LA HISTORIA DE JUAN -7b-

»Después de aquella boda, la vida volvió a cambiar. La madre se pasaba el día llorando su fracaso educativo y el padre tenía los nervios de punta, por nada explotaba, no era aquello el plan que él se había marcado para su primogénito. Ninguno de los dos podía soportar la presencia de Marián, que no hacía más que arrastrar perezosamente su vientre cada día más voluminoso. Así que un día decidieron comprar un piso para la pareja. Sólo el buenazo de Carlos seguía ciego, engatusado por su mujer, como si fuera la más perfecta y encantadora de las esposas. Pero aquello no fue un buen remedio. En cuanto Marián se vio fuera de la vigilancia de sus suegros, empezó a exigir un derroche de lujos para ella y su bebé que, aunque la familia se lo podía permitir económicamente, no había por qué excederse con tanta insensatez propia de nuevos ricos. Recuerdo, la única vez que pisé aquella casa, cómo se respiraba opulencia por todos los rincones, pero como era ella la que disponía y no había sido educada en rica cuna, no sabía darle al dinero la distinción y elegancia a la que el señorito Carlos estaba acostumbrado. Yo no hacía más que mirar de reojo la expresión de mi señora queriendo conectar con sus sentimientos. ¡Si al menos se hubiera dejado aconsejar…! Pero ella no era de esa clase. Parecía que en su ambición y orgullo sólo buscaba la venganza de la posición social en la que había crecido. Lo que más me preocupaba era lo cínica y falsa que se mostraba ante él. Lo tenía tan hechizado que conseguía cualquier capricho sin ningún esfuerzo, y él, por mantener su afecto, era capaz de cualquier cosa. Ella era una mujer insaciable y déspota, que parecía vivir sólo para sí misma, ambicionando avaramente el dinero de su esposo. ¡Hasta se hacía llamar Dña. Mariana!

 »Así fue transcurriendo el tiempo. No volvieron a tener más hijos, con el pretexto de no sé qué, pero para mí es una prueba más de su egoísmo, aquel primer intento tenía una meta muy clara y ya la había alcanzado. Su hija, que, por la misericordia de Dios, heredó la bondad de su padre, era el único consuelo de éste, pues con el tiempo, Carlos fue comprendiendo de qué pasta estaba hecha su mujer. Aunque seguía amándola iba reconociendo sus defectos y soportándolos con paciencia de santo.

»Acabábamos de trasladarnos a vivir aquí D. Juan y yo, cuando un accidente de avión terminó con la vida de los padres. Como Carlos era socio mayoritario, vicepresidente de la empresa alimenticia de la familia y prácticamente era la mano derecha de su padre, no tuvo problema en hacerse cargo de la economía familiar. A los pocos días del mortal accidente, fuimos convocados por el notario para informarnos del testamento. Allí nos encontramos, además de la familia, unos cuantos de los empleados, que de alguna manera también éramos beneficiarios. Casi todo el testamento iba dirigido a Carlos, pues dada la dedicación sacerdotal de D. Juan, nombraba administrador de todos sus bienes al primogénito, repartiendo las acciones de las propiedades entre ambos hermanos por igual. La finca llamada “Mi Huerta” con todos sus beneficios estaba puesta a nombre de su nieta Isabel y, puesto que su esposa no le sobrevivió, todo lo que estaba a su nombre, las otras cuatro fincas con las respectivas industrias alimenticias que se había ido creando a partir de ellas, pasaban a ser propiedad de los dos hijos, aunque existía una cláusula, para vender cualquiera de ellas tenían que estar de acuerdo los dos propietarios. También se acordó el señor de sus viejos y fieles servidores, que habíamos dedicado toda nuestra vida a trabajar en sus propiedades, los diferentes administradores de las fincas, los distintos responsables del personal de las fábricas de conservas y lácteos, así como los jefes de la cadena de supermercados, en fin, una docena de subalternos que también disfrutaríamos de algunas pequeñas participaciones vitalicias. Ahora que, en lo que respecta a la administración de esta casa, le puedo asegurar que bien poco se nota la riqueza, pues ambos sabemos vivir con pocas necesidades y casi todo lo que pasa por las manos de D. Juan no termina en beneficio suyo.

»Aunque la vida ha llevado a los hermanos por distintos caminos, siempre han estado muy unidos y son los valores que mueven a D. Juan los que constituyen la filosofía de fondo de esa empresa familiar aun en tiempos de su padre. Él es el alma de esa industria. Los principios de justicia, equidad, apoyo solidario a todos los empleados… más que una empresa es una familia grande donde todos se sienten bien. Y aún más, la creación de nuevos puestos de trabajo les ha llevado a extenderse incluso fuera del país, no por afán de lucro, sino que para ellos es una manera de ayudar a los menos favorecidos dándoles una ocasión de ganarse el pan dignamente. Toda su filosofía comercial se basa en los principios de un comercio justo, fundamentado su producción en condiciones sociales que siempre tiene en cuenta el respeto a los derechos humanos, la igualdad de género y las retribuciones justas para los trabajadores, e incluso es bien sabida el cuidado que ponen por aplicar una producción ecológica, cultivando sus alimentos de forma natural, respetando los procesos de la naturaleza y velando por el medio ambiente.

»Por lo demás, D. Carlos, en su vida familiar, siempre se ha visto supeditado al abuso y dominio de su ambiciosa esposa, la cual, aunque no consiguió refinarse, sí que disfrutaba luciendo los millones de su marido y nunca era capaz de privarse de nada. Hasta que un día decidió destruir la fachada matrimonial en la que siempre se habían refugiado.

—¿De verdad? ¡Será posible! ¡Esto suena locura!

—No sé si está del todo cuerda, pero sí es cierto que trata de destruir a cuantos la quieren.

—¿Y Qué pasó?

—Pues verá.

»Llevábamos aquí unos cinco años, cuando mi padre se jubiló. Le sustituyó en la administración de la finca un joven que trabajaba con él desde muy temprana edad y que siempre había demostrado ser un lince para llevar el negocio. Pero resultó ser tan codicioso como Marián. Al parecer eran amantes de toda la vida y él había consentido todo aquello mientras, como ella, se beneficiaba de ese fabuloso porvenir. D. Carlos lejos de sospechar, siempre había visto con buenos ojos que su esposa se ocupara de la finca de la hija de ambos, y más ahora que con un nuevo administrador se suponía que era más necesitada su presencia. Con este pretexto podían mantener sus relaciones, siendo a los ojos de su marido simple asunto de negocios. Entre el personal de la finca se sabía toda la historia de aquellos dos cínicos, pero bien se cuidaban de que no llegara a oídos del señor.

»Una tarde se presentó en casa Isabel excitadísima, rogando a su tío que fuera sin demora a ayudar a su padre. Marcharon los dos enseguida y a las pocas horas regresaron con él. Aquello no era persona. Había perdido toda su dignidad. Llevaba varios días sin afeitarse, sin cambiarse de ropa, sin querer salir de la habitación de invitados, donde se había encerrado, ni para comer. Su hija lo había intentado todo para hacerle entrar en razón, pero viéndose sin más recursos decidió acudir a su tío.

—¿Por qué? ¿Qué pasó?

—Pues que alguien, que se firmaba un buen amigo, le había escrito una carta poniéndole al corriente de la infidelidad de su esposa, y la monstruosa mujer, al verse descubierta, le soltó sin piedad, con las palabras más humillantes que se le ocurrieron, todo el veneno que llevaba dentro, confirmándole con toda crudeza la verdad de aquella situación. Fue tan grande el desconcierto de D. Carlos que se hundió en una gran depresión de la que no había medio de hacerle reaccionar. Se encerró en aquella habitación, dispuesto a esperar que la muerte se lo llevara.

»D. Juan logró por fin traerlo a esta casa, y entre él y yo, con la ayuda profesional de Santiago, el psicólogo. tratamos con paciencia de ir recuperándolo. Nos costó mucho tiempo, pero poco a poco conseguimos que fuera interesándose por la vida. Su hija lo llamaba por teléfono diariamente y los fines de semana lo pasaba con nosotros. Por entonces estaba estudiando económicas en la universidad y procurábamos que los asuntos familiares no le perjudicaran mucho. La atención de su hija también fue una buena terapia, la ansiedad con que la esperaba y el placer de saborear durante su ausencia, el recuerdo de aquellos momentos vividos juntos, iban poco a poco curando su vacío interior. Realmente era ella el único rayo de ilusión que le iba despertando las ganas por seguir viviendo. ¡Me partía el alma verlo! ¿Cómo puede haber en el mundo mujeres que parecen han nacido para hacer el mal a los suyos?

»Enseguida que lo vio oportuno, aconsejado por Santiago, D. Juan le propuso que le ayudase en la administración de la economía del proyecto del barrio, y como hombre de negocios que era, aquello no sólo le distrajo, sino que fue de gran beneficio para los planes de su hermano. Prácticamente estuvo tres años viviendo con nosotros. Poco a poco regresó a la empresa, sin aparecer por su casa. Pero como los tentáculos de aquella bruja no podían dejar de hacer daño, volvió a meterse en su vida para seguir atormentándolo.

—¡Esto es increíble!

—Así fue. Una tarde se presentó diciendo que venía a pedirle perdón, que ella también lo extrañaba y que se daba cuenta de lo estúpida que había sido al dejar deshecha una familia. Se disculpó diciendo que le había cogido en un mal momento y que no había sabido medir las consecuencias, pero que él también tenía que reconocer que la había dejado muy sola, hasta el punto de ignorarla ocupándose solo de sus negocios, por eso al verse provocada por otro que le mostraba el interés que él no le daba, fue débil y no pudo vencer la tentación. Le rogó que se dieran otra oportunidad, para intentarlo de nuevo. Con estos y otros engañosos argumentos, le pidió que abandonara todo y que se fueran los dos solos para reencontrarse de nuevo. Le propuso comen[1]zar una experiencia nueva, que se las prometía feliz, lejos de todo lo vivido. Y usando todas sus artimañas consiguió seducirle de nuevo, valiéndose de su astucia y cinismo. Le embaucó de tal manera que consiguió no sólo llevárselo a Brasil con la excusa de gestionar el negocio que tenían en aquellas tierras, sino que se llevaron todo el dinero que estaba administrando de estas pobres gentes.

—Pero… ¿cómo es posible? ¿No tenían ellos su propio dinero?

 —Por supuesto que nunca han estado carentes de medios económicos, pero el caso es que el dinero desapareció con ellos. Estoy segura de que fue cosa de ella, pues D. Carlos es un hombre de una talla superior, que ha heredado de su padre un gran sentido de justicia. Ya le he comentado que todo ese imperio económico no es un medio de lucro, con ello pretenden no sólo ayudar a los demás proporcionando trabajo, sino que también llegan a colaborar en el remedio del hambre del tercer mundo, de ahí la delegación de la empresa en Brasil. Por eso le digo que la idea de sustraer ese dinero no podía salir de él, seguro que fue chantajeado por ella y le engañó para justificar esa acción. Como ella en el fondo, es una persona envidiosa, incapaz de consentir que los otros le puedan eclipsar, y celosa de la prosperidad de los demás, nunca le hizo gracia la labor sociolaboral de su esposo y su cuñado, por eso pienso que vio en aquel momento la oportunidad de fastidiar hundiendo económicamente el proyecto.

—¿Cómo lo hizo?

—¡Quién sabe cómo consiguió convencerle! Astucia incomprensible de un alma ruin, arrogante y egoísta. Yo no sé lo que él ve en ella, pero sin duda que consigue de él cuanto se propone. Es de esas personas falsas que son capaces de mantenerte la mirada con la más inocente de las sonrisas cuando por detrás te están dando una puñalada. Pero D. Carlos la quiere tanto que no dudó en darle otra oportunidad.

También fue un mal pago para Uds. por querer ayudar.

—Es incomprensible, pero así fue.

—¿Y ahora oigo que volvió?

—Bueno, el caso es que desaparecieron y no volvimos a saber de ellos hasta hace una semana.

 —¿Cómo fue?

—Pues verá. La única que tenía noticias de ellos era su hija, por medio de David, el hijo de D. Felipe el director del colegio, que cuando terminó sus estudios de ingeniero agrónomo marchó a aquel país para comenzar los planes de ayuda en Brasil abriendo una sucursal de nuestra empresa con las personas nativas.

»Cuando D. Carlos y su mujer marcharon a América D. Juan y su sobrina se hicieron cargo del patrimonio familiar. Ahora ella ya ha terminado sus estudios y participa en la empresa como directiva. Gracias a este control, han podido evitar un desastre económico, pues los padres se perdieron allá en el vicio.

—¡Qué barbaridad!

—Pues sí. Cuando David se percató de la situación, informó a Isabel y esta volvió a recurrir a su tío para pedirle que le ayudara a sacarlos de aquella ruina humana en la que se encontraban. Sin pérdida de tiempo se trasladaron los dos allí y consiguieron traer al padre, pues su mujer se negó a volver, aunque quedó en fatales condiciones. D. Juan le ha encontrado una plaza en un sanatorio de desintoxicación y ayer mismo se lo llevaron. Confío en que no sea demasiado tarde. Supongo que estarán un par de días por allí hasta ver cómo reacciona al tratamiento.

—Sí que tiene un final triste.

—¡Lo que puede hacer una mala mujer! Bueno, parece que ha escampado. Si no vuelve a llover, quizás pueda mañana salir sin problema. Así son los otoños en esta tierra.

La habitación de los invitados está situada en la parte oeste del piso. Desde la ventana sólo se divisan los edificios de la urbanización, separados entre sí por espacios de jardines. Los muebles son de estilo funcional, en el centro de la habitación hay una mesa ovalada con ocho cómodas sillas alrededor, bajo la ventana y en la pared continua hay dos sofá-camas, separadas por una mesa rinconera soporte de una lámpara con pantalla forrada de la misma tela de las colchas y las cortinas de color verde claro, encima de las camas hay varios cojines estampados con flores y el suelo está enmoquetado en tono amarillo-oro. La pared opuesta a la ventana es toda ella un armario empotrado de madera oscura que contrasta con los muebles claros. En otra de las paredes hay un gran póster que representa un largo camino en medio de un bosque otoñal.

—Sospecho, después de este relato, que esta experiencia la tenía Juan presente cuando me afirmaba la gratuidad del auténtico amor que siempre perdona y que está dispuesto a dar una nueva oportunidad.

—Conociendo, como vamos conociendo a esta gente, intuyo sus sentimientos de desengaño y fracaso cuando al querer ayudar a aquella persona tan mal le pagó.

—Sí, supongo que le costaría mucho el abandono de su hermano y su respuesta después de tanto como se le había favorecido.

—¡Me maravilla el aguante de esta gente!

 —En esto estamos de acuerdo.

 —Lo que no acabo de entender, es cómo siendo tan dados a manifestar sus sentimientos, reaccionen tan fríos a la hora de perdonar

—Otro de sus misterios. Con todo esto deduzco que sus palabras no son pura teoría filosófica, sino que tiene la fuerza de la autenticidad que proporciona la experiencia personal y una vida coherente con lo que proclaman


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