrar tu vuelta. De lo demás ya tendremos tiempo de hablar. Eres joven y tienes toda la vida por delante para afrontarla con serenidad y honradez.

 »Mientras estaba arreglándose, le avisaron que la cena sería en el restaurante del club, porque su padre había sufrido con todos nosotros y era justo que compartiéramos juntos la alegría de su regreso.

»Cuando estábamos cenando, llegó el hijo mayor y al enterarse de lo acontecido, ser acercó al club, pero no quiso entrar y llamando al padre le dijo:

 ‘¡Esto no es justo! Sabes que yo siempre te he obedecido y que jamás te he fallado. Y tú nunca me lo has agradecido ofreciéndome la posibilidad de invitar a mis amigos. Y ahora llega ese, que ha derrochado tu dinero, tirándolo en las cloacas de la sociedad y has montado para él un gran banquete.

 ‘Hijo, es verdad que tú siempre estás conmigo, pero este también es mi hijo y tu hermano, y es lógico que nos alegremos y celebremos el haberle recuperado.

»Con estas y otras palabras, el padre intentó ablandar el corazón egoísta del muchacho, cerrado a acoger la vuelta de su hermano arrepentido. Así estuvieron un buen rato platicando y cuando el pequeño salió a saludarle, el padre le empujó disimuladamente y los dos se abrazaron. Así los tres entraron en el salón donde estábamos cenando entre gozo y alegría sincera.

»A los postres, Juan dirigiéndose al muchacho le dijo:

‘Ya ves, estos acontecimientos familiares, los sufrimos y celebramos juntos y es un sentir veraz, pues te acogemos como si cada uno viviera la vuelta de nuestro propio hijo, gozosos de tenerte de nuevo entre nosotros. ¡Brindemos por ello!

(3) Este relato que es una copia del texto bíblico Lc 15, 11-32 lo presento aquí, como un hecho que puede ser realidad cotidiana de perdón y de acogida, en un contexto familiar donde se vive el amor que el Señor nos predicó.


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