UNA ÚNICA FAMILIA -4b-

—Los meses iban pasando. Una noche en la que Toni había regresado de uno de sus viajes de incógnito, cenamos los cuatro aquí en casa.

Recuerdo que la conversación terminó centrándose en su profesión. Santiago le preguntó:

‘¿De verdad crees que el juez es libre ante las presiones políticas?

‘Sin duda que el ejercicio de la jurisdicción tiene ese riesgo, que muchas veces resulta una losa aplastante. Por una parte, como cualquier ciudadano, él tiene el derecho a un pensamiento político del color que juzgue más de acuerdo con su modo de enfocar la vida, pero el peligro está cuando el poder político quiere manipularle y coacciona su libertad ante su propia decisión.

 ‘El juez que regresa a la judicatura, después de haber ejercido un puesto político, ¿no puede parecer sospechosa su parcialidad? —le pregunté.

‘Puede ser, pero de lo que se trata es de defender la independencia judicial. El juez jamás puede resolver una cuestión política, su tarea es el caso jurídico, y las respuestas políticas nada tienen que ver con una responsabilidad penal.

»De pronto María nos interrumpió:

‘Creo que me ha llegado la hora… lo presiento… tengo unas fuertes molestias…

 »Toni saltó de la silla como si se hubiera sentado en el fuego y corrió hacia ella.

‘No te preocupes vida mía. Relájate. Ahora mismo nos vamos a la clínica. Precisamente he tenido que dejar el coche fuera, porque la puerta del garaje no funcionaba —le iba comentando mientras le ayudaba a ponerse en camino—. Mira por dónde, esto nos va a ahorrar unos minutos. ¡Con las pestes que he echado por este inconveniente de no poder guardar el coche!

‘Tengo que ir a coger el maletín —advirtió María.

‘Sin problemas. Id llamando al ascensor que nosotros nos ocupamos de lo demás

 ‘Gracias, pero no hace falta que os molestéis —comentó Toni—. Mañana tenéis que madrugar y ya es muy tarde.

‘Tú ayuda a tu mujer y no te preocupes de nada más —le ordené.

‘Ana, he dejado el maletín en el dormitorio al pie de la cama.

‘Tranquila, deja todo en mis manos. Ahora mismo os seguimos.

»Mientras recogía el maletín. Santiago fue a ver si nuestra hijita estaba dormida. No tardaríamos mucho —pensaba—. En cuanto la ingresaran nos volveríamos. Pero quizás convendría que alguien se quedara con el primerizo y nervioso padre.

»Estábamos a punto de salir de casa cuando un ruido espantoso interrumpió mis pensamientos. Santi y yo nos miramos. Casi adivinamos lo ocurrido. ¿Había sido una explosión? Salimos disparados. Parecía que el ascensor se resistía a llegar a la planta baja. Llegamos. Había fragmentos del coche esparcidos por toda la calle. Los trozos de vidrio en el suelo, parecía como si hubiera caído una espesa granizada. Alguien estaba cubriendo uno de los cuerpos con una manta y un poco más allá, en la misma acera, había un grupo de gente hacia donde nos dirigimos. Vi a Marta arrodillada, tratando de sacar al niño de entre las piernas de la madre inconsciente. Al parecer, con el golpe expulsó al bebé.

 »Casi al mismo tiempo llegaban un coche de policías y una ambulancia. Los agentes mandaron a los vecinos que nos retiráramos. Marta se presentó como enfermera y pidió que le ayudaran a terminar su trabajo. En cuanto el parto estuvo en condiciones, trasladaron a la madre y al marido, junto con Marta y el bebé al sanatorio.

»Al día siguiente, en cuanto dejé a mi hijita en la guardería, me acerqué al hospital. Yo había informado a la radio de lo ocurrido, en cuanto desapareció la ambulancia y la policía. Por lo pronto pedí aquella mañana libre.

»Del resultado de aquel desastre, perdimos a Toni, María está en una silla de ruedas paralizada desde la cintura. Y el niño ya lo has visto. El golpe le dañó el cerebro. Todo esto fruto de la implicación corruptiva de algunos políticos en la delincuencia organizada del país, tras los cuales andaba Toni en aquel momento.

 Bebió un sorbo y continuó.

—Ya han pasado casi ocho años y María, poco a poco se va haciendo más cargo de su situación. Ahora formamos una sola familia. Hemos abierto una puerta que comunica las dos viviendas y se ha adaptado una habitación para que María pueda desde casa seguir trabajando. Para ello hemos instalado una emisora conectada con la central, y desde aquí participa en nuestras tertulias interviniendo con soltura, como si estuviera presente en el estudio. También prepara algunos programas y es nuestra mejor oyente crítica. Yo por mi parte, aunque siento haber perdido una compañera de calle, sigo en busca de la noticia más interesante. Es un trabajo que a veces resulta agotador, porque hay que patear mucho al mismo tiempo que no podemos perder el contacto con todas las unidades móviles de la ciudad para ponernos en movimiento hacia el menor indicio de algo que valga la pena investigar. Una llamada puede ser una información de primer orden y hay que saber estar alerta a ella. Por otra parte, si estás presenciando algo que te parece debe de ser transmitido a la emisora, te ves obligada a conectar e informar en directo, lo que supone que, por querer dar la noticia en el mismo instante, pierdes la perspectiva del conjunto, arriesgándote a ser parcial en tus percepciones. Este riesgo no se tiene cuando se trata de informar por medio de un artículo en el periódico, ya que se redacta después de haber sido testigo directo de todo el hecho y de haber consultado con otros sobre causas y efectos. Esta es la ventaja de la prensa, se tiene la oportunidad de recrearse en la noticia y de poder aportar tu análisis crítico después de haber reflexionado sobre el hecho. En la radio cubrimos esta limitación con las tertulias, que solemos prepararlas María y yo, con las noticias más relevantes de la jornada, pero la información en directo hay que contarla tal y como se está produciendo.

A continuación, pasamos a saludar a María. Estaba en una cabina radiofónica separada por una mampara de cristal de la habitación del niño que, de espaldas a nosotras, frente a la televisión, veía una película de dibujos animados. Ella escuchaba la radio con unos auriculares que se quitó cuando entramos. Me maravilló la naturalidad con que me recibió, sentada en su silla de inválida delante de una mesa llena de papeles donde hacía sus anotaciones y comentarios.

¡Qué experiencia tan original!

 ¡En mi vida me he visto ante una situación como esa!

 ¡Nunca me he tropezado con alguien minusválido que viva como un eficiente ciudadano!

Y aquí tenemos estas dos personas que están retando a la vida con sus deficiencias físicas y psicológicas.

 ¡Esto también es algo nuevo!

Jamás volveré a sentirme superior ni incómoda ante los que por cualquier circunstancia de la vida son tarados. Ya no podré despreciar ni minusvalorar a los que la naturaleza les haya dado menos oportunidades. Empiezo a sospechar que hay muchas maneras diferentes de ser útil en la vida, y entiendo que mientras hay vida se puede uno superar y dar de sí lo que la naturaleza nos permita. Lo que más me cuesta asimilar es la crianza de un ser mentalmente tarado.
 ¿Acaso no existían en esa época instituciones experimentales que los estudien y les dé el cauce conveniente según su aportación en beneficio del progreso biomédico?
¿Qué futuro le espera si nunca podrá ser autónomo?

 ¿Qué utilidad cívica puede aportar mal desarrollándose en una familia inexperta para estos casos? Este tema he de tratarlo más adelante con Marta. Pero tendré que cuidar mucho el ser discreta.

De todas las maneras, cada vez me convenzo más de que sólo podremos entender una reacción humana si nos metemos dentro de su contexto histórico. Y, así y todo, estoy segura de que no hay dos personas que cuenten el acontecimiento con auténtica objetividad, todos echamos algo de nosotros mismos al analizar un hecho.


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