UNA ÚNICA FAMILIA -4-

     

Otro asunto que resultaba también un problema difícil de solucionar en esta sociedad era la implicación corruptiva de algunos agentes del orden social. Entre sacando de varias informaciones del momento, podríamos llegar a resumir los hechos en estos términos:

    El auge de la delincuencia organizada. Las mafias internacionales. Individuos acusados por atraco a mano armada, tráfico de drogas, falsificación de documentos y monedas, blanqueo de dinero, robos, prostitución, abuso de menores, evasión de capitales… El aumento de la delincuencia organizada se daba con mayores posibilidades gracias a la implicación corruptiva de los sectores jurídicos, políticos, económicos y policiales.

    La salida era difícil, la desmoralización de muchos agentes del orden dedicados con honradez a solucionar esta maraña de complicidad hacía que las autoridades judiciales y políticas detectaran la gravedad del caso como problema de primer orden en la tarea social.

    Hoy he conocido a varias víctimas de este problema.

    Esta tarde, cuando esperaba el ascensor para subir a mi piso, he coincidido con una joven que llevaba un niño de la mano. Este era algo extraño. Tenía una mirada fija, vidriada, como el que mira sin ver, una cara sin expresión, como el que vive ajeno a lo que le rodea, un cuello corto y ancho, en fin, todo él desproporcionado físicamente además de moverse muy torpemente, inseguro, como un niño recién entrenado en su capacidad motriz. Aunque parecía ya mayorcito, no sé señalar la edad que podría tener.

    Ella le metió en la boca el panecillo que llevaba en la mano y le dijo, al tiempo que le empujaba la barrita para que sintiera el contacto en la lengua y en los dientes:

    —¡Come! ¡Muerde!

    Y él, como obedeciendo mecánicamente, cortó el blando bocado con los dientes y comenzó a masticar, lenta, muy lentamente, con expresión boba y ojos sin vida.

    Llegó el ascensor y los dejé pasar. El niño fue arrastrado por ella y casi se cae, pues no controló el pequeño espacio que separaba el suelo del ascensor, y no levantó suficientemente los pies.

    —Siempre le pasa lo mismo. Es lento para aprender.

    —¿A qué piso van? —dije azorada, intentando aparentar normalidad, tratando de ignorar al niño.

    —Como usted, al 8º. Somos vecinos.

    —¡Oh! —exclamé mientras apretaba el botón—. Es primera vez que nos vemos ¿verdad?

    —Sí, y ya va siendo hora de que nos conozcamos. ¿No le parece? No está bien que viviendo pared por pared nos crucemos en el camino como extrañas.

    —Tiene razón.

     Estaba incómoda. No sabía cómo continuar la conversación. ¡Qué lento subía el ascensor!

    Ella me pregunto:

    —¿Tiene algo urgente que hacer? ¿Por qué no viene a tomar un refresco ahora y así charlamos un rato?

    —Yo… bueno… la verdad —continué resuelta— no tengo mucho de preparar mañana y sí es interesante conocer mis vecinos.

    —Muy bien, cuando esté lista, venga. La espero. Yo vivo en el 8º B.

    —De acuerdo.

    Ambas nos quedamos calladas.

    Yo no quería mirar al niño, pero sentía que éste me estaba observando sin verme, con la boca abierta, llena del último bocado.

    —¡Mastica! —le dijo dándole una palmadita en la mandíbula. Y continuó dirigiéndose a mí—. Siempre se queda así de ensimismado ante algo nuevo. Es como si le sorprendiera lo diferente, lo distinto de lo que hasta ahora tiene aprendido.

    Le respondí con una mueca que quiso ser una sonrisa. En este caso me parecía que cualquier palabra podía ser inadecuada.

    El niño seguía nuestra conversación con los ojos vacuos, buscando la dirección de los sonidos.

    —¿Dónde está el niño? —le pregunté cuando, más tarde, ya en su piso, me estaba sirviendo un zumo de naranja.

    —Con su madre.

    —¿Su madre?… Yo creía…

    —Que era mi hijo —Era más afirmación que pregunta—. Como si lo fuera. Yo lo he criado, pero es hijo de la vecina del 8º A.

    —¡Oh!

    —Sí, será mejor que le cuente la historia desde el principio para que todo sea más sencillo.

    —Estupendo. Me encanta conocer la historia de gente.

    —Pues bien, la madre del niño se llama María. Ella y yo somos amigas desde la infancia. Cuando terminamos la secundaria ambas decidimos estudiar periodismo. En el último curso teníamos mucho trabajo práctico que intentábamos hacer juntas. Varios días a la semana la dedicábamos a buscar aquí y allá noticias que nos lanzara hacia un soñado futuro. En esas estábamos cuando una tarde acudimos con otros compañeros a una charla que daban Andrés y Juan. Estos vivían el entusiasmo de su juventud comprometida, compartiendo sus ideales con toda clase de personas, hoy eran los universitarios, mañana los jóvenes de las escuelas profesionales, otro día les podías encontrar en cualquier barrio periférico de la ciudad… Su mensaje siempre era el mismo ‘Si no estáis contentos con esta sociedad, os invitamos a uniros a nosotros para construir otra mejor, donde juntos, combinando armónicamente nuestros valores personales, podamos ir haciendo realidad una sociedad buena para todos’

   »Nosotras, como periodistas, siempre ocupábamos la primera fila y no perdíamos palabra. Nos gustó el tema, y, además, por aquellos años era algo que estaba muy de moda, la organización de nuevas asociaciones.

    »En otra ocasión que asistimos, conocimos a un nuevo promotor de aquellas aspiraciones. En cuanto este comenzó a hablar, su mirada se posó sobre mí. Yo le dediqué mi mejor sonrisa para animarle y él me correspondió concentrando toda su intervención como si en la sala estuviéramos sólo los dos y tratara desesperadamente de atraerme a su causa. Parecía que, si conseguía convencerme, a través de mí, podría conquistar a todos los demás oyentes. Cuando terminó la sesión, buscó quien nos presentara y desde entonces no nos hemos separado. Es mi marido. Quizás ya lo conozca, es el jefe del departamento de psicología del Club.

    —¿Santiago?

    —El mismo. Bueno, pues continúo.

    »Como María y yo tenemos un modo de ver la vida muy parecido, por eso congeniamos tanto, no le costó mucho a ella interesarse por esta manera nueva de ser persona. Y cuando comenzamos a trabajar ya estábamos las dos comprometidas en este proyecto.

       »Por aquellos años, la juventud vivía ardiendo en deseos de cambio. Todo tenía que cambiar, todo había que discutirse y ponerse en tela de juicio antes de aceptarlo. Por eso nos tocó tan afondo el mensaje que ofrecían Andrés y Juan. ¿Qué significaba cambiar la sociedad? ¿Cómo se podía introducir nuevas estructuras sociales si no se cambiaba el hombre por dentro? Por eso convenía que nuestro empeño comenzara por nosotros mismos. Había que transformar transformándonos, y nada mejor que buscar hacerlo con gente que tuviera la misma inquietud.

    »Un día apareció por la redacción un joven con la carrera de abogado recién terminada. Se llamaba Antonio, bueno, los amigos le conocían por Toni. Tenía un asunto interesante entre manos y nos ofrecía la exclusiva. El redactor jefe le presentó a María y juntos estuvieron trabajando durante un par de días en ello. A partir de aquella ocasión, se hizo habitual verlo entrar y buscar a María para compartir con ella cualquier asunto más o menos interesante. Ni que decir tiene que, de una simple relación profesional, surgió una empatía tal que les llevó a un compartir la vida.

    »Por entonces, el sector periodista sufrió una crisis muy fuerte en el ámbito económico. Muchos diarios tuvieron que cerrar y otros redujeron la plantilla de personal, por lo que los más novatos y novatas, nos quedamos sin empleo. Con este motivo, Santiago y yo retrasamos nuestra boda, pues yo no quería emprender esta nueva etapa sin tener resuelto el asunto profesional. Como no teníamos muchas ofertas, nos aventuramos a probar suerte en el mundo de la radio. Las tertulias informativas, bien podían ser transmitidas por expertos periodistas, y allá fuimos nosotras, a ponernos directamente ante el ciudadano que espera puntual la noticia de lo cotidiano, tanto locales como más allá de nuestras fronteras. De entonces a ahora la radio ha progresado muchísimo, es uno de los medios de comunicación más serios. Nosotros formamos un equipo muy empeñado en ofrecer calidad informativa, no sólo por la inmediatez sino porque hemos creado unas voces que se presentan con rigor objetivo, libertad y realismo. Es verdad que es un trabajo agotador si se busca calidad, pero creo que las ocho personas que formamos el equipo, estamos entusiasmadas por el buen hacer y servir a los oyentes que siguen confiando en nosotros.

»Me temo que me estoy alargando demasiado.

    —No preocuparte. Tenemos el tiempo que quieras.

    —¿De verdad que no te aburro?

    —Por supuesto que no. Me encanta conocer la vida de personas. Yo pienso que es importante para entender. ¿Verdad?

    —Sí, así es. Pero es que soy muy apasionada y cuando me suelto a hablar no hay quien me frene.

    —No importa. No preocuparte.

    —Intentaré ser breve.

    —-No es problema.

    —Bueno pues, al año de estar trabajando en la radio, me casé y nos vinimos a vivir aquí donde ya vivía Santiago. Cuando María y Toni contrajeron matrimonio, nosotros ya teníamos una niñita de año y medio. Ellos se mudaron al 8º A y juntas volvimos a marchar cada mañana al trabajo. Toni estaba, por aquellas fechas, preparando unas oposiciones judiciales y se pasaba largas horas del día entre bibliotecas y la audiencia. Al cabo de unos meses recibimos dos buenas noticias, él aprobó las oposiciones y ella esperaba un bebé. El tiempo transcurría sin novedad. Un día, faltaban sólo dos meses para salir de cuentas del embarazo, María me comunicó que Toni estaba haciendo una investigación muy delicada sobre el tráfico de drogas en nuestro país. El asunto era muy serio, pues se sospechaba que había implicada gente de altos cargos, por ello había que llevarlo con mucho sigilo. Con este motivo, dado que el centro de las sospechas se encontraba en el norte del país, comenzó a ausentarse de la ciudad. Durante ese tiempo, María compensaba sus ausencias comunicándome su relación con su bebé. Fue entonces cuando descubrí una nueva faceta de su interioridad. ¡Qué mujer más tierna y profunda!

   ‘Lo sé tan mío —me decía—, que llena todos los confines de mi existencia. No sólo lo llevo en mi cuerpo, sino en mi corazón y en mi mente. Me siento portadora de algo tan grande que estaría todo el día absorbida por su presencia. Sólo el pensarlo me estremece. Desde que lo sentí en mí por primera vez, mi vida tiene un único motivo acogerle y darle vida. ¿No te pasó a tí lo mismo?   

     ‘No sé —le respondí—. Quizás yo sea menos sensible… más prosaica… nunca se me ocurrió pensar así esta realidad. Por supuesto que es hermoso, pero creo que tú lo vives con un entusiasmo distinto y más bonito.

     ‘Pues yo —me confesaba con gran emoción—, le he creado un precioso lugar en mi interior y le nutro con lo mejor de mi vida. Cuando encuentro algo hermoso, trato de transmitírselo a través de ese alimento misterioso con que le voy haciendo crecer dentro de mí. En el silencio de las noches, le cuento lo bonita que es la vida, lo hermosa que es la naturaleza, lo bello que es el mar y lo deseosa que estoy de que contemple todo esto con sus propios ojitos.

     »Y así me iba comunicando sus vivencias de ser madre.

    ‘Estos días en los que falta Toni —prosiguió en otra ocasión—, los vuelco más en atenciones hacia mi bebé. Le pongo música suave y melodiosa mientras estoy trajinando por la casa y cuando reposo, lo arrullo en la mecedora y le digo palabras tiernas llenas de deseos de estrecharle con mis brazos. Estoy ansiosa por oírle, ver cómo se llena la casa con sus llantos y sus gorgoritos infantiles, sentir su vida fuera de mí, comentar con Toni su crecimiento cotidiano. Sueño con la deliciosa experiencia de poder juntos compartir nuestra paternidad. La casa será otra cuando nazca.

  —¡Esto es extraordinario y rarísimo! Es algo que ya me llamó muchísimo la atención, cuando tropecé por primera vez en mis estudios con la forma de reproducción de las personas de esta generación. Pero lo que no podía sospechar es que pusieran esta carga afectiva ante el hecho tan extraño de que sea la mujer la que engendra en el interior de su cuerpo a un ser humano. ¡Como si fueran animales! ¿Cómo puede disfrutar al detectar cómo va creciendo en su interior un ser vivo, al tiempo que ella se ve deformada en su aspecto físico?

    —Es verdad, yo que creo que os habíais librado de una carga inhumana.

    —Así pensaba yo. Siempre presuponía que debería ser algo muy molesto y engorroso. Ver tu cuerpo deformarse, los consabidos trastornos físicos, sentir los malestares propios de algo extraño en tu interior que iba creciendo…

    —Al parecer todo eso no les resultaba tan desagradable, por lo menos en este caso.

    —Creo que este tema puede ser interesante para hablarlo más a fondo con alguna de estas mujeres, quizás nos ayude a comprender el misterio de la reproducción fuera del laboratorio. ¿Es más progresista una sociedad que así se reproduce?

    —Esto es algo que bien podría interesar a nuestra civilización como sugerencia novedosa.

    —Sigamos escuchando la narración de Ana.


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