LA HISTORIA DE JUAN -7a-

Me he enterado de que hay un nuevo personaje en el barrio desde hace unos días. Se trata del hermano de Juan que al parecer estaba en no sé qué país de América. Por lo que he podido averiguar lo han traído enfermo de allá, donde marchó con su esposa, llevándose todo el dinero de este colectivo. Voy a intentar enterarme de toda la historia y luego te informaré.

Me acerqué a la casa de Juan ayer tarde. Sabía que los dos hermanos estaban fuera de la ciudad, por lo que me pareció una buena ocasión para sonsacarle a Josefa –la mujer que atiende a Juan- todo lo que me interesaba saber a cerca de la familia.

Era una tarde infernal. Hacía un día de perros –según expresión de los lugareños- Llegué a casa de Juan empapada, pues a pesar del paraguas y las buenas botas, era tal el aguacero y el viento, que me era casi imposible caminar. Pero no podía dejar pasar esta ocasión. Al volver la esquina, el paraguas se dio la vuelta y se me rompió. Tenía que cruzar una calle inundada, donde el agua me llegaba más arriba del tobillo, lo que hizo que los botines tampoco me ayudaran a soportar tantas calamidades.

¡Menos mal que el recorrido era corto!

 Cuando Josefa abrió la puerta, comprendí por su expresión, que no sólo no me esperaba, sino que le incomodaba mi presencia.

—Buenas tardes. ¿Está D. Juan?

—¡Oh! ¡cuánto lo siento! ¡no está en casa!

—Bueno. Yo volveré otro día.

—¿Cómo se va a marchar con este temporal y con esa ropa tan mojada?

—Lo siento, me temo que no es buena tarde. Parece que pasé el océano. Total, sólo andé tres calles y…

—Pase, pase y quítese esa ropa tan mojada, ya le buscaré algo mientras se seca y se pasa el tormentón.

—Gracias. No pensé en lluvia tan fuerte.

—¡Cómo se nota que es extranjera! ¿A que no se ha encontrado a nadie por la calle?

—Pues… ahora que lo pienso… ¡es verdad! Sólo vi a las chicas de la farmacia de la esquina mirando la lluvia desde dentro de la puerta.

—¡Pues claro! Todo el mundo sabe lo que son en esta tierra las lluvias de otoño. Lo sensato es quedarse en casa y disfrutar de tanta agua detrás de los cristales. Ya puede dar gracias a Dios de que aún ha podido cruzar las calles.

—¡Cuánto lo siento! Esto es problema, por yo no saber el clima de esta tierra.

—Bueno, ya que está aquí y no puede pensar en marcharse, le prepararé algo caliente. Vaya quitándose las botas, le buscaré unas zapatillas, al menos estará seca —dijo mientras se acercaba a la televisión y lo apagaba.

—-La verdad es que soy muy confundida. No quiero molestar. Pienso estaba Ud. ocupada con la programa interesante de la televisión. Olvida de mí y cuando pare la lluvia me voy.

—Mire, Ud. no sabe nada de nada. Esto puede durar toda la noche. Así que hágase a la idea de que al menos vamos a pasar juntas unas cuantas horas. Y en vista de que aquí la más enterada soy yo, permítame que le organice el tiempo ¿De acuerdo?

—Está bien —contesté poniendo cara de resignación. Creo que me había pasado un poco haciéndome la ignorante. No esperaba que esto resultase tan embarazoso. ¡Una noche en una casa extraña!

En fin, como no tenía otra salida, procuré sacarle el mejor provecho.

—Mire, aquí le traigo una bata mía y unas zapatillas, no creo que sean de su talla, pero como estamos solas y no tengo otra cosa, espero que no tenga ningún inconveniente en usarlas.

—¡Por supuesto que no! Es Ud. muy gentil. ¿Puede decirme dónde está el baño?

(Aquí fue cuando aproveché para avisarte de mi aventura, pues supuse que con el temporal y sin noticias estarías preocupado

Una vez ya seca y mudada, Josefa me pidió que la disculpara porque estaba en la cocina preparando algo para cenar.

 Yo me entretuve echando un vistazo a la amplia biblioteca. Quería adivinar la personalidad de su dueño por los libros que le interesaban. La mayoría eran libros intelectuales, filosofía y psicología. Había también una buena enciclopedia de humanidades y una gran colección de literatura clásica. Me llamó la atención un libro titulado “Las corrientes del pensamiento filosófico-espiritual del siglo XX” Lo cogí y me puse a ojearlo. Cuando la cena estuvo ya servida, ataqué de lleno la conversación.

 —¿Hace mucho tiempo que está trabajando aquí?

—Bueno, si se refiere a la materialidad de esta vivienda, vinimos hace unos diez años, pero a D. Juan lo he tenido en mis brazos el mismo día de su nacimiento.

—¿Sí? ¡Cuénteme! ¡Me encantan las historias de familia!

—Esta no es del todo muy agradable. Aunque, ¿acaso hay una historia humana realmente sin problemas? Pero creo que será una manera de matar el tiempo mientras estamos juntas.

—¡Oh, bueno! Si lo prefiere… podemos poner la televisión, puede ser hay algo interesante. Yo soy con pena de cambiar sus planes.

—No hay que hablar para nada sobre eso. Si algo me tiene recomendado D. Juan es que he de atender bien a las personas que llaman a nuestra puerta. Así que, si está interesada en saber la historia de la familia, nadie mejor que yo para contársela, ya que fui a servir a aquella casa como regalo de la abuela en la boda de la madre de D. Juan.

—¿Sí?

—Sí, así fue. Mi padre era el administrador de “Mi huerta” la finca mayor de las propiedades de la familia, y cuando se casó el señorito, el padre de D. Juan, su madre le dijo a la mía que quería que yo fuera como doncella a servir a la nueva señora. Y allí me fui. Yo tenía dieciocho años cuando comencé. Bueno, todo esto es para decirle que cuando nació el primogénito, Carlos, yo ya estaba con ellos y por supuesto cuando nació el segundo que fue D. Juan.

 —¿No hay más hermanos?

—Hubo una niña, la tercera, pero murió de una meningitis a los cuatro años. La señora lo sintió tanto, que decidió cambiar completamente de vida y dedicarse con exclusividad a la atención de sus dos hijos.

—¿Antes no lo hacía?

—Era joven. Pienso que demasiado joven. Y ese acontecimiento le hizo madurar. Fue la muerte de aquella preciosa niña lo que la hizo sentar cabeza y despertó en ella la responsabilidad materna. A partir de aquel momento, los niños siempre la encontraban en casa cuando volvían del colegio y si por asuntos profesionales de su marido tenía que ausentarse, yo era la que los atendía, con estrictas instrucciones de la madre.

—¿Era muy severa?

—Era muy exigente en llevar orden y disciplina. Nunca me hubiera perdonado, que a la vuelta de una de sus ausencias los niños hubieran aflojado en el esfuerzo de su dedicación educativa.

Hizo una pausa para beber y prosiguió:

—Con el curso del tiempo, los dos hermanos iban creciendo bajo la mirada de la madre, y a pesar de que ella procuraba tratarlos por igual, en cada uno se iba forjando una personalidad completamente distinta.

—¡Qué interesante! ¿No se parecían?

—En el físico no había mucha diferencia, aun ahora se les ve los rasgos de familia, pero mientras Juan era un niño travieso, alegre, inquieto, extrovertido y resultaba muchas veces agotador, Carlos, por lo contrario, era la tranquilidad andando. Era tímido, silencioso, muy introvertido, prefería pasar las horas delante de un libro interesante que corretear detrás de su hermano. Pero es verdad que a la hora de sentarse a estudiar los dos rendían por igual. Juan era el típico niño que disfruta y gasta todas sus energías en actividades dinámicas, pero también cogía al vuelo cuanto le enseñaban en el colegio. ¡Cómo disfrutaba cuando marchábamos a la finca de la abuela por las vacaciones de verano! En la ciudad había veces que parecía se le venía encima las paredes de la casa.

»Pero esta familia necesitó siempre de experiencias fuertes para cambiarles la vida, y fue en un verano cuando ocurrió algo que decidió el futuro de los dos muchachos.

—¿Sí? ¿Qué fue?

—Pues este capítulo se acabó. Ya le he dicho que aquí hemos crecido con mucho orden y disciplina y una de las cosas que la señora nunca nos permitió era prolongar la sobremesa sin recoger todo. Así que antes de continuar la historia, permítame que retire todo esto y después de ordenar la cocina nos sentamos a charlar más cómodas en los sofás y le sigo contando. ¿Le parece bien?

—¡Sí, sí, muy bien! Yo puedo ayudar.

—No se moleste. Me temo que tardaríamos más, pues no sabe dónde se colocan las cosas. Ud. quédese ahí leyendo y enseguida vuelvo. No creo que encuentre nada interesante en la televisión, y con esta tormenta seguro que habrá muchos problemas de transmisión.

—Está bien. Sigo con el libro —dije mientras me dirigía de nuevo al lugar donde había dejado ese ejemplar sobre las corrientes de pensamiento de aquella época.

 ¿Qué buscaba en él? Hasta el momento nada nuevo descubrí, más o menos las teorías que hemos estudiado durante nuestra preparación para saber entender los comportamientos de estas gentes. Algunos argumentos son tan dispares que parece que están luchando por decir lo contrario del anterior, pero seguía sin encontrar algo novedoso.

Pasado unos diez minutos, estaba Josefa de vuelta. Traía una bolsa de costura y sacó de ella un trabajo a medio hacer. Era un chaleco de lana azul-marino.

—Cada invierno le hago algo. Esto sé que le gusta y le abrigará.

—Quiero que diga la verdad. ¿Puede ser mejor acostarnos? No quiero molestar.

—Mire niña, ya le he dicho que yo era la que iba a organizar nuestra velada. Pero no se preocupe, no tengo la costumbre de ir a la cama enseguida de cenar. Suelo pasar un par de horas más, entretenida con algo para hacer la digestión levantada. Pero si Ud. está cansada o prefiere retirarse, la cosa cambia, aunque yo me quede, si prefiere le indico donde va a dormir.

—¡No, no! Si lo que yo quiero es saber de la historia de la familia

—En ese caso, continuaré.

»Como le decía, era ya a finales de agosto. Carlos tenía entonces veinte años y Juan dieciocho. Una mañana, cuando estaba ordeñando una vaca para preparar el desayuno, cosa que me gustaba hacer a mí personalmente, apareció por la puerta Marián, la hija de uno de los colonos fijos de la finca. Hacía mucho tiempo que no la veía y me sorprendió verla tan crecida. Se había hecho muy bonita y reflejaba la salud que disfrutan todas las mozas del campo. Estaba hecha una mujer. Aunque siempre me había parecido muy descarada y pretenciosa, aquella mañana se mostró sinceramente insolente.

 ‘Vete diciendo a los viejos que se vayan haciendo a la idea de casarme con su hijo’ —me soltó con brusquedad.

‘¿De dónde sacas tantos humos?’ —le reproché.

‘De donde puedo —me contestó—. Quizás cambies de idea cuando te diga que estoy ‘preñá’ de uno de esos señoritos’.

 ‘¿Qué has hecho descarada? ¿Cómo se te ha ocurrido tentar a un inocente?’

‘Yo no tengo la culpa. Nos queremos y ese es el resultado de nuestros amores’

‘¿Tú? ¡Tú no quieres a nadie! —le dije asiéndole de los brazos—. Te has aprovechado de un niño para trepar alto’

‘¡Suéltame! Pero que conste que no es tan crío, pues ya sabe cómo amar a una mujer’

‘Y tú has sido su maestra ¿no?’

 ‘Seguramente’

‘¡Furcia! ¡Mala pécora! ¿Qué has hecho?’

‘¡Suéltame! ¡No vuelvas a tocarme! Además, que yo sepa eso es cosa de dos. ¿Por qué no le preguntas a él?’

 »Ya imaginará lo furiosa que volví a la cocina. No daba pie con bola. Se me salió la leche, se quemaron las tostadas… ¡un desastre! Sólo estaba pendiente de cómo coger al toro por los cuernos y enterarme de todo. ¿Qué había pasado? ¿Cómo era posible que Juan…? -porque yo no dudaba quién había sido- Así que, en cuanto terminaron el desayuno, cogí de un empuño a Juan y me lo llevé casi a rastras hasta mi habitación. El chico se resistía, pero yo no le soltaba y le insistía en que no hiciera ningún escándalo pues lo que quería tratar con él era muy íntimo.

‘¿Se puede saber qué mosca te ha picado? —me preguntó cuando estuvimos allí.

 ‘Eso quiero saber yo, qué ha pasado aquí’

‘¿Aquí dónde? ¡No entiendo nada! ¿Quieres explicarte?’

‘Si, eso voy a hacer —y armándome de valor le ataqué directamente—. Mira Juan, yo sé que eres ya un hombre y que no te puedo tratar como hasta ahora lo he hecho. Tú sabes que te quiero como si fueras mi hijo y por eso me atrevo a hablarte como tal. Hay cosas que se tienen que resolver con urgencia, y aunque sea lo último que haga en mi vida lo voy a hacer’

‘¡Uf, qué trágica! ¡Anda, suéltalo ya!’

‘Quiero que me cuentes qué hay entre tú y esa Marián’

 ‘¡Ah! ¿Es eso? Mira Jose, a mí no me vengas con esos chismes, yo no tengo nada que decir. Eso es cosa de mi hermano’

‘¿De Carlos?’

‘Que yo sepa no tengo otro’

‘Pero si yo…’

‘¡Por supuesto! ¿Tú creías que era yo?… ¡Guau! ¡Qué gracia! ¡Es él! Él que se escabulle por las noches cuando todos estamos en la cama. Espera un rato y cuando se cree que yo duermo, va y se escapa, pero siempre lo oigo. Al principio lo seguía, pero me aburría, no podía hacer ningún ruido y todo estaba oscuro, así que decidí esperarle tranquilamente en mi cama ¡era más cómodo! Aunque tengo que confesarte que como tarda tanto la mayoría de las noches no me entero cuando regresa’

 ‘¿Hace mucho tiempo de todo esto?’

‘Bueno, empezó el verano pasado. Y durante este invierno se han escrito algunas veces’

‘¿Escrito? ¿Y ella envía las cartas a casa?’

‘¡Por supuesto que no! Se las envía a la dirección de un compañero de la “Uni”. Por cierto, que se las cobra bien caro, pues el muy fresco le chantajea con apuntes y exámenes’

‘Y aparte de ese chico y tú, ¿lo sabe alguien más?’

‘Que yo sepa no. Pero es que él no sabe que yo estoy enterado de todo’

 ‘Pues me temo que esto ha llegado demasiado lejos y que dentro de poco lo va a saber todo el mundo’

 ‘¿Sí? ¿Vas a ser capaz de contarlo tú?’

‘Yo no. Ella’

‘¿Ella?’

 ‘Sí. Pero tú de esto ni una palabra. Cuando llegue la noticia hazte de nuevas ¿vale? Tú nada tienes que ver con este asunto. ¿Te has enterado?’

‘Está bien, como quieras. La verdad que es sólo cosa de ellos’

 ‘Por eso’

 »A los pocos días la bomba explotó. Hubo reunión familiar y el resultado fue que Carlos se tendría que comprometer a casarse con ella y Juan marcharía interno a un colegio de curas. Aquellos tiempos eran así. Seguro que hoy se hubiera resuelto el asunto de otra manera, pero entonces no había otro camino para un hombre con honra. ¡Bien lo tenía planeado aquella lagarta! Un embarazo era la puerta más segura para cambiar de posición social y entrar por la puerta grande hacia un brillante futuro. ¡Y fue a elegir al hombre más inocente de la tierra!


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