MÁS ALLÁ DE LA VIDA

—¿Qué pensar de esta gente? Nosotros pertenecemos a una civilización que no nos motiva para bucear en nuestro interior, ni ir más allá de las necesidades inmediatas. Y por supuesto menos aún para preocuparnos de los problemas ajenos.

—Es verdad, nuestros contactos personales no tienen que ver nada con las relaciones que aquí se detectan.

—Nunca se me ha ocurrido hacerme preguntas sobre qué le hará feliz a esta o a esa otra persona, si no tiene que ver con mi propia satisfacción. Nuestras relaciones no son desinteresadas.

—Bueno, supongo que esto se debe a la educación que se nos ha impartido. Nos limitamos a procurarnos nuestro propio bienestar o comodidad, aceptamos los límites impuestos por una tranquilizadora superficialidad, sin complicarnos la vida con razonamientos filosóficos.

—Sí, vivimos resguardados y seguros a la sombra del sistema social cerrando los ojos al terrible desafío del pensar autónomo, a lo arriesgado que es el hacerse preguntas intangibles. Pero la verdad es que tenemos miedo a perder la tranquilidad de una vida sin complicaciones.

—No olvides que esta es nuestra filosofía, el pragmatismo y el propio bienestar, son nuestros pilares existenciales. Las cosas y los acontecimientos hay que disfrutarlos sin preguntarse para qué sirven, cuánto duran, qué beneficios aportan…

—Sí y todo esto no deja espacio para plantearnos la existencia más allá de la realidad presente, y en esta sociedad al parecer, se vivió con otras categorías existenciales.

 —Así es. No olvides que se nos ha enseñado a usar de las cosas y de las personas sólo para solucionar con satisfacción nuestras propias necesidades primarias y los placeres inmediatos y esto debe bastarnos. Ya sabes, sólo es válido lo que nos resulta útil aquí y ahora.

 —Es cierto. Hemos recibido una formación, que no nos permite rebasar los límites que nos impusieron nuestros convencionales profesores, y ahora tengo que lamentar el no estar preparada para pensar soluciones de situaciones que no son patentes. ¿No te pasa a tí lo mismo?

 —Yo prefiero no hacer ningún comentario.

—Nos movemos en una concepción de la existencia humana donde no damos por buena ninguna realidad que no sea palpable y medible. Sin embargo, me estoy dando cuenta de que esto no quiere decir que no existan otros valores, otros intereses hasta ahora ignorados. Y hoy me pregunto: ¿Estamos en el camino vital correcto? ¡Esta gente me está haciendo ver la vida desde otro ángulo! ¡Algo nuevo está naciendo en mí! No sé si para mejor o peor, pero estoy empezando a pensar de una manera distinta.

 —¡Pero, bueno! ¡Esto no puede seguir así! Agente M95, sospecho que te estás metiendo en un campo prohibido.

-—Tienes razón V71, pero estos interrogantes están inquietándome y con alguien los tengo que compartir, ¿no?

 —Será mejor que volvamos a plantear el proyecto tal como nos lo programamos anotando los acontecimientos sin más comentarios.

 —Espero que sepas entenderme. Yo por mi parte intentaré controlarme.

—Lo lamento, pero esta no es nuestra misión, y mucho me temo que si no estás atenta a tus reacciones me veré obligado a dar cuenta a la Central de investigación.

—Está bien, reconozco que me he excedido en mis comentarios, en lo sucesivo procuraré tenerlo en cuenta.

—Más te vale, pues te puedes fácilmente desviar y poner en peligro nuestro trabajo.

—Pues… aunque esto sea un asunto muy personal, para que veas que cuento con tu discreción, quiero que oigas la conversación que tuve con Juan el otro día, a raíz de estas inquietudes, aunque luego si no te parece oportuno, la borramos y todos contentos.

—Cada ser humano adulto es responsable de su destino actual y futuro. El hombre, y por supuesto la mujer, son seres inmortales; estamos hechos para la eternidad, por eso nuestro afán de liberarnos de las limitaciones físicas y temporales, pues en nuestro fuero interno luchamos por conquistar la libertad metafísica. Pero eso sólo se alcanza en plenitud con la muerte física.

Esto quiere decir que para ti la muerte es la liberación de las limitaciones humanas. ¿Entendido bien?

—Perfectamente. Yo creo que estamos aquí de paso. Vamos haciendo el camino personal que nos ha sido encomendado a cada uno, para llegar a alcanzar la libertad plena al término de nuestro recorrido terreno. Sólo luego, al final de esta etapa existencial, seremos capaces de poseer en plenitud eso que tanto anhelamos en esta vida. Será entonces cuando, libres de toda atadura y limitación, veremos colmadas nuestras ansias de perfección.

Y, ¿cómo saber dónde es el camino recto?

—Esto es una tarea personal de búsqueda. En el fondo, como te digo, nadie puede hacerlo por ti; se te puede ayudar, puedes ir cogiendo ideas de unos y otros, pero eres libre, y ese es el riesgo humano más interesante y a la vez más peligroso. Sólo la persona que se ejercita en profundizar en su existencia buceando hasta las raíces más profundas de su ser, da con ello. No se trata de hacer grandes indagaciones, son muchas las personas sencillas e ignorantes a los ojos de los sabios e intelectuales que descubren esta ciencia con simplicidad, porque esto no lo da la sabiduría humana, sino que es un don del corazón.

Y, ¿cómo se llega a eso?

—Se trata de ponerte a mirar por dentro. Es una semilla que tenemos cada uno en nuestro interior y que sólo en el auténtico silencio puedes descubrirlo. Ya, el hecho de que tengas esas inquietudes y te interese hablar del tema, muestras que estás empezando a despertar esa semilla. Esto quiere decir que estás empezando a unir las piezas de tu vida interior. Pero tienes que tener constancia y paciencia. Es un programa para toda la vida, hasta llegar a donde quieres.

—¿Sí? … Y ¿dónde dices que quiero ir?

—Allí donde encontrarás el potencial de tu existencia, el potencial de esta vida espiritual que estás empezando a sentir, como si comenzaras a engendrar en tu interior un nuevo ser. ¿No intuyes que estás transformándote, que estás descubriendo en tí sensaciones hasta ahora desconocidas?

—Pues… La verdad… Nunca me pensé así la vida.

—Pero no me puedes negar que algo nuevo está brotando en tí. Que empiezas a preguntarte cosas que hasta ahora no se te habían ocurrido. Algo que te hace ver la vida con unas categorías nuevas, hasta ahora ignorabas.

No sé… puede ser… algo distinto estoy aprendiendo… Pero dime ¿cómo puedes tener esa seguridad de dar a la vida razones tan poco incomprobables?

—Porque un día empecé a creer en la capacidad positiva que había en mí mismo y decidí dedicarme a desarrollarla evitando todo lo negativo que también vi en mí. Empecé reflexionando en un orden nuevo, en una humanidad donde el bien de cada uno venciera al mal que la naturaleza, por sí imperfecta, ha colocado en nuestro interior. Vi más allá de una existencia tangible, algo que no se puede apoyar en lo evidente, en lo demostrable, pero que existe y se manifiesta en lo mejor de cada uno de nosotros. En eso estaba, cuando se me presentó Andrés con sus planes y proyectos y no dudé en acompañarle en su proceso de surcar nuevos senderos donde dar a mi existencia otro sentido más interesante que el hecho de vivir sólo para tener, dominar o simplemente para disfrutar de una forma vacía.

—¿Puedo preguntarte una cosa, aunque sea un poco personal?

—Por supuesto. ¡Adelante!

—Para tí, ¿qué es el amor?

—Pues para mí, la comprensión del amor pasa por la experiencia de haberse sentido amado.

—¿Me puedes explicarme?

—Pues sencillamente, primero descubrimos el amor al sabernos amados por aquellos que nos han dado la vida, y a partir de esta experiencia somos capaces de ir conectando con empatía con las demás personas con las que nos relacionamos a través de nuestra historia personal, hasta llegar a dar una respuesta de entrega a la amistad o a un amor en exclusividad.

—¿Y si no se tenía esa primera experiencia?

—Por supuesto que existen niños huérfanos o abandonados, incluso los hay que tienen que soportar el vivir entre peleas y odios de sus adultos, pero yo creo que el don del amor forma parte de nuestra existencia y aunque lo tengas difícil, la naturaleza se cobra esta carencia social y tarde o temprano tienes que tener esta vivencia, por muy pequeña que sea, de ser estimada por alguien para poder abrirte al verdadero sentido del amor que es entregarte a la persona amada rompiendo las cadenas del egoísmo.

—Y esto… yo… no entiendo mucho.

—Mira, el amor es una entrega gratuita. Esto quiere decir que es una fuerza que impulsa a darte por encima de cualquier respuesta de la persona amada.

Pues cuesta entender.

—Vamos a ver, si te lo sé explicar. Porque ya te he dicho que esto se aprende experimentándolo. Pero te diré que, para mí, hay gestos que reflejan su significado. Ama de verdad, el que no exige ser correspondido. Es la gratuidad de una madre, que se desvive por su hijo, a pesar de que éste le falle, y mil veces que le necesite estará disponible para acogerle, aunque no le corresponda. Es la respuesta de una fidelidad conyugal que sabe comprender, tolerar, disculpar, perdonar… que vuelve a confiar sin retornar a la herida abierta, ni guarda rencores mal curados. Es la gratuidad del que entrega todo cuanto es, por crear una sociedad armónica donde reine la comprensión y la justicia. Y yo hago de la justicia sinónima del amor, porque nadie que ama es injusto con la persona amada y ningún justo manipula el amor.

—Amar así… ¿Es fácil?

—Creo que el hombre es primeramente egoísta y posesivo, el amor requiere madurez, el niño sólo quiere poseer a los demás por su seguridad personal. Pero a medida que vas creciendo, que vas adquiriendo seguridad y autonomía, vas ganando la batalla a estas malas inclinaciones. La derrota de estos instintos es un signo de madurez. Sólo el adulto puede llegar a conquistar estos niveles, pues son metas de nuestra naturaleza humana.

—¿Y cómo se conoce esos niveles?

—Mira, está escrito que

—¿Es esto como vosotros hacéis aquí?

—Esta es la norma de nuestra convivencia. Y aunque no siempre sale, hacia ahí queremos caminar. Entre luces y sombras personales y colectivas, queremos ser coherentes y nos esforzamos por ayudarnos para hacer realidad en cada uno lo que aspiramos como grupo. ¿Qué colectivo humano no tiene fallos? Por lo menos somos conscientes de que este es el camino, y estamos abiertos a colaborar y compartir estas inquietudes con todo aquél y aquélla que pretenda hacer de la justicia-amor la causa primera en la construcción de una historia de gentes felices.

—¿Cualquiera persona?

—Toda la que sea capaz de trabajar convencida y gratuitamente por transformar la sociedad a fin de dejar a las futuras generaciones una existencia más digna de llamarse humana.

Parece este plan tuyo muy difícil.

—Fácil no es, ya que te arriesgas a sufrir incomprensiones, mal entendidos, abandono incluso de los que más has pretendido ayudar… Por eso te he querido subrayar desde un principio que es una cuestión de amor gratuito y esto no todo el mundo lo entiende.

—¿Y qué pasa cuando no entienden o no responden a vosotros?

—Entonces se pasa por la prueba de fuego del amor gratuito. Es uno de los sufrimientos más grandes. Sobre todo, si se vive la experiencia en soledad.

Explícame.

—Mira. El fracaso, el conflicto, la incomprensión, el desaliento, el desengaño… Todo se supera si se tiene al lado el apoyo de un amigo sincero, de un hermano que te ayuda a llevar ese peso, que se acerca para compartir contigo esa carga, aunque sólo sea psicológicamente. ¿No lo has experimentado tú alguna vez? Seguro que en alguna ocasión has pasado por esta experiencia de soledad o de apoyo ¿no?

Bueno… No sé… ahora, así de pronto… Todo esto es nuevo de pensar en mí. Yo nunca me pienso estas cosas… Pero dime, ¿qué pasa cuando no hay ese amigo y no poder hablar de eso con nadie?

—Entonces llegas a la culminación de tu categoría como persona. Si estás por encima de las respuestas humanas, incluso por encima de un consuelo lícito, si ante estas situaciones límites no desfalleces, es porque tus motivaciones se apoyan en el Señor, tu causa está más allá de esta vida, sino, no lo soportas.

—¿Más allá de esta vida? ¿Dónde?

—Ya te he dicho que, para nosotros la vida es un tiempo de paso, un camino que recorrer hacia una dimensión de eternidad que intuimos aquí cuando experimentamos la felicidad que proporciona el ser protagonista de un amor gratuito, porque por encima de respuestas humanas sabemos que hay un después, una respuesta infinita, eterna y gratuita. Donde reina el AMOR que no fallará porque Él nos amó primero y todo amor humano auténtico nos viene de Él.

 —Te veo muy convencido.

—Así es. Yo creo firmemente en que el AMOR procede de Dios, que Él me ama incondicionalmente, por encima de mi respuesta y que su amor lo comparto con toda la humanidad porque todos somos sus hijos y de Él lo recibimos.

»¿Cómo no entregar este amor que se me ha dado gratuitamente, para que ayude a mis hermanos, a reconocer en ellos esta realidad interior que nos dignifica y nos hace tan grato a sus ojos?

-¿A todos?

—Pues sí, aunque muchos lo ignoren, todos somos amados por Dios y estamos predestinados a una vida feliz que puede empezar aquí, pero por supuesto que tiene su culmen en la otra vida.

—Entonces… ¿Tú creer en otra vida después de la muerte?

—Sí, la muerte es una realidad, pero nosotros la esperamos como una transición, aquí todo no acaba, es un paso hacia la auténtica vida, donde nada negativo tiene entrada.

 —¿Por qué estás muy seguro?

—Porque lo siento en lo más profundo de mi ser. Te lo voy a decir con un poema

—¡Esto todo ser muy extraño! Yo soy muy confusa.

—Por supuesto que te puede resultar muy novedoso si no vives convencido de que hay alguien que vela por tí y no deja que sucumbas ante las incoherencias de la existencia humana. Tenemos fe en el amor gratuito y misericordioso del Señor que nos conduce a un triunfo seguro y definitivo más allá de cualquier problema o dificultad temporal, por eso nuestro amor está por encima de la respuesta humana.

Esto es mirar la vida con otro sentido.

—Pues sí. Ya te he dicho que para nosotros esta vida no tiene la última palabra, es un caminar, más o menos acertados, más o menos convencidos, hacia una meta final. La auténtica vida, por la que vale la pena jugarse todo, está en la otra orilla, al final, después de la muerte.

Todo esto tengo que estudiarlo. Nunca yo pienso así.

—Tal vez no estás tan lejos de entender como crees, pero si nunca te has parado a pensar en este tema, te sugiero que no lo dejes ignorado en tu interior, pues ahí está el sentido auténtico de la existencia humana.

Yo pensé que con la muerte todo se acaba.

 —¡Pobre de nosotros si no vivimos con la mirada más allá de la vida terrena!

—¿Por qué tienes esa certeza?

—Mira, aunque no creyera por la fe en la revelación, si te paras a pensar en el instinto de conservación, en los sueños de eternidad, si piensas que en este mundo es difícil la justicia… todo esto te hace vivir con la esperanza de un más allá donde celebremos eternamente nuestros anhelos.

—Entonces, ¿con la muerte todo no acaba?

—Si te refieres a la experiencia material, a este cuerpo de carne, tal cual es, sí que se acaba. Nuestro cuerpo nos permite movernos en esta vida, pero llegado al final de esta etapa habremos de dejarlo. La materia es necesaria para la existencia en este mundo de las formas, pero fuera de este entorno ya no sirve, por eso se transforma, como el gusano que se convierte en mariposa, deja su crisálida, pero es ella misma. La vida fluye como una sucesión de misteriosas transformaciones. Y en el fondo la vida y la muerte no son más que un proceso de mutación.

Me parece que me estoy enterando.

—Me alegro de que vayas cogiendo la idea. Pues hemos de vivir con intensidad cada momento de nuestra existencia terrena, amando y disfrutando de todo lo que la vida nos pone en el camino sin temor de concluirlo, porque al final nos espera otra dimensión donde habremos transcendido las fronteras de nuestras limitaciones. Pero para los creyentes en el Señor, en ese nuevo estado nos convertimos en ciudadanos de pleno derecho de su Reino.

—Sí, ya he oído sobre ese Reino. Dime ¿de qué reino habláis?

—Bueno esta lección te la contaré otro día.

—¡Me encanta escucharle!, aunque he de reconocer que son muchos los términos que no alcanzo aún a captarle su auténtico sentido. Me parece adivinar que nuestros conocimientos existenciales son muy reducidos, que hay algo más allá de lo palpable, de lo comprobable, de lo que nos lleva a ver y tocar resultados. Nuestra cultura científica nos proporciona conceptos de una capacidad pragmática fabulosa, pero psicológicamente crecemos con un respeto temeroso por todo aquello que no entra dentro del campo de lo medible y demostrable, y preferimos dejarlo ignorado en el rincón más profundo del fondo de nuestra trastienda intelectual y vital. ¿Tú crees en que seguiremos viviendo después de la muerte?

—Bobadas. No sé de nadie que vino de allá, y si nadie volvió después de morir… ¿quién te asegura que ciertamente hay algo?

 —Nuestros científicos están de acuerdo en mantener que la materia no se destruye, sólo se transforma.

 —Bueno, pero a eso es a lo que se reduce nuestro final, nos transformamos en ceniza y dejamos de ser personas ¿no?

—Quizás. Pero, puesto que se transforma, seguiremos existiendo.

—¿A qué conclusión nos lleva todo esto? ¡Existiendo…! ¿Cómo sería esa nueva existencia?

—Ahí está la cuestión ¿En qué nos transformamos? ¿Otra vida…?

—¿Estás empeñada en que la muerte no es el final?

—No se… Quizás tienen aquí razón y existimos para algo más allá de la muerte. Tal vez estemos aquí principalmente para prepararnos para lo que seremos más tarde.

—Agente M95, volvemos a entrar en el terreno prohibido.

—Ya lo sé, pero déjame que te diga todo lo que tengo por dentro, aunque no tenemos por qué registrarlo oficialmente. Creo que he llegado a comprender, con buena lógica, que esta gente puede tener razón, que puede haber algo más allá de la muerte. Pero… ¿Qué? ¿En qué nos transformamos? En el fondo no me desagrada la idea de ser inmortal. Es la satisfacción de poder dar una respuesta a nuestro instinto de supervivencia.

—Creo que estás volviéndote loca con tanta filosofía de ese Juan.

—Bueno, pero estoy segura de que, si llegara a comprender mi destino, en relación con una vida más allá de la muerte, antepondría mis intereses eternos al de ver cubiertas mis necesidades cotidianas.

—Todo esto me está empezando a poner nervioso. Te lo repito, te estás desviando demasiado y puede ser peligroso. Pero, aunque no quiero que te lo tomes como un precedente te diré que, he oído comentarios de que existe en nuestra sociedad un grupo de estudiosos que, basándose en la física cuántica, suponen que nuestra existencia después de esta vida no desaparece. Como tú sospechas nos transformamos.

—¿De verdad? ¡Explícate!

—Sí, dicen que cuando nos morimos, el individuo desaparece como tal, pero pasamos a formar parte de un todo. Algo así como un mar. Seremos las gotas que forman el océano de la otra vida. —¿Estás seguro de lo que dices?

—Yo no estoy seguro de nada. Me he limitado a informarte de algo que se rumorea por los pasillos de los científicos.

—No me hace mucha gracia el perderme en la inmensidad acuática sin distinguirme del vecino. Prefiero pensar que mantendré mi personalidad en la perfección.

—Bueno, esto como lo otro, son teorías de imaginaciones calenturientas, puesto que nadie ha venido del más allá y nos ha informado. La muerte es la única realidad. A los hechos me remito. Las personas siguen muriéndose y los cuerpos desintegrándose desde ese suceso.

—¿Es esto toda la verdad? ¿Por qué no puede ser este hecho una mera transición? ¿Un paso hacia otra existencia distinta y desconocida? ¿Como el gusano que pasa a ser mariposa?

—¡Ya está bien!, dejemos esta estúpida conversación. El que primero se muera que venga a contarlo y así saldremos de dudas de una vez por todas.




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