Hoy sorprendemos a M95 hablando con Andrés. Ella está confusa ante las relaciones sociales que va descubriendo en este colectivo humano y se atreve a preguntarle cual es el secreto de ese equilibrio relacional que manifiestan los ciudadanos de esta sociedad.
—¿Y cómo lo hacéis?
—Pues ya vas viendo como actuamos. Empezamos por programas de iniciación en donde los guías o maestros ayudan como primera asignatura el dominio personal.
—A ver, explícamelo.
—Mira, una persona que no sabe controlar su maldad difícilmente podrá entender, aceptar, ayudar a los otros. Si tú no has controlado tus ambiciones desordenadas, difícilmente podrás presentarte como líder para ayudar a los demás, puesto que irás movido por la ambición, el poder, el dominio. Por eso lo primero que se ha de aprender es a saber dominar el mal que crece en el interior de cada uno. Nosotros somos nuestro primer enemigo y hay que ir ganando las batallas correspondientes según las edades psicológicas. El alcanzar el equilibrio interior es tarea de toda la vida. Hay que ir orientando nuestro corazón para que no caiga en la opresión, abuso, rencores, egoísmos, envidias, odios, celos… todo esto son tumores del espíritu del mal que están en nuestra naturaleza, que van minando la capacidad de relacionarnos con amor. El conquistar un bienestar interior, hace que disfrutemos de una auténtica reconciliación con nosotros mismos, como primer peldaño para reconocer comprensivamente la realidad distinta del otro y acogerlos para buscar juntos el bien común.
—¡Qué interesante!
—Si, es una buena guía en el campo psicológico de la persona, la aceptación de uno mismo tal como somos en realidad, con nuestras luces y sombras sabiendo que podemos ir conduciéndolas hacia el equilibrio interior, no sólo evita muchos males, sino que nos lleva a conquistar la verdadera satisfacción.
—A ver si me entiendo. ¿Tú dices que lo primero hay que luchar por dentro de ti?
—Lo has entendido muy bien. Pero, como te he dicho, es una asignatura para toda la vida. Pues no es el mal que viene de fuera el peor, sino que nuestro mayor enemigo es el propio desorden interior. Es la corrupción interior la que destruye toda posibilidad de ir creando paz y hermandad a nuestro paso.
—¡Vaya!
—Permíteme que te lea un párrafo de una carta de uno de nuestros primeros líderes:
—¡Sí que es esto un buen programa de vivir!
—Por eso es la primera asignatura que acatamos. Nos va la vida en esa limpieza interior. Si no comenzamos por gastar nuestras energías bélicas en combatir con nuestro propio mal, difícilmente llegaremos a ser capaces de conquistar la armonía de una convivencia ciudadana. Sólo desde una serena y constante práctica de interiorización, podemos llegar al dominio personal y desde ahí sabernos preparados para comprender y ayudar a los demás.
—¿Es este vuestra fuerza de pacifista?
—Así lo puedes llamar. Si analizamos los motivos de los enfrentamientos humanos, el noventa y nueve por ciento tiene sus raíces en esta falta de equilibrio personal. Es el reclamo, más o menos certero, de los derechos legítimos que supuestamente le son negados. Porque en justicia no se puede permitir el querer tener más o creerse superior al otro.
—Y es así donde están los derechos humanos ¿verdad?
—Sí. Nos hemos dado cuenta de que este camino funciona. Sólo viviendo con estas actitudes conseguiremos una sociedad justa y estable, pues nunca se llegará a una sana convivencia si se ve en el otro a un competidor, un enemigo, un inferior…
Te quiero informar sobre una charla que dio Andrés ayer tarde.
—Hoy vamos a comentar este texto del Libro:
»En otra ocasión se decía de ellos:
»¿Qué os quiero decir con todo esto? Pues que tenemos que cuidar nuestras relaciones internas, ayudándonos según las necesidades de cada uno, poniendo nuestra riqueza al servicio de las necesidades de los demás. ¡Qué hermoso si también pudieran decir eso de nosotros, que así nos amamos siendo la admiración de cuantos nos observan!
»El sabernos hermanos y hermanas nos ayuda a caminar y a crecer. Es lo que nos da fuerza e impulso para trabajar con los otros. Aceptando a cada persona por su propia dignidad de pertenencia a la familia humana. Todos tenemos una misión personal e intransferible en la construcción de la historia, y si queremos vivir en un mundo más justo y solidario, si queremos liberar y sanear la sociedad del egoísmo que la corroe, hemos de empezar por nuestras pequeñas comunidades sociales.
—Andrés, en la charla del otro día me quedó un interrogante, que quizás pueda engancharse con lo que hoy quieres comentarnos.
—¿De qué se trata?
—Pues verás, muchas veces te he oído hablar de la bondad del hombre y a mí me cuesta mucho a simple vista creer en esa capacidad cuando veo cómo existe tanto mal y cómo me cuesta a mí hacer las cosas bien.
—Bueno, una cosa es que el hombre es capaz de ser bueno y vencer los obstáculos para serlo y otra que lo consiga. Todo depende de cómo se sitúe ante su realidad. Al Señor sólo se le descubre en el interior del hombre, allí donde se desarrolla su parte positiva. Y donde está él, hay optimismo y confianza en el triunfo del bien. Pero esto requiere una actitud vigilante y paciente perseverando, aunque el camino sea largo y angosto. En dos palabras, hemos de ir descubriendo su presencia en los signos cotidianos. La comunicación del Señor con los humanos nunca se interrumpe y es de él de donde recibimos las luces y la fuerza, pero necesitamos caminar con ojos puros y con oídos de discípulos, para ver y oír dónde él nos quiere conducir. Y en ese camino, es donde puedes descubrir la cantidad de hombres y mujeres que buscan y que se hacen preguntas como tú. Una gente que camina por lo cotidiano inquieta por ir construyendo un futuro mejor. Personas en busca de sentido, que no quieren pasar por la vida como parásitos, sino que tratan de poner su grano positivo en la tierra de la historia. Esa es la buena gente que vive a nuestro alrededor. Pero hay que ir detectándolas e incluso hay que estar disponibles para ayudar a que todos descubramos nuestra misión personal.
—Cuando tú hablas todo parece muy sencillo.
—Quizás no lo sea, pero yo sé que es posible. Porque a nosotros se nos ha dado el conocimiento al acoger la buena noticia y hemos de ser mensajeros y mensajeras de ella. El mundo nos está reclamando el ser eco del Señor que habla en lo más íntimo de nuestros corazones.
—¡Esto es muy comprometido!
—Sí, lo es. Por eso no podemos pasar por la vida con una mirada superficial que resbala sobre la existencia de las personas y de las cosas evitando cualquier clase de compromiso.
Siguiendo el capítulo, nos encontramos con otro tema que preocupa a M95, porque le resulta muy distinto a la experiencia que ella trae de su cultura. Se refiere al poder judicial en un país democrático donde se pretende que la justicia esté al servicio de la verdad y la equidad.
(Aunque es un tema que ya vimos en marzo del año pasado, aquí lo traigo de nuevo, para darle toda la amplitud y riqueza que tiene en el capítulo)
—Háblame del sistema judicial.
—Este es otro punto realmente interesante para el auténtico bienestar de la nación. Este colectivo judicial tiene una tarea de mucha responsabilidad, y yo creo que el secreto de su eficiencia real está en el actuar con independencia absoluta frente a los poderes políticos, y al mismo tiempo deben destacarse por su honestidad y eficacia al servicio de su auténtica causa, la justicia.
—¿Son fácil de sobornar?
—Como en todos los campos humanos, existe el peligro de que no sean del todo honrados. Pero el que es de verdad un auténtico profesional de la justicia, no mira el soborno ni las amenazas y se juega todo por defender los derechos de los menos favorecidos, siendo portavoz de aquél que la injusticia y el egoísmo humano le ha colocado en situaciones desfavorables.
—¿Qué te parece a ti que hacen los jueces en los casos de corrupción?
—Verás, son situaciones muy delicadas. Hay casos donde se mezclan grandes fortunas, prestigiosos políticos, especuladores bursátiles… en fin, personas con poder que son muy difíciles de condenar.
—Ya veo.
—Lo cierto es que son los jueces los que deberían ayudar a poner las cosas en su sitio si se ajustaran a hacer su trabajo de defensores de la justicia y el orden. Yo creo que si el que incurre en algún acto ilícito supiera que la justicia funciona como debería, más de uno se lo pensaría antes de delinquir.
—Yo he oído una protesta porque se libran de la cárcel los que tienen dinero para pagar la fianza.
—Así es, los delincuentes pobres que no tienen dinero para pagar las cantidades que se les adjudica por el delito cometido, esos no se libran de la prisión, los ricos y poderosos, tan culpables o más que ellos, con abonar los costes marcados por el juez, aunque sean cantidades enormes, suelen librarse de pasar un solo día en la cárcel.
—¿Y aquí también influís vosotros?
—Bueno, hay que valorar los esfuerzos de mucha gente que trabaja en diversos campos sociales promoviendo, junto con otros, estilos de vida que no están de acuerdo con el poder abusivo de unos pocos, el soborno, los privilegios, el favoritismo, la parcialidad… en fin tratamos de denunciar cualquier clase de corrupción social. Son personas que se han tomado en serio la responsabilidad personal de entregar a la futura generación un mundo más humanizado que el que estamos viviendo actualmente.
—¿Esta es vuestra filosofía?
—Así es. Tratamos de ir ayudando, para conseguir un desarrollo más humano, comprometiéndonos por atender los derechos de todos, trabajando por el bienestar del colectivo, como cauce para la realización plena de cada uno de sus miembros. Así, poco a poco, podemos demostrar con hechos lo que defendemos de palabra, pues solo un vivir coherente puede ser la confirmación de nuestra teoría.
—-Bueno, y todo esto ¿qué dicen los otros?
—Se trata de convencer con los resultados y si aquí más o menos va saliendo, quizás otros reaccionen y se animen a tomarse la vida con un estilo propio de una generación atenta a su responsabilidad social.
—¿Y tú creer que los que tienen el poder les interesa esto?
—Depende de cómo se sitúen ante su compromiso de ver la vida, como servicio a favor de los ciudadanos o como plataforma de lucro, y prepotencia.
—A mi parecer, toda autoridad quiere mantener su poder, aunque tenga que obligar y dominar para eso.
—Si hablamos de un gobierno democrático, el primer paso es aclarar los conceptos sin manipularlos. En una democracia la autoridad viene dada por los propios ciudadanos que han confiado en que su candidato será un dirigente con el talento y la honradez suficiente para organizar un gobierno con todas sus consecuencias de justicia y equidad, sin embargo, si esto no se da, aquí pasamos a otra clase de gobierno, el abuso de poder, que viene determinado por la ambición, la manipulación, la adquisición poco honesta de la riqueza, el dominio, la fuerza… toda clase de corrupción, incluso pudiendo llegar al querer someter por las armas y la violencia. Como ves, ese prepotente y poderoso no se hace digno de ejercer la autoridad.
—Pienso me equivoco, pero la experiencia dice tus teorías no son con la realidad, sólo son con ilusión y fantasía.
—Tal vez. Pero es que la filosofía que proponemos requiere una gratuidad que difícilmente se garantiza en los políticos. Pero ellos son personas como nosotros y alguno habrá que reaccione según estos principios. ¿No te parece?
—Si tú lo dices…
—Todo es cuestión de ponerse a tiro, para sentir, en lo mejor de sí mismo, esa voz que nos grita la urgencia de trabajar por el bien de todos y no por intereses personales o de partido. Pues con eso solo se benefician unos pocos y a veces a costa de que muchos sean marginados o explotados, hasta llegar incluso al deterioro y perdida de la dignidad de estos afectados por falta de asistencia social.
—¿Esto pasa en este país
—Veras, es muy común ver en todas las ciudades, gente pobre e indigente que no son capaces de salir de su estado de miseria porque nadie se preocupa por ellos.
—Ya entiendo
—Pero no son solos ellos, pues también los hay que por vergüenza no llegan a manifestarse así, pero que tampoco tienen cubiertas con dignidad sus más elementales necesidades y tantos unos como los otros son ciudadanos que tienen plenos derechos, no sólo al voto sino a ser escuchados y atendidos cuando exigen lo que en justicia se les debe dar para poder desarrollar dignamente su existencia.
—Si tú dices que los ciudadanos votan a sus candidatos ¿Por qué ganan los que tienen planes que no son honrados?
—Pues porque no fueron sinceros en sus programas electorales, porque engañaron al elector, porque nos prometieron y luego, una vez en el poder o no son valientes o no fueron sinceros, o no supieron ir contra corriente y temieron ser fieles a sus promesas… mil razones que no justifican ningunas el no ser honestos con los planes presentado en las campañas electorales.
—Yo leo que hay muchos grupos y organizaciones que trabajan por los derechos sociales.
—Así es. Da satisfacción ver que cada vez son más los ciudadanos que se movilizan para apostar por la construcción de una nueva sociedad auténticamente democrática. Este es nuestro empeño, estar donde se trabaja por esas nuevas formas de convivencia como único camino para conquistar un siglo XXI con las armas de la justicia y la paz para todos.
—Bueno, también se llega a la paz por el dominio y la opresión del más fuerte.
—Puede ser. Pero el orden y la paz forzada sólo se mantienen externamente, si se mantienen. Por otra parte, la corrupción y la manipulación política atacan a la armonía ciudadana y ambas cosas sólo pueden engendrar hostilidad, malestar, incluso resentimientos y odios. Por eso, no creo que sean buenas recetas para garantizar la paz auténtica y duradera, ya que pronto aparecerán brotes de rencor, odio y agresividad en esos corazones humillados, aunque aparentemente tengan sus necesidades cubiertas.
—¿Es esto luchas políticas?
—Bueno, no me gusta el término lucha porque suena a hostilidad y guerra. Por nuestra parte, queremos ofrecer otra alternativa pactando por los intereses de todos y por la construcción de una ciudadanía nueva donde se viva realmente la igualdad y se respeten los derechos de cada uno. La verdad es que esta realidad nos afecta a todos como deber de responsabilidad histórica, pero hemos de intentar que nuestras armas sean pacificadoras y de concordia Una humanidad solidaria y fraterna, comprometida con el bien común, ahí está el auténtico progreso de una nación
—¿Y cómo lo hacéis?
—Pues ya vas viendo como actuamos. Empezamos por programas de iniciación en donde los guías o maestros ayudan como primera asignatura el dominio personal.
—A ver, explícamelo.
—Mira, una persona que no sabe controlar su maldad difícilmente podrá entender, aceptar, ayudar a los otros. Si tú no has controlado tus ambiciones desordenadas, difícilmente podrás presentarte como líder para ayudar a los demás, puesto que irás movido por la ambición, el poder, el dominio. Por eso lo primero que se ha de aprender es a saber dominar el mal que crece en el interior de cada uno. Nosotros somos nuestro primer enemigo y hay que ir ganando las batallas correspondientes según las edades psicológicas. El alcanzar el equilibrio interior es tarea de toda la vida. Hay que ir orientando nuestro corazón para que no caiga en la opresión, abuso, rencores, egoísmos, envidias, odios, celos… todo esto son tumores del espíritu del mal que está en nuestra naturaleza, que van minando la capacidad de relacionarnos con amor. El conquistar un bienestar interior, hace que disfrutemos de una auténtica reconciliación con nosotros mismos, como primer peldaño para reconocer comprensivamente la realidad distinta del otro y acogerlos para buscar juntos el bien común.
—¡Qué interesante!
—Si, es una buena guía en el campo psicológico de la persona, la aceptación de uno mismo tal como somos en realidad, con nuestras luces y sombras sabiendo que podemos ir conduciéndolas hacia el equilibrio interior, no sólo evita muchos males, sino que nos lleva a conquistar la verdadera satisfacción.
—A ver si me entiendo. ¿Tú dices que lo primero hay que luchar por dentro de ti?
—Lo has entendido muy bien. Pero, como te he dicho, es una asignatura para toda la vida. Pues no es el mal que viene de fuera el peor, sino que nuestro mayor enemigo es el propio desorden interior. Es la corrupción interior la que destruye toda posibilidad de ir creando paz y hermandad a nuestro paso.
—¡Vaya!
—Permíteme que te lea un párrafo de una carta de uno de nuestros primeros líderes:
«Dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros: la fornicación, la impureza, la pasión, la codicia y la avaricia que es una idolatría. Todo lo cual trae la cólera de Dios… Desechad también de vosotros todo esto: cólera, ira, maldad, maledicencia y palabras groseras, lejos de vuestra boca. No sigáis engañándoos unos a otros. Despojaos de la vieja condición humana, con sus obras, y revestíos de la nueva condición, que se va renovando como imagen de su creador, hasta llegar a conocerlo. …Como pueblo elegido de Dios, pueblo sagrado y amado, sea vuestro uniforme: la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga queja contra otro. El Señor os ha perdonado, haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada».
—¡Sí que es esto un buen programa de vivir!
—Por eso es la primera asignatura que acatamos. Nos va la vida en esa limpieza interior. Si no comenzamos por gastar nuestras energías bélicas en combatir con nuestro propio mal, difícilmente llegaremos a ser capaces de conquistar la armonía de una convivencia ciudadana. Sólo desde una serena y constante práctica de interiorización, podemos llegar al dominio personal y desde ahí sabernos preparados para comprender y ayudar a los demás.
—¿Es este vuestra fuerza de pacifista?
—Así lo puedes llamar. Si analizamos los motivos de los enfrentamientos humanos, el noventa y nueve por ciento tiene sus raíces en esta falta de equilibrio personal. Es el reclamo, más o menos certero, de los derechos legítimos que supuestamente le son negados. Porque en justicia no se puede permitir el querer tener más o creerse superior al otro.
—Y es así donde están los derechos humanos ¿verdad?
—Sí. Nos hemos dado cuenta de que este camino funciona. Sólo viviendo con estas actitudes conseguiremos una sociedad justa y estable, pues nunca se llegará a una sana convivencia si se ve en el otro a un competidor, un enemigo, un inferior…
—¿Y creéis que vosotros pocos, podáis cambiar toda la sociedad?
—Si sólo nos limitamos a quejarnos y a esperar pasivamente que otros actúen, por supuesto que no conseguiremos nada, pero cada uno podemos ir echando nuestra semilla en el surco, confiando en que algún día veremos nacer la planta.
—Dime alguna de esa semilla.
—Pues verás, son gestos de la vida diaria, como palabras de acogida y cercanía, en el trabajo, en casa, en la calle… estar atento a lo que el otro necesita aun antes de que lo pida, ejercitarnos en escuchar, en ser amables, tolerantes, comprensivos, solidarios… valorar a los demás demostrándoles que reconocemos sus dotes, sin envidias, sin ambiciones egoístas, desterrar de nosotros los impulsos de poder, de creernos superiores, de ignorar al otro… respetar otras opiniones, otros puntos de vista sin alterarnos… en fin, educarnos y educar a las nuevas generaciones en el desarrollo de estas actitudes que nos hacen valorar y respetar las diferencias y complementariedad de todos los ciudadanos.
—Pero no siempre es fácil estas cosas.
—Nadie dice que lo sea, incluso a veces hay que conformarse con guardar un prudente silencio ante situaciones injustas o exaltadas y esperar la próxima ocasión. Pero nunca tirar la toalla.
—¿Cómo? ¿Qué toalla?
—¡Ah! Perdona, a veces se me olvidad que tengo que usar palabras sencillas para que puedas seguir mi discurso, pero es que hay temas que me apasionan y es como si estuviera sacando de mi interior todo el fuego que llevo dentro. Pues verás, tirar la toalla significa rendirse, retirarse, dejar de actuar por cansancio, aburrimiento o por simple desilusión ante un objetivo que no se llega a alcanzar. ¿Lo entiendes?
—Sí, ahora sí. Pero quería preguntar, ¿qué haces cuando ves una injusticia?
—Mira como queremos ir buscando creativamente los caminos pacificadores de reconciliación ante los conflictos cotidianos, lo primero que hay que evitar es toda clase de irritación o agresividad, pero nunca mantenernos pasivos ni indiferentes ante ella. La mentira, la falsedad de la manipulación del poder o ante la privación de los más elementales derechos de la persona como son el ser respetado con dignidad, el recibir el trato que se merece por el sólo hecho de ser persona, el tener lo mínimo para subsistir en cualquier situación, son condiciones que nos mueven a alzar la voz contra los hechos injustos. Aquí es donde jugamos la partida más arriesgada, pues se requiere mucho tacto para poder convencer a los contrarios con mano de hierro en guante de terciopelo. ¿Entiendes lo que quiero decir?
—Sí, que hay que ser firmes, pero no agresivos.
—¡Eres una chica muy lista!
—Gracias. Explícame. ¿Si una ley permite algo que no os parece recto, vosotros podéis negaros a hacerlo?
—Como ciudadanos de una sociedad democrática tenemos que saber cuales son nuestros derechos y no acobardarnos ante una legislación que no está de acuerdo con nuestros principios morales, pues por encima de toda ley está la conciencia como última instancia que hemos de seguir a la hora de actuar y no podemos apoyar una legislación que no está a favor de la persona, un orden democrático debe respetar la conciencia de cada uno.
—¿Y si os equivocáis?
—Por eso la urgencia de una buena formación, de consultar a expertos, a personas con autoridad moral, con garantía de seriedad y rectitud de conciencia. Desde ahí es donde nos atrevemos a enfrentarnos, lo que es lo mismo, a objetar sobre una ley que consideramos injusta o incorrecta.
—¿Supongo que no todos tienen ocasión de consultar a expertos?
—Supones bien. En cualquier caso, ante la duda de la rectitud de un comportamiento concreto, siempre hay un recurso que no falla, y es el preguntarnos qué es lo que va más a favor de la persona, qué nos hace más humanos, qué es lo que nos ayuda a vivir más dignamente.
—¿Dónde trabajáis para poder ayudar a la gente que necesita?
—En cualquier estamento social, hay que ir introduciendo este estilo humanizador. Hay que vivirlo en el trabajo, en el lugar donde estudias, en casa, en fin, donde tienes ocasión de relacionarte con los demás. Pero es sobre todo en el campo de la educación y en los medios de comunicación donde nos jugamos el mayor reto, pues son lugares donde se puede ir haciendo pensamiento, donde se puede ofrecer otra alternativa para enfocar la existencia humana. Estamos allí donde son convocados los ciudadanos. Se trata de ir trazando otro camino, no sólo con la palabra sino con la coherencia de vida. Es así como tratamos de dar nuestra opinión desde el diálogo, el ejemplo y nunca desde la fuerza ni la violencia.
—¿Y hay muchos jóvenes que os siguen?
—Pues veras, esta generación de jóvenes, lo tiene muy difícil porque son muchas las fuerzas, y de muy variados signos, las que tratan de ganarlos o confundirlos. Los jóvenes son seres aun sin criterio y por tanto fáciles de manipular, pero yo creo que el papel más influyente pueden tenerlo los padres y los educadores. La familia aún tiene un lugar privilegiado para formar el futuro de nuestra sociedad, aunque haya otras fuerzas que trabajen con energía para destruirla. Hoy por hoy, son los padres los que, con su coherencia de vida, pueden impulsar a sus niños a ser honrados, trabajadores, generosos, solidarios, porque, aun yendo en contra de las estructuras sociales, deben de luchar por conquistar para sus hijos un futuro donde todos puedan participar de una mesa fraterna.
Lo que el ser humano necesita recuperar hoy
es el sentido de la fuerza interior del bien, el camino de la espiritualidad,
el descubrir la presencia de Dios en cada historia personal. Esas luchas de cada día con las que Dios
parece retar a nuestra propia
interioridad.
¿Cuál es la fuente donde beben estas personas
tan comprometidas con la causa de colaborar en el buen desarrollo de la
Historia?
—Vamos a ver si te lo sé explicar con palabras sencillas.
Todo ser humano, que es sincero consigo mismo, se sabe pobre e incapaz de sobrevivir por sí solo. Necesita de los otros. Todos necesitamos de todos y todos estamos llamados a ayudar a los demás para ir creciendo en armonía. Pero si te embarcas en una causa espiritual, te das cuenta de que las energías y la fuerza para ser eficaz en esa empresa te ha de venir de otra dimensión, la espiritual. Y es allí donde se realizan las auténticas batallas. Existe en nuestro interior un bien y un mal que luchan por ser el dueño de nuestra persona, por conquistar nuestra voluntad, y si optamos por nuestro bien interior, nos encontramos con el Señor como el único que puede ayudarnos a que el bien, que es él, sea el dueño y señor de nuestras decisiones.
Porque su presencia lo cambia todo. Desde Él vemos la vida, las cosas, la gente, el trabajo, las rutinas y a nosotros mismos con otros ojos. Su presencia nos hace descubrir las cosas buenas que somos capaces de hacer, Él da sentido a lo bueno y lo malo que lucha en nuestro interior y se pone de nuestra parte para que el bien gane esa guerra.
—Permíteme que te lea un párrafo de una carta de uno de nuestros primeros líderes:
Dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotrosla fornicación, la impureza, la pasión, la codicia y la avaricia que es una idolatría. Todo lo cual trae la cólera de Dios…Desechad también de vosotros todo esto:cólera, ira, maldad, maledicencia y palabras groseras, lejos de vuestra boca. No sigáis engañándoos unos a otros.Despojaos de la vieja condición humana, con sus obras,y revestíos de la nueva condición,que se va renovando como imagen de su creador,hasta llegar a conocerlo,…
…Como pueblo elegido de Dios, pueblo sagrado y amado, sea vuestro uniforme: la misericordia entrañable,la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión.Sobrellevaos mutuamente y perdonaos,cuando alguno tenga queja contra otro.El Señor os ha perdonado, haced vosotros lo mismo.Y por encima de todo esto, el amor,que es el ceñidor de la unidad consumada.
—¡Sí que es esto un buen programa de vivir!
—Por eso es la primera asignatura que acatamos. Nos va la vida en esa limpieza interior. Si no comenzamos por gastar nuestras energías bélicas en combatir con nuestro propio mal, difícilmente llegaremos a ser capaces de conquistar la armonía de una convivencia ciudadana. Sólo desde una serena y constante práctica de interiorización, podemos llegar al dominio personal y desde ahí sabernos preparados para comprender y ayudar a los demás.
—¿Es este vuestra fuerza de pacifista?
—Así lo puedes llamar. Si analizamos los motivos de los enfrentamientos humanos, el noventa y nueve por ciento tiene sus raíces en esta falta de equilibrio personal. Es el reclamo, más o menos certero, de los derechos legítimos que supuestamente le son negados. Porque en justicia no se puede permitir el querer tener más o creerse superior al otro.
—Y es así donde están los derechos humanos
¿verdad?
—Sí. Nos hemos dado cuenta de que este camino funciona. Sólo viviendo con estas actitudes conseguiremos una sociedad justa y estable, pues nunca se llegará a una sana convivencia si se ve en el otro a un competidor, un enemigo, un inferior…
Esto
exige altísimas dosis de disciplina, esfuerzo y dedicación, pero también de
confianza en el Maestro interior que nos habita y conduce.
La meta es atrayente y liberadora. ¿Nos daremos por vencidos antes de intentarlo?
Hola
querido lector, no estoy pensando tanto en enemigos de fuera, sino que me
refiero al enemigo que yo soy para mí mismo. Sin duda, nadie ignora que
somos seres dualistas, el bien y el mal residen en cada uno y luchan por
dominar nuestro interior. Y el peligro es que uno se acostumbra a todo, hasta a
uno mismo… me acostumbro a mí mismo, a esta persona que no ha terminado de ser
coherente, a este yo egoísta, inmaduro… Este es el mayor enemigo contra el que he
de luchar.
Muchos de nosotros nos sentimos confundidos e inseguro. sumergidos en nuestras propias oscuridades y sombras de muerte, ¿cómo plantea Andrés este problema?
—Mira, una persona que no sabe controlar
su maldad difícilmente podrá entender, aceptar, ayudar a los otros. Si tú no
has controlado tus ambiciones desordenadas, difícilmente podrás presentarte
como líder para ayudar a los demás, puesto que irás movido por la ambición, el
poder, el dominio. Por eso lo primero que se ha de aprender es a saber dominar
el mal que crece en el interior de cada uno. Nosotros somos nuestro primer
enemigo y hay que ir ganando las batallas correspondientes según las edades
psicológicas.
» El alcanzar el equilibrio interior es tarea de
toda la vida. Hay que ir orientando nuestro corazón para que no caiga en la
opresión, abuso, rencores, egoísmos, envidias, odios, celos… todo esto son
tumores del espíritu del mal que está en nuestra naturaleza, que van minando la
capacidad de relacionarnos con amor. El conquistar un bienestar interior, hace
que disfrutemos de una auténtica reconciliación con nosotros mismos, como primer
peldaño para reconocer comprensivamente la realidad distinta del otro y
acogerlos para buscar juntos el bien común.
Debemos
tener voluntad de no alimentar nuestros demonios internos, que nos quitan la
oportunidad de ser felices, dando el poder a lo bueno para que siga creciendo
el bien que hay en nuestro interior.
» Es una
buena guía en el campo psicológico de la persona, la aceptación de uno mismo
tal como somos en realidad, con nuestras luces y sombras sabiendo que podemos
ir conduciéndolas hacia el equilibrio interior, no sólo evita muchos males,
sino que nos lleva a conquistar la verdadera satisfacción.
Claro que tenemos límites y que hay que ser realistas, pero sin duda
que somos más capaces de lo que creemos. Y cuando pensamos que ya hemos
hecho lo máximo de nuestra capacidad, aún podemos hacer más.
» Es una
asignatura para toda la vida. Pues no es el mal que viene de fuera el peor,
sino que nuestro mayor enemigo es el propio desorden interior. Es la corrupción
interior la que destruye toda posibilidad de ir creando paz y hermandad a
nuestro paso.
» Lo
primero que hay que intentar es el destierro interior de nuestro deseo de codicia,
el afán de ser más que los otros, el querer tener y dominar, poseer y
acumular…, en fin, esos hijos perversos del egoísmo humano que son los enemigos
irreconciliables del auténtico amor y que están en el fondo de todo ser humano,
fruto de nuestra naturaleza.
Por supuesto que es tarea para toda la vida, pero con concienciación,
perseverancia, sacrificios y enorme fuerza de voluntad, se va adquiriendo
agilidad y poco a poco va costando menos vencer al enemigo interior.
El
ser humano tiene capacidad innata para reaccionar ante el mal, dominar el
propio temperamento y conformar su carácter para afrontar las situaciones con
bondad de corazón